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Félix Maraña, poeta desde cerca, con Jon y Patxi Andión al fondo

Félix Maraña, poeta desde cerca, con Jon y Patxi Andión al fondo

Portada: El cantante Patxi Andión junto al poeta Félix Maraña, en una exposición sobre Jorge Oteiza. Foto de José María Plaza.

«No se puede ser poeta desde lejos», cantaba Patxi Andión. «Hay que abarcar paisajes, juntar miradas, sufrir la huella, mancharse en ella, sentir la gente…» En fin, pisar la realidad, «labrar la palabra (como un labrador)». Hay que ser, por lo tanto, poeta desde cerca. Y precisamente eso es, ha sido y así lo muestra Félix Maraña en un hermoso e insólito libro de versos (clásicos): El bosque no es un árbol repetido. Un endecasílabo que ya nos advierte de su sabia manera de mirar.

Félix Maraña es uno de los animadores culturales más sólidos e importantes del último medio siglo: desde sus primeras incursiones universitarias en aquellas revistas de poesía, Kurpil y Kantil, hasta la dirección de una admirable colección de poesía de la Universidad del País Vasco, alentador de premios, de editoriales y de artistas vascos. Porque Félix Maraña nunca se ha movido de San Sebastián —de su barrio del Gros—, y desde allí ha desplegado su infatigable actividad. Y su amistad.

Amigo y buen conocedor de todo los que se cocía por el Norte, mantuvo una relación especial con el escultor Jorge Oteiza, con quien trabajó en algunas exposiciones y le publicó su poesía completa.

"Su producción es enorme, y ahora que ya la salud y la edad le impiden estar en primera línea cultural, es el momento de pensar en su obra e ir regalándose a los lectores y a los amigos"

No nos ha de extrañar que entre las cuatro citas que abren este libro, una sea de Oteiza («Yo siento la tristeza de un paisaje»), y otra (la que se refiere a «invocar la nostalgia del futuro»), de Zenón Zurriola, uno de los heterónimos del propio Maraña, bajo cuyo nombre firmó algunos poemas en revistas. Hasta hoy, Félix Maraña había publicado un único libro de poemas hace cuarenta años, y guardado un silencio de décadas, pero siempre, siempre ha estado leyendo y escribiendo poesía. Su producción es enorme, y ahora que ya la salud y la edad le impiden estar en primera línea cultural, es el momento de pensar en su obra e ir regalándose a los lectores y a los amigos. Porque, como en el verso de Gil de Biedma que abre el primer poema, se ha dado cuenta de que la vida va en serio, y se va

Pero mientras siga entre nosotros, hay que celebrarla. Este es —nada de inútiles nostalgias— un libro de celebración, de celebración de la vida, de la amistad y de la poesía. Hay mucha poesía, historia de la literatura, como telón de fondo en estas páginas, por lo que no ha de extrañarnos que mientras leía el libro me fuesen llegando distintos poetas, que sospecho muy queridos por el autor. El primero, sin duda, Antonio Machado, no tanto el de Campos de Castilla (aunque el paisaje, la naturaleza, aquí tiene su peso) sino el sabio y filosófico. De hecho, el libro se cierra, a modo de epílogo, con unos versos de Machado que son como una especie de confesión o autorretrato compartido.

"Las sentencias o las reflexiones están muy presentes en este libro, que bordea los abismos de la muerte y de la nada"

Siguiendo esa línea, otro poeta que se nos aparece leyendo este libro es José Bergamín, a quien Maraña conoció bien y le dedica dos sonetos, donde le define como «esqueleto del aire» y «miradle, ahí va un resistente». La cuarteta titulada «Tareas pendientes» podía figurar perfectamente en cualquier poemario de Bergamín: «Morir es una tarea / que vas dejando de lado, / para otro día, aunque sea / el día menos pensado».

Como se aprecia, las sentencias o las reflexiones están muy presentes en este libro, que bordea los abismos de la muerte y de la nada (palabra muy repetida, quizás porque hacia allí nos dirigimos, como muy bien contó José Hierro en su magnífico soneto: «Después de todo, todo ha sido nada…»). Pero no hay que alarmarse. Cuando el asunto tiene pinta de ponerse grave, Félix Maraña acude a la ironía, o incluso al humor, como ya hizo Quevedo, el tercer autor que nos visita en este libro, incluso Baltasar de Alcázar, para animar la fiesta.

La última actuación de Patxi Andión en Madrid, antes de fallecer en un accidente de coche. Aquí se le ve en la sala Galileo con sus hijos Íñigo y Jon. Foto: José María Plaza.

