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El exilio de los asesinos

Pocos asuntos más trillados que el amor en la historia de la literatura. Tanto que algunos llegan al extremo de afirmar que solo de amor y no de otra  cosa estamos escribiendo todo el tiempo. Para estos extremistas, los otros asuntos —revisitados a lo largo de los siglos y resignificados una y otra vez por las comunidades receptoras de cada época— serían subsidiarios, ramificaciones de aquel gran tronco primigenio. Así, el amor daría paso a reflexiones acerca de la muerte, la soledad, el miedo y el tiempo, solo por citar los más evidentes a partir de los cuales elaboraríamos una concepción cabal y compleja de aquel sentimiento convertido en poderosa fuerza.

El fenómeno de la mujer pensando, escribiendo y publicando es reciente y aún está en proceso de consolidación. De ahí que la mayor parte de nuestra herencia literaria —lo que hemos leído y lo que han leído las generaciones precedentes— provenga de autores; a hombres, me refiero. En ese contexto fraguó la literatura universal vinculada al amor, o con el amor como centro. Y en ese contexto florecieron los clásicos de los que todavía hoy nos nutrimos. Que el amor haya sido el núcleo de la literatura de todos los tiempos no parece un problema. Nadie pondría en duda la calidad de Romeo y Julieta o de El amor en los tiempos del cólera, solo por citar dos títulos indiscutibles escritos por hombres en distinta época.

"Los hombres crean y solo se someten al juicio de la buena o la mala literatura."

Sin embargo, el prejuicio ha asociado las historias de amor a un tipo de escritura producida por mujeres, que aborda temas de mujeres y que apunta a un público lector femenino. Es cierto que algunas colegas han contribuido a generar esta idea a través de un corpus de historias que podrían ser colocadas bajo el toldo rosa de lo cursi coronado por finales felices con todo y perdices. Pero no es menos cierto que la tradición literaria femenina es tan antigua como lujosa. Solo por poner un mojón —aunque podríamos ir más atrás aún—, Safo de Mitilene da cuenta de que en el siglo VI a.C. ya había mujeres aportando su talento y su osadía a las bellas letras. Sin subestimar los innumerables obstáculos que las escritoras debieron y debemos atravesar, la historia de la literatura ofrece una larga lista de mujeres que se han dedicado a escribir con calidad sobre cualquier tema. El poder de la palabra es tan fuerte que no resulta extraño que el historiador Georges Duby haya consignado que la verdadera liberación femenina aconteció cuando las mujeres adquirieron de forma más o menos masiva la posibilidad de escribir y publicar sus ideas.

Por todo lo dicho, las escritoras hemos intentado quitarnos el lastre del prejuicio, la mal entendida etiqueta de “literatura femenina”, y en algunos casos hemos preferido obviar de manera evidente la referencia al amor. Los hombres, en cambio, no tienen este problema ni incurren en conflicto alguno al momento de crear. Simplemente crean a sabiendas de que la etiqueta “literatura masculina” no caerá sobre el texto para reducirlo a una mínima expresión inaceptable. Los hombres crean y solo se someten al juicio de la buena o la mala literatura. Nosotras debemos pagar un peaje intermedio. Si es posible, no escribir acerca del amor. Y, si lo hacemos, atravesar los prejuicios y probar de manera contundente que es bueno.

El título de este libro de Mayra Santos-Febres, El exilio de los asesinos y otras historias de amor, me resultó inquietante al principio. Me pregunté cómo era posible que la autora se hubiera arriesgado a incluir la palabrita amor. Pero mi inquietud no duró demasiado. El antídoto ya estaba en el propio título. Si acaso alguna sospecha de cursilería, literatura rosa o etiquetas similares podía caer sobre el libro, allí estaban las otras palabras, exilio y asesinos, duras, ásperas, sin concesiones, un contrapeso perfecto. Y, además, estaba la trayectoria de Mayra, una escritora de fuste que es, ante todo, una mujer con mayúscula.

Sabía que no me iba a defraudar. Y no me defraudó. Fue más allá, incluso, y me sorprendió con una dureza a veces realista, a veces cercana a un naturalismo descarnado que no leía desde algún texto del británico Irvine Welsh y que abreva en la literatura decimonónica con Une charogne de Charles Baudelaire como mascarón de proa de la mejor estética escatológica. Como en estos autores, la crudeza que Mayra Santos-Febres despliega no busca el escándalo gratuito, sino una textura expresiva que bucea en un feísmo controlado, porque intenta mostrar la parte menos noble de las personas y, a la vez, la más humana.

"La piedad que Mayra Santos-Febres destila en sus relatos es escatológica porque sus personajes se enfrentan a la muerte y le plantan cara no exentos de miedo."

A lo largo de veinte relatos breves la autora lleva a sus personajes a un territorio subterráneo y desolado, donde casi no existe el refugio de la piedad y cualquier promesa de felicidad parece un imposible. Hay, sin embargo, una ternura solapada que convoca al lector a empatizar con su propia capacidad de ternura, porque lo conecta con sus miserias y sus zonas oscuras. El lector se refleja en esa necesidad de ser entendido y perdonado y, por lo tanto, entiende y perdona.

Quizá esta capacidad de engendrar empatía sea el signo más notable de este volumen de relatos elaborados a partir de un uso refinado y justo del idioma, sin falsos firuletes retóricos ni esfuerzo poético demasiado ostentoso. Hay un pulso narrativo firme que explora territorios conceptuales, de corte filosófico, pero en ningún momento pierde el hilo de una trama bien construida. Esto habilita una doble lectura, más o menos superficial, y enriquece el valor connotativo del texto.

Un detalle etimológico nada menor: la escatología suele vincularse en primer término a los excrementos y estos aparecen como motivo literario a lo largo del volumen. Sin embargo, no hay que olvidar que el término griego ἔσχατος (éschatos) significa último, el final de algo. Así lo consigna la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española: “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”. Hablar de escatología, por tanto, es hablar de la muerte, la gran provocadora de las acciones humanas, la que hace que la vida sea vida.

La piedad que Mayra Santos-Febres destila en sus relatos es escatológica porque sus personajes se enfrentan a la muerte y le plantan cara no exentos de miedo, sino desde la forma más valiosa del coraje, que es la de atravesar esos miedos a pesar de todo. Y acaso sea esta la forma más pura del amor.

Claudia Amengual

Montevideo, 14 de diciembre de 2015

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Autora: Mayra Santos-Febres. Título: El exilio de los asesinos y otras historias de amor. Editorial: La Pereza Ediciones. Edición: Papel y Kindle

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