Los hermanos David y Jose Muñoz (Cornellá de Llobregat, 1976 y 1978, respectivamente), o sea, Estopa, ya son carne de libro. Protagonizan el El libro de Estopa (Espasa, 2020), título libre de artificios literarios, radical en su sencillez —salvo que a alguien se le ocurra decir, previa entrada al manicomio, que el objeto en cuestión es un frigorífico o un semáforo—, y escrito, conducido y estructurado por el periodista Jordi Bianciotto (Barcelona, 1964). Justifica la publicación del volumen el vigésimo —ya vigésimo primero— aniversario del lanzamiento de su primer álbum, ese zarpazo fresco, ese lifting rumbero que contenía, entre otras canciones, “Tu calorro”, “Como Camarón” o “El del medio de los Chichos”, y que se vendió por millones.
La de los Estopa es una historia familiar, exitosa y feliz. Resumiendo en extremo: sus padres llegaron a Cornellá desde Zarza Capilla, pueblo conocido como “el Guernica extremeño”, y regentaron un bar, La Española, sito al lado de una comisaría. Los hermanos Muñoz profesan el barrismo y siempre han sido conscientes de la existencia de las clases sociales. Trabajaron en una filial de SEAT y alguna vez han dedicado sus canciones a los “antiguos compañeros de fábrica, que se siguen levantando a las cinco de la mañana para levantar el país”. Ganaron un concurso de cantautores y, con la pasta que recibieron, grabaron una maqueta que sigue siendo venerada por sus fans como una deidad neolítica. Su ya mencionado primer álbum fue un bombazo y, desde entonces, han publicado nueve discos más —el último, Fuego, en 2019—. Dejaron muy atrás su primera cana, se casaron, tienen hijos. “Los motivos de inspiración —–cuenta Bianciotto— han cambiado, y las razones por las que en su día sintonizaron con la juventud también”. Huyen de los relatos épicos y triunfalistas y son maravillosamente humildes, cosa que siempre se agradece y que poco se da en el mundo de la cultura.
Demostración, aquí:
—David, Jose, antes de nada, ¿qué tal estáis? ¿Cómo habéis llevado el confinamiento?
—David (D): Muy bien. Hablo por mí y creo también que por mi hermano: hemos disfrutado de una tranquilidad anormal. De una anormal anormalidad (risas), que me ha encantado a nivel personal, en el sentido de que he podido estar con mi familia, con mis hijos. Evidentemente, también con miedo. Hay gente que lo está pasando mal. Muchos abueletes se nos han ido. Y espero que eso no se le olvide a nadie. Pero, a nivel personal, a nosotros nos ha venido bien porque hemos podido estar con nuestras familias. Obligados, pero, aunque sea obligados, hay que disfrutar, y yo he estado muy a gusto con mi hijo y mi mujer.
—Jose (J): Y mi hijo sobre todo. Le ha encantado el confinamiento porque esto de no tener cole y estar todo el día con tus padres… creo que para él ha sido algo inolvidable.
—D: Lo que pasa es que, claro, es una cosa que hay que superar ya. De alguna manera tendremos que salir de esto. No sé cómo. La anormalidad debe ser circunstancial, una anomalía.
—La “nueva normalidad” es un oxímoron.
—D: Sí, es verdad. Es una “normalidad rara”, ¿no? La distancia de seguridad de los dos metros la respeto, y voy saludando con el codo. La gente que se nos acerca para hacerse fotos y pedirnos autógrafos viene con el codo, y yo lo respeto siempre. Y tampoco cuesta nada. Ya nos daremos besos.
—J: A mi madre no le gusta que le demos el codo. Lo que pasa es que, cuando nos vamos, se me olvida y le acabo dando un beso. Y le digo: “¡Mama, que te he dado un beso!”.
—Como músicos, ¿cómo os ha afectado la pandemia de la covid-19?
—D: Como meramente músicos, genial: te pones a escuchar discos, música… Lo que pasa es que como músicos profesionales, como gente que vive de esto, mal. Hemos tenido que cambiar toda la gira, incluso conciertos con todas las entradas vendidas. Además de aplazarlos, hemos dado la posibilidad a la gente de devolverle la entrada. Sospecho que el año que viene habrá una “normalidad normal”, valga la redundancia sólo en este caso (risas).
