Escrito en la historia (editorial Crítica), de Simon Sebag Montefiore, conmemora las más importantes cartas del panorama político, cultural, artístico, o de la vida privada de aquellos personajes célebres que influyeron en el devenir de nuestra historia. El autor ha seleccionado más de cien cartas que van desde la Antigüedad hasta nuestro siglo. Sus autores varían desde Isabel I de Inglaterra, Ramsés II, Frida Kahlo y Leonard Cohen, hasta Nelson Mandela, Stalin, Michelangelo o personajes anónimos que vivieron circunstancias extraordinarias. Cartas de amor, gritos a la libertad, declaraciones de guerra y reflexiones sobre la muerte que el historiador Montefiore nos acerca, con un estilo accesible.
Zenda publica un fragmento de la Introducción y tres cartas: una de Picasso, otra de John Keats y una tercera de T.S. Eliot.
Introducción
Querida lectora, querido lector:
Nada supera la inmediatez y autenticidad de una carta. Las personas tenemos el instinto de dejar constancia sobre papel de los sentimientos y recuerdos que podrían perderse en el tiempo, para luego compartirlos. Nos mueve una necesidad desesperada de confirmar relaciones, vínculos de amor u odio, porque el mundo no se detiene nunca y nuestras vidas son una serie de principios y finales: se diría que tal vez, por el hecho de ponerlos por escrito, pueden volverse más reales, incluso eternos. Las cartas son un antídoto literario contra el carácter efímero de la vida —y, por descontado, contra la irregularidad e insuficiencia de internet—. Goethe, que reflexionó a menudo sobre su magia, las consideraba «el recuerdo más relevante que una persona puede legar». Y son intuiciones acertadas: mucho después de que los protagonistas hayan muerto, sus cartas siguen viviendo. Por otro lado, en materia de política, diplomacia o guerra, las órdenes y las promesas se tienen que documentar. A través de una misiva pueden lograrse cosas muy diversas, y todas ellas se celebran en el presente libro
Se han publicado muchas antologías de cartas peculiares y divertidas, pero las de esta colección se han escogido no solo porque resultan entretenidas, sino porque de un modo u otro han transformado los asuntos humanos, ya sea en la guerra o en la paz, en el arte o la cultura. Nos permiten adentrar la mirada en vidas fascinantes, a través de los ojos de un genio o de un monstruo, o también de una persona corriente. Aquí hallaremos epístolas de muchas culturas, tradiciones, países, razas: del antiguo Egipto y la Roma antigua a la América moderna, África, la India, China y Rusia. En este último país he realizado gran parte de mi trabajo como historiador, y por eso podrán leerse aquí muchas voces rusas, de Pushkin a Stalin. En este volumen, entre otras cosas, se halla la lucha por derechos que hoy consideramos esenciales y las órdenes de cometer crímenes que nos resultan intolerables. También hay cartas de amor y cartas de poder de emperatrices, actrices, tiranos, artistas, compositores, poetas.
He seleccionado cartas escritas por faraones hace tres mil años, preservadas en bibliotecas olvidadas de ciudades caídas, y cartas escritas en este mismo siglo XXI. La epístola, ciertamente, tuvo una edad de oro: los quinientos años comprendidos entre la Edad Media y la generalización del uso del teléfono, en la década de 1930; y vivió un declive muy marcado en los últimos diez años del siglo XX, con la llegada de los móviles e internet. Lo pude ver con mis propios ojos al investigar en los archivos de Stalin: durante los años veinte y treinta, Stalin escribió largas cartas y apuntes a los miembros de su entorno, así como a algunos extranjeros, en particular cuando estaba de vacaciones en el sur; pero cuando se instaló una línea de teléfono segura, el correo se interrumpió de forma abrupta.
Las cartas ya eran de uso corriente entre los gobernantes y las élites al poco de inventarse la escritura; pero no son tan solo un instrumento de gestión ideal, sino mucho, mucho más. Durante los últimos tres milenios, han sido el equivalente de la suma actual de nuestros periódicos, teléfonos, radio, televisión, correo electrónico, mensajes de móvil y blogs. Esta antología incluye cartas escritas originalmente en cuneiforme, uno de los sistemas de escritura más antiguos del mundo, usado en el Próximo Oriente durante las edades de Bronce y Hierro. Con un punzón de caña (el «estilo») se grababan los signos sobre una tablilla de arcilla húmeda que luego se dejaba secar al sol.
