Nórdica publica un libro inédito de John Berger, ¿Estamos a tiempo? En él, junto al ilustrador Selçuk Demirel, trata una cuestión crucial para ambos: el tiempo. El tiempo como concepto filosófico que cambia según los momentos históricos y políticos del pensamiento; el tiempo de la memoria y del duelo; el tiempo del amor y de la esperanza; el tiempo del cuerpo biológico, prisionero de sus ritmos implacables, y aquel, eterno, de la conciencia; el tiempo de la resistencia y de la revuelta, del proyecto y de la visión; el tiempo de la naturaleza, entre la duración efímera de la mariposa y el tiempo rocoso y, sin embargo, morrénico, de las montañas y de los glaciares; el tiempo despiadado e indiferente del capital, que condena a la obsolescencia todo lo que encuentra a su paso; el tiempo de los sueños y de la invención, de la escritura y del dibujo.
Zenda reproduce unos fragmentos de esta obra.
En una plaza mayor, el gran reloj del ayuntamiento daba las horas. Todos los días, por la mañana temprano, a la hora que llegaba el tren desde los pueblos vecinos, se veía a un hombre de aspecto elegante en la plaza, comparando la hora del reloj del ayuntamiento con la de su leontina. Un pastor que acababa de llegar a la ciudad en busca de trabajo le preguntó al hombre que qué hacía allí parado durante tanto rato. Estoy esperando, le explicó el hombre, este es uno de mis trabajos, comprobar el reloj de la ciudad. Cuando se para, yo tengo aquí la hora exacta, continuó, señalando a su leontina, de modo que el encargado municipal puede volver a poner el reloj del ayuntamiento en hora. ¿Y se para muchas veces? Varias veces a la semana, y cuando se para, vienen a preguntarme a mí, y yo les digo la hora y me pagan por ello. Me pagan casi un dólar. Es un dinero fácil. A decir verdad, tengo muchos trabajos, demasiados. Mira, me has caído bien, si quieres te paso este. Te doy la leontina —va con el trabajo— por medio dólar.
La narrativa es otra manera de hacer un momento imborrable, pues los relatos, cuando hay alguien para escucharlos, detienen el curso unidireccional del tiempo.
Hasta el siglo xix, era una creencia generalizada, cuando no universal, que el mundo tenía unos cuantos miles de años de antigüedad, algo medible conforme a la escala temporal de las generaciones humanas. Pero en 1830, Charles Lyell publicó sus Principios de Geología, en los que proponía que la Tierra, «sin vestigio alguno de su comienzo ni perspectivas de un final», tenía millones, tal vez cientos de millones, de años de antigüedad.
Los acontecimientos crean el tiempo. En un universo sin acontecimientos no habría tiempo. Los distintos acontecimientos crean tiempos distintos. Tenemos el tiempo galáctico de las estrellas, el tiempo geológico de las montañas, el tiempo vital de la mariposa. Estos tiempos diferentes solo se pueden comparar utilizando una abstracción matemática. El hombre inventó esta abstracción. Inventó un tiempo «exterior» regulado en el que encajaba más o menos todo. Después de esto, podía, por ejemplo, organizar una carrera entre una tortuga y una liebre y medir el resultado utilizando una unidad de tiempo abstracta (los minutos).
El tiempo, como lo han explicado Einstein y otros físicos, no es lineal, sino circular. Nuestras vidas no son puntos en una línea —una línea que hoy está siendo amputada por la avaricia instantánea de un orden capitalista global sin precedentes—, no somos puntos en una línea; somos más bien los centros de unos círculos.
La diferencia entre las estaciones, al igual que la diferencia entre el día y la noche o entre un día soleado y un día lluvioso, es vital. El discurrir del tiempo es turbulento. La turbulencia acorta los tiempos vitales, objetiva y subjetivamente. La duración es breve. Nada dura. Esto es tanto una oración como un lamento.
Si solo pienso en mí, ¿quiénes son los otros? Si los otros solo piensan en ellos, ¿quién soy yo? Si no ahora, ¿cuándo? Si no aquí, ¿dónde?
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Autor: John Berger y Selçuk Demirel. Título: ¿Estamos a tiempo? Editorial: Nórdica. Venta: Amazon
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