Una tarde aburrida, un hombre solo, calor, nada interesante en la televisión, un libro sobre la mesa… Estira el brazo para alcanzar el libro, lo hojea con cierta aprensión y a punto está de devolverlo a su sitio, pero se resigna a que es la mejor opción para no morir de tedio en esa jornada estival. En el fondo, reconoce, le pica la curiosidad y piensa que incluso puede ser divertido. Es un libro de lo que llaman RA, Romántica Adulta, de esos que su chica devora en pocos días y que ha sido uno de los best sellers del año. Algo tendrá.
Suspira, lo abre y comienza a leer.
La aventura lectora es rápida, intensa, no puede dejarlo, está completamente enganchado al texto. Ha descubierto un mundo nuevo, inesperado, que sabe que no ha hecho más que empezar. No entiende qué es lo que le atrae, porque algo en su interior protesta por la simpleza del texto, por lo predecible de la historia. Eso no es literatura, se dice, pero no puede parar de leer. Reconoce, no sin cierto apuro, que se ha puesto brutote más de una vez, una agradable sensación que lo ha transportado a los veinte años, a tardes viendo pelis guarras con los amigos comiendo marranadas entre risas y calentones. Nunca intuyó hasta dónde puede llegar la imaginación y el descaro de una escritora. Mira las mosquitas muertas…
Esto que cuento no es una ficción, es un hecho real del que tuve conocimiento hace poco, durante la I Feria Nacional de Novela Romántica que se celebró en el entorno sensual y acogedor de las Villas de Benicassim. Yo estaba invitada como ponente, aunque no es el género que escribo, imagino que porque el amor, los celos, el erotismo, el adulterio o cualquier tipo de relación de pareja aparece en casi todas las novelas, sean del género que sean, incluidas las mías y desde fuera podía aportar un punto de vista diferente al debate.
Durante las tertulias y charlas me vino a la mente la novela La mujer y el pelele (Pierre Louÿs, 1895) en la que Buñuel se inspiró para la película que da nombre a este escrito. Hablamos de arquetipos, de la femme fatale, de los Casanova, del desvalido, del mito del hombre rebelde que cambia por amor a la protagonista… También de la desmitificación y de la adaptación al tiempo y mentalidad actual de estos arquetipos. Pero, en definitiva, hablamos de situaciones y modelos que se repiten en la literatura universal de cualquier género. Incluso autores como Ken Follett o Santiago Posteguillo han evolucionado en sus obras dibujando papeles femeninos más potentes y creando tramas amorosas como parte importante de la historia. No hay más que leer sus primeras obras y compararlas con las últimas. La mujer aparece siempre como ese oscuro objeto de deseo que desencadena todo tipo de conflictos.
El auditorio era mayoritariamente femenino, aunque algunos valientes sin complejos se habían animado a unirse a la tertulia y yo pensé que en unos años, tal vez si los complejos se aparcan, el número de participantes por sexo se iría acercando. Desde luego nuestro anónimo lector se ha transformado en un devoto de esta literatura, aunque solo lo reconoce ante los amigos de confianza y tan avergonzado como quien confiesa que a sus cuarenta y tantos sigue mojando la cama.
Otro de los asistentes a la Feria terminó de desmontarme el único pero que le ponía yo al previsible triunfo del género entre los hombres: el reflejo del sexo narrado desde el punto de vista femenino, dado que estas novelas están en su mayoría escritas por mujeres. Según me confesó este buen amigo, la posibilidad de ver y entender el sexo desde el punto de vista femenino, verlas disfrutar, pedir, llorar, ofrecer y lanzarse a todo tipo de relaciones sin tapujos, sin concesiones ni convencionalismos, sin mojigaterías, «tenía su puntito». A más de uno le sacará los colores, afirmó sin dudarlo.
No me sorprendió. Me precio de leer de todo, desde Histórica a Ciencia Ficción pasando por los Clásicos, novela Negra o Contemporánea, pero precisamente Romántica ―y Terror/Zombis para no faltar a la verdad― es un género que hasta hace un par de años no había leído ―a Jane Austen y las hermanas Brontë no me resigno a incluirlas en este género―. ¿Prejuicios? ¿Prioridades? Un poco de todo. Me estrené por curiosidad morbosa y envidia patética ante las cifras de ventas de muchas de las obras incluidas bajo ese paraguas y, si algo me quedó claro al acabar los libros agraciados para realizar ese pequeño estudio de mercado, es que cuando los hombres descubrieran el género lo iban a devorar ―aunque podría apostar que sin reconocerlo abiertamente―. ¿Por qué? Porque desde siempre los mayores consumidores de material erótico y pornográfico han sido los hombres, y muchas de estas obras ―no todas―, incluso cuando se etiquetan como romántica a secas, tienen una carga sexual explícita, unos planos cortos, primerísimos y repetidos, que si en el cine las reprodujeran de forma fiel no habría equis bastantes en la cartelera para catalogarlas. La pornografía masculina ha sido siempre muy directa, muy visual, sin envoltorio ni distracciones respecto al objetivo principal, mientras que el, digamos, erotismo de las novelas más heavy del género ―no se me vayan a enfadar― tiene su desarrollo y su historia detrás, aunque terminen por ser igual de explícitas que una página central de la revista Lib.
Tras leerlas comprendí el fenómeno de masas de inmediato: estas novelas tienen todos los ingredientes para atrapar al lector, hacen fluir la adrenalina, los sueños, las hormonas se revolucionan y te sacan de la rutina y los problemas. Como en muchos otros libros de otros géneros, me dirán, pero la diferencia es que aquí se remueven los instintos más primarios y eso tiene mucha fuerza. El grado de atracción dependerá de lo impresionable que sea el lector, de su tolerancia a estos estímulos o incluso de lo que le afecte la redacción del texto ―en alguna de las que leí, bien porque el original ya tenía sus carencias bien por la traducción, la redacción me chirriaba hasta la desesperación―; pero me ha quedado claro que muchos de los que las miran de reojo se llevarán una sorpresa de alto voltaje si se atreven con alguna de ella y dejan de ser tinta invisible para el sexo masculino.
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