Advierte el general Fernando Alejandre Martínez (Madrid, 1956) sobre la “falsa seguridad” que impera en Occidente citando a Baudelaire: “El mejor truco del Diablo fue persuadir al mundo de que no existía”. El que fuera JEMAD entre 2017 y 2020 apunta que la ausencia de amenazas o, cuando menos, esa sensación, está directamente vinculada a la labor de las Fuerzas Armadas, y lamenta que “una gran mayoría de los ciudadanos españoles” no lo perciban así. Todos los planes y esfuerzos denominados de “cultura de defensa” han fallado. ¿Por qué? Las razones son varias.
Alejandre, que acumula 46 años de servicio, ha sido/es paracaidista y buceador de asalto, ha participado en misiones en Irak, Bosnia y Kosovo, y ha recibido reconocimientos a punta de pala, acaba de publicar Rey servido y patria honrada (Deusto, 2022) —título que toma de Álvaro de Bazán y Guzmán, marqués de Santa Cruz y soldado elogiado por Góngora, Cervantes y Lope—, un libro que, según el propio autor, se mueve entre las memorias personales y “una especie de legado” que pretende ser útil para “cerrar la brecha que separa a las Fuerzas Armadas de España de la sociedad a la que sirven”. Con la percha del lanzamiento, Zenda conversa con el general. Dadas las circunstancias, había que comenzar por algo ajeno a su obra.
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—General Alejandre, ¿es, hoy por hoy, Rusia el principal enemigo de Occidente?
—No es el principal, pero está en el top tres. Los otros dos serían China y el terrorismo internacional.
—¿De corte islamista?
—Sobre todo, de corte islamista.
—Si la OTAN no interviene, ¿Ucrania será carne de Putin?
—Ucrania será carne de Putin en cualquier caso. Es una batalla perdida, Jesús. La OTAN no puede intervenir. Pueden intervenir los países de la OTAN, como van a hacer España, Suecia o Dinamarca. Pero son cosas puntuales. La OTAN, en su conjunto, no puede intervenir. Si interviene, el conflicto se escala y pasamos al hiperespacio. A la guerra total.
—En Rey servido y patria honrada, señala que la amenaza, “en general”, ha desaparecido de “nuestro imaginario colectivo” y que vivimos en una “especie de sueño de falsa seguridad”. ¿A qué se debe esto?
—La primera razón es histórica. España es, probablemente, el único país de Europa, o de los pocos países de Europa, que no ha tenido un enemigo exterior que se haya metido en sus fronteras desde hace más de 200 años. Desde la Guerra de la Independencia, no hemos tenido que luchar contra un enemigo que atacaba nuestra integridad territorial. Está la excepción de la Guerra de Cuba, pero no se puede entender como un ataque a la metrópoli. De hecho, es muy peculiar. O sea, que hay un condicionante histórico. Y hay otro condicionante geográfico: vivir en una península, en la esquina de Europa, no contribuye a sentirse concernido o preocupado por lo que ocurre en el resto de Europa. Eso hace que tengamos una vida en la que nos vemos muy tranquilos, muy seguros, sin motivo.
—Hace unos días, en Sol, cientos de personas se manifestaban bajo el siguiente lema: “OTAN culpable, OTAN criminal”. A esta gente, ¿qué le diría?
—(Risas) Que estudien más. Creo que se enfadarían conmigo. Lamentablemente, a esas personas ya no se les puede decir nada. Su ceguera es permanente. No tienen solución, no se les puede cambiar. La única forma de cambiar la percepción que tenemos sobre nuestro Estado en Europa y en el mundo es empezar en los colegios. Y esa gente dejó el colegio atrás hace mucho tiempo.
—¿Una sociedad pacifista puede no ser pacífica?
—Una sociedad pacifista puede no ser pacífica, seguro. Hay sociedades, como la de Suiza, que son tremendamente pacíficas y nunca han sido pacifistas. Son neutrales… cuando les interesa. Cuando interesa la supervivencia de su nación. Todos nosotros, tú, yo y cualquiera, tendemos a ser pacíficos y benéficos. Sólo los verdaderamente retorcidos vienen con la idea de hacer el mal o de hacer la guerra. Eso sólo le sale bien a algunos. Normalmente, nosotros queremos hacer el bien y vivir en paz. El problema es que hay gente que se olvida de que, para conseguir eso, hay que invertir en seguridad, hay que prevenir lo que va a ocurrir cuando fallen los mecanismos. Porque la maldad también existe. Hay un número, gracias a Dios, muy reducido, de personas malas que van a intentar hacernos daño en nuestra existencia. Eso es lo que estamos viendo ahora. Creo que con toda claridad.
—Centrémonos en su libro, general. ¿Usted recibió la noticia de la pérdida de su empleo de pie o de rodillas?
—La recibí de pie. Estaba preparado. Inicié el libro con la cita del general William Westmoreland porque me pareció que reflejaba muy bien mi situación propia, interior, mental y psicológica. Yo sabía que mi tiempo como Jefe del Estado Mayor de la Defensa había acabado y, por eso, lo afronté con toda la normalidad que cabía. Sabía que no contaba con el favor de mi propio jefe, que era la ministra Robles.
