El cantante y escritor Nick Cave mantuvo distintas conversaciones con el periodista Seán O’Hagan a lo largo de cuarenta horas. Fruto de aquellas charlas es este libro en el que el artista reflexiona sobre la fe, el arte, la música, la libertad, el duelo y, en definitiva, sobre todo aquello que impulsa su creatividad.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Fe, esperanza y carnicería (Sexto Piso), de Nick Cave y Seán O’Hagan.
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UNA HERMOSA ESPECIE DE LIBERTAD
Seán O’Hagan: Me sorprende que hayas aceptado hacer esto, no has dado entrevistas durante mucho tiempo.
Nick Cave: Bueno, ¿quién quiere darlas? En general, las entrevistas son una mierda. De verdad. Te consumen. Las detesto. Su premisa básica es muy denigrante: tienes un nuevo disco, una película que promocionar o un libro que vender. Después de un tiempo, quedas desgastado por tu propia historia. Supongo que en algún momento me di cuenta de que conceder ese tipo de entrevistas no me suponía beneficio alguno. Tan solo me restaba. Después siempre necesitaba recuperarme. Era como si tuviera que ir en busca de mí mismo nuevamente. Así que, hace unos cinco años, las cambié por la paz.
Entonces, ¿cómo te sientes con este proyecto?
No lo sé. A mí me gusta conversar. Me gusta hablar, relacionarme con las personas. Y tú y yo siempre hemos tenido largas y serpenteantes conversaciones, así que, cuando lo sugeriste, me dio curiosidad adónde nos llevaría esto. Veámoslo, ¿no?
Cuando hablé contigo en marzo del 2020, acababa de cancelarse tu gira mundial debido a la pandemia. Tengo que decir que sonabas sorprendentemente tranquilo al respecto.
Fue un momento extraño, de eso estoy seguro. Cuando apareció la COVID y mi mánager, Brian, me dijo que no saldríamos de gira, me sentí muy vacío, como si me hubieran movido el suelo sobre el que pisaba. Habíamos dedicado muchos esfuerzos y jornadas de reflexión a decidir cómo íbamos a presentar Ghosteen en directo: habíamos estado ensayando con un coro de diez cantantes y habíamos creado toda una estructura visual para el show, que nos parecía muy singular y emocionante. Demasiado trabajo, energía mental y gastos. Así que, cuando me enteré de que no iba a poder llevarse a cabo, de entrada me quedé horrorizado. Me golpeó en lo más profundo de mi ser, porque la gira lo era todo. Todo. Ahora, para ser honesto, y quiero decir esto con mucha cautela, pues entiendo la decepción que ocasionó a los fans, la sensación de colapso existencial duró, aproximadamente, como media hora. Después recuerdo estar de pie en la oficina de mi mánager y pensar con algo de culpa: «¡Mierda! No voy a irme de gira. Y quizá durante un año». De pronto, me sobrevino una extraordinaria sensación de alivio, una especie de ola que me recorría, euforia, pero también algo más que eso: una energía alocada.
La sensación de potencial, ¿tal vez?
Sí, pero un verdadero potencial. Irónicamente, potencial en forma de impotencia. No el potencial de hacer algo, sino de no hacer nada. Me di cuenta de que podía simplemente estar en casa con Susie, mi esposa, y eso era en sí mismo algo extraordinario, porque siempre habíamos medido nuestra relación según mis partidas y mis regresos. De repente, podía ver a mis hijos, o tan solo sentarme en una silla en el balcón a leer libros. Era como si solo se me hubiera dado permiso para ser y no para hacer.
Conforme la situación siguió, hubo una sensación de que el tiempo estaba descoyuntado, de que los días se agolpaban entre sí a la deriva. ¿Viviste algo similar?
