Portada: ‘Diógenes’ (1860) de Jean-Léon Gérôme.
Como Tom Hanks en Forrest Gump (1994), suele gustarme la idea de sentarme, ya sea en una silla de una cafetería, en el banco de un parque o en el de una parada de autobús y quedarme a esperar, con el único propósito de ver lo que me rodea. Al principio no se vislumbra, no se nota. Pero cuando observas más atentamente te das cuenta de una gran verdad: la larga sombra de la soledad que reina detrás de cada uno de nosotros. Se ve en aquellos que, pese a juntarse a comer, están conectados con los móviles a Internet. Se percibe en aquella mujer que realiza gestos extravagantes y que se viste de forma histriónica, al igual que se nota en aquel anciano que, en un banco próximo al mío, mira a un punto indefinido. Ahí está, la soledad en sus formas camaleónicas, que se transmite cada vez más entre nosotros, vaciando nuestra autoestima, ennegreciendo nuestras emociones y corroyéndonos como una enfermedad. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, en España 4.850.000 personas viven solas, y el 43 % de ellas son de edad avanzada. Todo ello lleva a plantearnos: ¿por qué estamos tan solos?
Otro detalle que deriva de las nuevas tecnologías es la presentación de una realidad fugaz y artificial, forjada intrínsecamente por todos, con una expresión emocional superficial y unimodal. Las personas se empapan de esas realidades vividas por otros, sin percatarse de su propia sustantividad. Cuando se desconecta la pantalla, el individuo vuelve a su realidad, y posiblemente ésta no tenga tanto colorido y libertinaje como las visionadas, planteando unos ideales en cuanto a imagen corporal, relaciones humanas, amor o trabajo cuasi idílicas. Y esto no lleva más que a que más personas se sientan vacías, al estar esperando eternamente aquello visto (esperando a Godot, como en la obra de teatro homónima de Samuel Beckett). Este detalle profundiza en la herida interna forjada por la distancia social que se recrudece en los centros urbanos. Más del 60 % de la población mundial vive en ciudades, pero su campo de percepción interpersonal es menguado, al igual que el nexo social de vecindad.
Tampoco hay que olvidar que vivir en un mundo competente, donde se adquieren roles y estatus, la pérdida de un lugar dentro de ese gran entramado que es la sociedad activa agrava la disociación con lo colectivo. Esto se aprecia en los mayores de edad, quienes suelen padecer el síndrome del jubilado por el cese de su actividad laboral, una función que cubría parte de su existencia, haciéndoles sentir una proximidad cercana. Muchos, al ver el aislamiento asfixiante en el que se encuentran, por enfermedades o por pérdida de contacto con familiares, deciden ingresar en centros residenciales en pos de lograr esa proximidad cercana ya mencionada. Aun así, esta acción puede agravar más su soledad. La situación puede llegar a ser aún más alarmante, y el vacío que sienten las personas es descorazonador, llegando al suicido como última acción.
En esencia, la soledad está agravando los cimientos de nuestra sociedad, por lo que urge encontrar vías que permitan salir de este gran abismo. Aunque no todo está perdido (todavía hay flores en el páramo), y una vía para ello sigue siendo el arte. Es llamativo que, durante el estado de alarma de 2020, un momento de mayor distanciamiento social, Meditaciones de Marco Aurelio fue uno de los libros más vendidos en España. Basado en la filosofía estoica, Meditaciones propone vivir de acuerdo a la razón, aceptando lo que es uno mismo, con sus virtudes y defectos, tratando de reajustar las emociones negativas para desarrollar las positivas, enriqueciéndose internamente. Y, en definitiva, valorar la vida (y el tiempo) de uno mismo, afrontando los problemas que se presenten. Ya Séneca el Joven dedicó un ensayo sobre un estilo de vida cimentado por la vanidad y la disgregación. También Epicuro cuestionaba el consumismo codicioso como vía de estímulos, proponiendo un hedonismo medido y hospitalario. Estando inmersos en la segunda década del siglo XXI, podemos comprobar como determinadas corrientes de pensamiento (el taoísmo, el estoicismo…) están alcanzando una gran repercusión con respecto a la época de su aparición. Y esto debe hacernos reflexionar sobre el hecho de volver a adquirir ese cariño por el pensamiento propio, la libertad inteligente y el contacto humano. No perdernos en una humanidad sin humanidad. ¿Por qué estamos tan solos? Porque muchos hemos tomado esa decisión inexorablemente para crear el mundo de hoy, aunque aún estamos a tiempo de no sucumbir dentro de este bucle. Ahora es necesario volver a reencontrarnos con nuestro yo interno y crecer como seres humanos, seres sociales por naturaleza según Aristóteles. Es hora de levantarnos y dejar de esperar a Godot.
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