Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, Teruel, 1951) insta a defender con firmeza “nuestra Nación, nuestra Constitución y nuestro Rey” y a dar siempre la batalla por la libertad, aunque pinten bastos. Hijo de maestra y de zapatero, alumno de Labordeta y de José Sanchís Sinisterra, llegó a Barcelona en Vespa, se hizo comunista, viajó a China, visitó una “granja de reeducación política” —en cristiano, un campo de concentración—, se cayó del caballo rojo, criticó la connivencia de la izquierda con el nacionalismo y, en estas, el grupo terrorista Terra Lliure le secuestró y le pegó un tiro. Apóstol profesional de su amigo Antonio Herrero, dirigió La Linterna y La Mañana en la COPE, fundó el Grupo Libertad Digital, se hartó de los curas y se inventó un milagro radiofónico, esRadio, donde aúpa y tritura políticos desde 2009 en Es la mañana de Federico. Como escritor, ha cultivado la poesía y, sobre todo, el ensayo. Varios de sus títulos gozan del estatus de superventas: Memoria del comunismo (La Esfera, 2018) va por la trigésimo sexta edición. En prensa, ha publicado en El País y en ABC y fue jefe de Opinión en Diario 16. Fichó por El Mundo en los noventa, donde firma sus “Comentarios Liberales”, and last but not least, cada domingo brinda un artículo/ensayo en su periódico, Libertad Digital, decano patrio de la información en la red.
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—Señor Jiménez Losantos, ¿sabría decirme cuál es el primer recuerdo literario de su vida?
—El AEIOU. Tenía tres años. Mi madre estaba en la escuela y tenía una chica que había dejado la escuela a los catorce. Se llamaba, y se llama, Fuencisla. Mi primer recuerdo es estar, mientras nevaba, con la cartilla del AEIOU. Es mi primer recuerdo y, además, mi primer recuerdo literario.
—¿En su casa había hábito de lectura?
—Mi madre era maestra; mi padre, zapatero, dejó la escuela a los once años para trabajar. Yo leía, sobre todo, los libros de la escuela de mi madre, que me encantaban. Por ejemplo, las Lecturas de oro. Yo me crié con la Enciclopedia Álvarez. Los libros de fábulas: las de Esopo, Fedro, Samaniego e Iriarte. Me las sabía de memoria, me encantaba que hablaran los animales, los vegetales y tal. Luego, a los siete o, más bien, ocho años, me aprendía de memoria poesías.
—Era ese tiempo en el que se aprendía de memoria poesías, la lista de reyes godos…
—Reyes godos, fíjate, jamás. Se habla siempre de los reyes godos. He tenido un estupendo bachillerato y nunca estudié los reyes godos. Sé que a Hermenegildo le cortó la cabeza su padre, Leovigildo, y que Recaredo nos hizo católicos. Luego los estudié más. Eran una mezcla de incompetencia y corrupción (risas). En cambio, sí recuerdo haber leído los tebeos, todos los que tuvieran letra. El que más me gustaba era el de Roberto Alcázar, porque era el que tenía mucha más letra. Y más El capitán Trueno que El Jabato, porque El Jabato era, sobre todo, dibujos. Leía los tebeos míos, los de mi hermana, los libros que tenía mi madre de Mari Sol… al ser maestra, teníamos todos los de varios niveles. Me encantaba leer y releer Mari Sol, Pepe Luis, Hermanitos… todos los libros pequeños que eran para aprender a leer entre los cuatro y los seis años, más o menos, a los cuatro años ya los había devorado. Lo que nunca conseguí es tener buena letra. Siempre iba muy deprisa, muy acelerado. En cambio, tenía muy buena memoria. Me recuerdo leyendo, a los ocho o nueve años, las novelas de Corín Tellado y los tebeos de mi hermana, de chicas. Lo que me fascinaba es que había una diferencia.
—¿Cuál?
—El amor. O sea, las cosas de mujeres eran de amor. Y como mi madre era maestra de niñas, de las mayores… Yo estuve muy enfermo a los siete años. No me morí de milagro. Mala hierba, ya se sabe (risas). Entonces, al año siguiente, para recuperar el curso y prepararme para la beca para ir interno al colegio, me cogió y me llevó a su escuela para que recuperara en un año los meses que había perdido en la cama que, prácticamente, fue un curso. Vi que las chicas eran distintas. En general, mucho mejores, menos violentas. Eran especiales. Y veía que el secreto tenía que estar en los tebeos de mi hermana o en las novelas de Corín Tellado de mi madre. Siempre que podía, estaba enredando con ellas. Jugando no. Mi madre no me dejaba jugar con las niñas.
