Nos encontramos en un contexto cultural en el que la problemática de la salud mental parece resurgir nuevamente del subsuelo en el que estaba abandonada hasta hace relativamente poco tiempo. Prueba de ello la encontramos, por ejemplo, en el éxito de la exposición de Francesc Tosquelles en Barcelona, la proliferación de ensayos o literatura crítica relacionados directa o indirectamente con la temática de la enfermedad mental, el auge, en el campo de la teoría crítica cultural, de autores como Mark Fisher en los que, entre los diferentes ejes que estructuran su obra, el de la salud mental se erige uno de los más relevantes y estructurales… serían unos pocos ejemplos de este fenómeno de la revalorización en el campo de la cultura de las cuestiones relacionadas con la salud mental.
Interesante y audaz tentativa, vistas así las cosas. De lo que se trata es de emplear un enfoque narrativo, tras la disección del género, forjar una (con)fabulación que permita contar las cosas de otra manera, haciendo resonar lo implícito e impensado de la autoayuda. Y esto es importante puesto que, mayoritariamente, estas obras falsifican las necesidades reales que tienen los sujetos. La finalidad de este género, según Gopegui, no es sanar al sujeto, aligerarlo de su carga de sufrimiento o malestar, sino hacerlos competitivos en el marco social en el que se insertan. Así pues, a partir de un discurso que apela al sufrimiento y su necesaria superación, o bien a la necesidad de adquirir liderazgo, responsabilidad, mejora continua… lo que se articula realmente es una concepción darwinista de adaptación y competencia, en la que únicamente tienen oportunidades aquellos que dejan atrás lo que les impide adecuarse a las demandas del sistema.
Cabe apuntar, no obstante, que la obra de Gopegui, tal y como ella deja bien claro, se ocupa de las obras del género que abordan el malestar subjetivo de baja intensidad. Ahora bien, no deja de ser, por ello, un género propio de la cultura de masas así como un mecanismo de subjetivación social. Y esto es así, por un lado, porque en la autoayuda se elude la organización colectiva. Son textos que se dirigen a un “tú” que no es un nosotros, que individualiza para segregar al sujeto de su contexto social y, por ello mismo, aislarlo de las necesidades estructurales. Son obras que apelan y recurren al mérito individual como estrategia única y esencial para afrontar la problemática, méritos, en todo caso, ligados a valores pragmáticos y competitivos y desligados de los sociales. Este mérito individual, a su vez, es el motor y justificación de la narrativa, y en ella no hay ningún tipo de aspiración ética.
Ahora bien, por el otro lado, la literatura de autoayuda no afronta el conflicto, sino que, más bien, lo que busca es eludirlo, dejarlo de lado o bien atrás. Por este motivo, en lugar del conflicto, será la categoría de “obstáculo” el elemento principal que otorgará la dimensión dramática al relato. Sin embargo, ¿en qué medida el conflicto, en tanto que es algo irremediable, puede estar presente en las obras de autoayuda? Esta cuestión será la que atravesará toda la segunda parte del libro, en la que Gopegui articulará diferentes historias, relatos… y que ella denomina confabulaciones. Estas, en todo caso, deben entenderse desde una perspectiva comunitaria, de puesta en común recurriendo a narraciones compartidas, con el fin de unir y forjar acciones realmente significativas, a la vez que revolucionarias, para generar el cambio (social) anhelado.
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Autora: Belén Gopegui. Título: El murmullo. La autoayuda como novela, un caso de confabulación. Editorial: Debate. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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