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España estancada, de Carlos Sebastián

España estancada

España sigue siendo un problema y un misterio. Vuelve el tema de España a ser motivo de ensayos iluminadores porque regresa la pobreza. La depresión económica que vive España desde 2008 ha sido motivo de toda clase de especulaciones. E incluso la feliz acuñación lingüística de «vivir por encima de nuestras posibilidades» ha servido para un montón de chistes. Carlos Sebastián, catedrático de Teoría Económica, se pregunta en este brillante ensayo cuáles son las causas de nuestra ineficiencia, que recuerda los versos del poema De vita beata de Jaime Gil de Biedma: «en un viejo país ineficiente/ algo así como España entre dos guerras/ civiles…» Tal vez el ensayo de Carlos Sebastián levante, en términos históricos, el concepto de la «postineficiencia» española, porque ya la Generación del 98 declamó en  su desierto particular. En ese sentido, cabe pensar incluso que estemos ante un remake de la vieja crítica a una España retrasada. Pero los términos en que Sebastián analiza la España actual operan con las nuevas metáforas del economicismo: productividad, competitividad, economía sumergida, confianza, clientelismo, corporativismo, etc. Esas nuevas metáforas también reclaman su filosofía del lenguaje. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, la palabra competitividad desde un punto de vista moral? ¿De qué hablamos cuando hablamos del estado del bienestar? ¿Hablamos de dinero o hablamos de cultura? Repensar la ineficiencia económica es también repensar la ineficiencia histórica. Si la economía de un país se estanca, es quizá porque ese país está estética e ideológicamente enfermo.

España estancada, un país que invita al suicidio

Me ha interesado mucho la parte casuística, a mi juicio la más contundente de este ensayo, que es también su parte más narrativa; me refiero a cuando su autor despliega la crónica de los hechos de lo que podríamos llamar «el mal gobierno» español. ¿Por qué España se ha ido al albañal del retraso económico? Eso es lo que se pregunta el autor de este libro, que aspira a la objetividad y a la verdad científica, y se contesta con ejemplos que son en sí mismo casi breves cuentos literarios que pueden provocar la irritación cívica. Recuerdo cuando por ejemplo se nos pone el caso de las autopistas radiales de Madrid, que a mí siempre me ha llamado la atención verlas tan vacías: esas radiales distópicas, de trazados majestuosos, sin coches, en mitad de los desiertos mesetarios. Ahora ya sé por qué.

Carlos Sebastián dibuja en España estancada un país que invita más al suicidio que a otra cosa, un país aquejado de males políticos de toda condición. Un país kafkiano en donde quien primero incumple la ley es la Administración. La tesis fundamental es esta: la socialización de la pérdida económica, y la repartición de la ganancia entre los privilegiados. Hay partes de este libro que deberían ser leídas por todos nuestros políticos en ejercicio, especialmente las que refieren el mal funcionamiento de las administraciones públicas; un mal funcionamiento que a veces entronca con el sadismo. En este diagnóstico, a mí me parece muy preocupante la torpe política administrativa a la hora de promover la creación de empresas y a la hora de apoyar a los emprendedores. Muy interesante es la parte en que se analiza la hipótesis weberiana sobre los distintos comportamientos de las creencias religiosas en relación con la eficiencia capitalista. Pero la reina de nuestras desgracias es la corrupción, que no solo genera un delito sino que acaba expandiendo un estado de delicuescencia moral en donde, al final, todo está permitido.  La corrupción siempre es difícil de probar de manera contundente, se escapa en la ambigüedad judicial, y en procesos dilatados. La corrupción es vírica, y conlleva una forma de ver el mundo, basada en el beneficio personal y no en el beneficio colectivo, que desemboca en la depresión nacional. Es terrorismo moral. La corrupción y su hermana, el clientelismo, y su prima hermana, el tráfico de influencias, y su cuñada, el fraude fiscal, y su abuela, la justicia politizada. Lo peor de la corrupción es que ha sido tolerada como un mal menor. La corrupción ha sido, a la larga, una forma de dinamitar la democracia tan potente como el terrorismo de ETA: casi hay que decirlo así para que la clase política y dirigente española lo entienda. Pero el autor de este ensayo, que debería de ser libro de cabecera también de muchos periodistas españoles, desciende a los casos particulares y va desguazando la realidad de España con ejemplos característicos de mal gobierno. Tal vez uno de los puntos esenciales de esta ineficiencia colectiva haya que buscarlo en el análisis de la educación en España, y especialmente en la idea que expone Sebastián de que el bajo rendimiento escolar está motivado por un sistema económico y laboral basado en el clientelismo. La decepción en España comienza cuando un chico de quince años comprende que estudiando no va a ninguna parte, que más le vale acercarse a los poderosos. Cuando un chaval español de quince años llega a esa conclusión es que estamos socialmente enfermos. Y lo estamos. En el asunto de la crisis de la educación en España habría que hablar también de la obsolescencia de los currículos y de la falta de investigación educativa. Prácticamente en casi todas las asignaturas de la enseñanza secundaria se siguen explicando los mismos temarios que hace cincuenta años. Todo el mundo ve necesario investigar en medicina o en ciencia o en tecnología, y a nadie se le ocurre pensar que la educación necesita constantes actualizaciones pedagógicas. España no se gasta un duro en innovación educativa. Allí discrepo de las tesis de Sebastián: no creo que el problema de la educación en España tenga que ver con un mal funcionamiento de procesos administrativos, sino con la escasa inversión en investigación pedagógica, y en algo tan sencillo como la disminución de la ratio de alumnos por clase.

Toda la crisis económica española es, en definitiva, hija de una crisis política. Y la crisis política se basa en que quien nos gobierna lo hace desde la incompetencia y desde la creación de un mundo de privilegios, al que bien podríamos llamar «el nuevo feudalismo». Aunque este estupendo ensayo es más de carácter técnico, habría que añadir consideraciones morales sobre las prácticas ineficientes en España. No creo que se pueda explicar la ineficiencia política sin apelar al pudrimiento de la inteligencia, o más bien al odio a la inteligencia. El odio a la inteligencia en España es el odio al otro. El odio a la inteligencia es intolerancia, y esa historia ya sabemos cómo acaba.

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Título: España estancada. Por qué somos poco eficientes. Autor: Carlos Sebastián. Editorial: Galaxia Gutenberg. Páginas: 224. Edición: papel.

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