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Fernández Roces o la cara misteriosa de la vida

Fernández Roces o la cara misteriosa de la vida

Una larga trayectoria y un buen número de premios no han conseguido rescatar a Luis Fernández Roces de su condición de escritor en la provincia, que no provinciano, por supuesto, ni menos aún ruralista. Pocos entre nuestros narradores se alejan tanto de lo terruñero y costumbrista como este singular fabulador asturiano según el modo de percibir la vida que refleja en los doce relatos compilados en Un lugar muy lejos del mundo y otros cuentos. Y no es que le guste la pura fantasía, que le gusta, o que se interne en la irrealidad kafkiana, que se interna. Lo definitorio de su escritura asombrosa es algo distinto y propio: observar el mundo con la mirada atenta de un realista escrupuloso y desde ahí abrir portillos a través de los cuales se asoma a los misterios disimulados bajo la realidad aparente. El mundo tangible y comprobable empíricamente le resulta insuficiente o se le queda pequeño a Fernández Roces y entonces sus grandes dotes para la inventiva se aplican a desvelar su cara secreta.

"El narrador lee una esquela con su nombre y observa su propio entierro, anécdotas de pura fantasía que conducen a una reflexión sobre la soledad de los muertos"

Ese punto en que se cruzan observación y extrañeza está en varias piezas del libro. En primer lugar, en la muy valiosa que da título al volumen. Sabelo García es un manitas capaz de arreglar una locomotora y, ya puesto en faena, de reparar cualquier aparato que se ponga por delante. La pericia le hace quedarse en la fantasmagórica estación de tren en la que pensaba permanecer el tiempo justo para la compostura y allí echa raíces. Entonces el andén de la estación varada en el tiempo cobra vida y, aun estando la vía medio arrancada y hundida entre yerbas, pasa un fantasmal tren. El relato se llena de aliento poético y la historia de Sabelo adquiere dimensión mágica. Sabelo desaparece lo mismo que un buen día apareció. El narrador lanza la pregunta enigmática que podríamos aplicar a nuestra propia experiencia: «¿Cuántas veces era mentira lo que parecía?».

Más estaciones hay en estos cuentos de Fernández Roces. La de «Un lugar sin nadie», con las taquillas de billetes cerradas desde siempre, apela al miedo, y también a percepciones de la vida que remiten a vivencias de lo decadente, lo mortecino, lo espectral. A la soledad. Al desvalimiento humano que genera llanto, dolor, temor. Muerte. En la muerte incide «La viuda en el cementerio», otra de las mejores piezas. El narrador lee una esquela con su nombre y observa su propio entierro, anécdotas de pura fantasía que conducen a una reflexión sobre la soledad de los muertos.

Soledad y terror también de los vivos. Agria imagen tiene el autor de la naturaleza humana. El absurdo entra de lleno en el libro. Desquiciante la historia de «Sobre este cadáver de ceniza»: en una isla solitaria han quedado dos únicos soldados enemigos, se disparan, tratan uno y otro con ahínco de matarse, y en esa enajenación belicista crece en ellos un profundo sentimiento de amistad. El tono grave con que se explaya esta paradoja toma la andadura del disparate en «La pierna amputada»: otro cuento de fantasía en el que se refiere la peripecia de alguien a quien le han mutilado la extremidad pero el muñón no para de crecer y le ocasiona divertidos y difíciles problemas.

"Adopta Fernández Roces una postura solidaria y conmovida, pero en el fondo bastante contemplativa"

En este cuento asoma la oreja el terror, y entra de lleno en «La rebelión de los perros», que refiere lo que dice su título: la revuelta de unos canes contra su dueño, Juan Mellizo. Son perros antropomorfizados, en la tradición de la literatura popular de animales confabulados, que adquieren dimensión mágico-mítica para encarnar la impotencia ante las fuerzas de la naturaleza incontrolables. Una forma, también, de expresar el desvalimiento de nuestra especie.

En general, adopta Fernández Roces una postura solidaria y conmovida, pero en el fondo bastante contemplativa. Algunas piezas, en cambio, incitan a la intervención en el mundo al mostrar un sentido crítico. En «Epílogo en sábado» encontramos al autor como fiscal de aberraciones y barbaridades. Durante cinco días consecutivos, del lunes al viernes, el médico que atiende a un hombre que ha intentado suicidarse escribe en sucintos apuntes la preocupación de diversas autoridades públicas (alcalde, gobernador, director general) por el estado del paciente. El sábado se desmiente su humanitario interés. Deseaban su recuperación para que pudiera «participar en el Acto». Algo que se cumple el sexto día: «El hombre ha sido ejecutado esta mañana». Aporta este minirrelato una vertiente de clara denuncia a la prosa del autor. Pero su anécdota tiene poca originalidad. Y el desarrollo carece de fuerza expresiva. Ya se sabe que solo con buenas intenciones no se hace gran literatura. Yo lo hubiera suprimido con beneficio para el conjunto del volumen.

"La mierda, según los poderosos, es la subversiva palabra escrita, instrumento que cobija el librepensamiento y la libertad y, por tanto, perturba la tranquilidad de los déspotas"

También un alegato cierra el libro. Este con las dosis necesarias de creatividad para convertir en arte la protesta. Se titula «Nuestras mejores armas» y es una pieza metaliteraria, que habla de la escritura, pero no ensimismada en el trabajo del escritor (no de nuestro autor, sino de cualquiera que acuda al lenguaje para comunicar sus inquietudes). Lo escribe en primera persona el descendiente de una familia relacionada con las letras, libreros y escritores. El anónimo narrador rescata un texto de su abuelo, cuentista, donde comenta con ironía la perfidia y aviesas intenciones de los gobernantes de un legendario país que prohibieron la escritura de relatos e impusieron penas a quienes se saltaran esa ley. A continuación expone las argucias utilizadas para sortearla. El hallazgo de los rollos de papel higiénico con estos escritos de su pariente le incita al narrador a dedicar su vida a la defensa de los libros. El resto del cuento relata con distanciamiento humorístico la lucha contra los mandarines para evitar que estos descubran el zulo donde se esconde «esa mierda de arsenal que llamáis armas».

La mierda, según los poderosos, es la subversiva palabra escrita, instrumento que cobija el librepensamiento y la libertad y, por tanto, perturba la tranquilidad de los déspotas. Con esta vibrante reivindicación humanística pone Luis Fernández Roces un broche de esperanza en las letras a Un lugar muy lejos del mundo. La amplia minoría de aficionados al cuento que crece en nuestro país día a día hará bien en visitar a este relegado narrador asturiano. Seguro que el viaje le merecerá la pena a quien no lo conozca.

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Autor: Luis Fernández Roces. Título: Un lugar muy lejos del mundo y otros cuentos. Editorial: ediciones Trea. Venta: Amazon

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