Las “fuerzas del cielo” no fueron producto de un fenómeno sobrenatural sino de un exitoso sistema de guerra de guerrillas montado por los judíos en el año 167 antes de Cristo para resistir a uno de los poderosos reinos del helenismo. La Revuelta de los Macabeos, a la que alude Javier Milei, puede entonces ser explicada menos como una batalla mística que como una eficiente estrategia militar. Es un ejemplo histórico —hay muchos— de cómo un puñado de personas astutamente dirigidas puede derrotar a un inmenso ejército de ocupación. El asunto resulta nodal para explicar el increíble y solitario ascenso del anarcocapitalista y también la tremenda humillación que acaba de propinarle al peronismo hegemónico. Para preservar su autoestima, el kirchnerismo habría preferido caer frente a una coalición con larga experiencia, pero fue arrasado por un desconocido que hasta hace tres años no era más que un panelista de televisión, y a quien acompaña a lo sumo una armada Brancaleone. Un diminuto partido exprés e improvisado sobre la marcha inflige la peor derrota al movimiento político más perenne e invulnerable de la historia de América Latina. Porque no se trató de un balotaje disputado voto a voto, sino de una temprana e inapelable paliza electoral, que abre un escenario incierto y lleno de novedades. Ni siquiera los espejos retrovisores sirven para vislumbrar el futuro.
Si Sergio Massa hubiera ganado este balotaje se habría convertido en una verdadera leyenda maquiavélica, puesto que guio a Javier Milei desde el inicio para que éste pudiera hacer pie en la política real, le garantizó cobertura mediática, le sugirió nombres para sus listas y le cuidó el voto en las primarias para destruir a la oposición más razonable: si al final de esta operación fulminaba al libertario, su épica pícara y oscura se comentaría por generaciones en los fogones militantes y las unidades básicas. Pero Milei aceptó esos regalos y consejos, y también su rol destructivo, hasta que llegó la hora de enfrentar directamente a su antiguo tutor: fue entonces cuando el León giró y agradeció los recursos y las inesperadas recomendaciones del Gato, que jugó un decisivo papel de garante ante el electorado centrista que debía conquistar: al final el neófito se quedó con todo. Después de semejante sorpresa, compañeros, habrá que comentar en las unidades básicas y los fogones militantes la historia mítica de cómo un dirigente bisoño, que nunca gobernó un kiosco, se devoró al más rápido y ducho de la cuadra. Es bueno recordar también ahora la alegría triunfalista que desató en el campamento del massismo y en algunos medios oficiales el audaz y electrizante respaldo de Mauricio al día siguiente de su propio Waterloo. Ya el lunes 23 muchos analistas profetizaban, con soberbia, que el ingeniero seguía siendo un analfabeto político, y que le acababa de regalar a Sergio el “voto moderado” y que con su abrazo al libertario le quitaba mucho de su salvaje atractivo electoral. Nada de todo eso sucedió, más bien ocurrió exactamente lo contrario, y Macri es por lo tanto uno de los grandes ganadores de la jornada. No cabe la menor duda de que también los radicales de diversas tribus deberán revisar con cuidado el sufragio, puesto que militaron el voto en blanco o incluso un apoyo explícito al ministro de la Catástrofe Nacional, y resulta que sus bases los desobedecieron olímpicamente: tapándose la nariz, entraron en el cuarto oscuro y decretaron el fin del modelo. Macri los representó mejor que Morales. Habrá que estudiar, a su vez, cómo se reconfigura toda la política argentina: no existe un diseño consistente en la cabeza de nadie; por lo tanto, es incluso temerario concluir que se terminó Juntos por el Cambio. Al contrario de lo que parece, no está acordada con el presidente electo la construcción de una eventual coalición de derecha, ni qué nivel de colaboración concreta habrá entre las dos fuerzas, ni cuántos funcionarios macristas ocuparán lugares en la burocracia de la nueva administración: hoy la historia es un papel en blanco que se escribe día a día.
