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Evocando a Perséfone

Los muertos, sí. Los que desaparecen. Los que dejan el hueco que una piedra, en el mejor de los casos, señala. Los que de repente, como raptados por el águila, dejan de estar. Los irrecuperables. Los olvidados. La estela blanca. Pero los vivos. Los que permanecen frente a la puerta, junto a la grieta haciéndose preguntas. Los adverbios y pronombres interrogativos como hormigas que pellizcan la carne: los por qué, los cuándo, los cómo, los hasta dónde. Cuestiones que nutren la bibliografía de la antropología filosófica y la de nuevas disciplinas incorporadas a la ciencia como la tanatología comparada. La muerte, tan severa, bien debe de habitar un paisaje. Cuál es.

En este caso, lo que nos ocupa es una novela, un relato donde Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), utiliza los mecanismos de la ficción (alternancia de tiempos, personajes instalados en un presente conflictivo que se ven impulsados a resolver, descripción de ambientes que marcan el pulso de la trama, reconocimiento, aprendizaje moral) de un modo que la aproxima a la tragedia clásica.

"Un día, en la oficina de registro de aparecidos donde trabaja Vestigia, aparece un Niño. Un niño como emergido de entre la bruma densa de la violencia"

En una ciudad inmensa —podría ser Ciudad de México, sí, pero podría ser cualquier otra gran conurbación— se producen una serie de apariciones y desapariciones de personas. La protagonista, Vestigia, lucha denodadamente contra el poder de un trauma que la reclama desde un pasado más o menos remoto y convierte la superficie de sus días en terreno quebradizo e incierto. Las causas de ese trauma, vagamente apuntadas por Monge, aparecen opacas al lector, reforzando de ese modo su condición imperativa y ominosa.

Su compañero, Hincapié, con quien convive en un pequeño apartamento, trata de salvar la relación, de acompañar y finalmente comprender que amar es aceptar que la persona amada marche si es un dios o una diosa —la muerte— quien la llama.

La mejor amiga de Vestigia es Lucía, una zoóloga e investigadora que vive acompañada de una gata y rodeada de animales y pájaros enjaulados, y dotada de un enorme talento para iluminar la conducta humana a partir de la analogía con la de las otras especies animales. Diana de voces y bosques ancestrales, tratará de ayudar a su amiga en la cartografía y la superación de la herida.

"Emiliano Monge construye en Los vivos un presente a través del cual podemos intuir la poderosa presencia de unas fuerzas que escapan a la comprensión de los personajes"

Un día, en la oficina de registro de aparecidos donde trabaja Vestigia, aparece un Niño. Un niño como emergido de entre la bruma densa de la violencia. Una criatura nimbada por un halo de sobrenatural sabiduría, ternura y bondad. Vestigia, a pesar de su fragmentación, es capaz de reconocer en él su inmensa potencia sanadora: quizá, si lo lleva a casa, pueda constituir el Hijo que con su amor proyecte su relación con Hincapié hacia el futuro, y le permita desobedecer esa voz que insistentemente reclama su sacrificio por dentro.

Pero en la mezcla de la novela, falta por aparecer Justo, un tonto atento únicamente a sus intereses, enamorado de Lucía y que acabará por desencadenar el desenlace (como esos heraldos de la tragedia que se limitan a transmitir una información), propiciando el encuentro de Vestigia con una Vidente cuyos ambiguos mensajes acabarán por quebrar su voluntad.

Emiliano Monge construye en Los vivos un presente a través del cual podemos intuir la poderosa presencia de unas fuerzas que escapan a la comprensión de los personajes, como las ramas del árbol que azotan el cristal de la ventana mientras arrecia la tormenta.

Sobre los vivos y los muertos, como diría Joyce.

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Autor: Emiliano Monge. Título: Los vivos. Editorial: Random House. Venta: Todos tus libros.

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