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Escritores vendidos, críticos impolutos

Escritores vendidos, críticos impolutos

Leo en Babelia una reseña muy severa sobre mi última novela, La seducción, escrita por Francisco Solano. Lo que me parece muy interesante en dicha reseña, por lo demás breve, es que dedica casi un tercio a consideraciones generales sobre la pérdida de prestigio de la crítica y sobre cómo esta pérdida da todo el poder al mercado. Como consecuencia, muchos autores nos limitamos a ofrecer productos de dudoso valor con el que satisfacer las exigencias comerciales.

Aparte de que me ofenda este juicio de intenciones, pues creo que he demostrado durante muchos años que arriesgo una y otra vez mi posición en el mercado saltando de un género a otro, experimentando, buscando nuevas formas de expresión y de acercamiento a la realidad, me parecen dignas de atención sus implicaciones y lo que suponen sobre el papel del crítico en la sociedad.

Que los críticos tienen razones sobradas para sentirse relegados es obvio, también para estar heridos en esa vanidad que comparten con los escritores: su trabajo está cada vez peor pagado (incluso hay periódicos que han dejado de pagar las reseñas), el espacio del que disponen para ejercer su labor se reduce progresivamente, su autoridad ha sido minada por un mercado que no busca la calidad sino la cantidad, y además tienen que enfrentarse a la competencia de blogs literarios más o menos profesionales, a veces más leídos que los suplementos culturales. Me doy cuenta, en resumen, de que los críticos tienen muchos motivos para quejarse.

"Siempre ha habido malos escritores y malas obras, independientemente del prestigio de la crítica. De la misma manera que siempre ha habido malos críticos."

Y sin embargo, considero muy discutibles las conclusiones de Solano. Viene a afirmar que, sin la vigilancia de la crítica, los autores aprovechamos nuestra libertad para publicar productos poco profundos o exigentes con los que alcanzar el éxito. Con esta afirmación parece asumir que, mientras el escritor está sometido al mercado, el crítico no lo está. El escritor se prostituye para obtener notoriedad, mientras el crítico vigila desde un olimpo ajeno a las menudencias del mundo. Pero lo cierto es que la labor del crítico se desarrolla en un mercado que abarca tanto a la literatura como la prensa. Decía Solano que el autor se aprovecha de su prestigio para entregar obras de poco valor, pero no hay razón para suponer al crítico mayor rectitud moral; ¿no cede nunca a las presiones de editores, de sus propios jefes para tratar bien a ciertos autores —que quizá publican en editoriales del mismo grupo al que pertenece el periódico en el que escribe el crítico—? ¿No puede también caer en la tentación de  concentrarse en la obra de autores de relumbrón, con la esperanza de que el poder mediático del autor sea una plataforma para su obra crítica y obtener beneficios de ello? Ni la literatura ni la crítica son inmunes a la vanidad, al arribismo, al deseo de destacar… o al mercado.


Por otro lado, suponer que los escritores caemos en la banalidad si la crítica no nos vigila es una conclusión tan insultante como poco fundada. Siempre ha habido malos escritores y malas obras, independientemente del prestigio de la crítica. De la misma manera que siempre ha habido malos críticos. Es curioso que se suponga al crítico ecuanimidad y un trabajo honesto y objetivo, mientras se sospecha de los fines de los escritores. Esa superioridad moral requeriría al menos una justificación más detallada.

En alguna entrevista he afirmado que las reseñas literarias son útiles para los lectores, no para los autores. No responde esta opinión a que desprecie la labor del crítico sino a que el espacio que éste tiene para analizar una obra es, en general, tan exiguo, que raramente puede decir algo significativo sobre ella; el análisis es por necesidad somero, pues con una breve descripción y un par de juicios, necesarios para orientar al lector, apenas suele quedar sitio para más.

"Emitir desde un pedestal juicios de intenciones no es útil para la literatura ni para el lector. Y quizá esa frecuente ligereza en el juicio de algunos críticos sea también causa del desprestigio de la crítica."

Pero lo más determinante es que no hay un espacio para la discusión entre crítico y autor. Críticos y escritores monologamos, no dialogamos. Nuestros discursos transcurren en paralelo. Es poco probable que Solano y yo nos encontremos para intercambiar opiniones y exponer nuestros desacuerdos. Yo publico lo mío, él lo comenta como le parece, y ahí acaba todo. Que yo responda aquí  a una reseña es del todo excepcional. ¿Cómo podríamos de verdad aprender algo sobre el trabajo del otro si no hay una discusión? Ni él podrá reconsiderar su visión de mi obra, ni yo, salvo que acepte ciegamente su autoridad, podré extraer mucho beneficio para mi trabajo.

El destinatario natural de la reseña es, entonces, el lector, y es aquí donde se centra mi crítica al crítico. Éste debe opinar y valorar, es su trabajo, y, aunque nos duela a los autores, esta opinión será a veces negativa. Pero en la relación entre autores y críticos se da una asimetría significativa: los críticos tienen un poder sobre la recepción y aceptación de nuestra obra (sí, disminuido, tambaleante, pero está ahí) que nosotros, salvo contadísimas y sonadas excepciones, no tenemos sobre la suya. Y todo reparto desigual del poder debe ir acompañado de una responsabilidad mayor por parte del más poderoso. Por eso sería de esperar que el crítico haga uso de sus conocimientos para juzgar una obra de manera responsable, sin meterse en el complejo terreno de las descalificaciones morales hacia el autor. Emitir desde un pedestal juicios de intenciones no es útil para la literatura ni para el lector. Y quizá esa frecuente ligereza en el juicio de algunos críticos sea también causa del desprestigio de la crítica que tanto lamentamos.

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