—Era maestra de niñas y usted…
—Y yo era niño, tenía que ser niño, y niño fui.
—¿Cuándo se descubrió escritor?
—Empecé a escribir en el colegio, a los once o doce años. Para los concursos, había que escribir redacciones. Yo los ganaba, me sabía la doctrina. Empecé a escribir creativamente como a los quince años, en el Colegio San Pablo, que es donde, realmente, me formo culturalmente con Labordeta y Sanchís Sinisterra, unos profesores maravillosos. Empecé a escribir poesía. Siempre me he tomado las cosas muy en serio. Entonces, el primer año que voy a estudiar primero de carrera a Zaragoza, vivía en un piso de estudiantes con Joaquín Carbonell, que en paz descanse. Ahí, todas las noches escribía un poema que rompía por la mañana. Encima de mi cama, tenía una foto de Julie Driscoll, maravillosa cantante y una preciosidad, que cantaba con Brian Auger y The Trinity, y todas las noches hacía un poema en una tarjeta y, todas las mañanas, lo rompía. Sólo para hacer mano. A los dieciocho, hago mi primer libro, que se llama Tremedal. Lo ve Pepe Sanchís, dice que está muy bien, que “qué madurez”, y Labordeta, con su estilo tradicional: “Cojonudo”. (Risas) Labordeta es el primero que me quiere editar, me pagaba él la edición de mi primer libro de poemas, del que luego hice una segunda parte. Hay una parte recogida en Poesía perdida, que publicó la editorial Pre-Textos.
—¿Rompió todos los poemas previos a Tremedal?
—He tenido una idea de la poesía, primero, como le pasa a tantos jóvenes, bastante imitativa; luego, como una técnica que había que dominar. Para escribir bien, hay que dominar la técnica. Siempre he tenido la idea de que, en esto de la literatura, puedes tener inspiración, pero tienes que tener oficio. Y el oficio es hacer y romper, hacer y romper… Si hubiera conservado los doscientos poemas que hice aquel año, ¡pues fíjate qué libro! Lo mismo eran buenos, no me acuerdo. Prefiero no acordarme.
—Y, en un momento dado, descubre la poesía oriental.
—El gran salto en la poesía lo doy cuando, después de la muerte de Miguel Labordeta, empiezo a leer a los poetas chinos. Miguel Labordeta tenía una gran colección de poesía oriental, en francés casi toda. Yo leía francés. Soy de la última generación que estudió francés. Para mí, es un gran cambio. He escrito siempre en esa clave, que es bastante rara para lo que se hace en España: no una poesía narrativa, sino una poesía iluminativa, que es la del haiku.
—Si yo le digo Lo que queda de España, ¿usted qué me dice?
—Que casi me costó salir en ambulancia de Barcelona. Lo que queda de España es un libro lleno de defectos. Sin embargo, tiene una virtud: se hizo contra viento y marea…
—Tiene un cariz profético.
—Adivinó exactamente lo que iba a pasar. La cuestión de Cataluña era evidente. El problema es que la gente que veníamos de la izquierda no quería reconocer que aquello iba a una dictadura lingüística. Además, aunque es Pujol el que lo impone en el 80, el modelo lo crean los del PSC. Los socialistas son los que crean el modelo de que el charnego tiene que ser catalán por narices y aprender catalán… siempre en un nivel, naturalmente, secundario: el racismo de Barcelona yo no lo había vivido ni lo he vuelto a vivir. Ni en mi pueblo, ni en Teruel, ni en Zaragoza ni, por supuesto, en Madrid.
—En Barcelona, el apellido y la clase social pesan más que en Madrid.
—Los estratos sociales se ven en las calles: sabes a qué clase perteneces en función de la calle en la que has nacido, del colegio al que has estudiado… Eso me parecía una cosa atroz. Yo venía de una gente que tenía una conciencia de superioridad intelectual y moral. Los dogmas de estos meapilas, que, encima, la mitad eran todos de Montserrat, me parecían odiosos.
—El libro estuvo a punto de no ver la luz.
—Gano el premio de ensayo El Viejo Topo, donde estaba Barroso, por cierto, y me piden un libro sobre la cultura española y el nacionalismo. Es decir, sobre cómo la izquierda había desterrado la idea nacional. Uno de los ensayos es sobre Vázquez Montalbán, que ha sido el tío más siniestro que ha tenido España y el más nefasto a largo plazo, pero el más eficaz. Cuando presento el libro, me dicen que no lo pueden publicar porque va contra la izquierda. Entonces, vienen los de Ajoblanco, que estaban en quiebra, anarquistas, lógico que estuvieran en quiebra, ellos lo sacan, así que lo saco, vengo a presentarlo a Madrid, me lo presenta Paco Umbral por todo lo alto. Entonces empiezo a escribir en El País gracias a Pradera y a José-Miguel Ullán.
—Y se convierte en un niño bonito de El País.
—Un capítulo de Lo que queda de España se publica el domingo a doble página, cuando El País tiraba un millón de ejemplares. Es cuando empieza la campaña que acaba en el atentado. No se podía tolerar que en la izquierda, alguien que escribía en El País, denunciara eso.
—Por entonces firmó también el “Manifiesto de los 2.300”.
—Sí, lo hace Santiago Trancón y soy de los primeros firmantes. Entonces, empezaron a amenazar de muerte a todos, pero a mí no. La víspera del atentado, me pregunta mi mujer: “Oye, ¿me estás ocultando algo? ¿Te han amenazado?”. Digo: “No. A mí, o se me llevan por delante, o nada. A mí no me amenazan”. Esa misma noche, me secuestran, me pegan un tiro y no se me llevan por delante de milagro.
—De aquellos polvos avistados en Lo que queda de España, ¿los lodos plasmados en El camino hacia la dictadura de Sánchez?
—Hay algo que tiene, quizá, su parteaguas en el 11-M y la llegada de Zapatero, que es acostumbrarnos a vivir en la mentira. Decían que el nacionalismo respetaba los derechos. ¿Cómo va a respetar los derechos que unos niños tengan derecho a la enseñanza de la lengua materna y otros no? ¿Cómo va a ser eso hecho un derecho igualitario y bueno? Bueno será para los que quieran mandar. Nos hemos acostumbrado a que la mentira es, digamos, como parte del hecho político español. Hay una parte que es mentira. Bueno, pues no sé si porque soy de Teruel, pero me parece que la mentira es intolerable. La izquierda se ha acostumbrado a mentir y a que le vaya bien, y a que su base social, que antes no era así, la izquierda que yo conocí no era así, el Partido que yo conocí no era así, la obedezca. La mentira es indiscutible. Y la mentira cambia: lo que hoy es mentira, mañana puede ser verdad, y tienes que obedecerlo igual. Eso demuestra que el socialismo en España ya no existe: es comunismo, pura obediencia.
—Por rematar lo comentado sobre el nacionalismo catalán, ¿cree, de verdad, que “la dictadura nacionalista catalana dejará de serlo si es combatida y derrotada”? ¿No es ya una batalla, sino una guerra perdida?
—Creo que están mucho peor el País Vasco y Navarra que Cataluña. En Cataluña se puede dar la batalla por una razón: porque no se ha dado nunca. En el País Vasco se dio, y cuando se pudo ganar o, al menos, empatar, llegaron Felipe González y Juan Luis Cebrián y se cargaron la alianza PP-PSOE de Redondo Terreros y Mayor Oreja. Desde entonces, todo ha ido hacia abajo. En Cataluña, nunca se ha hecho, realmente, oposición al nacionalismo. La única vez que ha habido esa ocasión, que la malbarata el miserable de Rajoy, es cuando el golpe de Estado, que sale el Rey y sale un millón de personas a la calle en Barcelona, con banderas españolas compradas en los chinos. Luego hay una base social que vota a Cs, que es el partido más votado. Lo que pasa es que, luego, los políticos se desvanecen, no son fieles a su base social, y su base se dispersa. No sé si en Cataluña se podría ganar, pero sí dar la batalla. Es una sociedad absolutamente corrompida porque tiene los medios más basurientos de Europa, pero tal vez. Digo tal vez, eh.
—El libro se llama El camino hacia la dictadura de Sánchez, no La dictadura de Sánchez.
—Estaba convencido de que íbamos a Caracas, a Venezuela. Pero este tío hace la Ley de Amnistía y se rebelan los jueces, los fiscales, ¡hasta los inspectores de hacienda!, la gente sale a la calle… Por otro lado, me dice el otro día mi hijo Jorge: “¿No es querellable decir que quiere una dictadura Sánchez?”. “No, porque digo hacia”. Ya va uno aprendiendo (risas). Además, porque es así: en estos momentos, el partido no está decidido. Sánchez ha puesto el 70% de las piedras para la dictadura. Ha empedrado el camino. Lo que pasa es que se ha encontrado con una resistencia que no había tenido nunca.
—¿España es un Estado fallido?