—J: Empezábamos en abril. Eran cuarenta conciertos. Se abrió un plazo para la gente que no podía asistir a la nueva fecha para darle la posibilidad de devolver el dinero de las entradas. La verdad es que ha sido muy satisfactorio: ahora que se ha cerrado el cupo de devolución de entradas, no ha habido mucha devolución. La gente se va a esperar un año con su entrada.
—D: La gente tiene ganas de marcha, de salir legalmente, sin pensar que está haciendo algo malo. Aquí no se tira nada, ni una entrada, a no ser que venga mal el día o necesites el dinero para otra cosa.
—En 21 años ya de carrera, ¿cuántas veces habéis dicho “no”?
—D: Hemos dicho más veces “no” que “sí”.
—J: Nos hemos dejado guiar por nuestro instinto. Ante las cosas con las que no nos sentíamos a gusto, hemos preferido la salud mental. Tenemos que sentirnos a gusto con las cosas que nos gustan. Si algo nos chirría un poco, decimos que no.
—D: Cuando entró en nosotros el tema publicitario y nos llamaban marcas para publicitar sus productos con nosotros, nos planteamos todo: ¿es moral? ¿Qué es esto? ¿Esto es venderse? Luego, creo que puede y debe haber una ética en la publicidad. Si a nosotros nos gusta, por ejemplo, el Cola Cao, y ojo, no hemos hecho nunca nada con Cola Cao, y mañana me plantean hacer un anuncio de Cola Cao, quizá haga más a gusto un anuncio de Cola Cao, que me lo tomo de verdad, que uno de compresas.
—Ahora, lo raro es no encontrarse a algún famoso anunciando casas de apuestas.
—D: En anuncios de casas de apuestas no nos vas a ver nunca. Ni siquiera en el de un banco. Eso es cuestión nuestra. Para pedirle a la gente que confíe en algo, ese algo debe haber sido probado por nosotros.
—J: A lo largo de nuestros años, con nosotros han estado Nintendo, Pepsi, Ducados, DYC… Son marcas que molan (risas).
—D: Mahou también hicimos. Nos hemos sentido a gusto recomendando. Pero aunque nos pagaran mogollón de dinero, nunca haríamos un anuncio de apuestas.
—J: Respetamos a quien lo haga. Cada uno con su conciencia.
—Dicen los evangelistas que Satanás subió a Jesucristo a un “monumento muy encumbrado”, que le mostró “todos los reinos del mundo” y le dijo: “Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras”. ¿Os ha pasado algo similar? ¿Os han prometido el mundo a cambio de que os pusierais de rodillas?
—D: En general, sí. Luego, pormenorizadamente, hay casos concretos, en plan: “Tienes que hacer esto o te hundo la carrera”.
—J: O nos han dicho, bíblicamente hablando, lo que la serpiente: “Confíiiia en míiii…”.
—D: Más que bíblicamente, ¿es El libro de la selva, no?
—J: ¡También es verdad! (Risas)
—Bueno, también había una serpiente cabrona en el Génesis.
—D: Exactamente. Mucha gente nos ha dicho “confía en mí”. Y no hemos confiado. Todo el que nos dice “confía en mí”, de entrada, mal. Empieza mal.
—¿En qué se parecen y en qué se diferencian los chavales que versionaban a Aute en las fiestas de Zarza Capilla a los, permitidme la tópica fórmula, “artistas consagrados” que se pueden permitir el lujo de ser protagonistas de un libro en el que se cuenta su historia?
—J: Seguimos versionando a Aute.
—D: Cuando estaba vivo y activo, en su última gira, pudimos compartir con él “Una de dos”, pero podíamos haber hecho cualquier otra. Yo hubiera hecho la de “ay, amor mío, / qué terriblemente absurdo / es estar vivo…”. Me la pongo para correr, tío. Te lo juro (risas).
—J: A mí, la que más me espeluzna es “Al alba”.
—D: ¿Qué ha cambiado? Las cosas que nos han pasado te van cambiando la mirada poco a poco. Te ves en fotos antiguas y te ves con una cara, ahora te ves con otra… Te cambia el gesto.
—La primera cana ya quedó atrás.
—D: ¡Joder! Ahora sería “Mi última cana”. Hablaríamos cana a cana, porque cada cana tiene su historia. Y esas son las canciones.
—J: Intentamos que no cambie mucho nuestro yo antiguo. Lo tenemos presente para tener los pies en el suelo. No sólo el cómo éramos antes de ser famosos, sino el cómo éramos de niños. Nuestro yo más auténtico.
