Fotografía de David Palacín
En 2018 se cumplirán 40 años del comienzo de las excavaciones de Atapuerca. Una cifra importante. Cuatro décadas de hallazgos increíbles, reconocimientos internacionales al trabajo de los investigadores y noticias sorprendentes en torno al origen del hombre y la evolución. Eudald Carbonell y Rosa M. Tristán nos cuentan en Atapuerca. 40 años en el pasado cómo ha sido todo este proceso.
El libro, publicado por National Geographic, recopila la historia de este auténtico cruce de caminos que es Atapuerca —migraciones, Camino de Santiago, eje natural de comunicaciones norte-sur y este-oeste…—, el lugar del mundo con más fósiles humanos descubiertos y que ha servido de cantera para una de las generaciones más brillantes de científicos españoles.
La historia de los descubrimientos en los yacimientos de Atapuerca está ligada a la de los directores de este proyecto desde 1991, Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell.
Aunque a Carbonell lo asociamos generalmente con su figura como arqueólogo y prehistoriador, hay que destacar que es un renombrado y reconocido geólogo, antropólogo y paleontólogo. Es profesor de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y ha publicado más de quinientos artículos científicos y un buen número de obras de divulgación de arqueología, antropología y evolución social.
—Atapuerca, 40 años en el pasado no es un libro científico al uso, es una obra llena de numerosas anécdotas, curiosidades y de claves para entender todo este complejo camino evolutivo. ¿Es tu obra más divulgativa? ¿Pensada para llegar al gran público?
—Efectivamente, no es un trabajo técnico, no es una memoria científica. Los artículos científicos los publicamos en revistas especializadas. Esta obra pretende ser una mezcla entre novela histórica —no en el sentido de lo que entendemos como una novela; el objetivo era contar de forma novelada la historia de este proyecto— y pequeña enciclopedia del trabajo de campo. Lo que buscábamos era conseguir un libro ameno, que sirviera para socializar estos 40 años que yo he trabajado en Atapuerca.
—Para lograrlo te acompañas de la periodista Rosa M. Tristán. ¿Cómo ha sido el proceso de creación del libro? ¿Cómo habéis conjugado la visión más técnica del científico y la prosaica del periodista?
—Este es un libro hecho a cuatro manos. Esto no es sencillo. Yo a Rosa la conocía por su trabajo como periodista. En cuanto había un descubrimiento relevante, ella me llamaba para preguntar mi opinión. A mí me gustaba mucho su forma de escribir y de estructurar el conocimiento científico en sus artículos. Y pensé que para un libro como este su papel era fundamental, para pulir y darle uniformidad a los textos, y conseguir dotarlo de un lenguaje accesible para un público más amplio, interesado por el conocimiento y por Atapuerca.
—En el prólogo, Arsuaga dice que este libro es un relato personal e intransferible. ¿Podemos considerarlas tus memorias como investigador y codirector del proyecto?
Sí. Podemos decir que es una explicación de mi trayectoria. Es una memoria mía, una memoria del sistema y de todo el conocimiento que hay y que yo comparto. Para conseguirlo Rosa hizo entrevistas a gente de mi equipo, discípulos míos, gente que ha trabajado conmigo durante este periodo. Eso le hace un libro distinto a todos los anteriores, y he escrito más de 30… Aquí hay frescura y también reflexión: buscamos transmitir el conocimiento y los descubrimientos de todos estos años, hablamos de las especies, de la geología y del futuro del sapiens desde nuestra perspectiva. Atapuerca, 40 años en el pasado es una socialización de toda una vida dedicada a este proyecto.
—Arsuaga también comenta que toda vuestra vida está ligada a estos yacimientos. Han sido muchos los descubrimientos, algunos muy especiales para ti, como los últimos de neandertales. ¿Después de tanto tiempo sigues teniendo alicientes para buscar nuevos restos de homínidos? ¿Cómo ves el futuro de los yacimientos y del equipo investigador?
—Hemos encontrado todas las especies, aunque no descartamos alguna sorpresa…; puede pasar. Hemos encontrado sapiens, heidelbergensis, antecesor, homo erectus —posiblemente—, neandertales… Es complicado que como pioneros podamos conseguir mucho más. Porque aquí no solo ha habido hallazgos naturales, hemos conseguido también muchos descubrimientos no materiales: hemos documentado ritos funerarios, las primeras pruebas de canibalismo de la historia…; hechos fundamentales para entender la evolución humana en Europa y en el mundo, que han sido portadas de revistas como Nature y Science.
—Cuando hablamos de Atapuerca y de los yacimientos, pensamos en los premios y en las visitas turísticas perfectamente organizadas que tienen lugar a lo largo de todo el año. Sin embargo, los principios fueron bastante caóticos, aunque llenos de romanticismo, según cuenta Bermúdez de Castro. ¿Cómo fueron esos primeros años de aprendizaje?
Pues fueron difíciles. Ayer, precisamente, estuve con Emiliano Aguirre, mi profesor, que publicó el primer artículo de los yacimientos. Esos primeros años fueron complicados para él y para Trinidad Torres. Excepto Emiliano, éramos todos muy inexpertos, estudiantes de doctorado. Pero poco a poco se fue consiguiendo una estructura de trabajo gracias a la vocación que Aguirre tuvo siempre de hacer un equipo. Hasta que encontramos los restos en la Sima de los Huesos fueros años complicados porque no había recursos económicos. Esto cambió sobre todo cuando encontramos a Miguelón. A partir de ahí esto despegó en serio.
—España es un país donde la ciencia no goza de un gran reconocimiento. De eso se quejaba Ariño, uno de los primeros investigadores de los yacimientos. ¿Cuál es tu experiencia en ese sentido como docente e investigador? ¿Cambiará esto algún día?
—Es difícil que cambie. Esta España secular —de vicios adquiridos— que pensé que habíamos superado, la España que no quiere investigar, ha vuelto con la crisis de 2007. Estos diez años que llevamos de crisis han golpeado de forma grotesca a nuestra ciencia, expulsando a nuestros “nietos científicos”. Toda la gente joven relacionada con la investigación ha emigrado; están trabajando en países serios.
—En este libro das respuestas y también haces preguntas. Al principio del libro formulas una muy importante: ¿Por qué Atapuerca y no otro lugar del planeta?
Esa es una gran pregunta que hemos tenido 40 años para contestar. Seguro que nos hemos repetido como el ajo (ríe). Como Atapuerca hay miles en el mundo, pero los meteoros, el tiempo, los cambios de clima… destruyeron esos registros en aquellos lugares. Sin embargo Atapuerca se quedó colgada en la colina, el río Arlanzón se fue al valle y dejo el depósito fosilizado como si fuera un frigorífico y eso permitió que los yacimientos se conservaran intactos.
Esta sierra es una zona muy importante. El corredor de la Bureba es una zona excepcional por el paso de la cantábrica a la meseta, de la zona occidental a la oriental, del Ebro al Duero, lo que propició un gran flujo de personas y animales a lo largo de los años. Es una zona de monte bajo y eso la convirtió en refugio durante diversas épocas.
A esos dos factores anteriores le hemos sumado un tercero, que los científicos hemos podido trabajar allí para investigar esos recursos. Son cuatro o cinco ítems los que hacen que Atapuerca sea distinta.
—En el libro habláis de una «lasaña de arcillas y fósiles». A mí me ha encantado esa expresión. ¿Hay mejor manera de describir a los no iniciados cómo son los yacimientos de Atapuerca?
Esta expresión es muy cercana a la cocina, que es un referente. Metafóricamente funciona muy bien. La lasaña se hace por capas y los yacimientos también, diferentes niveles con diferentes contenidos en su interior. Atapuerca son 20 metros de lasaña donde está condensada toda la Humanidad. La expresión es de Rosa y creo que explica muy bien cómo se conjuga y estructura esa diversidad de restos arqueológicos.
—Después de leer el libro da la impresión que es un milagro que hayan llegado los yacimientos en su estado actual de conservación. A lo largo de la historia ha habido carros cargados de estalactitas que se llevaron a Valladolid; explosiones de la empresa concesionaria de la cantera; hogueras de pastores con huesos que creían de mulas; se quiso convertir los terrenos en polvorín militar… ¿Cuánto material hemos perdido por esos motivos?
Hemos perdido, pero no tanto como pensábamos. La trinchera coge los bordes del yacimiento y cuando provocan las explosiones y descubren la “lasaña” paran. Porque solo se interesan por las calizas y dejan libres las cuevas. En la Gran Dolina ocurrió lo mismo.
Ha habido pirateo, sí, pero no ha sido un inconveniente para los trabajos posteriores porque no destruyeron la estructura de los yacimientos. Afortunadamente, han sido solo daños colaterales.
—En 1982 unos gamberros tiraron uno de los andamios que habíais colocado en la Gran Dolina. ¿Es posible que hoy ocurriese algo así?
A día de hoy sería imposible. Son 20 años de conciencia social con los yacimientos. Primero la gente de la sierrra —pastores, policía, vecinos y militares— y luego el resto de la población los han protegido y han comprendido su importancia. Durante ese tiempo se ha socializado este gran descubrimiento. El mensaje se ha vuelto transcendente: se enseña en la escuela, todos los días hay visitas, noticias en los medios de comunicación… Costaría mucho encontrar personas que hablen mal de los descubrimientos. La gente está orgullosa de ir a Nueva York o a Londres y ver allí testimonios de Atapuerca en los museos más importantes.
—Como en muchos descubrimientos importantes de la humanidad, al final la casualidad se convierte en la mejor aliada de la ciencia. Si no hubiese habido ferrocarril quizás todos esos tesoros seguirían ahí sepultados.
—El ferrocarril fue lo mejor que nos pudo pasar. La hendidura de la trinchera es de casi 20 metros. Se cortó la cueva como un pastel. La lasaña quedó a la vista. Puedes ver todo desde lo más moderno a lo más antiguo. En una cueva que no está cortada no sabes lo que hay debajo. Tienes que hacer un sondeo manual, un montón de trabajos previos. En Atapuerca ves todas las cronologías de un vistazo. Al final, algo que podía haber sido un desastre se convirtió en un gran logro para la ciencia.
—Hay una visión muy idílica del arqueólogo transmitida a través de la literatura y el cine, pero la realidad es muy distinta. ¿Cómo era la “brigada caimán” de la que hablas en el libro?
La “brigada caimán” funcionó muchos años. Yo estaba allí obviamente como arqueólogo. Y José María y muchos otros. La brigada caimán era la encargada de preparar la excavación cuando no teníamos logística: colocar andamios —que antes montábamos y desmontábamos—, plantear la cuadrícula, preparar los coches… Nosotros preparábamos el terreno para los que venían al trabajo y pudiesen excavar.
El origen del nombre de “brigada caimán” es difícil de explicar. Yo fui quien le puse el nombre. En otra excavación, una lluvia muy fuerte estaba a punto de llevarse un yacimiento. Nos echamos todos al suelo para crear una barrera y desviar el agua; éramos como caimanes (ríe), y a partir de ahí salió el nombre: la “brigada caimán”; era el grupo de choque.
—El Grupo Espeleológico Edelweiss es el grupo más antiguo creado en Castilla en León y uno de los más veteranos de España. ¿Cuánto le debe Atapuerca al grupo Edelweiss?
Mucho. Ellos se dieron cuenta de la importancia de Atapuerca. Uribarri hizo un gran trabajo para conseguir el BIC. Su colaboración y el apoyo logístico fue vital para conseguir bajar a la cueva y empezar a trabajar allí.
—Otro de los personajes claves de los primeros años fue Emiliano Aguirre. ¿Cómo era? ¿Cuál fue vuestra relación con él? ¿Cómo sigue siendo?
La relación sigue siendo importante. Como te comentaba, ayer estuve con él. En su casa. Le regalé el libro. Es un hombre sabio. El mejor paleontólogo que ha habido en su país en el siglo XX. Un hombre adelantado a su época. Un gran científico y un gran amigo.
—La figura de Aguirre y la vuestra ha eclipsado la de un hombre que fue clave en los primeros descubrimientos de Atapuerca, Trinidad de Torres. ¿Qué importancia tuvo en todo esto?
Trinidad tuvo una gran importancia. Fue premiado por la Fundación. Como Aguirre y el grupo Edelweiss. Son personajes fundamentales que se dieron cuenta de la importancia de los descubrimientos. Gracias a Trino conocí a Emiliano.
—Por aquí han pasado zoólogos, arqueólogos, geólogos…, pero una de las figuras más importantes fue Arturo, el guardia, que te enseñó a manejar con destreza el pico.
Me alegro de que le cites. Arturo fue peón caminero. Un hombre pequeño, amable, que me explicó todos los trucos del pico. Me hizo un máster en su manejo al que le debo mi perfeccionamiento. Me explicó cómo utilizarlo sin cansarme tanto como lo hacía antes de conocerle.
—¿Cómo ha cambiado la financiación de las campañas desde esos primeros años? A finales de los 70 tenías un Dyane 6 prestado por un amigo de Aguirre y ahora las grandes empresas están de patrocinadoras. ¿Cuál ha sido tu argumento para hacerles apostar por Atapuerca?
