Buscando un tema para escribir, me surgieron algunas preguntas sobre cuestiones que me inquietan, y las fui apuntando en mi cuaderno, en este verdadero Cuaderno de campo, que unos días es más “de campo” que otros, pero que siempre acaba siendo un “Cuaderno de vida”. Como afirmaba José Saramago de su propio blog, ya en su última etapa, “el blog va iluminando el camino de su autor”, y desde luego eso está sucediendo con el mío. Quizá fuera demasiado pedir que se lo iluminara también, en cierta medida al menos, a los lectores.
De todos modos, si lo pienso bien, yo suelo buscar dos cosas en lo que leo: diversión y aprendizaje. Sería maravilloso que todo ello, en una medida u otra, se lo diera este Cuaderno de campo al lector. Eso colmaría todos mis esfuerzos, también mis placeres, porque al final ése es un buen resumen del oficio de escribir, esa actividad que da tanto, en primer lugar al autor. Y no olvidemos que el autor también es lector, ya que si no lo fuera, a mi juicio, valdría bastante menos, al menos en cuanto escritor. No olvidemos tampoco que el escritor influye poderosamente en la persona que lo es, al igual que ocurre en sentido contrario.
Éstas son las preguntas y cuestiones de las que hablaba:
—¿Para qué escribir hoy?
—Para vivir, para ser felices, para desarrollarnos, intelectualmente, espiritualmente. Trato de hacer memoria de cuando empecé a escribir. Aparte de haber sido, desde temprano un apasionado lector, un buen lector, llegó un momento en que los ejercicios escolares de redacción me fueron insuficientes: yo necesitaba más. Seguramente ahí nació el escritor. Aunque si lo pienso bien yo creo que el escritor surgió en el momento en el que aprendí a leer, o en el momento en que me enfrenté con los signos que forman el lenguaje, que según mi madre sucedió con un libro de viñetas del Quijote, libro que gozosamente conservo (Madrid, Sedmay Ediciones, 1979). Mi madre me dice que se lo compró a un vendedor en la misma puerta de mi casa. Bendito vendedor. Ser escritor implica una forma de pensar, de expresarse, en cuanto ser humano, como uno más, uno más que dice algo sobre la vida, algo que interese y enriquezca a sus semejantes. También es saber decir, y es saber, y lo digo sin ningún tipo de petulancia. Por otra parte, o la misma, constituye una forma de ser, como le he oído decir a Fernando Sánchez Dragó. Él siempre quiso serlo, por encima de otros trabajos que ha desempeñado, el de periodista o el de profesor, por ejemplo. Sí, quizá el escritor nazca. Yo creo que nace, pero que también debe aprender a serlo, a perfeccionarse, en técnicas y en contenidos, y esto lo hace fundamentalmente leyendo a otros escritores , y no sólo los grandes, y escribiendo él, practicando. Y viviendo, también viviendo, que es esencial y que en ocasiones puede olvidarse; yo en algunas etapas creo que lo olvidé, aunque no del todo, pues pude profundizar en ciertos aspectos. De todos modos, mi opinión es que uno acaba viviendo aunque lo olvide, como con una especie de piloto automático, si se me permite la expresión. Creo que es importante no olvidar que el escritor es un ser humano que escribe para otros seres humanos. Es una forma de comunicación, con todo lo que implica, aunque también es más que eso, todavía más; la escritura, lectura para el lector, debe aportarle algo, algo especial que sólo debe encontrar leyendo.
—¿Por qué publicar hoy?
—Por vocación, por placer, para alcanzar una satisfacción personal, para desarrollar la propia carrera. Unos escriben y publican movidos por una motivación práctica, y otros más por placer o/y vocación. Mi caso es el de la vocación, feroz y feraz, y por amor a ella uno puede hacer muchas cosas que le perjudiquen; también mucho que le favorece. La vocación nos da alas, pero también nos limita, o al menos a mí. Pero también es cierto, como dice Pedro Ruiz, y me parece una idea maravillosa, que el que tiene una vocación tiene un amor para toda la vida. Es un amor que uno no lo elige, pero que ya que lo tiene, ya que le ha tocado, ha de aprovecharlo en todo lo bueno que tiene y ha de adaptarse a él en lo malo que tiene, lo mejor que pueda. Pero es un amor profundo, generoso, y sí, para toda la vida.
—¿Quiénes escribimos, quiénes publicamos?
