“Una novela se hace con una gran cantidad de intuiciones, una cierta cantidad de imponderables, con agonías y resurrecciones del alma, con exaltaciones, con desengaños, con reservas de memoria involuntaria… toda una alquimia. Una novela es, también, un acto mágico. Refleja lo que el autor lleva dentro sin que este apenas sepa que van tan cargado de lastre.” —Mercè Rodoreda.
Creo que pocas veces he leído una reflexión tan lúcida de lo que supone el largo y bipolar proceso de escribir una novela. Por mucho que hablemos de conceptos teóricos, ya hace mucho que descubrí que escribir una novela es, en mi caso, un proyecto donde el azar, la corazonada, el entusiasmo y la desesperación forman una curiosa alianza, a la que se une una mezcla más extraña aún compuesta por la soledad física y el bullicio mental.
Explicaré esto último antes de que alguien me recomiende visitar a un psiquiatra (algo que tal vez debería hacer, aunque no por esta razón). No cabe duda de que escribir implica una gran cantidad horas de trabajo en solitario: tú y tu ordenador, tú y tu historia, tú y esa frase que no acaba de expresar lo que querías decir o, al revés, que brilla como un faro en mitad de un párrafo anodino. Pero a la vez creo que nadie puede sentirse realmente solo mientras esos personajes que habitan dentro de ti se esfuerzan por hacerse ver y compiten entre ellos por tomar la palabra, mientras la trama va pasando de tu cabeza a la pantalla en un proceso que tiene mucho de alquímico, como señalaba Rodoreda, porque esa transmisión de idea a texto nunca (nunca) suena igual a como lo habías pensado.
He mencionado antes el azar, la corazonada y el entusiasmo. ¿Fue el azar lo que llevó a mi cabeza el personaje de Teresa Lanza? ¿O más bien una intuición, la necesidad de contar la historia de una víctima del siglo XXI? No sabría decidirlo; lo que sé es que esta novela nació con Teresa, y ella, a su vez, nació muerta y viva a la vez. O mejor dicho, muerta y presente, como un recuerdo imborrable, como una herida que se empeña en abrirse por mucho que la cures. Teresa murió y sigue aquí. Teresa no quiere ser olvidada. Teresa, a su pesar, vive atrapada en la misma rutina que marcaba sus días antes de su muerte. Teresa, una joven inmigrante hondureña que se dedicaba a limpiar las casas de gente acomodada, continúa cumpliendo con su horario de trabajo aunque ya nadie la percibe: su presencia apenas se siente como una corriente de aire frío que surca la casa e inquieta a sus habitantes. Teresa, por cierto, se suicidó y nadie, ni siquiera ella, sabría decir por qué lo hizo.
Fuera lo que fuera lo que la llevó a mi mente, a partir de ella nacieron el resto de personajes, los que compartían con ella su vida y aquellos para quienes trabajaba, separados de los otros por un breve viaje en ferrocarril, apenas diez minutos de trayecto, porque en nuestro mundo la distancia física que separa a los ricos de los no tan ricos es dolorosamente corta. Siempre he pensado en los personajes de una novela como en invitados a una fiesta. El autor escoge a quiénes desea incorporar a su historia, movido por una mezcla de capricho y deliberación: esos personajes deben representar algo, convertirse en portavoces de un mundo (el de las clases altas o el de los inmigrantes y sus vecinos), pero a la vez tienen que ser poliédricos, contradictorios, interesantes. En definitiva, dentro de la novela tienen que estar vivos.
Y es a partir de aquí cuando se inicia el proceso de escritura, que a ratos parece un baile sensual entre dos entes que se atraen y a ratos se convierte en una batalla campal con una pareja a la que deseas y que, de repente, te desafía, se burla de tus límites y te pone a prueba. Para ser algo que se desarrolla mientras uno está sentado solo frente a un ordenador resulta bastante emocionante, la verdad. Porque la historia crece y se nutre de nosotros, los autores, con una voracidad traicionera e incluso perversa; porque nos depara momentos de intensa felicidad (casi diría de orgullo indisimulado) que van seguidos de otros de agobio más bien sombrío. Y porque, en definitiva, en esa tensión, abierta o sutil, radica el secreto de un proceso creativo que nunca sabremos explicar del todo y al que, en un alarde de romanticismo, en ocasiones llamamos magia.
——————————
Autor: Toni Hill. Título: El oscuro adiós de Teresa Lanza. Editorial: Grijalbo. Venta: Todostuslibros y Amazon
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: