Eso fue lo que contestó mi amigo Jota cuando le hice una pregunta para la que no esperaba ninguna respuesta trascendente:
Me detuve en medio de la calle y me quedé mirándole.
Conozco a Jota desde hace casi diez años y me ha contado toda clase de historias rocambolescas. En realidad, forma parte de su oficio. Jota Trillo pertenece al Departamento de Audiovisuales de la Policía Nacional y allí se encargan de enseñar cómo es el trabajo policial a los actores, directores y guionistas. Les enseñan cómo se lleva la pistola, cómo se hace una detención, cómo se investiga, cómo hablan los agentes entre ellos. Les explican la jerga y el comportamiento. Y, dentro de todo eso, les cuentan un montón de anécdotas que no creerían ciertas si no las escucharan de alguien que las ha vivido en primera persona.
Pero esta historia las superaba a todas.
Llevaba sin ver a Jota desde antes de la pandemia; desde el 2017, concretamente, cuando me ayudó a documentarme para mi última novela. Después de aquello, pasamos un tiempo sin vernos y solo seguimos en contacto por WhatsApp. En uno de aquellos mensajes, Jota me dijo que había tenido un problema de salud y que iba a estar un tiempo desconectado. El mensaje no me pareció escrito por él, pero supuse que el tono estaría relacionado, precisamente, con el problema de salud al que se refería. No le di mayor importancia y dejé pasar el tiempo, respetando el espacio que necesitara para recuperarse.
Ahora, al salir de la cafetería, pregunté por aquella época como el que pregunta cómo está la familia. Y la respuesta sonó a broma, pero no lo era.
Jota pasó por el hospital para una operación que, en principio, no suponía ningún riesgo. Salió del quirófano, despertó de la anestesia y estuvo hablando con su familia. Pero luego la cosa se complicó. Una sutura interna se había abierto. La infección se extendió por el cuerpo y tardaron demasiado tiempo en llevarlo de vuelta al quirófano. Se despidió de su mujer, porque tuvo la certeza de que la cosa acababa allí.
Jota detiene su relato para recordar aquel instante:
—En un momento como ese, es verdad que darías todo lo que tienes por contar con media hora más.
Volvieron a dormirle y a abrirle y a hacer todo lo posible, pero era tarde. Se habían dañado demasiados órganos y Jota murió. Lo resucitaron tres veces en seis horas para continuar. Sin embargo, entró en coma y lo conectaron a 21 aparatos que suplían las funciones de todos los órganos que no estaban activos.
Así se quedó durante tres semanas enteras, sostenido por un hilo de vida artificial y agarrado a una esperanza inexistente, mientras por el hospital iban pasando los amigos cercanos; aquellos a los que su mujer supo que tenía que avisar. Había muchos otros a los que no sabía si podía o no podía avisar, porque el móvil de su marido estaba a rebosar de contactos. Jota conoce a medio mundo y siempre tiene conversaciones pendientes en el teléfono. Así que su mujer preparó un mensaje estándar para aquellos a los que no sabía qué podía decirnos. Ese fue el mensaje que yo recibí. Venía del móvil de Jota, pero no era de Jota, porque Jota estaba muerto.
Se cumplieron los 21 días de coma y los médicos hablaron con su mujer. No tenía sentido seguir con aquello. Había que desconectarlo.
Era jueves y le dieron de margen hasta el martes siguiente para que tuviera tiempo de hablar con la funeraria, dar la noticia a la familia, a los amigos, a sus hijos. Así que su mujer lo hizo. Lo preparó todo y a todos.
Pero el domingo un riñón de Jota se puso a funcionar. La máquina que lo había estado sustituyendo se apagó. Era una buena noticia. Pequeña, pero buena.
Los médicos decidieron esperar. Valía la pena darle una oportunidad.
Poco a poco, el resto de los órganos fueron resucitando y las máquinas se fueron apagando. Entonces, el coma lo indujeron los médicos, porque Jota no estaba en condiciones de despertar. Todavía no. La vida tenía que volver despacio.
Durante los siguientes dos meses, lo fueron despertando de vez en cuando, a ratos cortos, para que pudiera saludar a sus hijos o a sus padres, y luego volvían a dormirlo.
Tiempo después, pudo permanecer más tiempo con los ojos abiertos y empezó a comer. Empezó a moverse.
Todos los que se habían visto obligados a darlo por muerto resucitaron un poco. Después del hospital, estuvo otra temporada en casa. El día que volvió al trabajo, lo recibieron con una alegría tremenda. Era increíble. Le habían preparado un poster de El renacido en el que habían sustituido la cara de Leonardo DiCaprio por la suya. Jota es un cinéfilo empedernido; un coleccionista de datos sobre todas las películas que se han hecho, así que el regalo tenía todo el sentido del mundo.
***
Llegamos hasta la puerta de la comisaría. Se nos había hecho tarde hablando de todo aquello, caminando desde la cafetería hasta allí. Volví a decirle que era una de las historias más alucinantes que había oído nunca. Nos despedimos y el subió de vuelta a la oficina. Yo caminé de vuelta al aparcamiento, todavía procesando lo que acababa de escuchar. Pagué en la máquina, fui hasta mi coche y metí la mochila en el maletero. Mis manos manejaron el volante de regreso a casa mientras mi cabeza seguía en la historia de Jota.
Me había quedado atrapado en la última parte; la que tuvo lugar cuando ya estaba todo solucionado. Jota recibía llamadas mientras estaba de vuelta en casa, levantándose de vez en cuando de la silla de ruedas para volver a aprender a andar. La gente le preguntaba cómo lo llevaba y le daba la enhorabuena. Luego, antes de colgar, decían algo de este estilo:
—Te dejo, que he quedado con Fernando.
—¿Qué Fernando? —preguntaba Jota sin comprender.
—Tú compañero. El de la comisaría.
—Pero… ¿y tú de qué le conoces? —dudaba Jota.
Era del hospital. Por allí había pasado gente de todas partes. Amigos de siempre, policías, actores, directores, guionistas y productores. Habían compartido esos momentos de inquietud en los que no sabían si Jota terminaría por salir.
Fue lo último que me contó antes de volver a la comisaría:
—No te fastidia —dijo—. Yo en casa aprendiendo a caminar y mis amigos todos juntos de cañas.
Arrancamos a reír. Ese era el final que estaba resumido en la frase de Jota. «Estuve muerto», dijo, como el que dice que ha estado viviendo una temporada en otro país. Pasó un mes en la muerte y sus amigos fueron a visitarlo. Y después regresaron con él.
Es tema suficiente para una novela. Tal vez algún día lo sea.
Está muy bien escrito,podría ser una novela. Gracias