Foto: Nines Mínguez.
Fernando Benzo, quien en su día fue secretario de Estado de Cultura y Gerente de la Fundación Víctimas del Terrorismo, ha publicado Nunca fuimos héroes (Planeta), un thriller que se adentra en el alma de los policías que dedicaron su vida a la lucha contra el terrorismo vasco. Mezcla de ficción y hechos reales, su personaje principal, Gabo, es un policía retirado que vuelve al ruedo al investigar a Harri, un líder de la banda terrorista ETA al que nunca consiguió capturar y que tras veinte años de su huida a Colombia ha vuelto a Madrid. Benzo ha puesto su alma y su talento en esta novela que toca no solo unos años imposibles de olvidar y que viene bien mantener en la memoria, sino temas como el amor, el valor de la amistad o la culpa. Descubro hablando con Benzo a un escritor de nivel, a una persona con valores y a un hombre valiente. Nunca fuimos héroes te atrapa por el corazón y no te suelta hasta la última página.
—El tema lo conocía bien, pero aquí está en calidad de escritor. ¿Cómo estructura la novela?
—Antes de poner las historias a papel les voy dando vueltas en la cabeza durante años, y este es un caso de los que estuve años dándole muchas vueltas, pero sí tenía dos sensaciones claras que son las que resumen la novela: una primera es que no se conocen las aventuras y las anécdotas de quienes dedicaron su vida a la lucha contra el terrorismo, y siempre digo que si esto fuera Estados Unidos habríamos leído ya cientos de novelas y habríamos visto cientos de series de televisión, y la sensación que tenía es que esto nunca se ha contado. Teníamos algo pendiente que se merecía que se contara. Segundo, la sensación de que había que romper algunos tabúes como, por ejemplo, escribir novelas sobre estos temas. Sinceramente, hasta la aparición de Patria, la sensación era de “esto es un tema de ensayo, de tesis, sociológico, político…”. A mí mismo me daba mucho pudor creativo convertirlo en novela, pero la verdad es que la fusión de esas dos inquietudes me rondaban en la cabeza desde hacía mucho tiempo. Esto no ocurre en dos días. Es una reflexión casi subconsciente de años.
—Luego estaba la dificultad de construir la trama de la novela.
—Sí, ese es otro trabajo diferente. Lo primero que he querido es escribir una novela policiaca con las reglas del género: su trama, su suspense, intriga, giros, desenlace… y luego recorrer la evolución emocional de un personaje y de los personajes que la rodean a lo largo de varias décadas. Al hilo de esa evolución personal y de ese viaje sentimental reconstruyo lo que la fue la historia de la lucha policial contra el terrorismo. Eso requiere dos voces narrativas un poco diferentes, porque escribes de una manera diferente cuando estás contando una historia política y cuando estás contando una historia intimista.
—Ha sido valiente.
—Hubo un tiempo en que Francia fue un santuario de terroristas, pero al mismo tiempo, para ser justos, hay que decir que la colaboración de Francia fue uno de los elementos clave para acabar con la banda. Igual que se puede criticar un determinado momento histórico, hay que contar también la otra parte.
—¿Qué le hizo cambiar de actitud a Francia?
—Yo creo que la progresiva fortaleza de la democracia española. Cuando nos convertimos en un país serio y en un país fiable, nos convertimos para todo, no solo para la cooperación económica sino también para la cooperación en materia de seguridad. Hay que tener en cuenta que toda esta historia se desarrolla en el paso de una dictadura a una democracia. La percepción y la imagen que se tiene de nuestro país es totalmente diferente, pero es verdad que hubo unos años en los que pasabas a Francia, a San Juan de Luz, a muchos lugares del sur de Francia ¡y te cruzabas con asesinos por la calle!
—Eso es muy parecido a lo que cuenta en la novela que ocurre en la calle Orense de Madrid.
—¡Eso que cuento en la novela parece increíble pero es totalmente cierto! Historias como esas, como otras que hay en el libro, tenían que ser contadas. Me parece increíble que un policía vaya por la calle Orense y se cruza con el terrorista al que siempre quiso detener. Y es totalmente cierto, aunque a mí no me gusta separar lo que es real de lo que es ficción a estas alturas.
—Habrá tenido que hablar con muchos policías y documentarse bien, pese a que el tema del terrorismo lo conoce de muy cerca.
—Esa es la fuente fundamental. Lo que está claro es que esta novela no es equidistante. Hay unos buenos y unos malos, y escribo desde el planteamiento de personajes buenos y personajes malos, pero no podemos olvidar un segundo elemento: ningún ser humano es unidimensional, ni el ser humano bueno ni el ser humano malo. Tú puedes ser un terrorista y estar asesinando a gente, pero aun así tienes otras dimensiones: tienes problemas domésticos, problemas familiares, sentimentales… Tú puedes ser un policía concienciado con la lucha antiterrorismo, pero además de eso tienes tus relaciones personales, familiares, amorosas… Todo eso quería recogerlo en el libro. No quería retratar arquetipos, quería retratar seres humanos en ambos lados, pero teniendo claro que unos estaban haciendo lo acertado y los otros están haciendo lo equivocado. Conocer el lado humano del terrorista, sus debilidades y sus fortalezas, es esencial para el eje policial de la lucha contra el terrorismo. Te hace más fuerte a la hora de perseguirlo.
