Si lo que cuenta Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) en Tarántula (Libros del Asteroide, 2024) es verdad, aunque esa verdad pertenezca a una verdad desgajada de la autoficción, a mí me ha convencido: en España deberíamos aprender de los campamentos que los judíos montan en Guatemala con el fin de que sus hijos conozcan el dolor que soportaron sus abuelos en los campos de concentración nazis. Es decir, si tu padre, durante la Guerra Civil, tuvo que soportar los desmanes de, pongamos por caso, el bando republicano, tu hijo debería experimentar en un campamento diseñado para tal fin los abusos que cometieron los republicanos. Y viceversa, claro. Si tu madre tuvo que soportar los desmanes del bando sublevado, tu hija debería sufrir en un campamento de verano diseñado para tal fin, casi los mismos desmanes, y hacer, carne de su carne, tanto el sufrimiento y el dolor en su cuerpo como la pesantez psicológica que soportaron sus ancestros décadas ha.
Tarántula se arma sobre esta premisa, que es una premisa muy del talión, por cierto. Si tu abuelo tuvo que sufrir a los nazis en un campo de concentración los protagonistas de la novela, el narrador más bien, es decir, casi Eduardo Halfon, tuvo que probar en qué consistió dicho sufrimiento. Para ello, el autor construye, como él mismo dice, una especie de historia zepelín. La definición de historia zepelín pertenece a Lezama Lima, que era un tipo que reivindicaba este tipo de historias, y que sencillamente consistían en que había historias que se miran como se mira un zepelín. Tarántula es una historia imbricada en la vida de dos adolescentes, dos hermanos, uno llamado Eduardo Halfon, que son enviados por sus padres, judíos convencidos, a un campamento llamado majané con el fin de que sus hijos experimentasen en sus cuerpos y en sus conciencias lo que supuso vivir, y morir, en un campo de concentración. Tarátula va, en realidad, de «hijo, si quieres a papá y al abuelo, tienes que conocer y enterarte de lo que sufrimos en un campo de concentración». Si el chico tiene dudas y no tiene ganas, el padre le espetará sin remilgos: «Usted irá, y punto».
La novela no pasaría de ser una simpleza si el esfuerzo memorístico del narrador se hubiese quedado en contar las experiencias campamentarias de un chico de trece años con sus compañeros, alguna compañera y una monitora que se bañaba desnuda a la luz de la luna, como sucedía en los más dulces pasajes bíblicos; aunque nos cueste creer ahora que así sucediera en un campo de concentración de verdad, y no de mentira, como era el campamento majané. Tarántula no es una simpleza porque el campamento, entre otras razones, estaba diseñado para fomentar entre los participantes sentirse muy judíos entre los judíos.
Hay un punto de fuga constante en la novela y es el protagonista que encarna al vigilante que hace de nazi sádico, deleznable y cruel, Samuel Blum, que es el que tensa nuestra imaginación con los sometimientos físicos con los que hizo sufrir, y así emular a sus ancestros, a algunos de los participantes del campamento. Es cruel, aunque experto en supervivencia. Su psicología nos perturba, tanto en el pasado como en el presente narrativo. Casi aterra. Ahora vive en Berlín.
Hacia la mitad, Tarántula despega y deslumbra, en cierto modo, por su estructura narrativa que, desde mi punto de vista, está muy bien dotada y construida. Saltos temporales hacia adelante, hacia el Eduardo Halfon escritor de hoy y europeo y su recuerdo de Regina, que fue protagonista en el campamento y que ahora, en Berlín, es una mujer madura y abogada; suculentas prolepsis, en definitiva, y constantes analepsis, regresos al pasado que rememoran y traen al presente de la narración los acontecimientos, actitudes y reflexiones que experimentaron los protagonistas en el campamento. Porque todo empieza en una in media res. Tarántula es una construcción genial, bien dotada y muy bien articulada que nos provoca perplejidad y reflexión, sobre todo reflexión en torno a la cuestión de ese odio ancestral y sempiterno hacia los judíos, en torno a los pogromos que sufrieron y sufren hoy los judíos porque los judíos «son nuestra desgracia» y porque como diría Himmler, ¿por qué dijo esto Himmler?: «deshacerse de los judíos era exactamente lo mismo que deshacerse de los piojos» así que, desde hoy, «se prohíbe la entrada a perros y judíos».
Tarántula es una reivindicación: «El dolor no se siente si solo lees sobre él». Además, nos invita a reflexionar con los protagonistas Eduardo, Regina y Samuel para dilucidar, calibrar más bien, cuál es el grado de empatía hacia las cuestiones del jaleo judío. Y quiere vapulear, cómo no, durante un rato nuestra conciencia. ¿Qué actitud tomamos hacia lo que supone ser judío? Los protagonistas, como nosotros, tienen sus argumentos, y aunque se expresen como lo hace Samuel Blum, yo les entiendo, y cómo no, les respeto: «Los niños deben conocer el dolor de sus padres (…). Porque los nietos deben conocer el dolor de sus abuelos. Porque esos hijos de puta, dijo mirando y casi gritándoles a los dos alemanes que se tomaban su sopa de camarones y leche de coco, nos mataron a seis millones».
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Autor: Eduardo Halfon. Título: Tarántula. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todostuslibros
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