—La evolución se ha notado a nivel musical, sobre todo, al menos, es mi impresión, desde Estopa 2.0.
—D: En los mismos discos, nos ha gustado hacerlo todo muy diferente. Si algún día hiciéramos un libro o una peli, te puedo asegurar que no sería…
—J: Otro libro, dirás (risas).
—D: Me refería a una novela. Si hiciéramos una novela o una peli, te aseguro que no seguiría el mismo ritmo todo el rato. Podría haber partes lentas, pero pasarían muchísimas cosas. Habría mucho contenido, muchos giros. Y eso lo pretendemos en cada disco y con las canciones entre sí. Es más fácil ver la evolución disco a disco. Si te pones el primero y el último, quizá encuentres similitudes, pero hay más diferencias que similitudes. Y eso me pone orgulloso. Repetir fórmula aburre. Y vamos tirando con nuestros cambios.
—J: Me gustó una crítica de un disco que nos puso “igual de diferente”.
—D: Otro oxímoron, ¿eh?
—J: Como que nuestro primer disco había sido muy ecléctico, y el segundo también.
—O sea, que en la diferencia está la igualdad.
—D: (Risas) Va a ser que sí.
—Si yo os digo Cornellá, vosotros me decís…
—D: Infancia.
—J: Yo te iba a decir Zarza Capilla, por decirte otro sitio.
—¿Al lugar donde has sido feliz hay que volver, o no?
—D: Sí. En bici. Volver y luego irte.
—J: Porque tú has ido en bici. Quien quiera hacerlo andando, tío… (Risas) Él lo recomienda en bici.
—D: Y corriendo. A veces voy corriendo.
—Por cierto, ¿cómo va esa adaptación vuestra de El cuento de la criada que pensáis llamar El cuento del camarero?
—D: ¿Qué ida de olla, eh? Fue un día que estaríamos muy arriba con el tema de El cuento de la criada, que me parece una serie muy recomendable, a nivel de guion y a nivel de que los actores y actrices están de diez, y eso no es fácil hoy en día. Esta también tiene cosas bíblicas: tiene cosas de la infertilidad y utilizar esclavas para seguir la progenie. El cuento del camarero sería distinto, no sería nada sexual. El cuento del camarero iría de cómo el cliente es el dueño del camarero, no al revés. Cuando tú le dices a un camarero “jefe”, le estás vacilando un poquito. Porque el jefe eres tú. Tú pagas al camarero. Hay que tratarle como se debe. A los camareros hay que tratarles bien porque son parte de nosotros y, gracias a ellos, somos felices.
—J: Bueno, a los camareros, a los basureros… Lo que pasa es que con los basureros se tiene menos trato (risas).
—D: Podría ser también El cuento del basurero, claro que sí, pero en el caso de los camareros no es servilismo. Todos tenemos la capacidad para trabajar, pero nadie ha nacido para servir.
—En el libro, Jose dice: “Creo que, si pensamos en cómo es nuestra vida ahora mismo, lo que más nos ha hecho cambiar de pensamiento es tener hijos”. ¿Hasta qué punto os ha cambiado el pensamiento la paternidad?
—D: Cuando te viene un hijo, te cambia el eje de la Tierra. Si tú eres la Tierra y tienes un eje, cuando viene un hijo es como una especie de asteroide que choca y hay un cataclismo en tu planeta.
—J: A todos los niveles. De horarios, de prioridades… Sobre todo, cambian las prioridades en tu vida.
—D: Después del impacto, cuando ya se calma todo, te das cuenta de que tu eje ha variado y ya no giras en torno a ti, sino que se ha creado ahí un nuevo centro, que no es el tuyo, y todo lo haces por él. Es increíble.
—J: Y por su bien. Yo le digo: “Pablo, esto no es un castigo. Es por tu bien” (Risas).
—¿Seguís suscribiendo el arranque de “Me quedaré”: “Nos toca vivir tiempos / en los que ya nacemos muy viejos”?
—D: Pues sí, lo seguimos suscribiendo. Mucha gente no sé si aprendida, desaprendida, adoctrinada o lo que sea, pero parece que todos queremos que nuestros hijos, yo, en este caso, no me incluyo, sean más mayores de lo que son. Queremos que sean los más listos, los mejores en fútbol, y queremos que nazcan aprendidos. Nos ha tocado vivir estos tiempos. Al final, tú ves a niños resabiados, que te hablan… joder. Antes no pasaba. Antes te venía un señor mayor y te ladraba un poco, y yo salía corriendo.