—No. España es un Estado troceado. España es un Estado muy complicado. Es un Estado muy antiguo, y todos los Estados antiguos de Europa son muy complejos. España tiene un sustrato común muy fuerte que es lo que tratan de destruir por la violencia. En el caso del País Vasco, lo están consiguiendo. El otro día leí que 570 tíos, en el último año, han pedido borrar su apellido “García” y poner “Gartzia”. Hace falta un régimen de terror para hacer eso. Además, ¿qué tiene de malo García? “Ah, es que no soy de la tribu que ahora manda”. En Cataluña es lo mismo: conservan eso, pero todos se llaman Oriol y esas historias. Todo empieza el día que ponen A Coruña…
—Cuando gobernaba Aznar.
—Cuando gobernaba Aznar. Nadie ha hecho absolutamente nada con la cuestión lingüística, ni con UCD. La única que tenía una idea al respecto fue la LOAPA, que hizo Calvo Sotelo, y se la cargaron entre Felipe y Pujol. Hay competencias que el Estado no puede delegar, y una de ellas era y es la educación. Las podría delegar si hubiera lealtad constitucional. Es decir: Baviera puede tener la educación, pero los bávaros son alemanes, van a seguir siendo alemanes y morirán siendo alemanes. Y, como decía Rouco, católicos. (Risas) Decía: “¿Cómo se diferencia entre católicos y protestantes? No es muy teológico, pero es muy sencillo: donde manda el vino, somos católicos; donde manda la cerveza, son protestantes”. Y es así.
—Orson Welles, en El tercer hombre: “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento; en Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco”. ¿Es esto aplicable a España y a su literatura? ¿Cuánto nos inspiran “los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes, ya desmoronados”?
—La elegía siempre es un género muy agradecido. En cambio, los loores y las loas… Las dedicatorias de nuestros grandes libros a los nobles que patrocinaban la vida cotidiana, mejor no recordarlas. La elegía es un género muy español que se basa en algo profundamente católico: la idea del pecado original. Es decir, España es maravillosa, es perfecta, pero ha habido un pecado original que tenemos que saber para combatir: la idea de la pérdida de España. Cuando llegan los moros, curiosamente, la literatura que hay es la de la pérdida de España. Claro, tiene una fuerza enorme: España es un conjunto un poco mitificado que hay que conquistar y que aparece siempre sólo con la parte luminosa. En dos años, con masacres, los moros conquistaron un reino cristiano, católico, romano, occidental, etcétera. La idea de la pérdida de España ya está en san Isidoro. La verdad es que cuanto más estudia uno la Historia de España, más motivos de admiración hay. Creo que no hay un país tan admirable como España en la Historia. Quizás, en el último siglo, EEUU. Pero de los grandes imperios, ninguno como el español, ni más maltratado por su propia gente como el español. Sobre todo, por la clase dirigente, que se ha creído la propaganda antiespañola. España tiene una historia absolutamente extraordinaria. Pensar que cualquier pueblo de Castilla la Vieja, en cada una de sus piedras, tiene siete siglos más que las más antiguas de EEUU… Pensar que toda Iberoamérica que, por supuesto, desde el punto de vista de la civilización, es muy anterior y muy superior a los EEUU, la hace un país que es una España que tenía seis millones de habitantes…
—Raúl del Pozo: “La única diferencia entre las hazañas de los griegos y las de los españoles en los siglos XV y XVI es que las de los griegos eran obras de ficción y las aventuras equinocciales de los españoles fueron reales”.
—Los españoles tenían una idea de la institución y, además, una idea de su valor absolutamente extraordinaria. Dices: “Había ambición de oro y de gloria”. Sí, claro. Como en todos. Pero el hacerlo… Los holandeses no lo hicieron, los ingleses no lo hicieron. El único país que ha creado una civilización veinte veces mayor que él es España. Eso sí, siempre con la idea de que somos la espada de Roma defendiendo la cruz. Eso lo decía muy bien Nietzsche: “España se sacrificó por lo que creía”. Y es verdad. Al mismo tiempo, lo que hay… El problema de España es que no admitimos que España es una civilización grandiosa. Otra cosa es que la nación que queda ahora puede estar más o menos troceada. A mí lo que me preocupa es que lo fundamental, lo grueso de España, Madrid, Andalucía, Valencia, los núcleos fuertes de población y de poder, mantengan las instituciones de ahora: la Constitución, la monarquía parlamentaria. Y, como decían en el Siglo de Oro, “si la Ingalaterra se quiere condenar, que se condene”. Y si el País Vasco se quiere condenar, que se condene. Pero nosotros no vamos a cambiar. No vamos a ser una confederación de repúblicas ibéricas.
—Ya puesto, permítame birlarle un par de preguntas: “¿Había motivos para la sorpresa? ¿Había hecho Sánchez en la legislatura algo que permitiera sorprenderse al verlo demoler el régimen constitucional para seguir en el Poder?”.