—Ahora escribe y publica todo el mundo, o casi todo el mundo, pero no podemos negar que existen categorías, o mejor, “divisiones”, como en el fútbol, como en el deporte. A mí escribir, y la literatura, cada vez me recuerdan más al deporte. Y me gusta mucho también el deporte. Por supuesto me recuerda al deporte también en otros aspectos, como el entrenamiento, la disciplina, el desvelo por tratar de ser mejor, de mejorar las propias marcas, como me dijo una vez el escritor Juancho Armas Marcelo. Pienso que hoy en día existen muchas personas con educación, con formación, con lecturas como para escribir. Sí, supongo que hoy es más difícil destacar, pero habría que preguntarse, una vez más, por qué escribimos: ¿para destacar?, ¿para ser famosos?, ¿para ser felices o más felices?… ¿para qué? Eso puede centrar mucho nuestra actividad.
—¿Qué puede ofrecer hoy la persona que piensa, que imagina, que escribe?
—Todo. Esto merece la pena desarrollarlo; aquí diré algo. El escritor se da entero al lector, y al “público” lector. A veces parece más cuestión del receptor que del emisor, pero yo sé —y lo sé por las redes sociales— que hay un público ávido de buenos escritores y de buenos contenidos, o de buenos “textos”, que es una palabra que a mí me gusta mucho, que me llena mucho, por lo hermosa que es y por todo lo que sugiere. «Texto» viene de textus, «tejido», en latín, y no otra cosa es lo que hace el escritor, tejer en su telar su texto, algo presumiblemente dotado de magia y de profundidad, también de encanto, se me ocurre ahora. Con su trama y su urdimbre.
—La función del escritor en el momento actual.
—Esto es una continuación de lo anterior. El escritor, pienso yo, debe ser un hombre, una persona, un hombre más de su tiempo, pero con unas capacidades especiales: hablar, escribir, pensar… capacidades que presumiblemente él o ella se ha trabajado de forma especial, probablemente siguiendo una inclinación personal… tal vez como siempre, pero con un nivel tecnológico mucho mayor, y en un entorno tecnológico mucho mayor. El escritor en ocasiones debe ser portavoz de otros, de muchos otros a menudo, pero siempre debe dar lo que esperan de él y mucho más de lo que se espera de él. Es como un servicio público. El escritor debe colmar las expectativas de los lectores, de los hombres y de las mujeres que lo leen, que lo escuchan, que lo ven en diferentes circunstancias y gracias a diferentes medios, que hoy son muchos. Detrás de todos esos medios, en ellos, tiene que estar la persona, un hombre, una mujer, un ser humano, con toda su riqueza que ofrecer. Internet es muy importante, por supuesto que lo es. Para algunos, o muchos, ya es más importante que la imprenta, que el invento de la imprenta y lo que ha implicado. Internet es una revolución. Puede favorecer y mucho al escritor, que debe hacerse con ella, y para eso necesita tiempo y práctica. Ahora pienso que el escritor debe dar lo mejor que tiene en Internet, y ésta le dará al escritor lo mejor que tiene ella.
—Convivir con las pantallas, utilizar las pantallas, servirse de ellas.
—En el supuesto de que las pantallas sean el enemigo del escritor, éste tendrá que aliarse con ellas, no ya para vencerlas, sino para conseguir que sus escritos lleguen, de las mil formas que ofrece la tecnología, dado que de otra forma no llegarían. Es decir, creo que es precisamente el efecto contrario al esperado; las pantallas ayudan al escritor a vencer, en un lenguaje más o menos figurado. Yo no creo que el libro de papel esté muerto, ni mucho menos, pero es una evidencia la atención cada vez mayor de las personas a las pantallas, sobre todo las nuevas generaciones, y más los llamados “nativos de Internet”, pero también las generaciones más maduras. Repito, el escritor tiene que colarse en las pantallas, colarse al principio para luego hacerse imprescindible, en mi opinión, porque nos encontrarnos en un mundo y en una sociedad que tiene auténtica necesidad de sus escritores. Aunque esto no lo parezca en absoluto, no lo parezca ahora, por supuesto. Internet es un nuevo soporte —también es mucho más que eso— que puede potenciar la obra del escritor, los efectos que ésta y él mismo tienen o pueden tener en los lectores, oyentes o televidentes. Probablemente sus efectos, su potencia, no han hecho más que revelarse estos años. Yo publiqué hace tiempo, en 2008, una novela sobre el Cid. Acaban de estrenar una serie sobre el Cid, una serie que parece que se extenderá en el tiempo, en varias temporadas. Previsiblemente mi novela cidiana tiene una oportunidad nueva y mejor para llegar a los lectores, una oportunidad nueva y mejor a las que ha disfrutado anteriormente.