Existen, sin embargo, algunas certezas: la situación financiera es explosiva y su solución debe ser rápida y no es nada fácil, ni se arregla ya con eslóganes de la Escuela Austríaca. La gobernabilidad tampoco. Así como la ascensión fulminante de Milei rompió todos los manuales de la política vernácula, también nos hubiéramos visto obligados a quemarlos si con esta inflación galopante —un escándalo mundial—, este crecimiento exponencial de la pobreza, este desorden general, esta decadencia de abismo, este nivel de inseguridad ciudadana y esta sucesión interminable de sonoros episodios de corrupción y espionaje ilegal por parte del Estado, el electorado argento hubiera igualmente premiado en las urnas a uno de sus máximos responsables. Sólo en ese sentido y literalmente con el diario del lunes, los acontecimientos del domingo pueden parecernos en cierta medida lógicos. La implosión de un rancio sistema económico y político, basado en anacronismos y relatos falsarios, ya no es algo opinable: fracasó en el terreno y en toda la línea, hartó a la sociedad —capaz de preferir un salto al vacío antes que seguir con este calvario— y obliga de hecho a los peronistas a modificar su disco rígido. Vox populi, vox Dei. Y no es tan lineal que Cristina Kirchner haya sobrevivido gracias a la performance de Kicillof el domingo 22 en la provincia de Buenos Aires y se haga fuerte a partir de ahora en la resistencia a la “dictadura liberal”: ella eligió también a Alberto Fernández y luego a Sergio Massa, y el eclipse de esos dos regentes —junto con el descalabro total del cuarto gobierno kirchnerista y su consecuente y bestial voto castigo— la colocan en la mira de su propia tropa. Dicho sea de paso: los barones del Partido Justicialista no parecen haber trabajado esta vez con tanto ahínco por quien quería erigirse esta misma semana como el nuevo jefe del peronismo. En cierta medida, y según cómo se mire, esto podría haber beneficiado a la arquitecta egipcia puesto que el Fouché de Tigre se disponía a jubilarla; el resultado del balotaje, sin embargo, fue tan apabullante que difícilmente la doctora se libre de responsabilidad política por la debacle. Hace rato que durante las campañas Cristina debe esconder al kirchnerismo duro, incluida ella misma, y esto representa un reconocimiento explícito de que su figura y su grey son piantavotos, y también que debe usar siempre a un neomenemista como cebo y mascarón de proa: Scioli, Fernández, Massa. El votante medio huye de la idea bolivariana y sus sectarismos, y pugna por menos epopeya emancipadora y más crecimiento económico, pragmatismo comercial y bolsillos llenos. En lo inmediato, es probable que la Pasionaria del Calafate eluda esta verdad obvia y gane tiempo y consistencia política intentado liderar la defensa de la Patria Subsidiada, que será el blanco directo de la motosierra. El libertario necesitará mucho más que las “fuerzas del cielo” para esta tarea ciclópea, porque enfrente tendrá una guerra de guerrillas, una micromilitancia lacrimosa y psicopática, cientos de miles de privilegiados resistentes y mafias movilizadas capaces de todo para cumplir el sueño naciente: que huya en helicóptero y acabe toda esta “pesadilla” más temprano que tarde. Esa patria del subsidio es más robusta que hace cuatro años, y no se entregará sin batallas campales de pronóstico reservado. Hoy los kirchneristas están shockeados porque el pueblo les ha dado la espalda y hasta los ha repudiado. Pero en cinco minutos dirán que el pueblo se equivocó y buscarán consensos melodramáticos para su guerra popular prolongada.
El libertario no debería olvidar que llegó a la Casa Rosada gracias a votos prestados de republicanos anónimos, centristas y sensatos, que no se consideran derechistas ni mucho menos, y que no acompañarán cualquier extremo o exotismo. Se puede hacer campaña en medios y redes con conceptos ultras, pero sería muy raro que se lograra gobernar con ellos: Meloni en Italia es un buen ejemplo de cómo hizo proselitismo ampuloso desde el margen, pero ahora administra discretamente desde el centro. Mastica vidrio, pero no lo traga. La nueva resistencia peronista sólo podrá conjurarse con rápidos éxitos económicos que no están garantizados, y con una narrativa consensual que se encuentra lejos de la vocación volcánica y roquera del susodicho. Guy Sorman, que lo conoció en Buenos Aires y es uno de los grandes intelectuales europeos del liberalismo, teme lo que Cristina desea: que Milei sea una ruina y al hundirse se lleve consigo y para siempre el proyecto liberal. Sorman critica al gurú del libertario —Murray Rothbard— por ser un mero agitador y productor de metáforas, y dice que Javier tiende a tomarlas como verdades: “Es como confundir los personajes del comic con el mundo real”. El pensador francés concluye que Milei será un desastre, salvo que no haga lo que prometió.
Para muchos de sus nuevos votantes el libertario ya pagó con el sólo hecho de haber abortado un quinto gobierno kirchnerista y con haberle dado una verdadera lección a los responsables de la calamidad y el latrocinio. Algunos de esos votantes albergan incluso la esperanza en estas horas de luna de miel; se ilusionan con que el amateur sorprenda por su rápido aprendizaje. Tal vez lo haga, porque la Argentina ama las vueltas de tuerca, y porque Milei parece estar tocado por la rara suerte de los generales victoriosos, virtud que Napoléon valoraba más que cualquier otra cualidad. Necesitaremos los argentinos de toda la suerte del mundo para salir airosos de este pantano kirchnerista y de esta experiencia sui generis. Perdida la oportunidad de un país normal manejado por un republicanismo profesional alternado por un peronismo nuevo y republicano, no queda más que encomendarse ahora a las “fuerzas del cielo”. Y rogar que no nos lleven al infierno.
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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires
Excelente análisis del nuevo gobierno argentino.
Tal cual. Roguemos que no hayamos saltado de la sartén al fuego. Igual, le digo, volvería a dar el salto. Ya basta.