—Todo lo ha hecho siguiendo el manual de Podemos. Todo esto empieza cuando forma el Gobierno con Pablo Iglesias. Como Sánchez es un cabeza vacía, la llena con las ideas de Pablo Iglesias. Todas las leyes que ha hecho Sánchez, todas, son comunistas. No hay una sola idea socialdemócrata. Todas. Incluyendo toda esa cosa que copia de Argentina, el rollo de la ideología de género, lo de la memoria que se inventa y tal: es puro kirchnerismo. El Cártel de Puebla (así apoda al Grupo de Puebla). Lo que pasa es que como lo ha hecho poco a poco, aprovechando la pandemia y la destrucción de la oposición… Dicen que Sánchez ha destruido al PSOE, pero antes destruyó a Cs y al PP. Es un milagro de santa Isabel Díaz Ayuso que el PP haya podido mantenerse. Estaba muerto, pero vamos, muerto para toda la vida.
—El primer artículo que aquí se incluye vio la luz en Libertad Digital en 2017. Describe a Rajoy como uno de “los mayores felones, traidores, cobardes y desertores de nuestra historia”. ¿Razón?
—Tuvo la ocasión de remediar, precisamente, ese proceso de deriva dictatorial en Cataluña, porque dieron un golpe de Estado y no les salió, y ese era el momento. Me harté de decirlo: en un golpe de Estado, o gana el golpe o gana el Estado. El Estado planta cara, la Nación más que el Estado, el Rey, la gente que sale a la calle, etcétera, y luego llega la justicia y empieza a entrar el Estado. Y entran en pánico. Entonces, el Gobierno, en lugar de coger el 155 y acabar con todas las bases mediáticas, económicas e institucionales del golpe de Estado, empezando por la Generalidad, convoca elecciones anticipadas. No toca ni TV3 ni las radios que iban anunciando, cuando el golpe, por qué calle iba la Policía. Encima, había quien decía: “¡Qué listo, qué cuco es Rajoy!”. Creo recordar que sólo Cayetana Álvarez de Toledo y yo nos echamos las manos a la cabeza una mañana: “¡Qué barbaridad! ¿Cómo que elecciones? ¡Si no ha destruido el golpe!”. Eso lo apoya Cs y es su muerte real. Alguien escribió sobre Puigdemont: “A enemigo que huye, puente de plata”. ¿Cómo que “a enemigo que huye”? A enemigo que huye, lo detienes y lo llevas a la cárcel. Rajoy ha tenido todas las posibilidades, una mayoría absoluta para hacer independiente la justicia, para arreglar la cuestión fiscal, para arreglar la educación, y luego tiene la ocasión de rematarlos en el golpe de Estado, de remediar su propia galbana. Y va y no hace nada. Le ponen una moción de censura que, en el fondo, es la continuación del golpe en Cataluña, y se va a emborracharse a un restaurante…
—Y deja el bolso de Soraya.
—Y en el PP lo llevan de empanada por ahí. Vamos a ver, sería como Gil Manzano: no saldría nunca de mi casa. (Risas)
—Y, en junio de 2019, escribía sobre Ábalos que “representaba el sanchismo con rostro humano”. ¿A cuántos titulares de El País está el exsecretario de Organización del PSOE de convertirse en fundador del PP?
—En los últimos dos años, me ha puesto dos querellas por lo de Delcy Rodríguez, dice que atento contra su honor, pero, antes, Ábalos me invita a comer. En el primer socialismo de Sánchez, con Iván Redondo, etcétera, la idea que ellos tenían era formar gobierno con Cs. E Iván Redondo me invita un día a Moncloa. La izquierda quiere saber cómo piensa el enemigo, la que no se entera de nada es la derecha. Con la derecha jamás me he llevado.
—¿Ni con Aznar?
—Me llevaba muy bien con él cuando estábamos en la oposición, pero luego, nada. Ellos han ido con la izquierda, que es lo que les gusta. Y con Rajoy, nada: lo he perseguido por todas partes. En cambio, con Zapatero, Barroso me invitaba a Moncloa, y, sobre todo, en la primera época de Sánchez, me invita Iván Redondo… Bueno, esa tarde, Sánchez estaba en Estonia, me parece. Llamó a Iván cinco veces. O sea, tenía una dependencia real. Yo lo he visto. E Iván me dice: “Aquí hay un problema. Hay una parte del PSOE y del Gobierno que quieren ir hacia Podemos, como Adriana Lastra”. Es decir, los de Puebla. “Pero hay otra parte que quieren estar en el PSOE de Felipe, Ábalos y Carmen Calvo, y son los únicos con los que puedo hablar”. Cuando salió el resultado que salió, Iván fue el primero que se hizo podemita.
—Y Ábalos le invitó a comer.
