Que alguien abandone su tumba una vez al mes para asomarse a los entresijos del mundo editorial es una prueba más que suficiente de fantasmagoría. Así que no miento, lector, al titular esta crónica con aquello de que un fantasma recorre el Premio Planeta. El problema, acaso, es que no era yo el único que se paseaba por la cita literaria, otro espectro más insistente se imponía en casi todas las conversaciones: el fantasma del pesimismo y la ansiedad por la forma en que la escalada secesionista y la declaración unilateral de independencia pueden destronar a Barcelona como capital editorial en España.
No hay editor, autor, periodista o responsable editorial que no mire con preocupación y tristeza la decisión del Grupo Planeta de trasladar su sede a Madrid. Era la idea que se repetía, entre copa y copa, durante la fiesta posterior a la entrega del premio. A pesar de tratarse de una medida simbólica, el efecto que ha obrado es, a todas luces, desmoralizante. “Planeta es al libro, lo que la Caixa a la banca”, comentaba un avezado periodista barcelonés durante una cena en Arenys de Mar, la víspera de la gala. No se puede dejar de lado que el Planeta es el premio literario más antiguo que se entrega en España: desde 1952.
Al influyente periodista le preocupaba, y mucho, otro tipo de episodios. Por ejemplo, que Beatriz de Moura hubiese decidido donar el archivo de la editorial Tusquets a la Biblioteca Nacional. Al parecer, la fundadora del emblemático sello literario barcelonés tenía desde hace mucho tiempo la intención de donar su archivo, centenares de documentos: desde cartas de Milan Kundera hasta textos corregidos de puño y letra por Gabriel García Márquez. La BNE fue mucho más diligente que la Biblioteca de Catalunya, institución que demostró lentitud y desinterés en mantener ese invalorable legado en la ciudad.
Y es ése el asunto más delicado: Barcelona puede perder la centralidad que desde hace décadas detenta en el mundo del libro. En la habitual conferencia de prensa que se ofrece durante la víspera del Premio Planeta, José Creuheras, el presidente del Grupo, fue directo y claro: tanto los trabajadores como el Premio se quedan en Barcelona. Punto. Los periodistas, pasmados, no llegaron ni a repreguntar. «Puedo asegurar hoy que nuestra decisión es seguir celebrando el Premio Planeta en Barcelona”, dijo. Entretanto, muchos escritores remataban sus conversaciones de aquellos días con la misma frase: “Falta ahora que Penguin Random House haga lo mismo”. Se refieren, claro, al mayor competidor del Grupo Planeta, que todavía no ha movido ficha.
“El mundo literario catalán está dividido”, aseguró un novelista del entorno del sello Destino en los corrillos de la cena del Planeta. En efecto, para muchos escritores que publican en catalán, la medida del traslado de la empresa de la familia Lara de Barcelona a Madrid tuvo consecuencias. Incluso hasta llegó a decirse que pondrían en marcha un boicot contra Grup 62, que reúne los sellos en catalán del grupo. Pero aquello que se dice en petit comité, no se concreta en las posiciones oficiales. Y aunque La Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC), que reúne a más de 1.400 autores que escriben catalán los desmintió, permanece la agria nube de polarización.
La cena del Premio tuvo figuras políticas más neutras. No acudió, por supuesto, Carles Puigdemont. Al presiente de la Generalitat se le acaba el tiempo para responder al día siguiente al requerimiento del Gobierno. Pero tampoco asistió Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, quien continuó en su línea de desplantes con el Premio. Sin embargo, figuras que se significan con el unionismo y el independentismo se cruzaron en el Palau de Congresos de Catalunya. La escritora y diputada de Ciudadanos Marta Rivera de la Cruz e Inés Arrimadas, la portavoz de ese partido en el parlamento catalán, llegaron juntas a la cena, al mismo tiempo que la periodista Pilar Rahola, abiertamente identificada con el independentismo. No podría decirse, en tal caso, que la tensión política ensombreció el premio, pero sí que lo atravesó como un rumor constante y a su manera desasosegante.
La concesión del Premio Planeta este año a Javier Sierra deja las cosas claras. Porque sella una apuesta clara: continuar la racha de ventas al alza del premio Planeta, un fenómeno que consiguió activar Dolores Redondo con su novela ganadora del año pasado: Todo esto te daré, y que continúa por cierto de promoción, ya que la autora viajará a Portugal esta misma semana para presentar el libro. Sea como fuere, Sierra es un superventas. Se mueve en ese registro y puede conseguir que El fuego invisible, la obra ganadora, se imponga entre las listas de los más vendidos. El veredicto —todo sea dicho— no sorprendió a nadie: el autor sonaba desde el día anterior en las quinielas. María Dueñas, quien acudió a la cena planetaria este domingo, también llegó a sonar entre los posibles ganadores. Sin embargo, la próxima publicación de una nueva novela de Dueñas en 2018 —información confirmada por sus editores— despejó las dudas y dejó claro que Javier Sierra tenía el camino despejado.
Acaso por despejar esta crónica —nunca mejor dicho— tan de ultratumba, conviene despejar una anécdota más de este fin de semana literario. Si alguien parecía más feliz que los propios ganadores en esta entrega del Premio Planeta, pues esa era, sin duda, la agente Palmira Márquez. La finalista del premio, Cristina López Barrio, forma parte de los autores representados por la agencia que ella dirige: DosPassos. Suma Palmira Márquez aciertos. Otro personaje del mundo editorial, que llegó a la cena del Premio muy sonriente de Frankfurt, fue Anna Soler-Pont, de la Agencia Pontas, aunque no dio muchos detalles sobre si Dolores Redondo —a quien representa— retomará inmediatamente la línea del Baztán o si, por el contrario, trabaja en varias ideas. Redondo tampoco fue muy clara. Lo que sí parece cierto es que no parará de moverse la escritora, al menos en un buen rato.
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