Las biografías son un género complicado, que exigen mucho tiempo de dedicación y estudio al investigador. Su escritura suele ser laboriosa: a veces para contrastar una simple fecha se precisa revisar varios documentos por diferentes archivos, generalmente lóbregos y descuidados. El biógrafo tiene que ser «inasequible al desaliento» para recorrer con eficacia los yermos territorios que ha desbastado la usura implacable del tiempo, siempre en busca de una referencia, de un dato, o de un testimonio que pueda guiarle.
A perseguir su sombra, a siluetear su olvido, con la intención no solo de rescatar su figura sino de proyectar los haces luminosos de su sombra sobre algunos de los arcanos de La Regenta, se ha dedicado con pasión y denuedo el investigador Francisco Trinidad en su ensayo biográfico Onofre, la gran olvidada. Conviene recordar que Clarín comienza a escribir La Regenta durante su viaje de novios, concretamente en Córdoba, en enero de 1883. Luego, es muy probable que durante el periodo de su noviazgo y de sus reiterados viajes a El Entrego, en pleno corazón de la cuenca minera del Nalón, el hacedor de Guimarán estuviese embrionariamente dándole vueltas a su novela. No resulta difícil imaginárselo, durante el trayecto de Oviedo a El Entrego que el escritor realizaba en tren, observando con detenimiento las visiones panorámicas de un territorio en plena transformación industrial, así como tampoco escrutando con aprensión, en sus apasionadas permanencias en La Laguna de El Entrego, cómo la expansión de la minería asediaba el recinto ajardinado de los García-Argüelles. Por lo que es muy probable, casi podría afirmarse, que el pueblo minero de Matalerejo, de tanta trascendencia en La Regenta, se corresponda con El Entrego. Aunque visto lo que pasó con la polémica identificación Vetusta-Oviedo, no me extraña que Francisco Trinidad no se atreva a plantearlo directamente, sino que se limite a señalar que el contacto de Clarín con el mundo de la minería:
«Le servirá en su momento para redactar el capítulo XIII de La Regenta, en que retrata a los mineros: «hombres que salían de las cuevas negros, sudando carbón y con los ojos hinchados, adustos, blasfemos como demonios». Gonzalo Sobejano, en su edición de la novela para Castalia, identifica Matalerejo, el lugar ficticio en el que ocurren estas escenas mineras, con Mieres, sin aportar datos. No me consta que [Clarín] haya tenido la suficiente relación con Mieres, si es que tuvo alguna […]. Estoy con Elías García Domínguez y con Benigno Delmiro Coto en que Matalerejo y los mineros de La Regenta son fruto de la observación directa, y por tanto ubicables en esta zona de la cuenca del Nalón».
El asunto tiene su relevancia, ya que dos de los personajes más representativos y complejos de La Regenta son naturales de Matalerejo: Paula Raíces y Fermín de Pas. No se trata de hacer un estudio sobre las características tipológicas de la madre de Fermín de Pas, pero baste decir que es un personaje femenino único en nuestra tradición literaria, alejado del perfil celestinesco, sin la cual la novela nunca adquiriría sus perturbadores gradientes significativos. Tal vez con este personaje y con su apellido, Raíces, Clarín haya querido rendir un velado tributo a la tierra de su mujer. Es el lugar al que Paula Raíces vuelve, y donde estudia y adquiere su ambición sin límites Fermín de Pas. Cierto que el apellido De Pas suele desorientar a propios y extraños, sobre todo si el lector se atiene epidérmicamente a lo que dice el propio Clarín de su personaje en el capítulo I de La Regenta: «Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias». Claro, esto parece situarlo en Cantabria, al aparecer postulado con el apellido de su río y el apelativo de “montañés”, ascendencia que nos confirma uno de sus procreadores, su padre, el licenciado en artillería Francisco de Pas, un personaje totalmente secundario en la novela, que conoce a Paula Raíces en Matalerejo. Pero no conviene olvidar que es en esta población minera donde Paula Raíces queda encinta y tiene a su hijo (Fermín de Pas nace en Matalerejo) para, tras varias peripecias y algún ruinoso negocio del artillero, abandonar los pagos mineros por una breve temporada, siguiendo los pasos, hasta su muerte, del díscolo progenitor. Tras su bucólica y fugaz estancia en la montaña cántabra, Paula Raíces y Fermín de Pas vuelven a Matalerejo, para que el niño se dedique al estudio y emprenda, tras las astucias de su madre, la carrera eclesiástica.
Como se puede observar en la lectura de La Regenta, después de Vetusta, Matalerejo se convierte en un subrepticio y determinante sustrato para entender no solo los manejos y ardides de Paula Raíces, sino las aspiraciones sociales y sublimaciones amorosas de Fermín de Pas. A establecer con mayor fundamento estas relaciones contextuales nos ayuda la tenaz y entusiasta investigación de Francisco Trinidad, que con ayuda de la inédita historia familiar escrita por José Ramón Tolivar Faes sobre el hijo de Clarín, Leopoldo Alas Argüelles, pudo seguir, y hasta cierto punto recomponer, los sinuosos haces luminosos que todavía desprende la velada sombra de Onofre sobre La Regenta y la obra de Clarín.
No puedo dejar de evocar en este artículo —ya que el meollo de este libro se encuentra precisamente en las cartas que Onofre dirige a su hijo Polín—, la ternura y el amor que en todo momento desprende la abnegada madre por su primogénito, postulado recientemente como Hijo Predilecto de Asturias. Conviene recordar que el rector por antonomasia de la Universidad de Oviedo tenía la literal edad de La Regenta, por lo que fue acunado en los brazos de su padre mientras este escribía su inmortal obra literaria, algo que todavía nos conmueve al evocar su trágico final.
Son muchas cuestiones las que el lector puede encontrar en este libro —Onofre, la gran olvidada— que se aproxima con audacia, pero siempre con pulcritud y respeto, al espacio íntimo de Leopoldo Alas, Clarín.
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