Portada: Vincent Giarrano.
Así, en ese tono. Por lo general de forma despectiva. Y lo más triste de todo es que tienen parte de razón los que sueltan pestes de la nueva generación de escritores y escritoras que se está formando en las redes sociales. Mientras tomamos el café de la mañana y deslizamos el dedo por la pantalla de nuestro teléfono, estamos obligados a ver la portada de un libro diferente cada tres publicaciones. Fotografías de firmas o presentaciones con un vacío latente, camuflado con una perspectiva desde detrás de las orejas del escaso público para generar sensación de muchedumbre. Capturas de pantallas triunfales del número uno, del libro más vendido de Amazon en la sección Thrillers románticos ambientados en Saturno con violencia entre crustáceos y protagonistas asexuales. Éxito, popularidad, buenas críticas por todos lados. Las redes sociales se han convertido en el traje de los domingos del siglo XXI, aunque tengamos los bolsillos remendados y los calcetines con tomates. Luego nos toca escuchar eso de: Es que hoy día hay más escritores que lectores. O afirmaciones del tipo: Ahora salen los escritores hasta de debajo de las piedras. Todo ello acompañado de un chasquido de lengua, o un leve reniego con la cabeza, como para dejar claro que este tipo de autores es irremediablemente inferior a cualquier otro de tiempos pasados. Y sí. Es cierto. Sería una hipocresía negar que existe una sensación generalizada de que el número de literatos está aumentando de manera exponencial con el auge de las redes sociales y las plataformas de autopublicación. Esto devalúa el oficio del escritor. Le resta pericia. Parece que escribir un libro está al alcance de cualquiera que sea capaz de poner una m delante de una b.
Pero.
Quizá este boom por la escritura también tenga aspectos positivos. Vamos a intentar que la botella siempre esté medio llena. Porque a fin de cuentas, que el libro, en su formato físico, sea visible y esté continuamente presente en las redes sociales nos beneficia a todos. Deberíamos de celebrar que la lectura siga ahí, paseando de manera natural entre las publicaciones de la cena del sábado noche, la serie de Netflix que recomienda la vecina o el vídeo de la partida ganada de Fortnite del sobrino. No podemos caer en el error de vetar o ignorar el trabajo de muchos escritores en la promoción de su última novela porque, aunque sea de manera egoísta en la mayoría de los casos, también está promoviendo el hábito de la lectura entre el público joven. Más que necesario, por cierto. Y lo más probable es que, este escritor que da tanto la lata en Facebook, lo haga con la misma ilusión con la que antes nos echábamos los ejemplares de nuestro libro de relatos a la mochila y nos colábamos en la feria del libro del pueblo del al lado, sin haber sido invitados. Solo que ya no es necesario coger el coche y pegarse cuatro horas detrás de una mesa bajo el sol. Ahora podemos llegar a miles de personas con el teléfono que llevamos en el bolsillo del pantalón; las redes sociales se han convertido en una herramienta formidable para mostrar nuestro trabajo al mundo.
Solo hay que ver cómo las propias editoriales invierten cada vez más tiempo en cuidar su imagen digital. Ahora contratan a community managers y pagan colaboraciones de influencers para que suban un vídeo a YouTube o publiquen en Instagram la portada de la última novedad que se tiene que vender en librerías. Durante el confinamiento, hemos visto crecer el interés por los directos de algunas redes y los propios libreros lo han utilizado para charlar con los autores de las últimas novedades. Peridis hizo este año una presentación virtual del Premio Primavera a través de Instagram y reunió a más espectadores de los que caben en cualquier salón de actos convencional. Con las librerías cerradas por el estado de alarma, los escritores activos en las redes han sido los que más han vendido a través de las tiendas online. Twitter, Facebook o Instagram se han convertido en el mejor escaparate para escritores y editoriales en los tiempos que corren. Además de ser una herramienta económica, ofrece una cercanía entre autor y lector nunca antes conocida en la industria editorial. Ahora no hace falta ni que salgamos de casa para escuchar y hacer preguntas a nuestro escritor preferido y este formato puede llegar a tener un alcance de miles de lectores potenciales.
No tiene que ser siempre para mejor, pero los tiempos cambian. Evolucionan. Antes todo esto era campo y ahora son stories, tweets y publicaciones de TikTok. Ciertos novelistas de renombre y con décadas de experiencia en el sector se ven ahora obligados a renovarse y actualizarse. Lo cómodo es no salirse de la zona de confort y la primera reacción es la protesta, el menosprecio por todo aquel que se deja arrastrar por la ola digital. Que yo soy escritor, mi trabajo es escribir, y no hacerme selfies con el portátil y el mar de fondo. Y estoy totalmente de acuerdo con esta filosofía. Quede claro. Yo también pienso que el trabajo del juntaletras debería terminar con el punto y final de su manuscrito, eso dignifica y ensalza el oficio. Lo acota y lo hace sólido. Pero lamentablemente, desde hace ya varios años, esto no funciona así. A mí también me habría gustado ser parte de esa época dorada en la que se vendían ejemplares por miles sin necesidad de que el escritor moviese un solo dedo en la promoción de su novela. Si acaso una firma aquí y otra allá con noche de hotel y viaje pagados, pero no una hipoteca de por vida con las notificaciones constantes de las redes sociales. De aquí en adelante el escritor debe saber escribir bien y vender mejor. Almudena Grandes, en una entrevista para Al rojo vivo el pasado 23 de abril: Me está cambiando el oficio: aparte de escribir libros produzco mi propia promoción. Ahora es el autor el que vende su obra y no creo que haya nada de despreciable en esto. Todo lo contrario. Las responsabilidades y los quebraderos de cabeza han aumentado para el autor o autora de una novela, a pesar de que los contratos editoriales sean los mismos o peores que hace veinte años.
¿Cuál es el problema? El error humano, como siempre. La mayor enfermedad que atraviesa la literatura en la actualidad son los escritores noveles equivocados en el concepto, los que no respetan las letras y piensan que lo importante es conseguir likes y seguidores, más que mejorar su narrativa y perfeccionar su propio estilo. El que cree que primero van las redes, la imagen personal, y luego el libro. Personas que se autodenominan escritor o escritora en la biografía de su cuenta de Facebook como pretexto para fardar, sorprender, hacerse el interesante o incluso ligar. Señal inequívoca de lo poco que conocen el oficio.
Si usted se apellida Rowling, Follett o King, puede tomarse el lujo de olvidarse de la promoción y hacer oídos sordos a este artículo. Pero si es un escritor de a pie y tiene la ilusión o la necesidad de que sus novelas lleguen al máximo de lectores posibles, actualice sus redes sociales y utilícelas de manera inteligente. No les dé la espalda. No se deje arrastrar por esa corriente llena de prejuicios que defiende que todo lo que hay en las redes está mal. Trabaje, hágase visible e innove. Sería una tontería ignorar uno de los mecanismos que mejor está funcionando hoy día para darle visibilidad a su trabajo. Pero por favor, recuerde que su cuenta de Instagram es un instrumento de difusión y que no le va a convertir en mejor o peor escritor, que la narrativa poco tiene que ver con el número de likes, retweets o followers. Nunca olvide que nuestro principal objetivo debe ser escribir buenas historias e intentar hacerlo cada vez mejor.
Honrar el oficio.
Como lo han hecho los escritores tradicionales y de todas las épocas conocidas.
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