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Esperando que se haga la luz

Esperando que se haga la luz

He pasado días sin hacer crónica, y no porque no haya cosas que contar sino por falta de tiempo y de ánimo.

La situación se estabiliza, lo que no quiere decir que mejore. Las calles principales se ven más despejadas, pero la basura la encuentras a la vuelta de la esquina y sigue habiendo calles intransitables por el barro. Los negocios, cerrados; muchas persianas no llegan al suelo, retorcidas como acordeones olvidados tras la fuerza del agua. Algunos locales han comenzado la restauración, los ves algo más limpios, sin ventanas, como una obra a medias, aunque la mitad que falta antes estaba y ya no está. Empieza a verse algo de movimiento, en parte por las ayudas que sí han llegado: las de Juan Roig y Amancio Ortega. Del resto, pocas. Y también gracias a muchos grupos de voluntarios que, con profesionalidad de constructora, derruyen, levantan, reforman.

"Pasado el shock de los primeros días, toca asumir un presente, casi dos meses después del tsunami, que no permite mirar al futuro. Porque esto no ha sido una riada, ha sido un tsunami"

Las afueras de los pueblos son vertederos variopintos de enseres y coches. Basta con darte una vuelta para volver al Mad Max; el desastre tan solo se ha desplazado unos cientos de metros. En la cordillera de coches, que se han convertido en uno de los símbolos de la catástrofe, se amontonan muchos que probablemente los estén buscando sus dueños. Acabarán prensados y llevados a desguaces o chatarreros que van a hacer su agosto, pero de momento allí están con el riesgo que conlleva. En el plazo en que escribía este texto se desencadenó un incendio en uno de esos montones de hierro y gasolina. Raro es que no pasará antes. Igual que podría haberse desmoronado alguna de esas jengas de automóviles. Aquí unos y otros solo se mueven ―y poco―cuando ya es tarde. Es el panorama que se ve desde muchas ventanas, cuando te desplazas a cualquier lado.

Pasado el shock de los primeros días, toca asumir un presente, casi dos meses después del tsunami, que no permite mirar al futuro. Porque esto no ha sido una riada, ha sido un tsunami. Las paredes de los bajos ―muchos de ellos son viviendas―, que en principio parecían secas gracias a calefactores que pidieron con desesperación, vuelven a rezumar agua. Los que no han tenido apoyo o ayuda profesional no sabían cómo lidiar con el problema y lo primero que viene a la cabeza es dar calor para secar y pintar lo antes posible, cuando lo que se necesita es deshumidificar primero y secar después. Hay casas de las que están extrayendo decenas de litros diarios de agua de las paredes. Y, en la mayoría, el moho sigue trepando como una hiedra mefítica. ¿Cuántas casas están así? Decenas de miles. Se dice pronto. Y hay gente viviendo ahí, como puede, porque no ha tenido otra opción. Los que sí han podido mudarse están en casa de padres, hermanos, amigos, pisos de AirB&B o alquilados a precios imposibles de pagar para quien lo ha perdido todo. Los seguros tardan, hacen quiebros y requiebros, piden informes, los peritos se demoran; que si esto ya estaba de antes, que si esto no lo cubre… También hay picaresca, quien aprovecha para que le arreglen problemas de antaño, incluso haciendo uso y abuso de voluntarios. Sinvergüenzas hay en todas partes, aunque son una minoría, y generan tensión e ineficiencias.

"Si en las primeras 48 horas hubieran desembarcado aquí todos los efectivos y medios de que dispone el Estado, la situación ahora sería otra"

Ha faltado un plan de acción claro, con una recogida de información por calles, puerta a puerta, para valorar y catalogar los daños. E Instrucciones profesionales sobre los pasos a seguir. Los grupos de voluntarios y organizaciones solidarias son los que han realizado este trabajo. Son muchos, con un objetivo común: devolver la normalidad a las zonas afectadas. Con generosidad, capacidad de trabajo y de organización. Gente valiosa que actuaba en células pequeñas e independientes, hasta ahora. La unión hace la fuerza, y en ello estamos, en generar sinergias entre los distintos grupos y un método de trabajo eficaz para optimizar el esfuerzo, que es mucho.

Pero da rabia que tenga que ser así. Lo dije desde mi primer escrito. Si en las primeras 48 horas hubieran desembarcado aquí todos los efectivos y medios de que dispone el Estado, la situación ahora sería otra. Los que están triplican sus esfuerzos, trabajan sin apenas descanso, en unas condiciones que no se entienden. Ellos mismos se hacen cruces. Muchos estuvieron en Lorca, en La Palma, en otras catástrofes, y nos miran con un gesto de disculpa y tristeza. Percibes que reprimen comentarios, que saben que no pueden hablar, que podría hacerse más.

Tampoco se habla de las tragedias derivadas. Hay suicidios, y no se comenta. Siempre fue un tema tabú, y en la Dana todos los muertos son tabú, los de durante y los de después. Y más que va a haber como no reaccione alguien. Cuando hablas con la gente no es solo saber qué les falta, es dar ánimo, convencerles de que hay futuro, de que no están solos y esto pasará. Hay que seguir adelante.

"El viernes nos anocheció con las entregas y pude comprobar la oscuridad en que viven muchos barrios. Da miedo"

Uno de los sentimientos que más experimentas es la impotencia, la frustración. Te llegan tantas necesidades que no encuentras como cubrirlas, a pesar de saber que en la nave tal o cual tienen de todo, que te crispas. Hay formularios para solicitar casi todo tipo de ayuda, pero los rellenas y de muchos no hay ni confirmación de que han recibido la petición. Vas a repartir algo y cuando te ven llegar se te acercan como si fueras el Mesías. La semana pasada llevamos, gracias a donaciones de particulares, bastantes estufas a gente muy necesitada. Desde Chiva hasta Algemesí, pasando por todos los pueblos intermedios. Al vernos, la gente se acercaba, te contaban la situación, el boli no daba abasto. «No se preocupe, intentaremos que le lleguen en el próximo reparto». Solo puedes hacer eso, tomar nota, y confiar en seguir contando con almas buenas que quieran sufragar esas compras. Muchos no quieren hacerlo a través de organizaciones porque muchas tienen unos gastos de estructura que se comen más de la mitad de las donaciones, y eso no gusta. Otras han generado desconfianza. Y los particulares lo tenemos complicado para intermediar. Hay que hacer encaje de bolillos para conseguir cerrar la operación sin que el dinero pase por tus manos para evitar futuros problemas con Hacienda. Que solo falta que por querer ayudar terminen metiéndote una multa, y en este país todo es posible.

El viernes nos anocheció con las entregas y pude comprobar la oscuridad en que viven muchos barrios. Da miedo. Visto lo visto, nuestro siguiente objetivo es que se haga la luz donde todavía no hay alumbrado público. Todavía se ha convertido en una palabra infamante, porque hay demasiados todavías a la vuelta de la esquina casi dos meses después en la España del siglo XXI y de los planes de cooperación con medio mundo. Todavía hay calles con barro, todavía hay garajes con lodo, todavía hay gente sin poder dormir en su casa, todavía no funcionan los ascensores, todavía…

Y así vamos todos. De necesidad en necesidad y tiro porque me toca, desesperados, cansados, en un día de la marmota en el que la Navidad apenas cabe en Mad Max. Digo apenas porque, desde este fin de semana y hasta Reyes, muchas organizaciones van a intentar sacar una sonrisa a los niños de la zona, que vivan la Navidad con la mayor armonía posible. No nos olvidéis. #Valencianoseolvida

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