Podría decirse que el Lejano Oeste es un espacio situado a medio camino entre el sueño y la memoria, un territorio mítico que aguarda y desafía a quien se atreve a acercarse a él, prometiéndole la muerte o una libertad infinita. El Oeste al que llegábamos gracias a las viejas películas del sábado por la tarde y las novelas que cambiábamos en la tienda de la esquina era ya entonces un edén abrupto que no se parecía en nada al resto de paraísos, circulares, acotados, más dóciles, que nos mostraban otras narraciones. A un lugar como aquel, tan áspero y desolador, en el que la propia supervivencia era un premio que había que ganarse día a día y a cada momento, no se iba a descansar, ni a ser feliz, ni a sentirse a salvo. Y sin embargo, retornábamos siempre a la pantalla, al papel de ínfima calidad, aunque fuera para confirmar una vez más que al héroe de turno le resultaba imposible apoderarse del todo de ese lugar indómito y que, a lo sumo, ambos acabarían estableciendo una relación basada en la terquedad interminable del ser humano y las pequeñas treguas que el medio iba concediéndole de tanto en tanto. El Lejano Oeste aparecía en cada historia, en esta que nos traemos entre manos también, como una escenografía inalterable, cercana al inicio del mundo, idéntica a la que ya era en el tiempo remoto en que la criatura ambiciosa y frágil que acabaría llegando hasta él con ínfulas de conquistador no había aparecido aún en escena. El paisaje natural traía asociado además un vocabulario propio, que definía sus exóticos escenarios y a sus protagonistas (o intrusos): desfiladeros y serpientes, mercenarios, buscadores de oro, mormones, forajidos, buhoneros, indios con nombres parlantes. Pocas mujeres, extremadamente recatadas o todo lo contrario, muchos sombreros y caballos castaños o manchados, dependiendo del bando al que pertenecieran los jinetes.
Algunos análisis estructurales del western defienden que en ese mundo inhóspito, paradójicamente, siempre triunfa el bien. Pero la victoria es por fuerza parcial, relativa. Porque el héroe del Oeste interioriza pronto un código moral basado en la autosuficiencia y el espíritu práctico, a ganar según unas reglas y nunca absolutamente. Las leyes tal y como las podemos entender ahora no existen para el vaquero, que aprende a estar solo, a marcharse pronto de casi todos los lugares, a no encariñarse con nadie, a tomar decisiones como robar el anillo del dedo de un muerto o pegar tiros inesperados sobre la marcha.
Así, ni más ni menos, es John Dunbar, el memorable personaje nuclear de la trama ambientada en el Lejano Oeste que Jon Bilbao construye en Basilisco, un extraño artefacto literario que lleva al lector de un plano a otro, en un vaivén de la narración aparentemente principal, ambientada en la actualidad y protagonizada por un ingeniero español aficionado a escribir, a ese otro mundo legendario del que tiene noticia gracias a una anécdota que le cuenta su anfitrión en el transcurso de una cena durante su estancia en Estados Unidos. Al regresar a España el narrador contemporáneo irá rellenando inexorablemente las casillas de una existencia convencional: conseguirá un trabajo detestable que le permitirá pagar sus facturas y formará una familia. Mientras tanto, las dudas acerca de lo acertado o no de sus elecciones van surgiendo, y en paralelo crecerá su fascinación irremediable por la figura de John Dunbar, ese hombre de otra época que una noche surge casi como un espectro y se presenta en casa de su hermano y su cuñada, igual que Wayne en Centauros del desierto, para volver a esfumarse una vez cumplida su misión. El misterioso mercenario Dunbar ya no se alejará demasiado de la vida del ingeniero que en realidad solo desea escribir y que, solo con el tiempo y tras una larga travesía interior, llegará a encontrar en la literatura su propio Oeste, el territorio en el que se siente tan indefenso como libre. Podría decirse que esa apropiación de un personaje, la continuación de la historia de Dunbar que emprende después, le sirve para trazar su propia línea biográfica y comprender que en el camino necesariamente deberán ir quedando cosas que importaban o daban seguridad, gente a la que quizás concedió una importancia genérica, como ocurre en el caso de Octavio, el profesor de su padre, a quien siempre atribuyó un papel de mentor literario, e incluso su mujer e hijos. Dunbar no puede cargar con nada ni nadie que no sea él mismo, sus silencios y una soledad endémica, parece entender el narrador de Basilisco, admirado, como todos los que lo conocen, ante su heroísmo contra corriente y su innata capacidad para elegir siempre lo que conviene hacer y no dudar en hacerlo. Dunbar habla poco pero actúa desde la primera vez en que tenemos noticia de él. Son las dos características que mejor le definen, aunque al convertirse en personaje de ese español que trabaja en una refinería y empieza a preguntarse sobre el sentido de su vida, se contagia también de rasgos de su personalidad, y el western fabulado integrará pasajes reconvertidos de la infancia y adolescencia de su demiurgo. Así es como el segundo Dunbar, ya intervenido por su autor, irá transformándose en un personaje lleno de matices, que comenzará a pedir con la misma avidez tabaco y libros. Le perseguirán arañas delirantes que formaron parte de las pesadillas infantiles de su creador y se adentrará en las mismas cuevas que intrigaron tanto a ese desconocido norteño que pertenece a otro plano, a otro tiempo. La ficción y la realidad se entrelazan hasta que la criatura legendaria y el autor se influyen y retroalimentan. El mercenario silencioso y el innominado narrador acaban pareciéndose mucho, de tal forma que los capítulos donde se narra la expedición en la que Dunbar ejerce como guía se tiñen del escepticismo no exento de ternura y la sutil parodia con los que el autor contemporáneo se acerca a un género amado, pero de improbable trasplante al mundo real. En contrapartida, el día a día del creador latente se va “dunbarizando”. El escritor que ha descubierto su incapacidad para comportarse heroicamente incluso cuando la vida de su propia hija corre peligro, se pregunta a ratos si tienen sentido todas esas decisiones que vamos tomando y que nos encadenan inexorablemente a empleos detestables, a personas con las que nos empeñamos en formar pequeñas tribus, asociaciones no siempre ventajosas. Pero, aunque la soledad de Dunbar y la del autor y la pasión intransferible que sienten hacia la propia libertad y la literatura alumbren un modelo de conducta que no siempre resulta comprensible para el resto como una solución orgánica, y aparentemente sencilla, por obra y gracia de su firmeza como autor intuitivo y analítico que crece y se arriesga en cada libro.
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Autor: Jon Bilbao. Título: Basilisco. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros y Amazon
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