—J: Y porque ahora no se aburren. No me gusta decir “pantallitas”, pero ahora, con los móviles, los ipads, y las consolas no se aburren. Y aburrirse era muy bueno.
Estopa, con el periodista Jordi Bianciotto, coautor del libro.
—Obliga a pensar.
—J: ¡Claro! Creo que estamos faltos de aburrimiento.
—D: Cuando, lo diga quien lo diga, oigo la frase de “estoy aburrido”, “me aburro”, pienso: “Pues cómprate un burro, tío”. No me jodas.
—J: Cuando le dices a un niño que se eche la siesta, y este no tiene sueño, pues se va a aburrir.
—D: Pues que piense. Yo tampoco me dormía, pero me ponía a pensar cosas y disfrutaba de mis pensamientos. Se me ocurría una historia, o me ponía a dibujar tonterías, copiaba, incluso, guiones de Batman y Superman, hacía cómics con superhéroes creados por mí, ¡yo qué sé! Anda que no hemos jugado tú y yo, Jose, fruto del aburrimiento. ¿Qué es el aburrimiento? ¿La falta de datos, la falta de cosas que hacer? Joder, cuando no tienes nada que hacer es cuando mola.
—J: Claro. Se ejercita la cabeza, se crean juegos…
—Jesús Quintero dice que los analfabetos de hoy son los peores porque saben leer y escribir, pero no ejercen. ¿Lo suscribís?
—D: Suscribo bastante aquí al Loco de la Colina, porque es una sensación como de lo que te compensa y lo que no. Si tienes una vida en la cual te importan un pepino las inquietudes, digamos, que no son para nada culturales y que son, yo qué sé, pasarse el día haciendo surf, jugando al fútbol o a pádel… encaminar tu vida sólo a una cosa creo que te limita bastante. Ponemos nuestro talento, que todo el mundo lo tenemos, en algo que no es tan productivo pero que nos causa placer. Yo no lo llamaría analfabetismo. Diría analfabetismo aceptado. Autoaceptado (risas).
—J: Luego, lo difícil también es saber identificar cuál es la respuesta buena en internet. Si tienes una duda, puedes preguntar a internet, pero encontrar la respuesta verdadera…
—Eso lo trasladas a los medios, y tela.
—D: Flipa.
—J: Y a las redes sociales. A todo, sí. Hay que saber escribir, saber leer, pero la comprensión lectora…
—D: Ahí estamos llegando, creo, al punto de la pregunta: el nuevo analfabetismo sería no saber contrastar la información que te está llegando. ¿Cómo la gente está tan segura de algo de lo que no tiene ni puta idea? ¡Y podría tenerla, porque la información está ahí!
—En el discurso final de El gran dictador, Chaplin dice: “Pensamos demasiado y sentimos muy poco”. ¿Hemos alterado la ecuación? ¿Pensamos poco y estamos hipersensibilizados?
—D: Es verdad. Eso es humano, ¿no? Creo que es bastante humano. Cuando estás viviendo algo guapo, no hay tampoco que pensarlo mucho. Hay que vivirlo y sentirlo. Luego hay que volver: has creado un recuerdo, tienes una experiencia guay, y mola analizarlo, darle forma, hacer un libro, una peli o una canción, y revivirlo. Pero, en el momento, yo no me lo pensaría. Cuando hicimos el primer concierto en el Palau Sant Jordi no nos lo pensamos. Dijimos: “Igual no viene nadie, igual está medio lleno, medio vacío…”. No sabíamos nada. Y se petó. Y al salir, no te lo piensas: sólo piensas en cantar bien. Voy a hacer un símil: cuando vas con la bici, ¿en qué piensas si tienes una pendiente? Pues en a ver cómo cambio, ahora voy a vagar un poquito, voy a respirar, voy a beber agua… y eso no es pensar.
—J: Es que se ha hecho ciclista ahora, ¿sabes, Jesús? (Risas)
—¿Alguna vez os habéis autocensurado?
—D: Sí, millones. Nos hemos autocensurado para la gente; para nosotros, no. Cuando se nos ocurre una burrada, ahí queda.
—J: No es una autocensura. Es una primera fase, y cuando pasas por la segunda fase de creación, lo tratas de pulir. Y en ese pulimento, encuentras otra palabra que te gusta más.
