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Esther Peñas: indagación en el amor

Esther Peñas: indagación en el amor

Sus ojos han sabido, desde siempre, mirar de un modo nuevo. Por eso, el Dios en el que ella cree les concedió una belleza compleja. Verdes, enormes, indiscretos. Porque no tiene derecho a la mesura lo que ha sido creado para reformularlo todo.

Nunca hace frío a su lado. Se desborda, la felicidad, como manantiales azuzados por el deshielo. El olor de una lumbre doméstica a la altura del pecho. La risa aleteando a ratos, carcajadas que agrietan muros antiguos de tristeza.

Pensarla es conjurar la dicha, generar recuerdos en los que una caricia, una mirada de albor, unas manos en actitud orante destronan la picadura o la enredadera. Gozarla supone atravesar la nube negra con el rayo de lo imposible: Esther Peñas arrebata un escalofrío de romancero en quien la evoca.

Poesía hasta cuando no

Todo en esta escritora nacida en Madrid en 1975 es desmesura. Su voz, el impromptu del cabello, la labranza de sus manos cuando toca. La conoces y descubres que existen personas transparentes, que han «legado el todo. / El corazón, / ese impulso primero».

Hay en ella una voluntad poética irremediable, connatural. No solo en su escritura, sino que el verso, encarnado a veces, materializado en otras, brisa o gota de lluvia, tal vez, parece ser el elemento que compone su médula, día a día, a cada hora. Como si no hubiera otra forma de estar en el mundo. Como si en ella se obrara, con el pulso, el prodigio arcano de las musas.

Esther Peñas es poesía hasta cuando no. Manipulando unos viejos versos suyos —sé que me lo permite—, es una mujer que / tiene una substancia incorpórea / que la convierte en sublime.

Es así cuando camina por su Madrid de cielo. Largos paseos en los que entresaca un rosario de fantasmas de su bolsillo. Y aquí Valle, Zambrano, el olor a puro de Compay, la Martín, el poder de las valkirias o un Cristo quebradizo, rorro, la acompañan.

O cuando huele a mar y rompen en sus pies las olas.

También las veces en que la boca le salen pompas de jabón con los nombres de quien quiere. O si se esconde en el silencio de su casa, un espacio místico que Gómez de la Serna aplaudiría: todo desordenadamente exacto, con los libros como muros para limitar la pena.

Vive, en fin, desde una intensidad estética que solo puede definirse desde el asombro:

Sucede cuando caminas: un solo de violín varea lágrimas, se hace estrecho anzuelo y pesca, a golpe seco de cayado, los cardúmenes que nos sostienen. Cuando caminas, sucede: el arrebato, la exaltación en coro de proclamas. Eliges la parte en sombra del proscenio, pero sé que acontece el mundo cuando lo caminas, sé que te viertes en el paso, que crece el motín hermosísimo de la lluvia. Llueve también en el tránsito. No sé de qué modo miras cuando caminas, te presiento, como el vislumbre que distingue el verso en escarcha, ese que se rescata de la muerte en el caldero de bronce. Inauguras el noble trazo de un movimiento que despide a quien te ama y no lo dice; tú lo escuchas, tú lo proteges del vértigo, del boscoso equívoco, tú le aplicas el nombre, lo nombras, mientras caminas y emborrachas luciérnagas. Dejas huellas, hundes el peso de los inconscientes compartidos, sellas vínculos binarios, los sanas. Ser espalda tantas veces no basta, ser espalda es entregarse a la fe de cuanto acontece sin ser visto y nos conmueve. Ser espalda y no desnuda. Ser. Basta.

Poesía en rotativas

La maravilla/verso ocurre en todas sus entrevista, un género al que ha dedicado tiempo y vida. Suyas son algunas de las mejores charlas con Martirio, con Ernesto Cardenal, con Javier Krahe y Chantal Maillard, con Clara Janés, con Adela Cortina, con García-Alix… con filósofos, músicos y pensadoras que indagan, cada a uno a su manera, para la comprensión del mundo.

Pregunta más allá de lo obvio. Le confiere importancia al silencio. Acude a espacios inexplorados para obtener respuestas que definen una realidad más compleja, más humana. Y el lector goza. Aprende. Siente. Habita en un lugar distinto, con las alforjas cargadas de algo intangible.

Su formación periodística no se entendería sin esa sensibilidad fiera que le confiere la poesía. Sin ella desearlo, en su actuar postula a favor de una existencia que pasa por el tamiz de lo extraordinario. Ella es capaz de observar lo oculto bajo la piel y de extraer las emociones que entroncan con lo antiguo, que es filosofía, ciencia, amor, reflexión, cautela, compasión…

De ahí preguntas como «¿Cómo se distingue una canción de una estafa?», «¿Cómo quebrar la lógica del miedo?», «¿Por qué es deseable acabar con la imperfección?», repartidas por distintos medios de comunicación y en libros recopilatorios como Entrevistos, Entrevistos II, Entrevistos III (Ediciones Cinca, 2007, 2012 y 2017) y La música de la conversación (Ediciones Evohé, 2013)

Sus entrevistados se escuchan —aunque el medio sea la escritura— a través de sus palabras tanto como de sus silencios. Gracias a eso, se genera una apertura de sentidos e inferencias que gozan de un sabor similar al que desliza en su poesía.