—Da la impresión de que ésta no es época para intelectuales. Tal vez tampoco para escritores, o lo que entendemos por tales. Pero creo que esto es una apariencia, y sobre todo una apariencia actual. El escritor debe ser un sujeto dinámico, capaz de escribir un libro o un artículo como de hacer muchas otras cosas. Quizá fotos o documentales, o películas, o videojuegos… Pero para eso necesita tener creatividad, en varios terrenos, aparte de otras cualidades.
—Nos tenemos que reinventar. La realidad nos reinventa: probablemente esto es más exacto. La propia vida hace que nos renovemos, y que lo hagamos sin cesar. Hace poco me decía mi profesor de “Cervantes y su tiempo” en la Universidad Complutense, Manuel Fernández Nieto, que sabe mucho de Cervantes, de literatura en general y también de la vida, que el siglo XXI era el siglo de la imagen. En fin, adoro la escritura y adoro los libros, pero creo que no se puede escribir en nuestra época dando la espalda a esas palabras, a esa idea. Esto venía de antes, por supuesto, pero ahora se ha hecho aún más evidente. El escritor de hoy debe tener muy en cuenta el tiempo en el que vive, y el tiempo que acoge, alberga y proyecta sus escritos, también sus imágenes, porque puede llegar a ser, ya lo es, productor de imágenes, hacedor de imágenes, aunque sólo sea cuando trata de promocionar su obra.
—Desde luego el mundo brinda hoy muchas posibilidades, y el escritor debe salir de sus libros para aprovechar esas posibilidades. Como ha sido siempre, dependiendo de las épocas y de los avances tecnológicos, pero considero que hoy esto es más acusado. Y las nuevas tecnologías no sólo hacen de altavoz del escritor, sino que pueden crear, con él, nuevas formas de arte.
—Hay un camino de ida y vuelta entre la realidad y la escritura, entre el exterior y el interior, un camino que el escritor continuamente realiza. Este camino puede potenciarlo Internet: de hecho yo creo que ya lo potencia, y mucho. Internet puede potenciar todo lo anterior, pero me temo que se puede quedar en nada, dentro de lo que estoy diciendo, tal vez en general, sin un gran esfuerzo, sobre todo previo. Y por otro lado considero que el escritor, o este escritor que soy yo, debe introducir Internet en su proceso creativo, como en su día ha podido hacerlo con el cine, con las películas, y ahora con las series.
—¿Qué esperan de nosotros los lectores, el público, como queramos llamarlo ahora?
—Esta pregunta me parece clave; es muy posible que ésta sea la pregunta esencial para dilucidar esta cuestión. ¿Qué esperan de nosotros los demás y qué estamos dispuestos a darles nosotros? Y cómo. Creo que esto tiene que ver con la vocación. El escritor puede tener la vocación de escribir —yo la tengo, pero eso no significa que todos la tengan—, y tiene que ver hasta qué punto está dispuesto a adaptarse a los nuevos terrenos que se le presentan. Ya no basta con escribir libros y artículos en periódicos. O practicar otros géneros literarios. Hay que hacer algo más, si se está dispuesto a ello, por supuesto, para conectar con el público, con los lectores. Posiblemente es cuestión de adquirir una sensibilidad nueva —creo que estamos en ello— y con esta nueva sensibilidad una inteligencia nueva, con toda una serie de capacidades que ésta trae aparejadas. Me da la impresión de que si el escritor quiere que su oficio se oriente en el siglo XXI, lozano y vital, e imagino que más allá de él, necesita dar ese salto. La palabra es milenaria, pero considero que hay que darle un nuevo impulso para que siga demostrando todo su valor, su utilidad, su versatilidad, amiga de profundidades y transmisora, muchas veces creadora, de grandes y pequeños relatos, grandes y pequeñas ideas, filosofías, incluso religiones, y un larguísimo y riquísimo etcétera. También apasionante. Por otra parte pienso que esa adaptación se hace en buena parte sola. Ya viviendo en nuestro tiempo, moviéndonos, van sucediéndose los cambios, involucrándonos en ellos un poco más allá de nuestro statuo quo, haciéndonos más completos y más preparados para afrontar el presente y el futuro. Por eso hay que tener cierta confianza. Digamos que la ola viene a nuestro favor, siempre que no nos neguemos a ella, pues en realidad nosotros vamos montados en esa ola, y mientras, como lo hago yo en estos momentos, escribimos. Y evolucionamos. La ola al final no es otra cosa que la vida.
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