Querido fan de cualquier cosa, el final de Juego de tronos no te va a gustar. Te has acostumbrado a que Google, Facebook, Twitter o Instagram diseñen un mundo a tu medida, pero la ficción no funciona así. La creación literaria o audiovisual no es un algoritmo. Nadie la programa pensando en darte la razón. Ningún relato es democrático, siempre hay un creador y una audiencia. Pertenecer a ella es opcional, pero asumir el papel de creador en la historia de otro no es posible.
Tu relato personal puede que tampoco te pertenezca ya. La dictadura del algoritmo, de quien lo programa, se ha impuesto. Lo que percibes como «tu vida», «tu contexto», en cualquier plataforma digital, atiende a las intenciones de un código escrito por otro. Como dictador, el algoritmo es muy bueno, te da la razón en todo, hasta el punto de que consideras que tú eres el centro de lo que sucede a tu alrededor. Crees que eres alguien especial, un elegido alrededor del cual se desenvuelven el bien y el mal.
Los algoritmos confirman tus expectativas. No te defraudan cuando realizas una búsqueda en Internet, ni cuando navegas por tu entorno acotado en redes sociales. Te has acostumbrado tanto a un contexto a medida que te has venido arriba y te has transformado en un niño mimado que se indigna y amenaza con los siete males a aquellos que no cumplen con lo esperado.
El trabajo de un autor no es darte lo que quieres, es contarte su historia. Que te enganche o no es otra cosa, pero no la disfrutarás plenamente si te sientes dueño de ella. La buena ficción no te da palmaditas en la espalda, te fuerza a empatizar con otros, a vivir otras vidas en otros universos en los que no eres la última Coca-Cola en el desierto.
Nos hemos acostumbrado tanto a que lo que vemos se corresponda con quienes creemos que somos que estamos empezando a tener comportamientos extremadamente idiotas. Está de moda, gracias a Yuval Noah Harari, recordar que los humanos dimos un gran salto evolutivo gracias al desarrollo de la narrativa, a nuestra capacidad para crear historias y compartirlas con los demás. Entender cómo funciona un relato ha sido básico para ir tirando en nuestro día a día. Replicamos las frases que más se estilan, pero parece que olvidamos rápido.
Da la sensación de que estamos lanzando millones de años de evolución a un contenedor que ojalá sea de reciclaje. Cualquier día nos abrasa el fuego de un dragón a todos y ni nos enteramos porque nos pilla discutiendo con alguien que no acepta nuestras chiquillerías.
Cuando disfrutamos de una serie, una película o un libro ni somos clientes ni tenemos la razón. Y más vale que siga siendo así. Para los que piensan lo contrario: Dracarys.
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