Quien ofrece su corazón
impregna de ternura a la virtud.
Quien impregna de ternura a la virtud
colma de fe al hombre.
Quien colma de fe al hombre
prende la esperanza.
Tú eres mi oración en instinto.
Ante el miedo,
rezo tu recuerdo desgranando salmos
pequeños,
como minúsculas sacudidas de convicciones.
Tú me llenarás de círculos…
Jurar, que es un creer embrutecido,
se angosta para comprometerte
y, sin embargo, todo en ti es límpido.
Tu desprendes el incienso para el culto.

Poesía hasta en sí

En su perfil de escritora doma la palabra y trata de definir su entorno. Moldea verbos y adjetivos a sabiendas de que es imposible, que lo vivo es siempre más que una imagen, descrita en un papel en blanco.

Sonreír de felicidad ante lo inútil. Y escribir, con ella, esbozos de un MANDALA DE DOMINGO:

Que nada impida el curso de la alegría, que su silabario escarbe la tierra y descorra el delicado visillo de la ventana del ángulo pleno, que construya un mural de letanías y llegue tan lejos como el canto sin llaves. Que el murmullo se extienda, se engorde, se aclare, que su rumor haga surcos a cada paso y lo levante cuando caiga a plomo, que haya un dios que parezca hombre y un hombre mecido en la estatura de su esperanza. Que ronque a pleno atardecer el musgo de los pies, que la talla de la primavera estalle y sea oronda como la placidez, que venga la niñez y sus puntos de fuga, su loco ungüento y su mirada de baile quebrado. Que el error sea poema, que el insomnio sepa de la dormidera, que uno sea el oeste y su contrario, su elemento cuaternario y su mandala de domingo. Que nada, que ni tú preñada de tozudez, detenga este descurrir de lo alegre y su territorio de luciérnagas, de vencejos rescatados de lo alto del vuelo al cielo horizontal de quien sueña. Que no se apague nunca el sueño. Que nada lo detenga.

Vital de un modo intuitivo, alegre como actitud de entrega, enamorada siempre, su literatura es un canto nutritivo: enhebra una voz plástica, una poesía de aliento extenso, que se conforma como una fábrica de cristales y como las paredes de pintura negra; todo en un reflejo inexacto de quien mira, de quien se asoma.

A través de libros como De este ungido modo (Devenir, 2005) o Historia de la lluvia (Chamán, 2023) presenta una poesía que muta en estímulo constante para el lector. Este se encuentra ante una avalancha de metáforas abiertas al significado; un sabor complejo situado entre la mitología, la orografía de los cantos rodados y la fe en un Crucificado que muere bajo fanfarrias de trompetas de Gloria. Como si eligiera cada letra por designio, hasta conformar un mapa que esconde el tesoro de quien se elige conmovido por todo.

Atrapo con redes palabras, las que comprenden y las que nombran, cada una de ellas nos devuelve el enigma. Atrapo palabras al vuelo de iguanas y a golpe de anzuelo; a veces se escapan, sinuosas, se deslizan sin que conozca siquiera su tacto. Por momentos, invocan fantasmas, huelen a herida, traspasan curvas, estallan en el origen antes de que se haga comprensible; a veces son hondas que derriban reinos de misterio y transcriben secretos. Suturan pérdidas, se atavían sortilegios, ungen como talismanes de melodías que apuntalan. Viajan dentro del proceso y por encima de la secuencia. Cosen. Avivan. Reviven otras calladas por contagio. Nos devuelven el enigma.

Mejor amar

En todo ello, el amor. La literatura de Esther Peñas se ahueca en este sentimiento: estimulante siempre, duro también en ocasiones, pero real en todo lo que toca. Lo resume hermosamente en La vida, contigo (adeshoras, 2019), una no-novela con la que dinamita la narrativa porque le desborda el verso.

También en De este ungido modo y, de maneras distintas al amor hacia otro ser, en el resto de sus libros. Porque, esencialmente, la madrileña es siempre una ofrenda perfumada de inciensos. Porque su corazón escasamente late si no es del lado de la vida. Ante todo y frente a todo, el amor como centro. Y su búsqueda en todo, desde el frío de las piedras de los templos hasta el brasero de picón que calienta las enaguas. Para seguir siendo milagro.

Como aquella vez: Madrid incendiado en una luz de ternura, su brazo asido al mío, el tiempo casi muerto en oscuros calendarios. Y la paz de quien se deja llevar por la terneza de quien, sin esperas, ama.

Y, a pesar de la losa de algas
como mostachos ensuciados por la gula desabrida,
es mejor amar
que encerrar la verdad
dentro de un puño que golpea;
mejor amar que ensamblar versos de nadie
que todos ensalce;
mejor amar que ser cobarde;
mejor amar que traicionar
lo respetable del silencio que no comparte
ni invita porque obligado no está a hacerlo;
mejor amar que mutilar miembros
mejor amar que motear el alma
con lo diabólico de la sangre pisando sayas;
mejor amar que perseguir al distinto.

Y mejor que amar,
amarte.
(…)

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Diego Miranda Rodríguez

Quedo boquiabierto y con ojos como tazas cuando leo o declamo para mis adentros las profundas palabras empleadas en sus versos Esther Peñas.
Ya me gustaría tener esa riqueza verbal y esa sabiduría para realizar versos sueltos con esa filosofía con que lo hace Esther.