—D: Por ejemplo, en el caso de “Como Camarón”, había una letra que decía: “A veces me confundo / y pico a tu vecina / esa del segundo / que vende cocaína”. Ahí íbamos tan felices cantando eso. Y el señor productor, Sergio Castillo, que en paz descanse, que, aparte de productor, era un pedazo de artista…
—J: Decía que le chirriaba (risas).
—D: Decía: “Tíos, ¿no os creéis que os queda más fino decir ‘cosa fina’”. Y yo dije: “Hostias, pues no te lo voy a negar”. La verdad es que mejoraba la canción poéticamente y, encima, no sé por qué, porque él sí tenía su currículum…
—J: Pero no nos dijo que dijéramos “cosa fina”. Nos dijo que le diéramos una vuelta. Y también a la canción de “El del medio de Los Chichos”.
—¿Fue el productor o el guitarrista?
—D: Juan. Juan Maya.
—J: Fue entre los dos.
—D: Fue un complot. Nos querían cambiar un par de cosas los músicos. “A ver, chavales, que como escuche esto el Chaboli, va a venir y nos va a hacer algo” (Risas).
—¿Creísteis que ibais a encontrar una cabeza de caballo…?
—D: (Risas) Realmente, lo que nos dijo fue que no le iba a sentar bien. Que es su padre…
—J: Nosotros, hasta ese momento, no pensábamos que lo iba a escuchar Chaboli. No pensábamos que iba a trascender tanto. No empatizábamos con Chaboli porque pensábamos: “¡Si esto es para nosotros!”.
—D: Ha habido más autocensura que censura en nosotros. Eso sí es verdad.
—Hay muchas páginas en el libro dedicadas a Sergio Castillo. Fue el productor de vuestros dos primeros discos, pero también algo más.
—D: Nos enseñó a tocar con un batería y un bajo. No sólo para el disco, sino en directo. Nos enseñó cómo se graba un disco, cómo se ensaya en un grupo, cómo se hace una canción ensayando con los músicos, cómo le pides al tío que suba o baje… Claro, era una cosa nueva para nosotros.
—J: Comparándolo con un entrenador de fútbol, era una mezcla entre Guardiola y Luis Aragonés.
—D: Te motivaba como Luis y tenía la cosa de la garra, pero también su sensibilidad, como Pep.
—J: Y su precisión como músico.
—Mi canción favorita de Fuego es “Pobre Siri”. Hay ironía, sentido del humor, pero el trasfondo escuece. Cantáis: “Ella es mi guía, mi estrella más al norte”. ¿Potenciar tanto la inteligencia artificial ha empobrecido la inteligencia humana?
—D: Totalmente. No sólo la inteligencia, o lo que llamamos inteligencia. A lo mejor hay que cambiar el sentido o el significado de “inteligencia”. O de “evolución”.
—J: Va a ser un idiotizador seguro.
—D: Seguramente, la inteligencia, conocida como hasta ahora, va a ir para abajo. Imagino que lo que habrá que hacer ahora será adaptar el cerebro a buscar mejor, no a aprender.
—J: ¿Quién va a querer aprender chino cuando ya te traduzca un aparato automáticamente? Yo, por ejemplo, no tengo ningún interés ahora en aprender chino, pero si me sacaran ahora una aplicación y hablo chino con la aplicación, ¿para qué quiero aprender chino?
—Hay que tener cuidado, aun así, con los acentos y las entonaciones. O con dejarse alguna letra por el camino. Por ejemplo, con el italiano, que es más fácil. Hace unos años, visité a un amigo de Milán y, hablando con su padre, le dije que tenía “venticinque ani”. El tipo se empezó a descojonar: no le dije que tenía 25 años (anni), sino que tenía 25 ojetes.
—J: Como los gallegos. Los gallegos dicen “boa entrada do ano”.
—D: Esta es una anécdota que no está en el libro. Mira: estábamos en el programa de fin de año de un tío que es una estrella en la televisión gallega, que se llama Gayoso. Es un programa muy famoso allí, una especie de late night de variedades, con cantos regionales, de repente salíamos nosotros… Está muy bien. Había que hacer un concurso con la gente, llaman a uno a la casa y dice el tío: “¡Boa entrada do ano!”. Hostia, tío, me entró la risa en directo. ¡¿Cómo había dicho eso?!
—J: No estábamos preparados. Pues lo mismo que te pasó a ti (risas).