Sí, parecía que habían alterado el tiempo. Casi parece malo decir lo siguiente, pero, en parte, me encantó la extraña sensación que me proporcionó. Me encantaba levantarme por las mañanas y tener por delante otro día en el que podía simplemente existir y no tenía que hacer nada. El teléfono ya no sonaba constantemente y muy pronto mis días se volvieron repetitivos de una manera hermosa. Es curioso, pero era como ser de nuevo un adicto, con tantos rituales, rutinas y costumbres. Ahora bien, digo todo esto, pero la gira anterior, cuando tocamos en directo el disco Skeleton Tree, fue definitoria de mi vida profesional, al estar cada noche sobre el escenario con esa fiera energía proveniente del público. Es difícil exagerar la extraordinaria sensación de conexión. Me cambió la vida. No, ¡me salvó la vida! Pero también fue demandante hasta límites insospechados, tanto física como mentalmente. Así que, cuando se canceló esta gira, la decepción inicial se vio reemplazada por una sensación de alivio y, sí, un extraño y descarriado potencial. Me da palo decirlo, pues sé lo devastadora que ha sido la pandemia para mucha gente.
En las conversaciones que tuvimos por entonces me dejaste claro que desde el comienzo sentías que el encierro sería un tiempo para la reflexión.
Así lo sentía de manera instintiva. Recuerdo la sensación de que no me parecía correcto intentar dar un espectáculo en línea desde la cocina, o desde la bañera, o en pijama; no haría las cosas que algunos artistas promovieron por aquella época, todas esas muestras carentes de elemento artístico, muy sospechosas de empatía fingida. Me parecía como si más bien fuera un momento para situarse en el interior de la historia y solo pensar. Para mí, el mundo me daba un escarmiento. Tuve un extraño momento de reflexión a lo largo de ese verano pandémico. Nunca lo olvidaré, ahí sentado en mi balcón, leyendo muchísimo, escribiendo un montón de cosas nuevas, respondiendo a las preguntas de mi página web, The Red Hand Files. Fue una época interesante, a pesar del constante ruido de fondo de la ansiedad y el miedo.
Recuerdo que hablamos por teléfono justo al comienzo de la pandemia y me dijiste: «Esto va a ser grande».
Sí, creo que acababa de leer algo que me hizo cobrar conciencia del llano e inmenso poder del virus, de lo extraordinariamente vulnerables que éramos todos y lo desprevenidos que nos encontrábamos como sociedad. Tú y yo estábamos bastante asustados por esta cosa invisible que se situaba justo fuera de la puerta. Todos lo estábamos. Era una sensación de final de los tiempos y al mundo le sorprendió durmiendo. Parecía como si una mano invisible hubiese descendido para abrir un gran agujero en aquello que asumíamos como la historia de nuestras vidas.
Eso me lleva a pensar en la idea de la narrativa interrumpida, sobre la que te he oído hablar en relación con la escritura de tus canciones; tanto los temas como el significado de tus más recientes piezas musicales se han vuelto menos directos y más elusivos.
Exactamente, así es. Mis canciones se han vuelto, en definitiva, más abstractas, a falta de un término mejor; y sí, las domina menos la narrativa tradicional. En algún momento me cansé de escribir letras en tercera persona que contaban una historia estructurada que se movía con obediencia hacia la conclusión. Comencé a sospechar de la forma. Me parecía injusto endilgarle estas historias a la gente todo el tiempo. Era una suerte de tiranía. Era como si me ocultara tras esas narrativas pulcras, cuidadosamente elaboradas, porque tenía miedo del material que hervía en mi interior. Quise empezar a escribir canciones que de alguna forma fueran más verdaderas, que reflejaran mi experiencia con autenticidad.
¿Hablas de tu experiencia más reciente?
Sí. Que es una experiencia de ruptura, diría, al igual que para la mayoría de la gente. Pero, estrictamente desde un punto de vista personal, vivir mi vida bajo una narrativa pulcra ya no tenía mucho sentido. Arthur murió y eso me cambió. La sensación de trastorno, de llevar una vida trastornada, lo permeaba todo. Hablando aquí contigo, me cuesta trabajo volver a ese momento, pero también es importante hablar de ello, porque la pérdida de mi hijo me define.
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Autores: Nick Cave y Seán O’Hagan.
Título: Fe, esperanza y carnicería.
Traducción: Eduardo Rabasa.
Editorial: Sexto Piso.
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