—Cuenta que cuando Margarita Robles llegó a Castellana 109 en junio de 2018, usted se encontró con un “ambiente peculiar”. ¿Cómo de peculiar?
—El ambiente era peculiar por la gente que entraba en los segundos y en los terceros niveles. Inicialmente, la interactuación entre la ministra y yo mismo fue muy buena. No había ningún problema y ella me mostró confianza inicialmente. Lo que pasa es que vi que, poco a poco, había más gente entrando en las capas intermedias y mandando mensajes que, de alguna forma, ponían mi puesto, no a mi persona, en entredicho. Eso hizo que la desconfianza y la distancia fueran cada vez mayores. Llevo en esto unos años, tengo más de 65 años, y lo veía venir. De hecho, yo tenía mi carta de dimisión preparada, firmada y lista; como ella me dice que me va a cesar, no necesito darle ninguna carta ni nada por el estilo, le digo que encantado y ya está. Lo que fue un desastre fue la gestión del cese en sí mismo, pero eso no es culpa de la ministra ni del JEMAD, sino de los gabinetes, la gente que entra y que les falta un hervor. Me cesaron después de haberme dicho que no me cesarían. Fue un lío.
—Rebobinemos: a usted lo hacen JEMAD estando destinado en Brunssum, Países Bajos. Escribe que “cuando un general (y a menudo un coronel) español es enviado al extranjero, se sobreentienda que su carrera ha finalizado”. ¿Por qué?
—No lo sé. Se considera que los puestos en el extranjero, como son puestos muy bien pagados, porque, al estar en el extranjero, te tienes que acoger al sistema de retribuciones de cualquier funcionario español en el extranjero… (Piensa) No sé cómo funcionaréis en el periodismo, pero imagino que un enviado especial, el enviado especial en Londres de TVE, por ejemplo, cobrará más que un periodista que trabaje aquí. Bueno, pues en el Ejército, en las Fuerzas Armadas españolas, se tiende a creer que es un premio de final de carrera. “Como no puedo ascenderte, como no puedo darte el puesto que hubieras merecido, te mando al extranjero y ahí te pudras”. Esa es la realidad. Y cuando me fui de general de división al extranjero, pensé que no iría a ningún sitio más. Por una casualidad, a continuación ascendí a tres estrellas y me siguieron dejando en el extranjero, y la ministra María Dolores de Cospedal me trajo del extranjero para nombrarme JEMAD.
—Por cierto, un JEMAD, ¿qué hace?
—El JEMAD es el mando operativo de las Fuerzas Armadas, pero hace más cosas. Un JEMAD tiene tres patas: por un lado, es el que manda la fuerza que está en operaciones, en territorio nacional y fuera; segundo, es el que diseña las Fuerzas Armadas del futuro, y para eso hace planes que se mueven en el ámbito de los quince a los cinco años; tercero, y es muy importante, representa a las Fuerzas Armadas. Esto produce, frecuentemente, choques entre las Fuerzas Armadas y el Ministerio de Defensa. El Ministerio de Defensa es un elemento político y, como tal, es un miembro del Gobierno y actúa políticamente, pero las Fuerzas Armadas son apolíticas, y su jefe, el Rey, también. Y el que las representa, el JEMAD, también.
—También apunta en el libro que, dependiendo del receptor/interlocutor, “se mueve entre lo franco y lo díscolo, entre lo directo y lo vehemente”. ¿Para quién fue franco? ¿Para quién fue díscolo?
—Fui franco…
—Cuando digo “franco”, me refiero al adjetivo.
—(Risas) Fui franco para Cospedal, que tenía plena confianza en mí. Fui franco para Arturo Romaní, que era subsecretario. Para Agustín Conde. Incluso para Alejo de la Torre de la Calle, un jurídico militar que sustituyó a Romaní y llegó con Robles. Hablábamos el mismo idioma. Fui franco para el exsecretario de Estado Ángel Olivares, del gabinete de Robles, con quien mantengo amistad. Sin embargo, chirriaba con los segundos y terceros niveles.
— Escribe: “Devolver el prestigio a las Fuerzas Armadas ha sido, desde finales del siglo XX, una constante para los planes y esfuerzos denominados de “cultura de defensa”. Lamentablemente, todos han fallado”. ¿Por qué?
