Es relativamente frecuente encontrarse con disertaciones diversas sobre el oficio de escribir. Como ocurre con prácticamente todo a día de hoy, a este respecto todo el mundo posee una opinión, y ésta se construye en contraposición a las demás, perfectamente negadas por la propia. El por qué se escribe o para qué hay que escribir es uno de los centros neurálgicos sobre los que se sostiene ese feroz enfrentamiento opinativo. Hay quienes consideran que lo más lícito es hacerlo en una búsqueda pura de la belleza, el estándar más elevado al que puede atender un ser humano. Otros, sin embargo, giran el foco y lo colocan sobre sí mismos, argumentando que escriben porque lo necesitan. Lorca decía que había nacido artista como había nacido blanco. No había elección posible. Otros, como Leonhard Frank, pensaban que escribiendo podrían marcar una diferencia clave en el mundo exterior. Que podrían parar las guerras.
A la izquierda, donde el corazón, publicado originalmente por Frank en la Berlín de posguerra tras 17 años de exilio, es la autobiografía ficcionada del propio escritor germano, uno de los más relevantes de la primera mitad de siglo en su país, y ha sido rescatada del ostracismo por la editorial Errata Naturae, que en 2013 ya publicó, por primera vez en España, su novela Karl y Anna. En su labor de recuperación de este autor de tan desaforada sensibilidad, cabe resaltar la relevancia de que haya sido A la izquierda, donde el corazón uno de los primeros elegidos, dado que supone una inmensa ventana de entrada hacia su biografía y su bibliografía, que recaudará acólitos para próximas entregas.
Frank articula la historia de su propia vida estableciendo un muro de distancia entre la realidad y el relato que se nos presenta. Esta ruptura del foco, encarnada en la creación de un personaje —Michael Vierkant, una suerte de idealización de su persona—, le permite manejar con soltura tanto un rigor histórico milimétrico como un juicio totalmente personal a la hora de seleccionar qué cosas contar y de qué forma contarlas. Quizá por ello, si uno mantiene de forma constante en su cabeza la idea de que es de sí mismo de quien habla, es posible que el texto pueda resultar en cierto modo hagiográfico, en el sentido de que no tiene ningún tipo de reparo a la hora de enredarse en sus virtudes, su idealismo y su quijotesca forma de ver el mundo.
De cualquier manera, cabe comprender que, si bien lo que se está relatando es la historia de la vida del propio Leonhard Frank, el producto que él ofrece trasciende en prácticamente todos los sentidos el trabajo autobiográfico. En A la izquierda, donde el corazón no son relevantes las anécdotas personales, en tanto el personaje tratado no goza siquiera de la dimensión necesaria para que éstas resulten interesantes de por sí al lector —no lo hace en la España actual ni lo hacía en la Alemania de 1950, a la cual regresó sumido en el olvido, después de que el nazismo arrasara toda su literatura previa, de enorme fama a lo largo de la década de 1920—.
Lo que importa aquí es, por un lado, el esfuerzo historicista de su autor, en tanto se desvive por ofrecer un reflejo nítido de la atmósfera de las diferentes Alemanias en las que vivió —él mismo repite una y otra vez su ansia por encontrar la palabra exacta, aquella que transporte al lector al lugar de inmediato—, y, por otro, la extracción de todo un manual del oficio del escritor y sus procesos, descritos de forma exhaustiva por Frank a lo largo del libro.
Así que A la izquierda, donde el corazón se construye en torno a esos dos pilares: el retrato de una época y el desgrane del proceso de escritura. La elegancia con la que Frank consigue que el relato fluya entre ambos sin que ninguno entorpezca al otro convierte al libro en un artefacto que derrocha energía, que exuda ganas de crear y pasión, que sostiene y mece al lector con un ritmo ágil, aunque nunca carente de la debida sensibilidad.
Así, esta autobiografía que es novela, o esta novela que mucho tiene de autobiografía, acaba por convertirse con el paso de las páginas en una sincera oda a la literatura y al arte en todos sus estratos. Al principio de ella, Frank coloca en el recuerdo de Michael un episodio singular, retrotrayéndose hacia la primera ocasión en que escuchó música de Beethoven. Sobre lo que sintió en aquel momento, reflexiona: «De repente, pensó algo, y fue el primer pensamiento de ese tipo que tuvo en su vida: «¿Aquella música la había creado una persona? El creyente terminaría siendo incrédulo: a decir verdad, no existiría, pues, ningún creador más allá de las personas»».
Uno comprende que al leer a Leonhard Frank está acercándose a un autor de una maestría incontestable cuando se siente envuelto por la precisión de ese lenguaje tan estudiado y medido; comprende la altura de tamaño novelista al sentir que su ligereza le sirve como pretexto para introducir sólidos cargamentos de reflexión. A la izquierda, donde el corazón es un universo en sí mismo, un libro que, como ya hizo Karl y Anna hace cinco años, deja entrever lo que puede ser la obra extraviada de un escritor de salvajes dimensiones. De momento, desafortunadamente, ningún escritor ha logrado detener guerra alguna con sus palabras. De cualquier manera, empezamos a estar seguros de que, de haber sido posible, Leonhard Frank habría sido un firme candidato a conseguirlo.
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Autor: Leonhard Frank. Título: A la izquierda, donde el corazón. Editorial: Errata Naturae. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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