En abril de 2016, durante la presentación de Todo Alatriste, Arturo Pérez-Reverte hizo una pequeña mención a su siguiente proyecto, casi acabado ya, al que calificó de «polémico». No dijo por qué pensaba que lo sería, y ahí dejó con la intriga a los lectores medio año más. Y seis meses después se descubren las razones de ese calificativo, la principal de las cuales probablemente sea el estar ambientado en la Guerra Civil Española.
Como menciona David Bowman más abajo, Pérez-Reverte siempre ha contestado en negativo a los numerosos «paracuándos» que se le han hecho sobre la Guerra Civil. La gente le pregunta a menudo que para cuándo una novela sobre Blas de Lezo, para cuándo una sobre Grecia o Roma, para cuándo una de ciencia ficción, para cuándo una sobre Cuba y/o Filipinas, incluso para cuándo el octavo Alatriste… y también para cuándo algo sobre lo del 36. Y siempre la respuesta había sido que gracias, pero no, gracias. Eso, hasta estos últimos años, en los que se le han juntado hasta tres proyectos a la vez sobre el tema: sin contar El tango de la Guardia Vieja, donde la Guerra Civil solo aparece como telón de fondo en lejanos periódicos franceses, de su teclado han salido, además de esta novela, el libro de divulgación La Guerra Civil contada a los jóvenes, y también, casi como coincidencia estudiada en cuanto a fechas, la parte de la serie de artículos Una Historia de España (publicada en el suplemento XL Semanal desde hace años) que trata precisamente sobre esta época.
Lo primero que hay que decir es que la acción de Falcó ocurre, en efecto, en torno a sucesos importantes que ocurrieron en España durante el otoño de 1936, pero no es un libro especialmente político o bélico. Es decir, es político en el sentido de que cualquier cosa puede serlo, y más en tiempo de guerra (y quien quiera, podrá hacer de él multitud de lecturas puramente políticas), pero el centro de la obra no está ahí. Si hay algo que Pérez-Reverte ha homenajeado siempre en sus novelas, una vez quitadas las mayúsculas a palabras como Patria, Bandera, Dios o Religión, son otros conceptos, como lealtad, valor o compromiso, y eso es algo que le reconoce a cualquier personaje que los tenga, sean cuales sean sus otras características, positivas o negativas. Falcó confirma plenamente esa tendencia, así como la de estar más de parte de los peones que sufren y mueren que de los reyes que los mandan a sufrir y morir. Así, el mejor resumen de una de las principales conclusiones de Pérez-Reverte sobre la Guerra Civil, si se quiere sacar alguna, aparece puesto en boca de un falangista recién bajado de permiso desde el frente de Guadarrama a Salamanca, donde empieza la novela: «Imagínese. La mejor infantería del mundo contra la mejor infantería del mundo». Y más adelante se presenta la inquietante imagen de «la hoguera donde se iba a consumir, o se estaba consumiendo, la mejor juventud de una y otra parte».
Otra de las cosas que Pérez-Reverte dijo en abril es que no va a haber más alatristes hasta dentro de varios años como pronto, y dado que este Lorenzo Falcó va a ser una de las causas de que así sea, habrá mucha gente que compare a ambos. Y en muchas cosas externas es cierto que se parecen. Falcó es un treintañero procedente de buena familia jerezana, aventurero, que vende su tiempo y habilidades como espía, contrabandista y agente de campo no al mejor postor, sino al postor que él mismo elija con mucho tiento y cuidado, y siguiendo unas estrictas reglas internas. Una de ellas es ir siempre a lo suyo, intentando que lo que le rodea no le estropee demasiado su navegación, a menudo en solitario, por la existencia que le ha tocado, y así siempre está de su propio lado antes que de el de nadie. Coinciden incluso en sus grados militares falsos: Alatriste era capitán solo de apodo y Falcó se hace pasar por teniente de navío en ayuda de sus misiones. Ambos también son lobos solitarios, más a gusto en el frente que entre los politiqueos de sus jefes, y reciben «trabajitos para ti» especialmente delicados provenientes de arriba. Sus misiones también tienen en común el estar focalizadas en torno a un hecho histórico conocido cuya alteración podría cambiar la Historia con hache mayúscula. ¿Recuerdan a los dos ingleses en El capitán Alatriste o la misa del gallo veneciana en El puente de los Asesinos? Pues algo así es lo que le toca a Falcó. La misión no se conoce hasta la página 49, y me imagino que habrá reseñas y entrevistadores a quienes no les importe revelarla, pero aquí vamos a dejarla oculta. Quien tenga mucho interés, que investigue qué suceso importante ocurrió en Alicante en noviembre de 1936, y se hará una idea bastante clara.
