“Él, al monte, lo había amado; también había leído novelas y había soñado desde la ciudad, como sus hermanos, con huir al monte cualquier día y con olvidarlo todo de las calles, de las ciudades, hablar con las rocas, las lechuzas, los zorros, los árboles”. En estas frases iniciales de uno de los capítulos de este libro está encerrada la esencia del mismo: una apuesta por relatar lo rural reparando no solo en lo inerte, o en lo vivo no humano, sino también, y mucho, en lo humano, y en lo que lo humano ha creado: las palabras, las voces, las historias que, después de todo, también conforman eso que ahora se ha dado en llamar la España Vacía. Su autor ha tenido que esperar para hacerlo. Más de diez años, según se nos cuenta en los paratextos, o, al menos, hasta después del momento en que se quedó completamente solo, “cuando ninguno de los que estuvimos o de los que estamos contigo ahora te podamos acompañar ni estemos ya para susurrarte al oído”, según le conmina una voz en una de las partes del libro.
Y esa espera se nota en el libro, en el que cada palabra, frase o escena parece sopesada con una paciencia si no de siglos al menos de décadas (aunque seguramente de siglos). Destaca esa espera, ese poso de decenios en cada una de las historias que se cuentan, y también una enorme capacidad para escuchar después de un largo y sigiloso aprendizaje, en acatamiento de lo que le encarga al autor otra de las voces del libro: “Ponte a escuchar, de ese monte, su gemido, como lo he escuchado yo tantas veces. El monte gime, la tierra hay veces que suelta unos ladridos de espanto. Hay que aguzar el oído”. A menudo la llamada «escritura de naturaleza» lo que nos ofrece es un relato epidérmico, apresurado, que dice más del vacío interior de quien lo compone que de la supuesta imperturbabilidad de lo observado. Nada de ello se va a encontrar el lector aquí sino, antes al contrario, una hondura decantada gracias a una comprensión del mundo de los montes que va más allá de lo puramente antropológico. Aquí el monte es metafísico, totalizador y comprehensivo. Porque, como advierte el guarda de Valonsadero, “el monte es como la vida […]. Por aquí viene gente, entra al monte y sale del monte […]. Y así, igual las personas entran y salen de la vida”.
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Autor: Enrique Andrés Ruiz. Título: Los montes antiguos. Editorial: Periférica. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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