—La respuesta es múltiple. Primero, las audiencias objetivo, generalmente, están mal elegidas por parte de los mismos que hacen la cultura de defensa. Ahí entra algo de lo que te he hablado antes, cuando me preguntabas por los anti OTAN. La cultura de defensa, al igual que la cultura nacional, hay que instilarla en la gente cuando es muy joven, cuando está en el colegio. Y no la puede instilar un militar. O sea, si voy, y lo he hecho, eh, a dar una charla vestido de uniforme a los de la Ruta Quetzal, que son todos críos de dieciocho años, como mis hijos, ya es tarde. Ellos me ven como un bicho raro. Para un grupo de la gente que me está viendo, soy un ídolo al que admiran; para los otros, soy el puñetero Drácula, el enemigo a batir. Sin embargo, si hubiéramos instilado en los jóvenes respeto a la Historia de España, y, por lo tanto, a la historia militar de España, probablemente, sería mucho más fácil. Pero tienen que ser los profesores. Es decir, si voy de fuera, al niño le puedo parecer una cosa folclórica. Sobre todo, porque voy vestido de uniforme o porque mando a un teniente de navío. Luego, hemos convertido la cultura de la defensa en demostraciones de autobombo que solamente interesan a los ya convencidos. Pusimos de moda lo de las jornadas de puertas abiertas en los cuarteles. A esas jornadas sólo iban los propios de los cuarteles y sus familias. Entonces, el rendimiento que sacábamos era muy pequeño, y el esfuerzo, enorme. Además, el término “cultura de defensa” no me gusta. Parece que estoy llamando inculta a la gente cuando, en realidad, lo que le hace falta es darse cuenta. Claro, eso tiene algún problema. Alguien me dijo, recientemente: “Me estás llamando inconsciente”. (Risas) No sé cómo salir de esto. Me he metido yo mismo en un lío. Hace falta conciencia de la necesidad de defensa.
—¿El español no es patriota? ¿Hay que “españolizar”, parafraseando al exministro Wert, a los españoles?
—Sí. No prestamos atención a lo importante que es tener un país del primer mundo como el nuestro, con una vertebración muy asentada. Hace falta algo que nos haga recuperar el interés por lo nuestro. Todo esto de las autonomías nos ha fragmentado un poco. Recuerdo a mi hijo, cuando tenía cinco o seis años, estudiando las costumbres y las fiestas patronales de la sierra de Guadarrama. Porque vivía en Madrid. Claro, en Cataluña, lo más importante son los castellets. Eso me parece tremendamente provinciano. Creo que deberíamos hacer algo para evitarlo. Hay que mirar un poquito más allá.
—Afirma que “es para defender la propia existencia de la nación para lo que España cuenta con sus Fuerzas Armadas. Ésa es su misión principal y constituye su razón de ser”. Desde esta perspectiva, ¿cómo vivió el desafío separatista catalán?
—Con tremenda preocupación y con cierto estado de ansiedad. Fue uno de los momentos más duros de mi vida profesional y personal. Fue terrorífico. Y fue terrorífico porque se veía venir y nadie quería verlo. Había contadas excepciones. “Todo se calmará” era lo que se decía en general. Y estuvo a punto de no calmarse.
—Quien le calmó a usted fue Felipe VI el 3 de octubre.
—Volvía a casa después de un día de trabajo tremendo. Eran las nueve y pico/diez de la noche, y volvía, francamente, derrotado. No sé por qué, iba en mi coche particular y tuve que parar para oír bien el discurso. Me metí en un arcén, escuché el discurso y, cuando terminó, llamé al Cuarto Militar de Su Majestad para decirle “uff, menos mal” (risas). La sensación que tenía los días 1 y 2 era la de que no iba a haber respuesta, que nos quedaríamos encogidos de hombros. Fue un tiro al poste, eh. Luego he tenido oportunidad de hablar con muchos militares de fuera de nuestro país, y aquello lo vieron totalmente tergiversado. Tuve una discusión con el Jefe de Estado Mayor de Bélgica de mil pares de narices. A los cinco días de eso. Me hablaba de la falta de respeto a los derechos humanos en mi país. Y, efectivamente, ahí hubo una injerencia enorme de terceros países.
—Para finalizar: en 2014, el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, declaró en una entrevista concedida a El Mundo que “sobra el Ministerio de Defensa”; hace unos días, en TVE, descartó el envío directo de armas a Ucrania; 48 horas después, en el Parlamento, anunció que “España entregará a la resistencia militar ucraniana material ofensivo”. ¿Cree que, a este ritmo, resucitará a la División Azul?
—(Risas) ¿Cómo quieres que te responda a eso? No lo contesto ni loco.
Extraordinaria entrevista. Dejando las cosas claras. No sé si todas. Y extraordinaria biografía la de este general. Comparen ustedes esta trayectoria de servicio a los demás con la vomitiva trayectoria de cualquiera de los/las perroflautas instalados en los sillones del poder, analfabetos funcionales. Si, esos que quieren rendirse ante ras-Putin, ante los terroristas de cualquier tipo y ante cualquiera que enarbole un arma como verga. Si, los que dicen que las mujeres son las que más sufren en una guerra, cuando todo el mundo sufre y, especialmente, los niños.
Y, de nuevo, presente la educación… o lo falta de ella.
Y la verdadera enseñanza de la historia, tal cual pasó, no las interpretaciones posmodernas de tipos cuya promoción de libros de «relatos» conviven en esta misma revista. Que ponen en duda, o niegan, la existencia de don Pelayo cuando las propias crónicas moras atestiguan su existencia. Excrementadores profesionales de nuestra historia.
Gracias por sus años de servicio, General.
Desde que empecé con las pesas, nadie se mete conmigo. Si vis pacem, para bellum.