—¿Sigue el ciudadano de a pie viendo la realidad con “Gafas de rosa”?
—D: Creo que el ciudadano de a pie, a pesar de que mucha gente piense que es lerdo, creo que no es tan lerdo. Tiene su talento, pero lo ocupa en sitios que le interesan a él y punto. ¿Que eso a lo mejor cuadra con los intereses más grandes? Pues perfecto. Pero creo que la gente tiene su talento. Las gafas de rosa se las quita y se las pone, que es lo inteligente. Hay que ponerse las gafas de rosa, pero con un libro. Evadirte de la sociedad con un libro, no engañándote y diciendo que la sociedad está de puta madre. Esas gafas de rosa nos las tenemos que quitar del todo. O sea, tenemos que ver la realidad. Vale que vivamos en una sociedad occidental y que no vivimos en un sitio donde lo están pasando mucho peor. Como decía mi padre: “Siempre hay gente que lo está pasando mucho peor”. Vale. Pero tampoco nos pasemos porque, en realidad, hay que valorar lo que tenemos. Es mejorable, por supuesto, pero para mí, las gafas de rosa buenas son leer un libro o ver una buena peli. La historia es como es. La gente no vuela, no tiene poderes.
—J: Nunca nos gusta generalizar. Cuando se habla de toda la gente, claro, se da todo el mundo por aludido. Y hay gente que sí tiene curiosidad y gente a la que le da igual y le gusta entretenerse con cosas muy intrascendentes y que no tienen ningún sentido.
—D: En mi pueblo hay gente que se entretiene, y ahí hay kung fú, en beberse una botella de vino entera a la una del mediodía. Estás ahí sentaíco, con tu colega, callado, y al final te acabas la botella de vino blanco de pitarra del pueblo (risas).
—J: En el pueblo está lo de “hacer la vaca”. Es como salir de cañas con tapita pero de una manera muy especial: por cada vasito de vino, un trocito de lo que te hayan puesto de tapa.
—D: Por cierto, Jesús, que sé que te gustan la historia y la etimología: parece ser que, en Extremadura, “hacer la vaca” tiene reminiscencias de Emerita Augusta, de cuando la época de los romanos. Los romanos celebraban la bacanal, que era la fiesta al dios Baco. Por eso, los estudiosos dudan si “hacer la vaca” va con “v” o con “b”. Baco va con “b”. Parece ser que lo de tomarse una cerveza y hacer estas cosas lúdicas es un homenaje cultural y una reminiscencia de los romanos.
—Eso sí que sería un homenaje cultural, y no lo que hacen algunos teóricos divulgadores de la cultura que, en realidad, acaban espantando al personal.
—J: Creo que viene de niños: cuando te mandan leer algo por obligación, se comete el primer error. Entonces, ese libro ya no te va a gustar tanto.
—A mí me obligaron a leer La Regenta con 14 ó 15 años y, desde entonces, la tengo atravesada.
—D: La Regenta era bastante coñazo. Tormento, de Galdós, era un tormento (risas). Sobre todo, para un chaval de 16 años al que le importa un pito la sociedad del Madrid del siglo XIX de los liberales, los conservadores, los cesantes, y los que cambiaban… ¡Buff! Por eso creo que han triunfado tanto los youtubers. Sin menospreciar, evidentemente, a los clásicos, que están ahí, pero nos han obligado a leer clásicos cuando nos deberían haber hecho libres para leer lo que quisiéramos y, luego, cada uno que tuviera sus inquietudes: si te gusta el realismo, venga, tira a Galdós; si te gustan las flipadas, vete a un escritor de ciencia ficción. Que cada uno elija su camino.
—J: La iniciativa a la lectura debía haber sido más divertida.
—D: ¿Cómo es eso de “aprender deleitando”?
—¿Os acordáis de los libros del Barco de Vapor?
—D: Total.
—Siempre pensé que se podría haber hecho algo similar para adolescentes.
—D: De entre todos los libros que te mandaban, hubo un acierto en nuestra época. Nos recomendaron un libro en séptimo de EGB…
—J: En quinto.
—D: Yo lo leí en séptimo.
—J: ¿El Mecanoscrit?
—D: Es un libro en catalán de Manuel de Pedrolo. Está en castellano también: Mecanoscrito del segundo origen. Es una distopía de lo más actual, escrita en los setenta, y ese libro sí que mola leerlo. Después, te ponen Tolstoi, Tostón-oi, y te vienes abajo.
