Se fue Forges y nos quedamos con la misma cara que si se nos hubiese muerto un familiar. Habían sido tantos años desayunándonos con sus viñetas, comulgando abiertamente o identificándonos a escondidas con sus personajes y sus situaciones, que era difícil asimilar que se había acabado la fiesta. Ocurre siempre que muere alguien cuya obra nos ha venido acompañando hasta el punto de que le atribuimos la capacidad de forjar en mayor o menor medida determinados rasgos de nuestra personalidad. Hay gente a la que conocemos de toda la vida aunque no la hayamos tratado nunca, pero en el caso de Forges creo que sucedía exactamente a la inversa: era él quien nos conocía tan bien como si nos hubiese parido.
Hombre lúcido y coherente, no se puede decir que descuidara el momento propicio para irse. Unas horas antes, una orden judicial ordenaba el secuestro de un ensayo periodístico, otro magistrado le calcaba tres años y pico de cárcel a un rapero sólo por escribir alguna que otra macarrada y una feria de arte contemporáneo retiraba una instalación para evitar suspicacias políticas. Unas horas después de conocerse el deceso, varios miles de jubilados la liaban parda ante las mismas puertas del Congreso de los Diputados. España es asín: un chiste constante, aunque casi nunca tenga gracia. Todos nos preguntamos qué hubiera dicho Forges de haber contado con la oportunidad de glosar con sus rotuladores los hechos que se sucedieron en sus momentos últimos y póstumos, y lo hicimos porque la gran virtud de ese hombre que siempre parecía estar de buen humor fue la de saber concentrar en unos pocos trazos todo nuestro esperpento y nuestra mala leche, no con la mirada ácida de quien pretende ajustar cuentas, sino con la proximidad y la ternura de quien persigue, ante todo, la comprensión y el resquicio por donde permitir que entre el afecto.
Forges lo fue desde muy pronto. En 1976, cuando poco más de una década llevaba de carrera, sus amigos Jesús Munárriz, Luis Eduardo Aute y Rosa León le quisieron hacer un homenaje. Aute me contó una vez que todo surgió como una chirigota, que los tres vivían muy cerca unos de otros y que la cosa no iba a tener más importancia que el de un simple choteo entre compadres. La cosa terminó cobrando fuerza y de tal empeño nació un disco, Forgesound, que nunca llegó a reeditarse en cedé y que hoy cuesta Dios y ayuda encontrar, aunque sea en vinilo de cuarta o quinta mano. La canción que cierra el álbum se prodiga en elogios a un artista para el que no escatiman epítetos y cuya obra en curso ya había dado buena cuenta de la flora y la fauna nacionales. Quienes le conocieron de cerca no dejan de asegurar que era un hombre bueno.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: