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Farándula, Marta Sanz

Una película de Joseph. L. Mankiewicz (Eva al desnudo / All about Eve) y una gavilla de personajes arteramente retratados con sus miserias sirven a Marta Sanz (Madrid, 1967) para ofrecernos una buena novela —notable en varios momentos— sobre el paso del tiempo y ese venerable catálogo de defectos y virtudes que es la condición humana. Farándula, obra premiada con el Herralde de Novela, se explaya ante el lector a través de una voz incorrecta y en ocasiones hasta mal hablada pero muy eficaz para contar, con la seguridad de quien parece no tomar partido, una parte incómoda pero real de nuestro paso por el mundo. Estamos ante un océano de palabras que muestra al lector, en un tono muy cercano al burlesque, con jocosa acidez pero sin acritud, el amargor de la vida. Una vida que se desliza como un venero, a veces rápido y caudaloso, otras reseco y cuarteado, pero que en todo caso se alza como un caleidoscopio de 28 secuencias en su conjunto que impiden cualquier intento de considerar la existencia de cada cual de una forma ingenua, irresponsable o intrascendente.

La obra se nos presenta en su inicio como un panóptico, clave para acometer el desarrollo posterior y familiarizarse con el tono general que, ora iconoclasta ora gamberro, va a regir la narración. Y así, en un alarde de apertura, la autora dispone a la protagonista, Valeria Falcón, enclavada en un punto de la Puerta del Sol. Desde ahí, entaconada y plantificada como un gran ojo que todo lo ve, Valeria Falcón «archivó en su retina…», «anotó mentalmente…», «sacó polaroids cerebrales…», «disparó fotos en blanco y negro…» y «registró las visiones…», haciendo buena la enseñanza de Georges Perec y demostrando que se ha aprovechado, y de qué manera, la lectura de su Especies de espacios, aportando frescura, desparpajo y humor para retratar la atmósfera y el paisanaje de la calle.

"La autora es diestra en metáforas y comparaciones que motean la narración, aliviando y llenando de luz el texto"

Podemos avanzar que la trama de la novela no es una muestra efervescente ni compleja en exceso. Marta Sanz hace valer la acción, los sucesos cotidianos de los personajes —la enfermedad de esa vieja actriz de nombre Ana Urrutia, la humillación de un actor famoso y el retrato de su vida con su filantrópica mujer, su petite échalote en París o la vida de un Lorenzo Lucas descreído de casi todo enseñando el oficio de actor y el oficio de la vida a Natalia de Miguel, esa estúpida de tontuna insondable llamada a ser una estrella— para construir una peripecia doméstica, íntima y laboral que deja poco espacio para creer en la gente, pero que se alza, la trama, no la gente, sobre el despliegue avasallador y sutilmente heterodoxo de la palabra, logrando un desarrollo lúcido y coherente. ¿Qué es la gente? Emplazo a los lectores a descubrirlo. Tal vez se den de bruces consigo mismos y si la curiosidad aprieta váyase directamente a la página 211.

Deslumbra la construcción de los personajes recurriendo para ello a una panoplia de medios: la apariencia, el carácter, la conducta o los gustos, pero, a mi parecer la más efectiva, es la que tiene que ver con sus sentimientos y pensamientos. Así, Daniel Valls «estaba convencido de que triunfar en este mundo que a él le parecía una mierda era una forma de equivocarse.», o ese autocrítico, reiterado y definitivo «Soy un débil mental». Otro ejemplo es el que atañe a Natalia de Miguel, quien «Empezaba a ver a Lorenzo como un hombre con el que podría llegar a tener ganas de follar». Y uno último el que protagoniza Lorenzo Lucas en la página 107, dirigiéndose a Natalia: «No sé a lo que tú llamarás mucha pasta, mi niña, pero la pasta es una razón tan buena como cualquier otra para decidirse a hacer algo.»

De otra parte, Marta Sanz hace un uso de las enumeraciones acumulativas que pueden llegar a entusiasmar, o no, al lector. Dejando aparte el listado casi al detalle del inicial Apocalyse Now, el lector encontrará una relación de candidatos a un reality en la página 108; los mensajes publicitarios en la 131; el repertorio de insultos que le hace llegar Charlotte a su marido Manuel Valls en la 144 o las causas por las que se «drogan tanto los actores» en la 182, para terminar con esa explosión que ya anticipé y que comienza en la página 211 y ¡acaba en la 215!

Bien es cierto que si éstas se le imputan como defecto, justo será recordar entonces que la autora es diestra en metáforas y comparaciones que motean la narración, aliviando y llenando de luz el texto. Léase: «A Madame Valls se le formó un dibujo dentro de la mente: ese decantador de Riedel lleno de vinazo era la mejor metáfora para definir a su esposo. Luego, se dio cuenta de que había que dar la vuelta a la metáfora: su esposo era un botijo lleno de Moët Chandon». Aunque yo me quedo con las más clásicas, como «”Zapatero a tus zapatos”, una frase que rechinaba en el tímpano de Daniel como el tenedor con que un niño cabrón raya sañudamente el plato».

El lector de Farándula podrá o no leer entre líneas, pero lo que no podrá es obviar la miseria que nos circunda, la crisis que nos ahoga o esta España con una crisis de identidad permanente y cuyos hijos patrios están muertos de miedo ante la idea de perder «el pisito de cincuenta metros, la cesta de la compra, quién sabe si una semana de vacaciones en la playa» o, en el caso de los más pudientes, el pánico a perder sus piscinas o sus mansiones. Más de uno pensará que resulta fácil hacer una crítica así, valorando que lo difícil es ser un héroe de andar por casa que recicla, paga sus impuestos y es solidario, describiendo la sucia fealdad de una ciudad derrotada como Madrid o reflejando irónicamente que los pobres son unos lerdos, indolentes, vagos e incluso viciosos, pero el cuidado y atención que pone Marta Sanz en esta lid sirve para alejarse del populismo y hurgar en las misérrimas vísceras y entrañas tanto de ricos como de pobres. Y así, entre secuencias que relatan el sexo sin caer en el ridículo ni en la zafiedad, la grabación de un reality de televisión, los ensayos de una obra de teatro, la sobresaliente narración de la representación de la misma vista por una espectadora o ese monólogo espléndido de Julita Luján, unido a perspicaces definiciones sobre el marketing de la solidaridad, la descendencia y la muerte, el público, la dimensión física del teatro, el aplauso o el éxito, el lector, entretenido, llegará a este epílogo: «Yo no escribo para que nadie se reconozca en su parte inteligente, sino en su más abyecta y entrañable vulgaridad…» Aún hay mucho más, pero dejémoslo aquí.

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Título: Farándula. Autora: Marta Sanz. Editorial: Anagrama. Narrativas hispánicas. Páginas: 231. Edición: Papel y ebook

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