La historia escribe, algo de azar y otro de culpa, nuestra propia obra, la de cada uno; nosotros, por un extraño motivo, le devolvemos los deberes, corregidos. En esa tarea de escribir la historia que nos escribe —describe— lleva Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) más de diez años en la novela, Memoria de cenizas (2005); no sé cuántos en el periodismo: finalista del Premio Nacional en 2003, en 2004, redacciones de Diario 16, El Mundo; ahora ABC y El País.
Un lenguaje cuidado y exigente, un rigor —escrupuloso— en la documentación y en la recreación del tiempo narrado y una vocación/dedicación de eremita la han llevado a ser finalista del Premio Nadal con El club de la memoria; al VII Premio Málaga de Novela con Adriático; al Premio Andalucía de la Crítica. Horas de entrega a la escritura, de oficio, de consideración por este, de constancia en aquellas: las claves de la construcción de una obra y de una firma que es referente del panorama narrativo español de hoy día.
En este 2017, Eva Díaz Pérez ha publicado El color de los ángeles, novela con la que recrea los años de Murillo. Quedamos en Sevilla, tierra natal del pintor. Allí, cercana a la cristalera que nos abre ventana al bullicio, la cárcel donde anduvo Cervantes. Y por seguir con el legado de este, procuramos demostrar que la palabra es una dimensión más de las libertades a la que no se le puede acotar sus distancias, y así hablamos de todo, pregunta tras respuesta, respuesta tras pregunta. Escribiendo, mientras la historia nos escribe, nuestra propia historia.
P: ¿Por qué el éxito de la novela histórica?
R: Ay, eso digo yo… Yo creo que es un género que efectivamente tiene mucha proyección: hay un indudable éxito comercial, es un género mimado. Pero por eso mismo también yo creo que hay mucha gente que se apunta al carro de la novela histórica, y que por eso tal vez esté tan denostada.
La novela de época requiere un sobresfuerzo… un compromiso por parte del autor… de «si paseas por el pasado, no puedes hacer una cosa superficial»… que yo creo que en muchas ocasiones está tomado muy a la ligera. Entonces, es verdad que tiene mucha repercusión. Noto que la gente, además de lo literario, tiene un interés divulgativo; es decir, en conocer el personaje, o la época.
Es un género que, aunque me apasiona, tengo que estar luchando constantemente contra él o contra el éxito que hay a su alrededor. Esto me da un poco de pena, aunque hay veces que te ayuda, que te mete en un terreno que te viene bien, pero sí, a mí hay veces que me molesta un poco. Y como lectora de novela histórica, tengo muchísimos problemas: hay muy pocas novelas de época que me gusten.
P: Pero ¿puede una novela ser historia? ¿O ser la historia una novela? Intuyo ahí una incongruencia: si se novela, no es historia; si es historia, para qué novelar.
R: Esa es la gran paradoja del género, muy difícil de resolver. De hecho, yo creo que no se resuelve. Por ejemplo, en mis novelas es muy importante la base histórica, fundamental. Pero para crear la atmósfera. O incluso el caso de la de Murillo, El color de los ángeles, es verdad que es un personaje real, que está muy documentado, pero, claro, al mismo tiempo es un personaje con muchas lagunas biográficas —eso me ha sorprendido bastante—. Entonces, ahí te permite desarrollar la ficción, aunque con unas claves que son fruto del género: la verosimilitud. Es decir: lo que inventas tiene que tener un punto evidente de posibilidad real.
Y esa mezcla, ese género fronterizo, me interesa mucho. Ese no saber muy bien qué es real y qué es pura literatura, eso desconcierta mucho a la gente. El lector puro de novela histórica siempre te hace la misma pregunta: “¿Esto te lo has inventado tú o no?” Entonces, claro, juegas con eso. Yo creo que es importante darle al lector no lo que quiere, sino que al leer la novela tenga una imagen aproximada de la época y del personaje, por supuesto. Pero ahí hay muchos factores literarios de los que el lector no es consciente. A ver, no haces trampa, no haces cosas delirantes. Pero sí verosímiles.
P: He oído a escritores, gente del gremio, que la moda de las novelas históricas pudo perjudicar, desde el punto de vista editorial, a otros estilos de novela, de público minoritario.