El bosque no es un árbol repetido es un libro de estructura clásica, básicamente de endecasílabos y octosílabos (las dos medidas por excelencia de la poesía española), en donde abundan los sonetos y sus variantes, y hasta se asoman las décimas, con Calderón pasando de puntillas. Asimismo vemos al Lope de la tradición popular, el de «Hola, que viene la ola», en ese poema «En la Zurriola / nunca estás sola, / salta la ola…», con mención y recuerdo a Isabel Escudero, que tanto se preocupó por revitalizar esa tradición. Y hay más poetas que laten de fondo y se enredan en estos versos (Blas de Otero, César Vallejo, García Lorca, Celaya, Gabriel Aresti…) porque Félix Maraña, siempre entre poetas, ha vivido en poesía.

"Inevitablemente nos acordamos de Miguel Hernández, que está, como está Manrique a su modo, y aventuramos que estas coplas-sonetos son una de las elegías más hermosas de la poesía española de los últimos años"

En este desfile de nombre visualizamos, incluso, a Jorge Luis Borges, en cuyos últimos libros —en versos rimados— solía evocar las figuras de sus muchos amigos, muertos, como el transido retrato de Elvira de Alvear («Todas las cosas tuvo y lentamente / todas la abandonaron…»). A Félix Maraña le sucede lo mismo. Una gran parte de su libro está dedicado a glosar y recordar a tantos amigos que tuvo a su lado y que ya no están. Especial atención merecen Jorge Oteiza y, por supuesto, su madre, Olivia Sánchez, con esas «Coplas a la muerte de mi madre», cinco sonetos que leemos con el ánimo estremecido, entre sonrisas y ahogo. Ese aire de ligereza y cotidianidad ante algo tan trascendente nos estremece más que una palada de tierra en los ojos —de pronto, el corazón abierto—. Inevitablemente nos acordamos de Miguel Hernández, que está, como está Manrique a su modo, y aventuramos que estas coplas-sonetos son una de las elegías más hermosas de la poesía española de los últimos años.

Otra elegía, en forma de evocación del último encuentro, es la titulada «Galileo Galilei», donde Patxi Andión ofreció su último recital en Madrid. Nadie podía sospechar que tres semanas después tuviera un accidente mortal, camino de Soria. Fue el 19 de noviembre cuando escuchamos cantar —poeta desde cerca— a Patxi Andión, y Maraña lo evoca en un poema en el que recuerda tres canciones que, a su vez, nos remiten a los tres poetas del cantante: García Lorca («Verde»), Antonio Machado («El maestro») y Miguel Hernández, y su canción «Padre», una de las más bellas y sentidas. Entre las muchas definiciones que el cantante hace de su padre, la que siempre nos llegó más hondo y nos retrata al personaje es esa de «eres como un poema de Miguel Hernández». El cuarto poeta quizás fuese Iparragirre, al que el cantante le dedicó (1973) un álbum en el que interpretaba canciones del bardo vasco.

Jon Andión, rodeado de los poetas Rafael Soler y Joaquín Pérez Azaústre, en la Sociedad General de Autores, durante la presentación de su último poemario. Foto: José María Plaza.

Si nos detenemos aquí en Patxi Andión es porque el cantautor —y actor y profesor y escritor— es una figura esencial en Félix Maraña, una amistad desde la primera juventud. Andión, por cierto, publicó tres libros de poemas. Los dos últimos, en 2014, Con toda la palabra por delante, buen título para quien vivió «con toda la mar detrás», y Breverías, un conjunto de aforismos. Y como la tradición pesa, Patxi Andión dejó la huella en sus dos hijos; Íñigo, músico, y Jon Andión, poeta, un poeta muy distinto a su propio padre y al mundo de Félix Maraña, quizás por una cuestión generacional.

"Sus poemas adquieren un nuevo vuelo, en especial cuando el verso se aproxima al versículo, pues la poesía de Jon Andión, que es lírica, se asoma de algún modo a la épica"

Jon Andión acaba de publicar su sexto poemario, El calor oculto de las cosas, que en cierto modo es una continuación de su libro anterior, El sonido del vigía, inspirado y marcado por la música del saxo de John Coltrane. De hecho, lo escribió para acompañar «Salmos», la cuarta y última parte de ese magnífico álbum (de 1965) que es A Love Supreme. Esos solos que Coltrane mantenía y prolongaba según su latido personal es algo que también ha contagiado a Jon, poeta, que en este nuevo libro sigue desarrollando esa técnica del jazz, quizás aquí más contenido que en el anterior y con menos preguntas, pero siempre preguntas, porque la vida y el arte son interrogación, y al formularse en voz alta, a veces, vislumbramos los destellos de la verdad.

Jon Andión, que ha heredado la figura y la voz recia —masculina— de su padre, es también un gran recitador, y da gusto escucharle en un escenario —muchas veces acompañado de músicos—, donde sus poemas adquieren un nuevo vuelo, en especial cuando el verso se aproxima al versículo, pues la poesía de Jon Andión, que es lírica, se asoma de algún modo a la épica. Así lo vivimos en la presentación de El calor oculto de las cosas rotas, un buen título, porque, como señala en un poema: «no valen los nombres de las cosas / sino la sombra que dejaron al final».

Que dejamos. Y Félix Maraña, su buen amigo, siempre lo supo.

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