Otro 13 de septiembre, el de 1865, hace hoy 158 años, Fedor Dostoievski redacta Crimen y castigo. Podemos afirmarlo en base a una misiva que el propio autor remite, a primeros de este mismo mes, a Mijaíl Katkov —a la sazón el editor de El Mensajero Ruso—. En dichas líneas afirma estar escribiendo sobre un asesinato con una perspectiva psicológica:
“La acción es contemporánea, en este año. Un joven, expulsado de la universidad, pequeño burgués de procedencia y que vive en extrema pobreza, por ligereza, por inseguridad en los conceptos, sucumbiendo a algunas ideas extrañas, inacabadas, que se encuentran en el aire, ha decidido de golpe salir de su mala situación. Ha resuelto matar a una anciana, consejera titular, que da dinero con intereses. La vieja es estúpida, sorda, enferma, codiciosa”…
En efecto, será en El Mensajero Ruso, una revista literaria de Moscú tenida por una de las mejores de todo el país —puede jactarse de contar entre sus colaboradores con Iván Turguénev y León Tolstói—, donde, en el primer número de 1866, fechado a finales de enero, verá la luz la primera entrega de Crimen y castigo.
La historia de Rodión Románovich Raskolnikov —la novela psicológica por antonomasia en nuestro siglo XXI— arranca en julio de 1865, en uno de esos días que el calor aprieta en San Petersburgo. No obstante, los primeros lectores de su peripecia verán, en quien habrá de ser uno de los asesinos que más tinta han hecho correr de toda la historia de la literatura, un trasunto de otro estudiante asesino —éste real y todo un dandi—, que unos días antes de la publicación de esa primera entrega de Crimen y castigo, había sacudido a la sociedad rusa.
Y sabemos, también, y hasta qué punto, el novelista escribe agobiado por las deudas. La Versión Wiesbaden, que llaman los eruditos a la primera redacción de la obra —la confesión de un crimen que cuenta alguien—, está escrita en un hotel de esta ciudad alemana. Dostoievski llegó allí huyendo de las deudas contraídas en su país. Los editores, a quienes, a cambio de los rublos precisos para satisfacer lo debido a los acreedores que más le apremiaban, había llegado a ofrecer la edición de sus obras completas, ya no le adelantaban nada. Los 3.000 rublos que consiguió del último, F. T. Stellovski, sólo le dieron para llegar hasta mediados de julio. El 29 de ese mismo mes ya estaba en Wiesbaden. Vive en condiciones muy precarias.
En gran medida, Dostoievski hará historia como el abanderado —junto con Tolstói— de esa edad de oro de la novelística rusa que será la centuria decimonónica. Pero en el verano de 1865 sus editores están cansados de que les pida adelantos. Sus amigos, que le saben ludópata, no atienden a sus ruegos, a sus promesas de devolución segura. Frente al vicio de pedir del novelista, practican la virtud de no darle nada. Están cansados de prestarle dinero y no volver a verlo. Ya no hay sablazos que valgan.
El futuro abanderado de la novelística decimonónica rusa, coincide con Honoré de Balzac, su colega francés, no sólo en el panteón de la historia de la literatura universal, también en el de los perseguidos por los acreedores, los impagos y los recibos devueltos; el panteón de los abrumados por su morosidad.
Sí señor, aquel verano de 1865 el futuro se presentaba poco prometedor para aquel Dostoievski exiliado por motivos económicos. De modo que busca desesperado un editor ruso cuyo adelanto le permita el regreso a San Petersburgo.
Eso era lo que había hasta que decidió seguir el consejo de la princesa N. P. Shalíkova y escribir a Katkov. Y éste, en efecto, le giró el ansiado adelanto sobre ese proyecto, incluido en esa carta de hace 158 años, que nos permite afirmar que Fedor Dostoievski redactaba Crimen y castigo un día, de hace más de medio siglo, pero igual que hoy.
“Conduce al hombre por los caminos extremos de lo arbitrario y la rebelión, para afirmar que con lo arbitrario se mata la libertad y con la rebelión se niega al hombre”, escribirá en El credo de Dostoievski, ya en 1935, el filósofo ruso Nikolái Berdiáyev.
En la carta que nos ocupa, el novelista habla a su futuro editor de una novela corta. Sin embargo, la historia de Raskolnikov se extenderá a lo largo de unas 600 páginas —dependiendo, naturalmente, de la edición—, divididas en dos volúmenes. En ellos se suceden los sentimientos, las visiones y los pensamientos del asesino por el que tanta tinta iba a correr. Cuando Crimen y castigo es captada, “aparece como la maravilla largamente deseada por el espíritu”, dirán esos eruditos de nuestros días que hablan de la Versión Wiesbaden.
Pocas cosas como la adversidad, la insolvencia económica, que aquel verano de 1865 parecía estar ensañándose con Fedor Dostoievski, para agudizar el ingenio. Así se escribe la historia.
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