R: Sí. Indudable. El mundo editorial es muy empresarial, mercantilista. Y en muchas ocasiones se toman decisiones, desde ese criterio empresarial, que apartan la buena literatura. En muchas ocasiones vemos que lo que más se proyecta, lo que llena los escaparates de las librerías es, precisamente, lo que literariamente es peor. Pero ese juego siempre ha existido y eso siempre permitía publicar y apostar por autores poco conocidos, con una literatura quizá más difícil porque no era accesible para tanta gente, pero sí necesarios. Ese juego siempre ha sido clave: publico a un autor más comercial para que otro menos conocido me aporte, digamos, la calidad literaria.
En los últimos años sí que estoy viendo que está pesando demasiado el rollo editorial sólo; es decir, ya es difícil encontrar la apuesta por otro tipo de literatura más minoritaria, y eso a mí me crea inquietud tanto como lectora —voy a tener menos acceso a un tipo de literatura que me interesa más— y como autora, porque eso da miedo, que te mediaticen. A mí en muchas ocasiones me han dicho desde el mundo editorial que yo tenía un problema, por hacer novelas literarias. Yo creo que eso es lo que hay que hacer, digo yo. Me sorprende un poco: resulta que hay que intentar no hacer literatura. O no aspirar a una voluntad literaria. Y eso a mí es una cosa que me estremece. Hasta ahora he podido, sin renunciar a hacer lo que quiero, escribir una literatura que le gusta a la gente y que la valora el buen lector.
P: ¿Por qué se asocia novela histórica a mala literatura o a literatura comercial? No sé por qué, pero son conceptos con frecuencia unidos.
R: Sí, por eso te digo: yo lucho contra eso continuamente. Siempre me estoy justificando por escribir novela histórica. Te dicen que si lo que haces es best-seller, a lo que yo digo que no, que ya quisiera yo hacer eso. Lo mío es una decisión puramente subjetiva, es decir, yo hago novela histórica porque me gusta la historia, sinceramente. Porque es un género en el que me encuentro muy bien. Pero es cierto que te tienes que estar justificando. No sé por qué, pues hubo una época en la que la novela histórica tenía la fama justa y el valor literario. Por ejemplo, la época en la que se convierten en grandes libros Memoria de Adriano o El nombre de la rosa. Lo que creo es que hemos ido degenerando un poco, pues se ha subido al carro gente que ni tiene calidad literaria ni histórica. Esto último me sorprende mucho. Son libros que se caen de la mano literariamente, y después es que históricamente tienen errores graves, de una profundidad… Por eso decía que es un género que requiere mucho esfuerzo, y que sin embargo se resuelve de cualquier manera por gente que se sube al carro.
P: Y entonces, desde lo literario, ¿qué puede aportar esa historia novelada al lector?
R: Yo creo que belleza literaria, puramente. Yo no entiendo la novela sin cuidar el lenguaje, es que no me sale, no me sale. Me parece una cosa fundamental. Entonces yo creo que la novela de época tiene muchas veces como una dimensión de memoria… que a mí me interesa mucho y que te da muchas claves interesantes, desde el punto de vista literario. Eso que te decía de pasear por el pasado, por ejemplo, es algo muy sugerente.
Yo recuerdo El sonámbulo de Verdún, por ejemplo, que es una novela que yo la sitúo en la Primera Guerra Mundial, y es una novela que me permitió entrar en estancias que te sugerían atmósferas muy literarias, muy literarias, y que incluso te permite jugar con el lenguaje de época. Ahora por ejemplo con Murillo, toda esa sonoridad del barroco, intentas transmitirla. Tú evidentemente no escribes como se escribía en el barroco. Pero sí es un juego de estilo muy interesante. Y yo creo que el buen lector, el lector que sabe saborear esas cosas, eso se lo lleva. Estar paseando por una estancia del pasado y estar escuchando sonidos del pasado, evocadores, un poco novela intelectual, novela de memoria, del recuerdo. Eso es muy tendente a la literatura.
P:¿Y la idea, algo tópica, de que toda historia tiende a repetirse?
R: Claro. Eso a mí me interesa mucho, también. Cuando escribo novela de cualquier época me gusta dar esa clave o ese guiño al lector contemporáneo. A ver, no me gustan los anacronismos, ni descontextualizar a los personajes, como estas heroínas femeninas de la Edad Media que parecen que han salido del Mayo del 68. Cuando yo escribo sobre Murillo, por ejemplo, me meto en la mente de un hombre del siglo XVII. Esa metáfora tiene que quedar en la novela, la de que la gente se identifique con cualquier época.
El tema puramente histórico, de situaciones históricas, pues lo mismo. Por ejemplo, en la novela El club de la memoria trataba el tema del exilio, y toda la dureza y la soledad del exiliado. Algo que hoy puede reconocer el lector actual con el tema de los refugiados. Es lo mismo. Me gusta que haya esa lectura contemporánea, pero sin trampas.