—Me invitó a comer cuando no le votan a Sánchez en la investidura los comunistas y tiene que convocar elecciones de nuevo. Fue en el mes de julio. Nos tiramos como cuatro horas. Ábalos es el clásico valenciano estrepitoso, gracioso, fallero, muy trapacero, si quieres, pero entretenido. Me dice: “Vamos a ver, en las encuestas tenemos 135-145. Por mal que le vaya a Cs, 25 sacará, luego la única duda que tenemos es qué va a pasar con Vox, porque el PP se está hundiendo a una velocidad tremenda. Tendremos un Gobierno en solitario con el apoyo de Cs”. Claro, en vez de 140, sacan 120, Cs se hunde también, y ahí empieza la vía bolivariana. El primero, Ábalos. Además, él venía del Partido Comunista. Él dice ahora: “El PSOE es el partido de toda mi vida”. ¡Mentira! El partido de tu vida es el Partido Comunista. Estuvo en las Juventudes y en el Partido. De ahí viene toda la relación de Ábalos con la izquierda terrorista-marxista-leninista del M19. ¿Cosas de juventud? No: ahí estaba Delcy como demostración de que los contactos los conservaba.
—¿El caso Ábalos es la trama principal de la nueva temporada de La maldición de Francokammon?
—Creo que Franco, primero, castigó a todos los españoles, sobre todo a los católicos, por injustos. Ábalos es un embaucador, digamos, rural, pero no es tonto. Sánchez ha tenido un error al pensar que no había nadie tan chulo como él. Y sí: Ábalos piensa que tú no eres más que él. Que tú eres más guapo, pero no más listo. Además, él te ha hecho a ti. Sobre todo, no le das salida, lo único que le queda es inmolarse. ¿Inmolarse este golfo? El otro día, mi hijo David (Jiménez Torres) decía: “¿No añoraban el PSOE clásico? Pues este es”. Es el PSOE andaluz, el PSOE de los ERE. Entraron a robar desde el primer día. Desde que forman Gobierno con Podemos, empiezan a robar. Además, roban los socialistas: a los comunistas no les dejan robar. No están en el secreto. Montan un gran pollo, la política la hacen ellos, etcétera, pero la pasta se la lleva el PSOE. Y ahí están Sánchez, Ábalos, Begoña Gómez y Santos Cerdán: el núcleo duro de Sánchez, gente sin escrúpulos.
—¿Para cuándo la temporada en la que se intentará batir a Felipe VI?
—Ya estamos en ella. Hay una campaña contra Letizia. Como al Rey no le pueden atacar ni por el dinero, ni por las putas ni por nada, le atacan por Letizia. Es una operación de lo más repugnante y siniestro que hay. Esta es una operación en la que se juntan la extrema izquierda y la extrema derecha, que odian igual a Felipe VI. Hay una cosa que me gustó especialmente en la jura de la Princesa de Asturias, y es que tú ves la belleza del símbolo. La monarquía no es un poder, es un símbolo: tiene un poder simbólico y, por tanto, estético. Cuando llega el día de la jura de Leonor, y el primer día que aparece de uniforme militar en la ofrenda a los caídos, que es la primera vez que se le ve de adulta, piensas: “¡Qué belleza, qué mujer! Además, con la luz, el cielo de Madrid, los aviones, el ala delta, todo”. Es que España es una cosa muy bonita. Me acuerdo de que, cuando la jura, se queda dormido, como una escoria estética, Conde-Pumpido, que es la clave del golpe, la cabeza pensante. Lo que más molesta de Felipe es que representa la continuidad y, además, la superioridad estética. Es que la monarquía es muy bonita. ¿Y qué vamos a tener en la república? ¿A Santos Cerdán? ¿A Juan Luis Cebrián?
—Me da que Zapatero.
—Él quiere serlo todo. Por de pronto, ha colocado a las hijas, después del éxito estético en la Casa Blanca, a hacer una aplicación en Venezuela. Será una aplicación para vender cocaína en España.
—Antes se ha referido a la extrema derecha antimonárquica. Durante las manifestaciones de Ferraz, vimos banderas de España agujereadas, sin el escudo. Buena parte de esta tropa, no sé si numerosa, sí vocinglera en las redes, le ha declarado la guerra. ¿Porque no le entendieron?