—¿Gabo, el nombre del protagonista, es un homenaje a García Márquez?
—Soy absolutamente fan de García Márquez pero no, no sé bien de dónde viene el nombre. Ni siquiera sé si es nombre o apellido. Lo de los nombres de los personajes no lo soy capaz de explicar.
—La novela nos transmite odio. Por lo menos parece que los policías controlan ese sentimiento.
—Lo que sí que es real, y está comprobado y constatado, es que los grandes expertos en la lucha contra el terrorismo no odiaban a los terroristas. Evidentemente les despreciaban, les parece tremendo lo que hacen, pero no los odiaban. Se obligaban a mantener un criterio puramente profesional en la persecución de los malos. Los terroristas eran un objetivo que convertía a la policía en cazadores, un término que parece peyorativo pero no lo es. Iban a perseguirles.
—Cuenta en la novela que los policías tenían fijaciones. Parece muy humano y real.
—Sí, eso no me lo he inventado. Existe la fijación. Son seres humanos y desarrollan sentimientos, y el de la fijación ocurría. Tú perseguías a la banda, a todos, pero al final, por lo que fuera, porque se te había escapado, porque había acabado con algún compañero, por lo que sea, el policía decía: “De todos, quiero coger a este”. Tenían una fijación que no les impedía realizar su trabajo. Uno de los grandes desencantos de Gabo es que después de tantos años no ha conseguido atrapar a Harri.
—La novela tiene un cierto elemento de redención.
—Exacto. Cuando todo parece haber terminado y Gabo ya está retirado, le surge una última oportunidad. Capturar a tu fijación es una forma de justificar toda tu vida y también tus errores, tus debilidades, tus amarguras… Si capturas a tu fijación, cierras el círculo y quedarán redimidos incluso tus pecados, y esa evolución sentimental para mí era muy importante.
—¿Qué quería decir con este título tan potente?
—El título es una especie de ironía y de regañina. Es esa sensación de que nadie ha reconocido lo que estas generaciones de policías y guardias civiles hicieron por todos nosotros. Nunca en el imaginario colectivo los tenemos como héroes. Nunca fuimos héroes, en el sentido de que nadie nos reconoció que fueron héroes. Tiene fuerza la frase y tiene un significado.
—La culpa es un sentimiento muy importante en esta novela. ¿Cómo se vive con ella?
—La sensación de culpa cuando intentas detener a unos asesinos que siguen matando a gente es inevitable. En el caso del terrorismo es una culpa muy compleja. En primer lugar, es una culpa concreta, una culpa frente a las víctimas más cercanas, los compañeros caídos, los que conocías, con los que compartías tu vida y tu profesión. Pero a eso se une una culpa más compleja aún, una sensación de culpa global, porque toda la sociedad sigue sufriendo unos crímenes que tú has querido evitar y no has podido. Para hacer frente a ello hace falta tener una gran fortaleza y un gran equilibrio emocional. Es paradójico que esos sentimientos de culpa puedan ser más fuertes, puedan estar más presentes, a pesar de no ser una culpa real, que los que puedan sentir los verdaderos culpables.
—Los personajes secundarios son muy buenos, dan mucha vida a la historia. Mi favorito es Dolores.
—Es un personaje que ha gustado mucho a los lectores hombres. He querido crear un personaje femenino con un atractivo muy peculiar. Es una mujer que podría ser guapa pero que no es coqueta, no se arregla, pero es un gran apoyo para Gabo y le comprende muy bien. Yo tengo otro favorito que es Toni Gálvez, el policía viejo, ex alcohólico, obsesivo… Fue creciendo.
—¿Por qué decidió no mencionar las siglas de ETA?
—Porque quería que el narrador de la novela se adaptase al propio lenguaje policial. Los policías solían hablar más de «los malos» o «la banda» que de «ETA» o «los etarras». Era una cuestión de recurso estilístico. Pero también había algo de recurso subliminal: no dando un nombre a la banda, aunque es evidente de cuál se trata, aumentaba la distancia entre el lector y los malos, se hace aún más difícil sentir por ellos la menor empatía, porque ni siquiera se les da una identidad.
—¿Por qué eligió incluir escenarios y momentos reales del terrorismo cuando podría haber ficcionado o cambiado esos lugares y esos momentos?
—La novela es un thriller policiaco pero es también, de alguna manera, una novela histórica que recorre varias décadas de lucha contra el terrorismo a través de las vivencias del comisario protagonista. Habría resultado absurdo, y casi diría que insultante, que ese trasfondo, ese escenario y ese recorrido histórico no se refiriese a hechos reales que todos recordamos. Yo he escrito una novela, una ficción, pero también he querido retratar algo muy real, muy doloroso, como es la violencia terrorista. Ahí no cabe alejarse de la realidad y recurrir a la ficción.
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