Sin embargo, a medida que transcurre el libro, el mostacho alatristesco, si con él en mente se empieza a leer, desaparece, y se ven diferencias entre ambos que a veces son diametralmente opuestas. Falcó tiene un toque más pronunciado de disfrute, hedonismo, amoralidad e incluso cara dura: para él, el mundo es una «aventura formidable» que no está dispuesto a perderse, gracias a innovaciones desde el siglo XVII como la penicilina, el tren y el transatlántico a vapor, que le permiten moverse por toda Europa y las Américas. Y el mismo personaje lo sabe, lo reconoce e incluso lo dice en público. «Hasta de uniforme», le dicen, «tienes pinta de chulo de putas», cosa que él se toma hasta como un elogio. En definitiva, tras tres décadas como novelista, Pérez-Reverte tiene ya una panoplia de personajes tan amplia (y tan reconociblemente revertiana), que resulta fácil establecer parecidos, pero sin duda alguna Falcó queda individualizado rápidamente y aparte de los demás.
Otra parte de lo «polémico» del libro supongo que vendrá del hecho de que, al menos en esta primera de sus aventuras (Pérez-Reverte ha dicho estar ya escribiendo la segunda), Falcó va a actuar en favor del bando rebelde / franquista / nacional, o como se lo quiera llamar. No siendo falangista (ni ninguna otra cosa) por convicción, Falcó los acaba ayudando por decisión propia. ¿Y por qué elige ese bando? Aparte de por lealtad profesional a su superior (parte de sus famosas reglas internas antes mencionadas), lo hace, otra vez, por escoger lo que más le conviene a él. En la página 133 puede leerse, en un párrafo de página entera, el razonamiento-resumen de la situación en España que Falcó se hace a sí mismo, mirando a izquierda y derecha antes de cruzar la calle, decidiendo que ya se ha barruntado qué bando va a salir vencedor (como quien adivina el final de una partida de ajedrez tras analizar sus primeros movimientos), y por lo tanto quién de los dos le va a permitir seguir con su vida de aventuras de alto riesgo, mujeres deseables, lujos a cuenta de otros y alojamientos caros. Una vez que está la decisión tomada, Falcó camina con paso firme por el camino escogido, pero siempre atento a sí mismo primero (el Partido Hidráulico Contemplativo, como lo llama él), y a su «bando», si es que lo es, después.
Otro de los elementos a los que prestar atención en este libro es el papel en él de las mujeres. Aunque la novela está narrada en tercera persona de pretérito, es decir, en el convencional modo de narrador omnisciente, se sigue en todo momento al protagonista y a su punto de vista: no hay escena en que no esté él, y solo sabemos las cosas que él sabe, cuando él las sabe, y como él las interpreta. Y una de las cosas a las que Falcó siempre está atento es a las mujeres guapas, atractivas e interesantes, casadas o no. Más de una cae en sus redes durante esta novela, y él mismo recuerda algunas más del pasado. Además, Falcó cree a pies juntillas, porque su experiencia se lo ha demostrado, que «las mujeres se sentían atraídas por los caballeros, pero preferían irse a la cama con los canallas». Pero desde luego, las mujeres que con él se van, o que lo rechazan, lo hacen todas de libre albedrío, así que cualquier acusación de preponderancia machista resultaría equivocada. Además, se dará el caso, como ha pasado a menudo en otras novelas de Pérez-Reverte, de que, vista la situación desde otro punto de vista, resulta debatible quién se aprovecha de quién, si es que el tema se enfoca desde ahí. Quien recuerde a Tánger Soto, Lolita Palma, Adela de Otero, Angélica de Alquézar, Liana Taillefer, Mecha Inzunza, o Julia la restauradora puede darse cuenta fácilmente de cómo, independientemente de hasta dónde llegue su relación con los hombres de su historia, habría mucho que hablar sobre quién lleva la voz cantante y quién «usa» a quién en las novelas de Pérez-Reverte. Eso por no hablar de Teresa Mendoza, por ejemplo.