P: Y hablando de trampas —o trampantojos—, de tópicos está llena la valoración que muchos han hecho sobre el protagonista de tu última novela: Murillo. ¿Por qué crees que ha sucedido?
R: A mí es una de las cosas que me llevó a escribir la novela. Bueno, primero me sorprendió que no se hubiese escrito ninguna novela sobre Murillo. Y luego es verdad que sobre Murillo hay una idea plana, de santurrón, de beato, de pintor exclusivamente religioso y marcado por el interés del negocio y del mercado. Y yo tenía un poco esa idea, aunque me fascinaba el Murillo de la pintura profana. Cuando yo me meto en el personaje, veo que hay un pintor mucho más completo. Que por un lado es verdad que es un personaje clave en la nueva forma de contar la religiosidad de su tiempo, con esa visión de la Contrarreforma, pero amable, no dando claves de la religión como castigo. Pero por otra parte, ese Murillo que pinta la vida, que pinta su época cotidiana, que parece que te estás asomando a una ventana del siglo XVII, eso me parece fascinante.
Y sobre todo, ya cuando me metí de lleno en el tema, tú lees los tratados de la época —de un Francisco Pacheco, de un Vicente Carducho—, y ves que ese tipo de pintura de la vida cotidiana estaba muy mal vista en España. En el norte de Europa, bueno… —de hecho, ahí se va a producir la gran revolución del arte, lo del ensayo de Todorov, El elogio de lo cotidiano, de lo simple, de los personajes anónimos—, pero eso aquí en España estaba muy mal visto. Y Murillo es capaz y se atreve con esa pintura. Es verdad que en Sevilla había una sensibilidad respecto de esa pintura por las circunstancias de la época: comerciantes flamencos instalados por el negocio de Indias, y claro, hacen encargos, eran sus amigos… Ahí hay un Murillo muy poco conocido. El pintor total: tiene un estilo y el otro. Y sin embargo, nos ha llegado el beatón, el del uso del nacionalcatolicismo. Yo he intentando mostrar otro Murillo.
P: ¿Puede la literatura poner en su sitio lo que la historia no consiguió?
R: No lo sé, me parece un poco atrevido eso. Aunque los novelistas somos gente muy atrevida. Yo confieso que, en fin, yo no voy a decir mejor lo que tantos historiadores del arte han hecho en maravillosos ensayos —que además a mí me han servido mucho para interpretar sobre el tiempo en el que escribo—. Pero sí es verdad que a veces la literatura te permite ver el aire de época, la clave de un personaje, contemplarlo con una distancia que no es la del especialista, y que quizá queda más clara. Tiene un punto de atrevimiento, pues a lo mejor lo estás simplificando. O le estoy dando una proyección subjetiva de mí misma. Pero bueno, ahí está también la apuesta de la literatura. Tienes que lanzarte a estas cosas. Mientras hagas un retrato aproximado, verosímil…
Por los lectores, lo que me han comentando y tal, hay quien me ha dicho que ahora comprende mejor a Murillo. Hombre, espero no haber traicionado. Pero sí que después de ese ejercicio de investigación, de introspección, de ver cómo fue… a mí me ha dado la sensación de transmitir a Murillo. No sé si será o no será.
P: En todas tus obras tiendes a rescatar figuras históricas olvidadas, cuya vida construyes desde la ficción —Hijos del mediodía— o desde la documentación —Memoria de cenizas—.
R: Sí, es verdad. Me encanta que te des cuenta de eso. Es la obsesión que tengo por rescatar o hacer justicia poética —que, bueno, es un poco una tontada— con personajes que se han contado mal, como el caso de Murillo. Y de los anteriores personajes, de Memoria de cenizas, la historia de estos heterodoxos, o esa Sevilla de la reforma protestante, poco conocida… O El club de la memoria, toda esa gente que protagoniza el exilio intelectual español. A mí eso me atrae mucho: intentar contar o rescatar a esos personajes olvidados. Tiene una dimensión ética, ese ejercicio, muy interesante.
P: Me interesa, cuando elaboras una novela histórica, tus límites entre la posibilidad de la ficción y el rigor de la documentación. ¿Dónde puede empezar la ficción y terminar la documentación? Y al revés.