En efecto, ha cambiado mucho. Ahora tenemos un gran parque logístico —furgonetas, 4×4, coches…— que nadie hubiera imaginado hace 30 años. Antes éramos una docena de personas y ahora somos más de 300. El patrocinio lo ha hecho viable y lo ha convertido en un proyecto de gran envergadura. Es la excavación de Pleistoceno, que sepamos, con más equipo humano y más doctores del mundo. Lo bueno es que las empresas no nos han exigido nada, lo han entendido como algo muy importante. Para sus marcas es un prestigio estar vinculado a la ciencia, ese es el mejor argumento.
—Se critica mucho la España de las autonomías pero para Atapuerca fue clave que sus competencias pasarán a manos de Castilla y León. ¿Cuál ha sido tu experiencia a la hora de trabajar con las administraciones?
Cuando empezamos no existían las autonomías. Fue difícil hacerles entender al principipio a los políticos la importancia de la investigación. Pero tuvimos la suerte de que Juan Vicente Herrera —presiente de la Junta desde 2001— fuera desde el primer momento muy consciente de la importancia de Atapuerca, de su riqueza científica, cultural y turística para Castilla y León. Él ha sido uno de los grandes impulsores a nivel político de los yacimientos junto con Ángel Olivares —alcalde de Burgos desde 1999 a 2003—, que apoyó la creación del Museo de la Evolución. Y a nivel civil y privado hay que destacar a Antonio Miguel Méndez Pozo —editor de Diario de Burgos—, que nos apoyó desde ese primer momento. Sin su confianza todo hubiese sido mucho más complicado.
—¿Qué importancia tiene el Museo de la Evolución?
El Museo de la Evolución (MEH) es el «aparador». Una estructura que permite enseñar la mercancía. La gente visitaba los yacimientos y nos decía que eran muy interesantes, pero que no podía ver nada. Antes habíamos hechos exposiciones por todo el mundo para mostrar los hallazgos —que fueron muy importantes—, pero la construcción del Museo de la Evolución marcó un antes y un después para Atapuerca.
—Retomemos la cronología. 1990 es un año clave en Atapuerca. Se jubila Aguirre y entra el “triunvirato”. Perdidos en el trabajo burocrático, pero con una gran experiencia de campo y con una idea clara: había que volcarse en la comunicación de los hallazgos. ¿Ese fue vuestro gran acierto?
Yo pienso que sí. Fuimos muy hábiles priorizando la comunicación en español y sobre todo en inglés. Había que socializar estos descubrimientos a través de muchas ruedas de prensa en lugares como Nueva York y de entrevistas en los medios de comunicación de todo el mundo, en periódicos, revistas —publicaciones como Times o Herald Tribune—, televisiones… La reverberación —ahora se hablaría de viralización en redes sociales— fue increíble en los propios USA, en Japón y en el resto de países.
—El año 92 lo recordamos por los Juegos Olímpicos de Barcelona, por el AVE y por la Expo, pero en Atapuerca fue el año del bingo de los fósiles: Agamenón, Miguelón… ¿Volveremos a tener unos descubrimientos de tanto valor?
Yo creo que conseguir tanto en tan poco tiempo es difícil. Aunque dentro de poco estaremos en el nivel TD6 de los yacimientos —cuando quede poco para nuestra jubilación, o después—, y volverán a salir un montón de fósiles de gran importancia, centenares de restos de hace un millón de años y Atapuerca volverá a estar en primera línea.
—A veces no damos la suficiente importancia a los premios, pero el Príncipe de Asturias fue el comienzo de un reconocimiento a nivel internacional. ¿Erais conscientes en 1997 de lo que habíais conseguido?
Fue uno de los grandes inputs para poder hacer la Fundación de Atapuerca. La Reina Sofía ha estado siempre con nosotros; apoyando. Tiene un grado en arqueología y su interés ha sido siempre real, no solo como monarca sino a nivel personal. Hay que destacar que ella es embajadora de Atapuerca en el mundo y me consta —muchos colegas míos me lo han comentado— que hace gala de ello en todos sus viajes cuando se habla de patrimonio.
—Es curioso que al principio no tuvierais demasiado interés por la Sima del Elefante y sin embargo allí tuvo lugar en 2007 uno de los hitos más importantes de la investigación.
Sí que teníamos interés, pero era muy complicado. Las cosas entonces eran más complejas. Las relaciones de las que hablábamos con las administraciones a veces eran difíciles. Pero sí, al final, esta sima ha sido muy importante. Pusimos el ojo en Elefante siendo conscientes de que iba a ser crucial. No es que estuviese marginada, pero no teníamos gente para llegar a todos los yacimientos.