Picasso a Marie-Thérèse Walter, 19 de julio de 1939
Esta carta tiene por tema la entrega obsesiva al arte y al amor. Pablo Picasso vivía para su obra y cualquier otro aspecto de su vida quedaba subordinado a la búsqueda de la expresión artística, con sus mutaciones frenéticas, inspiradas a menudo por sus musas femeninas. Olga Jojlova, una bailarina rusa, fue su amante y musa durante el período de síntesis del cubismo; contrajeron matrimonio, pero la relación no duró. Él contaba cuarenta y seis años y estaba casado con Olga cuando se fijó, por la calle, en una chica rubia de diecisiete años, Marie-Thérèse Walter. Se enamoraron, aunque él no rompió con su esposa. A caballo entre París y una casa de campo alquilada, él la pintó en multitud de ocasiones; ella fue la musa de algunas obras maestras tan gozosas como Muchacha ante el espejo, El sueño y Desnudo en un sillón negro, en un período de intensa creatividad que alcanzó la culminación durante 1932, en el Château de Boisgeloup, en Normandía.
Entre ráfagas de color vemos a una Marie-Thérèse rubia y sensual. En 1935 nace Maya, hija de la pareja. Esta carta refleja, con tonos extáticos, el amor casi carnívoro, de puro absorbente, de Pablo por Marie-Thérèse. Los «problemas en Suiza» a los que él se refiere son, probablemente, cuestiones de negocios debidas al estallido inminente de la segunda guerra mundial.
Pero el artista ya empezaba a centrarse en su siguiente musa, Dora Maar. Marie-Thérèse estaba muy celosa de la nueva amante del artista y, cuando las dos chicas se encontraron en el estudio y pidieron al pintor que eligiera a una de las dos, este, en «uno de mis momentos más finos», dijo que lo resolvieran peleándose entre ellas. Marie-Thérèse siguió viviendo en París. Nueve años después de la muerte del artista, en 1973, se quitó la vida.
Mi amor:
Acabo de recibir tu carta. Yo te he escrito varias que ya habrás recibido. Te quiero más cada día. Lo eres todo para mí. Lo sacrificaré todo por ti, por tu amor imperecedero. Te quiero. Nunca podría olvidarte, amor mío, y si soy infeliz es porque no puedo estar contigo como me habría gustado. Amor mío, amor mío, amor mío, pero yo quiero que seas feliz y pienses solo en ser feliz. Lo daría todo por eso. Estoy teniendo algunos problemas en Suiza; pero nada de esto tiene importancia. Allá me envíen a mí todas las lágrimas si con eso impido que tú derrames una. Te quiero. Besa a Maya, nuestra hija; yo te mando mil veces mil abrazos.
Tuyo,
Picasso
John Keats a Fanny Brawne, 13 de octubre de 1819
He aquí la celebración última de una pasión devoradora, un romanticismo funesto. John Keats, nacido en 1795, estuvo maldito por la mala salud, la pobreza y una desesperación digna de su soberbia poesía romántica. Su madre había perecido cuando él contaba catorce años, por tuberculosis, y él se sentía rodeado sin escape por la muerte.
En 1818 conoce a Fanny Brawne, el amor de su vida; pero es demasiado pobre para poder desposarse y el amor de la pareja no llega a consumarse nunca. La obsesión agónica por Fanny, el amor y la muerte que inspiró poemas como «The Eve of St. Agnes» y «La Belle Dame sans Merci» también se expresa en esta carta a su amada. Poco después, Keats descubrió que él también adolecía de tuberculosis y se mudó a Roma con la esperanza de mejorar, pero falleció en la capital italiana cuando tenía tan solo veintiséis años.
Fanny Brawne guardó duelo durante seis años en los que compartió la devoción con la hermana del poeta, tocaya suya. A la postre se casó con cierto Louis Lindon, hijo de un comerciante judío, con el que engendró una familia. Poco antes de morir, en 1865, reveló a sus hijos su relación con Keats y les entregó las cartas de este, que «algún día se considerarán de valor». Los hijos las dieron a la imprenta, tras lo cual muchos acusaron a Fanny de ser indigna del poeta. La publicación, mucho más tarde, de las cartas de la amada a la hermana demostró sin embargo hasta qué punto ella había apreciado el exquisito arte de Keats.
25 College Street, Westminster
Mi querida niña:
En este momento me he impuesto copiar cierto número de versos. No puedo avanzar con ninguna satisfacción. Debo escribirte una línea o dos para ver si eso me ayuda a apartarte de mi cabeza aunque sea por tan breve tiempo. Por mi alma que no puedo pensar en nada más. Ha pasado el tiempo en el que tenía la capacidad de aconsejarte y advertirte en contra de la poco prometedora mañana de mi vida. El amor me ha hecho egoísta. No puedo existir sin ti; olvido todo lo que no sea pensar en verte otra vez; mi vida parece acabarse ahí; no veo más allá. Me has absorbido. En el momento actual tengo la sensación de estar disolviéndome; sin la esperanza de verte pronto, mi tristeza sería exquisita. El hallarme lejos de ti debería asustarme. Mi dulce Fanny, ¿tu corazón no cambiará nunca? ¿Cambiará, amor mío? Ahora no hay límite para mi amor. Tu nota me acaba de llegar. Aun lejos de ti, no puedo estar más feliz. Es más rica que una cornucopia de perlas. No me amenaces, ni siquiera en broma. Me ha impresionado que un hombre pueda morir como mártir por la religión; me ha dado escalofríos. El Amor es mi religión; podría morir por eso; podría morir por ti. Mi Credo es Amor y tú eres su único principio. Me has embelesado con un poder al que no puedo resistirme, pese a que podía resistirme a él hasta que te vi; desde que te vi he procurado con frecuencia «razonar contra las razones de mi amor». Ya no puedo hacerlo más; el dolor sería excesivo; mi amor es egoísta. Sin ti no puedo respirar.