—O me han entendido y les jode. Es gente que no entendió que Vox que no nace para ser El Yunque: Vox nace para rectificar el camino equivocado del PP. Por eso tiene tan rápido crecimiento y apoyo. Vox tenía una función esencial: el primer Vox combatía algunos de los aspectos clave de la política socialcomunista, como la Ley de Violencia de Género, de Memoria Histórica, etcétera. Ese Vox era necesario y complementario al PP. Pero unos se creen los Tercios de Flandes, otros los de El Yunque, que son los Caballeros Cristeros… Son, simplemente, estafadores. Gente que ha montado una televisión para llevárselo crudo. Que tiene una televisión para trincar del partido. Son estafadores de tercer nivel. La gente en la que confía ahora Abascal, youtubers y gentuza así, naturalmente, brama contra nosotros: porque seguimos siendo fuente de legitimidad en la derecha. Y no hay ningún otro medio ni grupo que siga la gente de base del PP y de Vox. ¿Por qué? ¡Coño, porque nos lo hemos trabajado durante muchos años!
—Pablo Casado nació políticamente en su programa, ningún grupo mediático de primera división dio tanta voz a Abascal durante mucho tiempo…
—Sí.
—Federico, ¿alguna vez ha tenido la sensación de haber cebado a un monstruo?
—No. Yo defiendo ideas. Apoyo a los políticos que defienden esas ideas; si las dejan de defender o las traicionan, voy a por ellos. Yo no me presento a las elecciones. El grupo cumplirá el año que viene 25 años. No tiene parangón, en ningún país, un grupo liberal y doctrinario que se mantiene como empresa y prospera. Nos hemos mantenido y, en lo fundamental, estamos los mismos. Tengo las mismas subdirectoras desde hace 25 años. Fundo primero La Ilustración Liberal y luego Libertad Digital porque pienso que Aznar se va a cargar todo lo que queda. Y, efectivamente, Aznar se cargó casi todo. Pero nosotros ya nos hicimos ahí una isla. Luego, hemos resistido.
—¿Cuál fue el momento más difícil para el grupo?
—La pandemia. En un mes, perdimos el 90% de la publicidad. Pedimos ayuda y, entonces, la gente nos pagó el sueldo con aportaciones, con donaciones. Quisimos devolverlas y nos dijeron: “No, no, no: son donaciones. Les queremos escuchar por la mañana”. Y, durante cuatro meses, pudimos hacer nuestro trabajo las veinticuatro horas del día. Hay que reconocerle también el mérito a Telefónica, porque no se cayó nunca la línea. En ese momento, dices: “Lo que he hecho, ha valido para algo”. Es la prueba del algodón. Cuando Lola Flores dijo que le mandara una peseta cada español, nadie se la mandó. No es que no la apreciaran, pero se sabía de qué iba a la cosa. Pero cuando nosotros lo necesitamos, sí tuvimos ese apoyo. Y no de ricos: fue gente absolutamente corriente. Pasamos de 2.000 a 11.000 socios del Club Libertad Digital en un mes. Y siguen ahí.
—¿Cuál es el político que más le ha decepcionado?
—Posiblemente, Abascal. A Casado siempre lo vi muy chiquilicuatre. En cambio, Abascal, por esa fantasía que tenemos los españoles de que los vascos son gente fiable, aunque, bueno, luego es de donde vienen los jesuitas, gente mu’ mala (risas), por eso, quizás, Abascal. Además, es sin necesidad. Es decir, Casado fue una decepción, pero no le suponía un andamiaje moral como sí le supuse a Abascal. Aparte, Abascal estaba rodeado de una gente como Iván Espinosa de los Monteros, Macarena Olona, Rubén Manso… gente de un nivel muy notable. Y, de pronto, el tío se nos hace yunquero y empieza a irse a Hungría y, en el fondo, la mitad son de Putin. El otro día, vi en la televisión de Ariza, ni paga ni indemniza…
—El Toro.
—El Toro! Veo a Pío Moa diciendo que nos invade la OTAN, que no tenemos ningún problema con Putin. Con Putin, que está matando a los ucranianos y violando a las ucranianas. Y dices: “¡Coño, ha vuelto al Grapo!”. Y dice eso en una emisora que se pretende católica. Vamos a ver: que estamos hablando del mayor genocida que ha habido en los últimos veinte años. “No tenemos ningún problema con Rusia”. ¿Que no tenemos ningún problema con Rusia? ¿Con quién lo tenemos? ¿Con Mauritania?
—Abascal le visitaba con frecuencia.
—Cuando Casado lo quiso matar, lo salvamos nosotros. Hubo que darle la respiración asistida, estaba KO. KO de verdad. Y sobrevivió. Cuando saco en El retorno de la derecha lo del Yunque, la relación se corta. Además, prohíbe a todos los de Vox que vengan aquí. Y dices: “¡Eres un puñetero tirano! ¡Eres un Gil Manzano de la política!”.
—¿Y cuál ha sido su sorpresa más grata?
