Me disculparán que esta entrada no vaya (por una vez) sobre un juego carpetovetónico y museístico, semiolvidado y anecdótico. Esta vez va de pataleta, que a mis cincuenta y demasiados también tengo derecho a agitar el bastón. Y es que, Spielberg… tú antes molabas.
Les pongo en antecedentes: Hace unas semanas se estrenó en los cines Ready Player One, del susodicho “Rey Midas” de Hollywood. Para los que no la hayan visto (porque el tema no les interese o simplemente porque prefieren ver los estrenos en casa, en su canal de pago) su protagonista, un adolescente llamado Wade Watts, vive en el año 2045, en un futuro distópico que cada vez tiene más números de convertirse en nuestro destino (megacrisis económica a nivel mundial, práctica extinción de los combustibles fósiles, con sistemas alternativos de creación de energía insuficientes y desestructuración de la sociedad en general. ¿Se imaginan el cuadro?). Para huir de una realidad tan asquerosa y sombría, nuestro WW hace lo que cualquier hikikomori japonés de hoy en día que se precie: se aísla del mundo real para sumergirse en juegos de realidad virtual. En concreto, a un jueguecillo MMORPG (“massively multiplayer online role-playing game”, es decir, “videojuego de rol multijugador masivo en línea”. Un día tengo que hablar de ellos, de su nacimiento y evolución…). Bueno, hasta aquí fetén. El zagal es muy bueno en eso de jugar online, en especial con un jueguecillo tipo fenómeno mundial y tal y Pascual llamado Oasis. La cosa se complica cuando su creador (excéntrico y multimilonario como todos los diseñadores de juegos, claro, claro) pues… que se muere y decide dar TODA su fortuna al que resuelva un enigma por pistas que ha metido dentro del juego. Pero claro, si hablamos de pasta (y de MUCHA, además) el tema, de juego, pasa a ser poco, y de interés, bastante más, Andrés. Unos tipos tienen la genial idea de ir eliminando (físicamente, es decir, convertirlos en parte del paisaje en forma de abono) a los jugadores que destaquen para llevarse ellos el jugoso premio. Y de esto va la peli…
Basada, a su vez, en la novela homónima de Ernest Cline, publicada en el año 2011. (está editada en castellano por Ediciones B, y gracias al reciente estreno de la película es bastante encontrable, por si les entra curiosidad por leerla). Con la excusa de que el multimillonario creador era un gran fan de la década de 1980 y de la cultura popular de la época, el juego (y por extensión la novela, y cómo no, la película) es un auténtico homenaje a todos los iconos ochenteros. Pero (y aquí viene mi “pero”) los que hemos leído la novela y visto la película echamos algo en falta: uno de los misterios a resolver está dedicado al rol (en concreto, al Dungeons and Dragons). Y el señor Spielberg, o alguien de la productora, decidió echar mano de la tijera y suprimir esa parte. La única referencia que ha dejado es una fugaz visión de la caja roja del juego, con portada de Elmore.
Y claro, rolero que es uno, al fijarse en eso se me disparan las alarmas y me siento embargado de justa y santa cólera (como decían los curas hartosopas del siglo XIX). Si habláramos de otro director, pues mira. Quizá lo aceptaría con resignación. ¡Pero hablamos del director de ET! ¡El que se atrevió a poner a un grupo de adolescentes jugando a rol a los cinco minutos de empezar la película! ¡Y en el año 1982!
Y es que mal que les pese, los roleros ya somos mainstream. Gary Gigax colocó sobre la mesa el dragón para que los jugadores se enfrentaran a él con las reglas de combate creadas por Dave Arneson en 1970. Dungeons and Dragons primerísima edición salió en 1973. ¡Hace cuarenta y cinco años! En los USA ya hay tres generaciones de jugadores (abuelos, padres y nietos). Aquí en España, comercializados a mediados/finales de los años 80, tenemos ya dos. Por mucho que se rían de nuestra afición, por mucho que nos desprecien y nos ninguneen, por muy frikis que nos llamen, estamos aquí. Y vinimos para quedarnos. Los adolescentes que jugaban a esto del rol hace treinta años son ahora profesionales de sus diferentes campos: Abogados, médicos, profesores, químicos. Algunos siguen jugando al rol, otros lo han dejado como una afición de juventud, y otros han tomado el relevo. El rol es un icono cultural, pese a quien pese y caiga quien caiga. ¿Por qué ese desprecio, a muchos ratos teñido de miedo? ¿Por qué nos siguen mirando con recelo? ¿Por qué no nos miran como miembros de una comunidad con una afición más, ni mejor ni peor que otras?
Quizá porque los que juegan (o han jugado) a rol suelen leer, imaginar, pensar por sí mismos… Los que no, pues a veces no. Ni leen, ni imaginan, ni piensan.
Y ya se sabe que no hay nada más cobarde y a la vez más osado que la ignorancia…
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