En este sentido, Falcó nos presenta a una mujer que va a sobresalir más que las demás en el relato, y va a quedar para la posteridad añadida por méritos propios a la extensa nómina de personajes femeninos memorables de las novelas de Pérez-Reverte, y para muchos en lugar muy destacado. Apúntense el nombre de Eva Rengel, a quien conocemos a la salida del cine Sport de Cartagena, «casi tan alta como» él, «trigueña, de ojos castaños y buenas formas bajo la trinchera inglesa de corte masculino, ceñida en la cintura. Piel bronceada, cabello rubio muy corto. Poco femenina al uso. Todo eso le confería un vago y simpático aspecto de muchacho sano. Deportista. Debía de tener entre veinticinco y veintiocho años. Era fácil imaginarla con jersey y esquís, en traje de baño en lo alto de un trampolín, o de amazona saltando obstáculos sobre un caballo». Y además de todo esto, afiliada a Falange desde la primera hora. Sin destapar mucho cuál es su papel en la trama, es una redonda muestra de un tipo de mujer al que Pérez-Reverte da amplia cabida en sus novelas: valiente, decidida, con una mirada sabia de miles de años, tanto en lo que admira como en lo que desprecia, y con unas lealtades firmes, de hondas (y a veces ocultas) raíces. No duda en llegar hasta la crueldad en pos de su objetivo, sea cual sea el obstáculo o el precio que toque pagar, y es conocedora del mundo que la rodea, de las limitaciones que este le impone, de las oportunidades que en contadas ocasiones le ofrece, y de cómo manejar las armas de que dispone para enfrentarse a él. Apasionada al escoger camino, y fría al recorrerlo. Si Pérez-Reverte a menudo habla elogiosamente del tipo de mujer «que cuando los indios atacan el fuerte, en vez de cogerse del brazo de su hombre coge un rifle y se pone a disparar», Eva Rengel es uno de los más acabados ejemplos.
Además, en la novela hay escenas de sexo y violencia, con franqueza y sin contemplaciones en ambos casos, que hacen parecer sutiles a las que se vieron en El tango de la Guardia Vieja, cuyo Max Costa también podría ser un personaje con ciertos rasgos que recuerden a los de Falcó (entre ellos el ser contemporáneos casi exactos y el saber cómo disfrutar un transporte de lujo). También se va a discutir en la novela cosas como la distinta forma de pasar por el trago de la tortura que tienen hombres y mujeres, e incluso habrá escenas donde se podrá ver esto en la práctica, y de manera igualitaria, ya que hay torturados de ambos sexos.
Por demás, es una novela donde los lectores habituales encontrarán varios «revertismos» reconocibles: el colegio de Maristas al que fue Falcó en Jerez, el haber sido expulsado de más de una institución, sus frecuentes migrañas calmadas a base de cafiaspirinas o su estatura de 1’79. También está el cojear políticamente «dependiendo del pie que le pisen», el encontrarse con personajes con nombres de amigos personales de Pérez-Reverte en la vida real, el pensar que quizá todas las guerras son la misma, el gusto por la música con letra que cuenta historias, e incluso una mención al crucero Libertad, que en 1970 sería el protagonista del primer artículo de prensa que le publicaron a un Arturo Pérez-Reverte de 18 años de edad.
A estas alturas, está claro que Pérez-Reverte es un escritor con varias vertientes, y que cada lector tiene su(s) favorita(s): está el reportero, está el columnista, está el tuitero, está el conversador de lengua rápida, está el conferenciante llenasalas, está el escritor de novelas largas y de línea clara… Esta novela en particular gustará a quienes prefieran su vertiente de novela más corta (menos de 300 páginas) y con una aventura de objetivo bien definido, contada a buen paso y de final contundente y con consecuencias de importancia, con El maestro de esgrima, El tango de la Guardia Vieja o los mencionados alatristes como parientes más cercanos.
***
Nunca digas nunca jamás, Arturo«Yo no escribo novelas sobre la Guerra Civil. Ya hay unas cuantas«.
Arturo Pérez-Reverte
Arturo Pérez-Reverte vuelve al planeta de la ficción después de hacer un par de órbitas en el de la divulgación. Y vuelve descarado. Con Falcó, una novela que pone en evidencia que la Guerra Civil Española está hecha de clichés.
Si decimos que vuelve descarado es porque, para empezar, vuelve desmintiéndose. Con ocasión de La Guerra Civil contada a los jóvenes, trabajo aparecido hace un año, Pérez-Reverte dejó claro en tuiter el desinterés que, desde un punto vista novelístico, le merece la Guerra Civil, un espacio hecho de “simplificación indocumentada y lugar común”. Negándose a sí mismo la posibilidad de hacer ficción sobre el tema escribió, incluso, “nada de guerra civil. Demasiado explotado el asunto”.