—Costó, pero al final se encontraron restos de neandertales. Este hallazgo ha desmontado muchas de las teorías de hace 20 años. ¿Cambiará la investigación del ADN de los restos de Atapuerca las teorías de quiénes fueron los antepasados más directos del hombre moderno?
En Atapuerca hemos secuenciado ADN nuclear y mitocrondial y ya tuvimos sorpresas. Nuestras hipótesis se confirmaron entonces cuando comprobamos que nuestros homínidos tenían relación con nuestros amigos siberianos, los de Denisova. Sería muy importante poder secuenciar ADN de Homo antecessor, de un millón de años. De esa manera podríamos ver su relación con los Neandertales. Se podría confirmar la teoría de que el antecessor era en Europa el origen de neandertales y de sapiens.
—Con todo lo que queda por excavar —faltan por ser descubiertos el 99% de los fósiles de Atapuerca y solo se ha trabajado en 10 de las 400 yacimientos— y las nuevas tecnologías, ¿qué nos depara el futuro de las excavaciones en los próximos años?
La fase de peritaje está muy avanzada con los sondeos, excavaciones y catas, pero hay centenares de miles de metros cúbicos de sedimentos llenos de fósiles. Hasta ahora no hemos hecho nada, solo hemos arañado la sierra.
—En estos 40 años, han pasado por Atapuerca múltiples personalidades de todos los ámbitos de nuestra sociedad y de todo el mundo. ¿Qué visita recuerdas con especial cariño? ¿Tienes alguna anécdota de esos personajes a los que has hecho de guía?
Anécdotas tengo muchas. Zapatero vino antes de ser presidente. Me preguntó mi opinión por la construcción, la burbuja que se estaba creando y la posible ruina del país. También recuerdo al millonario Carlos Slim —que vino con Felipe González—, un gran aficionado a la evolución humana. Estuvimos comiendo con ellos y Felipe nos comentó que nos regalaría unas herramientas para los bonsáis que podrían servir para sacar fósiles. Recuerdo a Esperanza Aguirre que se cayó en la Cueva Mayor y tuve que ayudarla a subir a la entrada.
—Eres un gran aficionado a la prensa escrita y me consta que no te pierdes un telediario. Después de todo lo que vemos en los medios de comunicación cada día, ¿sigues creyendo en la evolución?
Sí. Esa es muy buena pregunta con una intencionalidad muy clara. (ríe) Creo en la evolución porque está fuera de nuestra consciencia. Hasta cuando no teníamos conciencia, evolucionábamos. Lo que me gustaría es una evolución responsable y un progreso consciente. Intervenir nosotros y dirigir nuestros cambios.
—Pero eso ahora no ocurre.
No. La conciencia de especie acaba de surgir hace muy poco, con la crisis de los misiles de los años 60 entre Estados Unidos y la Unión Soviética. En ese momento aprendimos a no destruirnos. Sabemos cómo acabar con nuestra especie, ya tenemos acceso a nuestra destrucción y la de nuestro planeta, pero todavía no sabemos cómo construirnos a nosotros mismos en los laboratorios. Es el principio del final del humanismo arcaico.
—Al final del libro cuentas que la selección natural será sustituida por la técnica y la cultural, que lo humano evolucionará al espacio de lo transhumano. ¿Cómo será ese cambio en nuestra especie?
Un cambio muy importante. Precisamente hoy leía en La Vanguardia un artículo en el que hablaban de robótica, y donde se explicaba que si la especie que creemos es inteligente lo primero que hará será exterminar a los humanos, afortunadamente para el planeta y para todos nosotros. Esto mismo lo dije yo hace 20 años en una entrevista.
—Después de lo anterior y vistos los cambios vertiginosos que se han producido en estos últimos 40 años, llenos de avances tecnológicos, sin caer en distopías, como antropólogo ¿cuál es tu visión del futuro de la humanidad a corto y medio plazo?
A corto plazo, mi visión es muy oscura. Entramos en colapso. Nuestra especie para poder metabolizar esta revolución tecnológica perderá un tercio de su población actual. Algo parecido ocurrió con la Primera revolución industrial. Nunca llegaremos a los diez mil millones. Va a haber un cuello de botella importante. En el planeta a medio plazo habrá diversas especies: humana, transhumana, cyborgs…
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Fotos: National Geographic, IPHES y David Palacín
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