—Antes habíais dicho que hay que ponerse las gafas de rosa con un libro. ¿Cuáles han sido vuestras últimas gafas de rosa?
—D: Yo estoy ahora con un ensayo que se llama Sapiens, de Yuval Noah Harari. Me tiene loco, totalmente abducido.
—J: Yo estoy con Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie, de Eslava Galán, y con España en guerra, de Albert Pla. Y Los perros duros no bailan, de Pérez-Reverte, me lo ventilé en dos días.
—D: Pasó por mí y también cayó en dos días.
—J: Libro que llega a casa de mi hermano, libro que no vuelve (risas).
—D: Sí, mi casa es el cementerio de libros. Eso mola.
—J: ¡Claro, te mola a ti!
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—D: Hay matices.
—J: Puede haber un gran hijo de puta muy lector.
—D: Mi abuela no sabía leer, pero sabía contar. Y contaba cosas. Y todo se transmitía de manera oral.
—A mí me gusta lo que me respondió a esta pregunta el exfiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce: “Un hombre que lee es mejor que antes de que no leyese”.
—D: Eso sí. Ahí sí, seguro. Con esa enmienda, sí.
—J: ¿Que mejora, no?
—Ahora que lo pienso, depende: si un zumbao se lee el Mein Kampf, igual…
—D: Si te lees también, yo qué sé, un manual de sacrificios humanos… No sé. La capacidad de leer hay que aprovecharla. Si alguien puede leer y Dios le ha dado la vista… es como tener al lado un paisaje superbonito y no mirarlo. Puedes vivir sin mirarlo, pero coño, mira a la izquierda que lo tienes ahí.
—Lo que sí es cierto es que la lectura nos hace ciudadanos más críticos. Y eso siempre es sano.
—D: Sí, sí. Y leer el Mein Kampf, por cierto, no te convierte en un nazi. De hecho, es bueno saber lo que piensan los que tú crees que son malos. En un cómic con Lex Luthor o el Joker, me mola estar en la mente del malo. Por curiosidad. Cuando pasan las cosas que pasan, digo: ¿cómo puede ser que alguien haya podido pensar esto? La manera de conocerlo es intentar ponerte en su lugar. Es difícil, pero creo que leyendo o viendo lo que dicen, puedes comprenderlos, y censurarlos, evidentemente, pero el conocimiento nunca está de más.
—¿La revolución ha muerto?
—D: No, hombre. La revolución sigue. La revolución es la evolución. Hay revoluciones más traumáticas y, que yo sepa, la involución no existe. La involución científica es otro oxímoron. Es un sinsentido. La evolución siempre va p’alante.
—J: Hombre, se puede empeorar.
—D: Pero no involucionar.
—Yo discrepo. Igual algún medievalista me hace la cruz, pero si comparamos los periodos de esplendor de Grecia y Roma, con sus fallos y sus atrocidades, por supuesto, con los años oscuros de la Edad Media… De hecho, el Renacimiento se llama así por algo. Pienso que sí, que podemos involucionar.
—J: Hombre, cuando se quemaban bibliotecas y con la Inquisición, perdimos siglos.
—D: Yo creo que la Edad Media está medida desde el punto de vista actual. Nos encontramos con una época inhumana, insisto, vista con los ojos de hoy, en la que los derechos humanos brillan por su ausencia. Saquear y matar no estaría tan mal visto, imagino. Desde la visión de hoy, lo juzgamos como algo inhumano. Por eso creo que hemos ido evolucionando. Sinceramente, creo que estamos mejor ahora que antes. No quisiera ver que alguien deja a un niño tirado en una piedra para que se lo coman los lobos porque tiene, a lo mejor, un ojo diferente a otro. Esas cosas se hacían antes. Juzgarlas con la visión del presente es injusto. Pero también hay que pensar que reminiscencias de esto hay en el presente, y menos mal que vivimos en esta época y en este lugar. Tenemos que dar gracias al destino, a la suerte o a Dios.
—J: Llámalo equis (risas). No se pueden comparar las situaciones.
—Sin embargo, el presentismo es una moda. Y la revisión histérica de la Historia. Igual no está lejos el día en que se pida demoler el Coliseo.
