Ana Belén Andrés Silva escribió Espero que te guste durante su estancia en la residencia artística La Baltasara, “una experiencia —según sus propias palabras— por la que estaré siempre agradecida a la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores y al Ayuntamiento de Alhaurín el Grande. También quiero expresar mi profunda gratitud a Tania Padilla, quien me ha ayudado en la corrección de dicho relato con sus valiosos consejos».
***
Espero que te guste
Alhaurín el Grande, 26 de julio de 2024
Mamá:
Hoy tampoco has venido. Te estuve esperando mientras le daba de cenar al Nene. Le hablé de ti, le mentí para que no te odiara tanto como yo lo hago. Solo tenía cuatro años, pero era el niño más listo de su clase. Me lo dijo su profesora. Hoy cumpliría treinta. Tenía tus ojos, creo. Supongo que se parecía a mí cuando tenía su edad.
Me siento al escritorio como cada mañana. Por las ventanas abiertas entra un aire caliente que me aletarga. Doblo la carta y la coloco junto al ordenador; quizá la termine de escribir más tarde. Especialmente hoy, la idea de reunirme contigo y darte una sorpresa por tu cumpleaños me tienta más que nunca.
Abro un archivo de Word y leo el último párrafo de la novela que tengo escrito. Escribir es lo único que me mantiene vivo; escribir con un objetivo: cambiar lo que ocurrió ese día. Solo eso. Enseguida me distraigo y pierdo la mirada en la lejanía del paisaje. Observo las higueras, los naranjos, los limoneros. ¿Fue Antonio quien mandó plantar todos esos árboles frutales? No tengo ni idea, quizá luego pueda preguntárselo.
Me levanto del escritorio y me asomo por una de las ventanas. Hoy también hay visitas; a veces olvido que vivo en un museo. Recojo el ordenador y la carta, los guardo en mi mochila y me escondo en uno de los armarios del despacho. Oigo pasos subiendo por la escalera. La voz de la guía, que explica lo mismo una y otra vez. Me asomo por la rendija que queda entre las puertas y los veo: tres mujeres y un hombre, todos cerca de los setenta años. Asienten mientras ella les cuenta que, sobre ese escritorio, Antonio Gala escribió La pasión turca.
De pronto, el hombre se queda boquiabierto al ver las fotos que cubren las paredes. El Nene, Jairo y yo, los tres mosqueteros. Eso nos decía ella antes de acostarnos.
—Mamá, no les des más mierda de esa, yo me encargaré de ellos —le dije un día.
—Solo será esta noche —me contestó—. Gracias, mi príncipe Ander.
Cuarenta minutos después, la casa se ha quedado vacía otra vez y salgo del armario. Abro la mochila, saco el ordenador y continúo escribiendo el último capítulo de la novela:
*
Al atardecer de un caluroso 26 de julio de 1998, Jairo estaba en el taller jugando con los botes de pintura esparcidos por el suelo. Ander estaba duchando al Nene. Habían celebrado su cumpleaños en el jardín de casa, con los niños de su clase. Todos habían acabado llenos de barro.
—¡Dios mío, se han puesto perdidos! —gritó la madre de Lucas al ver a su hijo.
—Han estado jugando en el jardín… —respondió Ander con una sonrisa inocente.
—¿Y vuestros padres dónde están?
La sonrisa de Ander desapareció de golpe y con tono seco dijo:
—Trabajando.
—¿A las nueve de la noche?
Ander dio un portazo por toda respuesta.
—Quinquis de mierda… —oyó murmurar desde dentro.
Estuvo a punto de abrir la puerta y salir, pero, al ver a su hermano pequeño, supo que no valía la pena perder el tiempo.
Después de bañarlo, le puso una de sus camisetas y lo cogió en brazos. Bajó las escaleras y lo sentó en una de las sillas de la cocina.
—¿Qué te apetece cenar?
—¡Pizza! —exclamó el Nene, dando palmas.
Ander abrió la nevera y encontró un cartón de leche, un pimiento rojo y una docena de cervezas. Cerró la nevera y se sentó a la mesa, observando a su hermano pequeño. Sus ojos color avellana brillaban de una manera tan especial que le hicieron sonreír.
—¿Sabes qué vamos a hacer?
El Nene se encogió de hombros.
—Ir a una pizzería, allí sí habrá pizza.
—¡Bien! ¡Viva! ¡Bien!
—Ve a buscar a Jairo al taller, yo voy a buscar las llaves del coche de papá.
Una vez que los tres estuvieron dentro del antiguo Seat Ibiza blanco, Ander pisó el acelerador a fondo y pronto dejaron atrás la casa en la que vivían. No llevaba dinero, pero tenía un plan perfecto. Aparcó frente a la pizzería Bona Nova y les dijo a sus hermanos que lo esperaran en el coche.
Ander se asomó por el cristal de la puerta del restaurante. Era lunes y no había mucha gente. Tomó aire y lo soltó con desgana. Observó la puerta que conducía a la cocina. Enfrente, estaban aparcadas cuatro motos. Solo tendría que esperar a que un repartidor guardase la pizza en el baúl de una de ellas.
Los minutos pasaban y él miraba su reloj. Si sus padres llegaban a casa y veían que no estaba el coche, su padre le daría una buena. Pese a todo, decidió esperar unos minutos más. Era el cumpleaños de su hermano y esa cena sería su regalo. Sus padres lo comprenderían. O tal vez no, pero tampoco le importaba.
—Ander —oyó decir a Jairo.
—¿Qué coño no entiendes de que os quedéis en el coche?
—Es que el Nene se hace pis.
—Ahora iremos para casa, vete al coche.
Jairo resopló y se metió de nuevo en el Seat Ibiza.
Media hora más tarde, Ander echó a correr con dos pizzas enormes en las manos. Con la respiración entrecortada, se metió en el coche, colocó las pizzas sobre las piernas de su hermano pequeño, que estaba sentado a su lado, y aceleró al máximo.
—¡Pizza! ¡Pizza! —gritaban sus hermanos.
Él reía entusiasmado mientras zigzagueaba entre los coches. El semáforo estaba a punto de ponerse en rojo, y detrás de ellos venían los repartidores de la pizzería en sus motos. Aceleró aún más y consiguieron pasar el semáforo justo a tiempo.
Ander miró al Nene, su sonrisa. Jamás olvidaría esa sonrisa. A las diez en punto, los tres estaban sentados en la cocina, disfrutando de la pizza caliente. Sus padres aún no habían llegado.
*
Guardo el archivo Word y tomo la carta y un bolígrafo. Un rato después, me levanto del escritorio y me acerco a una de las ventanas.
Mamá, hoy he terminado la novela. Espero que te guste. Sé que nunca has entendido por qué escribo, pero, desde el 26 de julio de 1998, se convirtió en una necesidad para mí. Era la única forma posible de cambiar nuestro destino, aunque lamento no haberlo conseguido. En la novela, cenamos pizza en casa, los tres. Los tres mosqueteros, como solías llamarnos. Sé que tuve la culpa del accidente. Si no me hubiera saltado ese semáforo en rojo, no habríamos chocado de frente y él seguiría vivo. Sé que fue mi culpa, pero ojalá no nos hubieras dejado solos esa noche. Esa noche y tantas otras. Si hubieras estado tú, no habría cogido el coche y no habríamos tenido el accidente, Jairo no estaría en silla de ruedas y hoy no habrías perdido a tu segundo hijo.
Con cariño,
Ander
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