—Ayuso. Es un fenómeno que nunca pensé que podría aguantar lo que aguantó y que haya aguantado todo lo que está aguantando de su partido. La dirección del PP tendría que haber expulsado a Casado y a Teodoro García Egea del partido. Entiendo que, al llegar, Feijóo tuviera que pactar con todas las tribus y tal, pero, inmediatamente después, a la calle. Con el guion de la Moncloa, se cargaban el PP para siempre. Y, gracias a la resistencia de Ayuso, aguanta el PP y se recompone en torno a Feijóo. Pero el fenómeno ha sido y es esa mujer.
—Vamos acabando, Federico. Dijo de usted Alfonso Ussía que es “uno de los hombres más temidos dentro del periodismo español por los poderes”. ¿El periodismo ha dejado de dar miedo? ¿El periodismo dio alguna vez miedo?
—Sí que lo dio, sí. A mí me tienen miedo en la derecha. La izquierda me odia, pero la derecha me teme. Depende de la importancia que tengas, pero nunca es una cosa universal. Menos Pérez-Reverte, que está consiguiendo que lo quieran en la derecha, en la izquierda, en la extrema derecha y en la extrema izquierda…, es un fenómeno irrepetible, no es normal. Eso sólo se da en Alaska y en Pérez-Reverte. En el periodismo político diario, lo normal es que tengas un sector… Yo nunca he querido redimir a la izquierda, lo que he querido es derrotarla, porque la conozco. Y que la derecha vaya por el lado liberal. Y de eso sí podemos presumir: gracias a Libertad Digital, la derecha, ahora, es fundamentalmente liberal, defiende las ideas del libre mercado, no es estatalista, no es intervencionista, no entra en la vida particular de la gente, no es religiosa… ¿Qué pasa? Que, lógicamente, mucha gente no te lo perdona. Es normal. También han visto que aquí, lo mismo que podemos ayudar a subir, ayudamos a bajar. Eso lleva a la gente a que, por un lado, te respeta, pero, en el fondo, no te quiere. ¿Cómo te va a querer? “¿Y si mañana…?”. Ese es el poder que tiene el periodismo político. Luego, si sigues la consigna del día y el interés del momento, mal, mal. Eso acaba con tu credibilidad y con todo. Pero eso me da absolutamente igual. Como diría Raquel Welch, “no me quieren por mi inteligencia” (risas). Pues eso.
—¿Para cuándo ese diccionario de motes?
—Tengo que hablar con Espasa. ¿Te creerás que estoy con Espasa y no me ha propuesto el diccionario? A ver si me lo dice mi editora, Ana Lafuente, que, además, fue alumna mía. Hay un problema: me empiezan a atribuir motes que yo no he puesto.
—¿Por ejemplo?
—Le puse a Pilar Alegría Pili Juerga, por bajar de nivel. Ahora la llaman Juergas. No: si es Alegría, es Juerga, en singular. Antonio Herrero, que es el modelo que yo sigo, tenía la idea de que nosotros teníamos que elevar siempre el umbral en la libertad de expresión más alto de lo normal, porque hay mucha gente que tiene que estar por debajo de lo normal en su expresión. Nuestra misión era elevar el listón de la crítica y, por tanto, de la sátira. Antonio lo hacía agresivamente y yo, en una época peor, que fue la de Zapatero, empiezo en la mañana poniéndole motes y apodos. Eso, curiosamente, mortifica pero no es querellable, digamos. Te joroba, pero no es querellable. Y eso, a la gente, le divierte.
—Y, para finalizar, ¿le escribiría un haiku a Pedro Sánchez?
—No, no. Le haría un obituario, que se me dan estupendamente. Eso decía Campmany: “A mí, los muertos se me dan como a nadie”. Creo que no está muerto, que está mal enterrado. Creo que vamos a un año de putrefacción institucional, porque este cree que sólo puede triunfar en el fango y nos va a enfangar a todos. Pero, al final, si no toda España, sobrevivirá lo fundamental. A veces, pienso: “¿Cuál es la parte de España que tú consideras intocable, la esencial?”. El Romancero. España ha hecho el Romancero. Por lo tanto, el pueblo español, en algún sitio, tiene la fuerza de 1808. Ahora, hasta los ropones, que diría Raúl (del Pozo). ¡Los ropones protestando contra una ley! ¡Eso no se ha visto en la vida! ¿Los chulapos de Madrid contra el ejército de Napoleón? Contra el ejército de Napoleón. Este país tiene una parte escondida, creativa, extraña, pero es inagotable y fantástica.
Me ha encantado. Por molestar un poco, lo del vino y la cerveza, que no le veo sentido. La (muy) católica Irlanda no creo yo que tenga una gran tradición vinícola, eh? jajaja