—D: Totalmente. Y a los griegos también nos los cargaríamos. Porque no hay que olvidar que eran muy demócratas, pero sólo votaban los ciudadanos atenienses hombres. No nos olvidemos de los chinos: yo estoy todo el rato pensando: “¿Y los chinos?”. Siempre han sido muy listos. Antes había muchos mundos dentro del mundo. Mundos aislados. Y eso era guay. Y tiene mucho que ver la evolución con el aislamiento. Pasa con los animales y con los pueblos. Y la cultura china va al ritmo de la de los griegos o más.
—Los mundos aislados… Jose ha mencionado antes a Eslava Galán. Tengo reciente la lectura de su La conquista de América contada para escépticos y, carajo, imagino la impresión que debió de causar en unos porqueros de Badajoz o en unos bandidos de Ciudad Real llegar a un mundo tan distinto, como de otro planeta.
—Eran argonautas, claro que sí. Imagino que, para un griego, el mundo sería su contorno, lo que es Europa, Asia, y que más allá del océano habría algo. Imaginaban cosas. Y la imaginación va siempre a la vanguardia de la ciencia, yo creo. Y los griegos tenían mucho tiempo para pensar. Repito: los griegos ciudadanos (risas).
—Los de la polis.
—D: Que no los de los polis (risas). Al final, cada uno tiene su visión de lo que es vivir bien y vivir mal.
—J: Con el tema del descubrimiento de América, que hay tanta polémica: hay mucha gente que respalda la Leyenda Negra. Eslava Galán dice que realmente fueron 600 hombres y muchas enfermedades desconocidas para ellos.
—Es verdad que no fuimos unos santos, pero si nos comparamos con lo que hicieron los ingleses en América del Norte, o, posteriormente, los belgas en África…
—D: La reina Isabel asumía que los hombres de los pueblos conquistados eran sus súbditos y, por ello, todos iguales, entre comillas, entre sí… si se bautizaban; si no, pum-pum. Lo que quiero decir es que todos los países tienen su leyenda negra, con su punto de exageración y su punto de verdad. Parten de una verdad, y la verdad es que se hacían cosas que hoy no juzgaríamos con buenos ojos. No hay que olvidar que un poco de autocrítica nunca sobra. Me gusta ir a México y que no me vean el descendiente de algunos de esos porqueros de los que tú decías, de verdad. Igual me ha afectado la Leyenda Negra, que sé que se ha exagerado, de verdad. Estoy juzgando el pasado con los ojos de hoy, pero no me queda otro remedio. No me siento para nada responsable de ello.
—J: ¿Responsable cómo te vas a sentir?
—D: Yo mostraría mi escepticismo con el metabulo de la Leyenda Negra, es decir, la leyenda de la Leyenda Negra.
—¿“Izquierda nacionalista” es un oxímoron? Ya llevamos unos cuantos…
—D: Depende. Ahí hay conceptos: depende de cómo entendamos el concepto “nación”, depende de cómo entendamos “izquierda”…
—J: Yo creo que la izquierda debe ser internacionalista.
—D: Pero la palabra “internacional” tiene “nación”. Le preguntaría a la gente cómo está tan segura de sus palabras. No lo sé. Ahí soy ultraescéptico.
—J: Lo primero es ayudar al más débil. Si esto es ser de izquierdas…
—D: Se puede ser lo que se quiera. Sí que hay que ser intolerante con la intolerancia.
—Y, para finalizar, desde el tiempo de redacción del libro hasta hoy, ¿habéis conocido, finalmente, a Robe Iniesta?
—J: Mi hermano un poco más. Mi hermano ha ido a dos conciertos y yo a uno.
—D: ¿En el libro pone que no lo conocemos?
—Creo recordar que sí.
—D: Vaya, igual ha habido un pequeño error. Yo lo conocí en un concierto de Extremoduro en Barcelona hace unos diez años. Nos saludamos, nos invitó a una cerveza a mí y a mis amigos y ya está, se fue para el escenario. Fue un momento inolvidable para mí. Y no lo he vuelto a ver.
—J: Bueno, le vimos luego en el Palau Sant Jordi, pero cuando ya subía para el escenario. Iba directo a actuar.
—D: Pero no nos saludamos. Es un tío al que no conocemos, en la cercanía, quiero decir, y nos gustaría hacerlo. Es extremeño y estamos muy orgullosos de él. Cuando salió, nosotros decíamos: “Estos son de Extremadura, hay que escucharlos, chavales”.
—J: Hemos crecido con su música y siempre que se crece con un grupo, se le tiene cariño.
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