La última vez que vi a Carlos Pardo, hace más de un año, cuando aún estaba trabajando en su última novela, me preguntó si yo estaba escribiendo algo. Nos habíamos encontrado en una calle de Lavapiés. Carlos estaba agobiado porque se estaba retrasando en la entrega del manuscrito. Todavía no había decidido el título, y además tenía que cambiar el nombre a varios personajes que aparecían en el libro con su nombre real, porque ellos mismos se lo habían pedido, más bien exigido, después de haber leído el último borrador. «Son los peligros de la autoficción», le dije yo. «A la mierda la autoficción», me dijo él. «¿Estás escribiendo algo?», me preguntó ya en la plaza mientras yo sacaba la tarjeta del BiciMad para coger una bicicleta de alquiler y volver a mi casa, y sin esperar mi respuesta Carlos me dijo que si de verdad quería avanzar tenía que dejar de lado la autoficción, que ya estaba bien de hablar de mí, que ya había sido suficiente, que ahora tocaba asomarse a las vidas de los otros, que hasta el mismísimo Rodrigo Fresán había dicho que los escritores de ahora piensan que su vida es interesante por el mero hecho de ser suya, y aunque Rodrigo Fresán no fuera uno de sus autores de cabecera, dijo Carlos que tenía razón, que ya basta de contar nuestra vida, la mía en este caso, y que hay que trascender el yo, olvidarlo, ocultarlo, o al menos enmascararlo y escribir otras cosas, otras historias, historias que nos comprometan a todos. Le di las gracias por el consejo, o la advertencia, y me marché pedaleando.
Hace poco más de un mes se publicó al fin esa novela que tanto tiempo y tantos quebraderos de cabeza le costó a Carlos Pardo. Se titula Lejos de Kakania, y con ella Carlos Pardo culmina una suerte de trilogía autobiográfica que, en lo que a mí respecta, zanja definitivamente el debate sobre la dichosa, manoseada, explotada y vapuleada autoficción.
En todas las entrevistas que ha concedido Carlos Pardo tras la publicación de su tercera novela, el autor de Vida de Pablo y de El viaje a pie de Johann Sebastian ha repetido estas declaraciones: “La autoficción ha dejado de estar de moda. Y me alegro. Ahora podré escribir lo que me dé la gana”.
No es el hecho de escribir sobre uno mismo lo que puede cansar a los demás. Al fin y al cabo, los demás, escriban o no, siempre están contando su vida. Todo el mundo está contando su vida a todas horas. En los bares, en las redes sociales, en las pausas para el café. La cuestión es por qué unas vidas nos interesan y otras no, sean reales o inventadas. ¿Por qué la vida y la literatura de Lucia Berlin es para mí una lección de honestidad y belleza y un aprendizaje asombroso, mientras que la vida y la literatura de Rodrigo Fresán, sin ir más lejos, quien usa su biografía como material novelable, me provocan tanto cansancio y me dejan indiferente? ¿No hay ningún autor de los que cuentan su vida que le interese a Rodrigo Fresán? ¿Ni siquiera Lucia Berlin?
Es cierto, hay un problema de egos inflados en la literatura contemporánea. Hay una frase que se comenta entre editores, agentes literarios y libreros que señala una de las posibles causas del derrumbe del mercado literario y del cacareado fin de la novela. La frase viene a decir algo así. Es imposible que la literatura y el mercado editorial avancen porque nadie lee, nadie compra libros. Lo que hace ahora la gente, en vez de comprar libros y leerlos, es escribirlos. Todo el mundo quiere escribir libros, y en especial libros sobre su vida, pero pocos están dispuestos a leer los libros que escriben los demás sobre las suyas.
Pero, ¿es la novela de Carlos Pardo un ejemplo de esta tendencia? No, por supuesto que no. La novela de Carlos Pardo es un ejercicio de literatura honesta, brillante y verdadera, que nos compromete a todos. Es la novela de un lector que escribe. Es la novela de un escritor que lee. Es una novela cuyos orígenes podemos rastrearlos en los primeros libros de memorias escritos hace siglos (Carlos Pardo no para de citar San Agustín y a Rousseau), y su profundidad y trascendencia es llamativamente superior a cualquiera de los libros que escribe la gente con el único fin de contar su vida, esa gente de la que hablan los editores y los agentes y los libreros, esa gente de la que tanto se queja Rodrigo Fresán, y cuya mayor aspiración es trasladar al papel sus hazañas y desventuras, sus logros y fracasos, sus luchas, su desesperación. Su agonía. Su experiencia. Esa gente a la que no nos gustaría parecernos, pero tal vez, quién sabe.
En resumen. Acierta Carlos Pardo al decir que la autoficción ha dejado de estar de moda y que su novela, además, no es autoficción, aunque en realidad le dé igual que lo sea o no, porque está claro que las categorías reducen las infinitas posibilidades de una novela, y por culpa de unos cuantos críticos y de unos cuantos escritores la maravillosa idea de la autoficción, o ficción biográfica, o autobiografía con ficción, o novela sin ficción, lo mismo da cómo la quieran llamar pues se trata al fin y al cabo de novelas, buenas, malas o regulares, pero novelas con todas las letras y con todas sus potencialidades, pues ahora resulta que este tipo de novelas, las llamen como las llamen, las llamemos como las llamemos, han dejado de estar de moda, han saturado a algunos lectores, a la crítica, a los enemigos de lo real, a los escritores con ínfulas decimonónicas, a todos ellos, las novelas más o menos apegadas a los hechos y a la interpretación subjetiva de los mismos y sus consecuencias, las novelas que exploran la intimidad para comprenderla, transmitirla, quizá sublimarla, que intentan convertir la experiencia individual en una epifanía colectiva, las novelas que comprometen al autor, que pone en riesgo su vida, sus relaciones, sus amistades y sus ideales para intentar alcanzar una verdad superior, impugnable pero rotunda, que le explique, que acaso le redima, una verdad que pueda explicarnos a nosotros y pueda quizá redimirnos, que nos haga plantearnos la validez de nuestras verdades cotidianas, pues bien, todas esas novelas que para simplificar y posiblemente para infravalorar o directamente menospreciar se califican como autoficción, como decíamos, más bien como dice Carlos Pardo, han dejado de estar de moda.
«¿Qué sabrás tú de la autoficción?», le dice a su madre el personaje que interpreta Antonio Banderas, alter ego de Pedro Almodóvar, en una escena de la película Dolor y gloria. Y cuando hasta Almodóvar habla con su madre de autoficción es que algo está caduco, moribundo, fosilizado. Así que, bien pensado, eso mismo deberíamos preguntarnos todos. Qué sabremos nosotros de la autoficción, y qué nos importa la autoficción, además, si la autoficción ha muerto.
Aleluya.
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Autor: Carlos Pardo. Título: Lejos de Kakania. Editorial: Periférica. Venta: Amazon
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