Después de tan contundente declaración, el conocido ex “reportero dicharachero” se presenta en escena metiendo mano sin recato al mito nacional contemporáneo y haciendo saltar por los aires el lugar común. Si su descaro impacta no es tanto por desmentirse, pues lo lleva haciendo unamunianamente desde que tiene uso de razón, sino por entrar sin encomendarse a Dios ni al Diablo en el sancta sanctorum español a base de atajar, como suele, por su propia trocha. Una vez allí, toma el mito de la mano y, sin pisar ni una mina, se lo lleva lejos de los clichés románticos por los que transita desde hace ochenta años. ¿Y dónde se lo lleva? Pues nada menos que a ese delirante no man’s land que es el «Territorio Reverte». Un lugar de la Literatura en el que conviven mercachifles sin conciencia, idealistas sin decencia, criminales morales, perdularios honorables y demás criaturas de Dios que tan familiares nos resultan a sus fans y que tan bien conoce este audaz ex-tribulete escarmentado en mil guerras.
Tocando el mito como jamás osara nadie hacerlo, con un idealismo a la contra, marca de la casa, Pérez-Reverte deja nuestra guerra incivil irreconocible al lado de las mil idealizaciones idólatras con las que viene siendo sobada. Y es que a veces parece que hable de otra cosa distinta, no de La Guerra de España. Para ello se vale de un breve relato con menos de trescientas páginas escritas en el estilo seco, lineal y cortante que tan bien maneja. Con la sólida ingeniería estructural que tanto admiramos, Falcó se encuadra en la estirpe de otros relatos revertianos carentes de fisuras, afilados hasta el límite de las posibilidades del acero bien templado, como El húsar, El maestro de esgrima, La sombra del águila, Territorio Comanche (su obra cumbre), La Reina del Sur, El francotirador paciente o esa pequeña gran maravilla que es Un asunto de honor. Por no hablar, claro, del ciclo Capitán Alatriste, que constituye por sí solo una Literatura entera y para qué demonios vamos a decir más.
Hace ya tiempo resumió Pérez-Reverte su poética en la ecuación «aquí una guerra, aquí un muerto, aquí un hijoputa». O sea, concisión y al grano, como el titiritero Pedro pedía al narrador de su tingladillo. En Falcó, primer apellido del protagonista, se cuenta el backstage de la guerra, las bambalinas. No los entresijos de los respectivos estados mayores ni, mucho menos, el frente. La chicha morada: la pela. Y la soterrada lucha de poderes que tiene lugar en Salamanca, el corazón de aquel “estado campamental”, como ha llamado gráficamente algún historiador al pequeño lío que fue la retaguardia golpista al confirmarse que si bien el golpe no triunfaba, tampoco fracasaba. Lorenzo Falcó es un señorito treintón, cínico y aventurero que disfruta sumergido en el vértigo del acontecimiento; frío y sin más pretensión que la de hacer su vida un poco más interesante, este pollo trabaja para uno de los diversos servicios secretos que pululan en torno al Poder.
La documentación que permite hacer creíble su descarnada peripecia es, como siempre, apabullante y se somete, como en los mejores revertes, al servicio de la causa, o sea, el relato, sin regodearse en alardes ornamentales. Así que estamos de enhorabuena: Reverte cabalga de nuevo con la envidiable maestría de sus mejores trabajos. O, por lo menos, de los que uno admira. Sin conducir al lector, sin decirle qué debe pensar sobre lo que sucede, sin enjuiciar las peripecias que el viejo y eficaz narrador omnisciente cuenta con escalofriante desnudez. El resultado es una visión inimaginable de los sucesos que sacudieron España al final de los años treinta del pasado siglo. Una visión muy discutible, sin duda, a la que no se pueden negar dos virtudes. Una, ser original. Otra, por desgracia, no ser ninguna tontería.
Falcó es una bomba en el corazón de la bestia: “nuestra” guerra ya no volverá a ser la misma. Parafraseando a SM el Rey en el exilio, don Alfonso XIII, servidor sólo puede exclamar entusiasmado “olé tus cojones” al terminar la lectura. Memorable faena, torero: un diez.
_________
Rogorn Moradan es autor del blog Veo, leo, escribo.
David Bowman es autor del blog Circunvalaciones.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: