Al observar la señora Hudson que Watson se tomó bastante en serio la redacción de la aventura Estudio en escarlata, y realizaba esta tarea sobre cualquier lugar que tuviera libre, le propuso con la mejor voluntad del mundo que podían buscar en el desván de la casa un mueble más apropiado para la tarea que Watson estaba realizando. Ella dijo recordar que había una silla muy cómoda que poseía dos superficies planas en ambos lados de los apoyabrazos, una para situar en ella las anotaciones de campo y la otra el cuaderno de relatos. Watson comentó que le gustaba la idea y que si no tenía en ese momento nada mejor que hacer podían subir los dos juntos al desván para buscarla. La señora Hudson le dijo que bastaba con que subiera él y para ello le dio una llave con una etiqueta que ponía Desván.
La señora Hudson que tanto en los relatos como en las películas parece algo insulsa o parca en palabras, intuía que tanto Holmes como Watson estarían haciendo conjeturas sobre su vida anterior en los momentos libres de los que tan apaciblemente disfrutaban, sobre todo por la noche frente a la chimenea. Seguro que ya se habían fraguado alguna historia referente a su pasado y quiso darle a Watson la oportunidad de que visualizara algo que le pudiera aportar pistas para rellenar los huecos de sus aventuradas deducciones. Es decir, sin jugar en exceso a modificar las apariencias. En algún escrito anterior creo que ya dije que nunca la vio nadie escuchando detrás de una puerta, pero había momentos en los que se deleitaba oyendo revolotear los razonamientos de sus dos inquilinos mientras servía las comidas y sobre todo a la hora del té que era el momento más apropiado para los juegos de pensamiento. Algo de Holmes se le había pegado.
Watson, que también en los relatos y en las películas parecía algo simple, era en realidad un hombre culto y a lo largo de las aventuras demostraba unos conocimientos muy firmes de su profesión. Respecto a su escritura podemos decir que era limpia, entretenida y muy precisa (salvo en las fechas), en caso contrario el Canon no hubiera adquirido la altura literaria precisa para perdurar a lo largo del tiempo.
Al llegar al desván, introdujo la llave en la cerradura y observó que no tuvo que hacer ningún esfuerzo extraordinario para hacerla girar un par de vueltas. Tampoco tuvo que encender la luz de gas puesto que el cuarto tenía una ventana. De inmediato localizó la silla y le gustó, era muy adecuada y manejable para el fin previsto. Se acercó a ella y la removió un poco para ver si estaba desvencijada, pero la encontró firme.
Cuando levantó la vista, con cierta curiosidad, vio algunos daguerrotipos, con bonitos marcos, colgados de la pared y en uno de ellos aparecía un hombre de aspecto severo, grandes bigotes y galones de sargento que llevaba puesto un salacot de los que utilizaba el ejército británico en sus muchas guerras coloniales. A su lado colgaba un dibujo coloreado de la sangrienta batalla de Isandlwana.
En la pared descansaba una lanza corta utilizada por los Zulúes para destripar al enemigo agonizante, un escudo de piel de búfalo y un fusil Martini Henry, todo ello formando una bonita panoplia. También en una vitrina descansaba la Cruz Victoria. Al verla Watson se cuadró y saludó.
A la hora de la cena, Holmes vio la silla y le preguntó a su amigo que dónde la había adquirido y Watson le contó su visita al desván y la sorpresa que se había llevado al comprobar que las conjeturas que habían hecho en su día respecto a la señora Hudson parecían ser ciertas. Holmes no demostró ninguna extrañeza y siguió leyendo el Times, pero le sugirió a su amigo que visitase las oficinas de su regimiento para ver si le podían facilitar alguna información respecto al sargento.
Watson lo hizo, pero la información que le dieron era tan sumamente confidencial que no me atrevo a trasladarla a esta crónica.
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