Tuyo para siempre,
John Keats
T. S. Eliot a George Orwell, 13 de julio de 1944
Todo escritor teme la nota de rechazo de un editor. Aquí el responsable editorial de Faber and Faber, que no es otro que T. S. Eliot —más famoso como el poeta de La tierra baldía—, rechaza pomposamente el último libro del periodista, ensayista y novelista George Orwell. En aquel momento, Orwell era conocido sobre todo por haber combatido en la guerra civil española —y haber dedicado a esta experiencia un reportaje brillante: Homenaje a Cataluña—, así como por libros relacionados con su vivencia personal de la pobreza, como El camino de Wigan Pier. Pero ahora está haciendo algo peligroso para todo escritor: cambia de género. En su obra más reciente ha utilizado la metáfora de una granja para mostrar cómo la Rusia soviética —o cualquier tiranía similar— se convierte en un Estado terrorista y asesino. Representa un ataque evidente contra el estalinismo en un momento en que la Rusia de Stalin era un aliado en la guerra contra Hitler; Orwell sentía más simpatía por Trotski, el rival de Stalin. Aquí es donde abunda Eliot, pasando por alto el mensaje más general de la novela.Rebelión en la granja, como otra novela posterior, 1984, son obras maestras de observación y denuncia de las realidades de la política moderna que hoy llamamos «orwellianas» y no han perdido nada de relevancia en el siglo XXI. El rechazo condescendiente de Eliot debe figurar como uno de los errores más sonrojantes de la historia editorial.
Querido Orwell:
Sé que deseaba una respuesta rápida sobre Rebelión en la granja; pero lo mínimo es recabar la opinión de dos directores, lo que no resulta factible en menos de una semana. Por la importancia de la velocidad, aun así, debería haber pedido al presidente que lo mirara también. Pero el otro director está de acuerdo conmigo en lo esencial. Los dos creemos que la escritura es de calidad, que la fábula se maneja con mucha pericia y que el relato mantiene el interés en su propio plano; y esto es algo que muy pocos autores han conseguido desde Gulliver.
Por otro lado, no tenemos la convicción (y estoy seguro de que con los demás directores habría pasado lo mismo) de que este sea el punto de vista correcto desde el que criticar la situación política del momento presente. Ciertamente el deber de toda casa editorial que aspire a más intereses y motivos que la mera prosperidad comercial es publicar libros que vayan contra la corriente de la actualidad; pero en todo caso esto exige que al menos un miembro de la empresa tenga la convicción de que tal cosa es lo que conviene afirmar en el momento. No alcanzo a ver razones de prudencia o cautela que pudieran impedir a nadie publicar este libro; a condición, no obstante, de que creyera en lo que defiende.
Bien, creo que mi propia insatisfacción con este apólogo es que su efecto se limita a la negación. Debería excitar alguna simpatía con lo que el autor desea, además de simpatía con sus objeciones para con algo; y el punto de vista positivo, que en general entiendo que es trostkista, no es convincente. Creo que se ha dividido el voto sin lograr compensación: la adhesión más poderosa de alguno de los bandos; esto es, los que critican las tendencias rusas desde el punto de vista de un comunismo más puro y los que, desde una perspectiva muy distinta, están alarmados por el futuro de las naciones pequeñas. A fin de cuentas, vuestros cerdos son mucho más inteligentes que los otros animales y, por lo tanto, los mejor cualificados para dirigir la granja; de hecho, sin ellos no habría podido existir siquiera ninguna «granja animal» como la del título; en consecuencia, lo que se habría necesitado (podría alegarse) no era más comunismo sino unos cerdos de ánimo más público.
Lo lamento mucho, porque quien sea que publique esto, naturalmente, tendrá la oportunidad de publicar vuestra obra futura; y la tengo en buena consideración por ser una escritura de calidad y de una integridad fundamental.
La señorita Sheldon os enviará el manuscrito, en sobre aparte.
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Autor: Simon Sebag Montefiore. Traductor: Gonzalo García. Título: Escrito en la historia. Cartas que cambiaron el mundo. Editorial: Crítica. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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