R: Es una línea complicada, de forma que hay veces que vuelvo a entrar por circunstancias en alguna novela, por ejemplo Hijos del mediodía, que está llena de juegos de ficción y de realidad… Yo ahora te confieso que no recuerdo lo que me he inventado y lo que no. Por ejemplo, me acuerdo de un episodio en el que aparecen Fernando Villalón y Rafael Alberti, que van a El Puerto de Santa María, casi se estrellan, y yo me acuerdo de que en ese episodio incluyo cosas que fueron reales y otras que fueron ficticias, pero yo no me acuerdo ahora de qué me he inventado o de qué era real. Es muy atractivo, porque esa sutil línea te crea un terreno, te crea un campo de cosecha muy sugerente.
P: En cualquier caso, intuyo que en tus novelas —hablamos ahora de El club de la memoria o El sonámbulo de Verdún— buscas, desde la historia, una verdad —verosímil o histórica—, para así transmitir una idea.
R: Totalmente. Siempre intento que haya una idea base muy fundamentada en la historia. En El club de la memoria era, sin duda, pues recuperar un momento feliz de la historia de España, en el que todo era posible, sus protagonistas eran jóvenes, las Misiones Pedagógicas… Y de pronto ocurre algo terrible, la Guerra Civil, que los lanza por el mundo con ese viento sucio de la historia que decía Salinas. Entonces, es la historia de la amistad dentro de una España que pudo ser y que no fue. Esa idea está en toda la novela. Y es sobre lo que gira todo. Y después, en la parte de ficción, pues son pequeñas ficciones necesarias para la construcción del relato, pero sí hay una gran verdad histórica. En Memoria de cenizas es igual: contar la historia de una España que pudo ser y no fue. Es decir, hay una constante, en ese sentido, muy clara.
P: Ese ejercicio también lo relaciono con el periodismo: la búsqueda de la verdad y de su idea, aunque en su caso sea una verdad material y no de ficción. Se supone.
R: Hombre, a mí me gustaría que se pudiera hacer más en la prensa, pero nos dejamos llevar por la inercia de la actualidad, por el “presentismo”. A mí gusta el periodismo como observador de su tiempo, haciendo historia. Reposado, reflexivo, más cuidado. Como un Chaves Nogales o un Sender. Fueron gente que te estaban contando la historia de España en los periódicos. Podemos conocer la historia de España, esa parte de la historia de España, gracias a estos periodistas.
P: Y entonces, como dice Carrère, ¿el periodismo es un género de la literatura?
R: Yo creo que sí. No en el sentido de ficción, claro, pero sí a la hora de contar las cosas. Para mí muchas veces, te confieso, el periodismo ha sido un laboratorio de ensayo narrativo. En ese oficio se han hecho grandes narradores —otros también han degenerado—. Pero yo lo veo en clave positiva: me ha servido como laboratorio de creación, la capacidad que te da para ser muy descriptiva pero concisa. Es un laboratorio muy interesante. Para el literato te da muchas claves. Buenas.
P: Aunque cada vez hay menos literatura en los periódicos. Un modo de entender el oficio que se está perdiendo, por lo que escucho en las facultades y en las redacciones.
R: Eso sin duda. Y además, te encasillarán como el extravagante, el raro. Yo estoy harta de vivir eso, aunque me lleve muy bien con mis compañeros. Pero esa sensación de isla, pf, es brutal. Lo que pasa es que es un pulso que te anima, y además lo notas mucho con los lectores, con determinados lectores. Cuando hay lectores que te buscan a ti, que te agradecen cómo has contado algo —cómo, no qué—, ahí dices tú que hay gente que va buscando eso. Y hay un lector que los periódicos han olvidado y están olvidando: el gran lector de periódicos. El que se detiene, el que lee las cosas “de otra forma”. Y por esa razón, por ese olvido, quizá se esté viviendo la crisis de hoy.
P: Eso es un círculo vicioso: la crisis del modelo de negocio también, creo, ha acrecentado esta situación. Lo que no llego a comprender es por qué.
R: Yo todavía me lo pregunto, yo me lo pregunto, de verdad. Pienso que ha sido un gran error. Tampoco es cuestión de ser siempre elevado, pero ¿por qué se ha abandonado a ese lector? Tú ves ahora las secciones de Cultura y están llenas de cosas banales, superficiales… Pero es que la cultura no sólo sirve para esa sección de Cultura, es que una crónica judicial puede estar bien contada usando técnicas narrativas. Eso parece que se ha aparcado totalmente, y el lector que iba buscando esa calidad de página, que era el que compraba los periódicos, ya apenas existe. Y ese era, ya digo, el que compraba los periódicos.
P: ¿Cómo ha cambiado el periodismo en estos veinte, treinta, años de profesión?
R: Mi radiografía: yo llegué cuando todo empezaba a derrumbarse. Tengo esa absoluta sensación. Cuando yo llego, todavía había un buen periodismo; bueno, sigue existiendo un buen periodismo, creo, pero no es lo mismo. Cuando yo llego, hasta el nivel económico del periodista estaba bien.
Yo entro de becaria en Diario 16, entonces yo llego de becaria a un gran periódico pero en el que estoy un año y pico. Yo asisto al derrumbe de esa gran prensa, en la que yo me había educado, me había formado, pero que llego ya cuando se están apagando las luces. Esa es mi sensación: yo he llegado al periodismo cuando se están apagando las luces. Es una cosa de final de algo. Y claro, hubo un momento de cierto despegue, pero más económico que de calidad. Que coincidió con el mundo de las grandes tecnologías, pero que no se ha implantado del todo bien. Y ya llegó la crisis y se ha acabado como se ha acabado. Pero eso: tengo la sensación de haber llegado cuando se han apagado las luces y el salón de baile se ha convertido en un cuarto de ratones o algo así.
P: Y desde esa pérdida, ¿el periodismo ha cometido algún error en estos últimos años?
R: Yo creo que sí. Ha habido muchos errores, que estamos pagando. Y sobre todo yo creo que ha sido el fin del modelo de negocio, que no se ha encontrado. Se ha estado dando vueltas en torno a una idea, luego a otra, y eso ha repercutido en el trabajo profesional y en el periodismo como concepto de empresa. Entonces, eso, creo que ha habido muchos errores y que los estamos pagando. Porque, no sé, cuando me pongo a pensar en los años que llevamos pensando en el modelo de negocio que debemos hacer…
Yo he tenido que pasar de hacer una cosa, ahora a otra… No tener claras las ideas, esa sensación de no tener claras las ideas… Y yo como profesional, como periodista, tengo la sensación de que en mi oficio yo no he podido hacer el periodismo en el que he creído. Sí he tenido la sensación de hacer libros, este periodismo de investigación cultural, por el que me siento muy afortunada y muy bien. Hubo una época en la que pude hacerlo, pero después tuve que dejarlo. Pues precisamente a lo que me llevaba el periodismo era a hacer las cosas cada vez con más urgencia y tal, y me impedía hacer ese otro periodismo.
P: Ya sea en el periodismo o en la novela, ¿te escribe lo que escribes? ¿Te lees y aprendes de lo que has escrito?
R: Soy muy poco de leerme luego. Pero cuando me leo me doy cuenta de que me he explicado mucho cómo soy, y me sirve mucho como retrato. Es verdad que cuentas una cosa ajena a ti, pero después te das cuenta de que hay mucho de tu biografía. De lo escrito tanto en el periodismo como en la literatura, sin que tú lo percibieras. Te confiesas y te desnudas mucho, aunque ni tú misma lo quieras.
P: Y si de nuevo creciera en ti la vocación por las humanidades y por el periodismo, ¿volverías a dedicarte a ellas?
R: El periodismo me ha decepcionado mucho. Yo quizá… a ver, me ha dado cosas muy buenas, muy buenas, lo he pasado muy bien, he aprendido mucho, sobre todo dedicándome al periodismo cultural, que es lo mejor de los periodismos. Te aporta, sin duda, muchísimo, como persona. Yo siempre digo que el periodismo cultural es oficio y biografía. Es decir, es mi oficio, pero cuando yo termino, no he terminado: me voy al teatro, o sigo leyendo, voy aprendiendo. Es mi vida. Tú continúas cuando terminas. Sigues trabajando, sigues pensando. Eso me lo ha dado el periodismo, y me gusta mucho, es maravilloso. Pero sin embargo, como he visto cierta degeneración… Y en ocasiones, además, como es muy inestable económicamente… Yo viendo mi trayectoria de ensayo y de novela, quizá me hubiese dedicado a otra cosa. Es durísimo, y aunque me ha aportado mucho, yo me habría dedicado a la universidad, a la investigación… Porque el periodismo es una profesión muy jodida, muy vocacional, muy de echarle horas. Mucha incomprensión. ¿Merece la pena? No sé hasta qué punto. Y eso que yo he tenido suerte: me he podido dedicar al periodismo cultural. Pero ahora, quizá me lo pensaría.
Fotos: © Sensi Lorente
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: