Cuentan los escritores José Ángel Mañas y Jordi Ledesma en su último libro, Doctor X (La Esfera, 2024), que la Silk Road originaria era una ruta comercial entre Asia, África y Europa que conectaba economías y culturas “y promovía la paz y prosperidad a través de acuerdos comerciales”. El protagonista, Fernando Caudevilla (Madrid, 1974), médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y experto en Drogodependencias, aconsejaba en el Silk Road de la Deep Web fundado por el Pirata Roberts, Ross Ulbricht, para que las personas “pudieran tomar decisiones libres, responsables, con conocimiento de causa”. Los citados autores han contado su historión en una obra mestiza, que se bambolea entre la novela de no ficción –con licencias– y el thriller. Con la percha de su publicación, Zenda entrevista al Doctor X:
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—Señor Caudevilla, ¿qué es lo que más le gusta de las canciones de Alaska?
—Las letras. Son tan retorcidas… Me siento muy identificado con ese retorcimiento, con ese sentimiento trágico de la vida.
—¿Diría que “la historia está trucada” y que “las cosas más sencillas no parecen lo que son”?
—Absolutamente. “Salto mortal” (canción de Fangoria) sale en este libro porque las cosas no son lo que parecen y en la novela se ve claramente: quiénes son los buenos, los malos, qué es la realidad, qué es la ficción… Esa canción, en concreto, describe bastante bien lo que ha sido mi peripecia.
—Usted sostiene que la maldad no está en la droga, sino que “es la moral establecida quien se empeña en criminalizar y marginar al traficante de drogas”.
—Es una evidencia inmediata: las drogas son objetos inertes que no pueden ser buenos ni malos. Lo segundo tiene que ver con opiniones. Las opiniones son válidas según los argumentos que tengas. Según los argumentos racionales que expongo, con los que trabajo, estamos ante un sistema basado en la moral, ante un sistema que no tiene ninguna lógica. Por ejemplo, la lucha contra el cáncer: en los últimos treinta años, se ha empleado una serie de recursos contra el cáncer y se han obtenido resultados positivos. Con lo cual, la lucha contra el cáncer tiene sentido. La lucha contra la droga: es una empresa en la que se lleva cien años, pero desde Nixon empieza la guerra contra las drogas. Y hay más drogas que nunca, conseguir es más fácil que nunca. Las sustancias no están en manos de los Estados o de las compañías privadas, sino en manos de los narcotraficantes. Y los problemas de la guerra contra las drogas, incluyendo el VIH, la pobreza, la marginación o la delincuencia, son mucho más grandes que aquello que se pretendía superar.
—¿Qué les diría a quienes rechazan colocar al sustantivo “consumo” el adjetivo “responsable”?
—Lo que no me parece tolerable es ponerle siempre el adjetivo “irresponsable”. “Consumo responsable” suena también un poco serio, pero el consumo controlado es una posibilidad más. Naciones Unidas, que no es un organismo susceptible de ser prodroga, dice que hay 300 millones de consumidores en el mundo y 38 millones de consumidores problemáticos. Es decir, la mayoría de la gente que consume drogas no tiene problemas. Tiene que ver con sustancias, con edades… Hay muchos matices.
—¿Detrás del miedo a la normalización de las drogas está el miedo a la libertad?
—(Piensa) Supongo que sí, aunque no sé si es sólo eso. Todas las sociedades tienen una serie de tabús morales. Aparte del miedo a la libertad, que también es un elemento importante… Creo, por lo menos, desde el ámbito sanitario, que es donde trabajo, que los prejuicios morales que había cien años sobre el sexo son los que hay ahora sobre las drogas. Es decir, hace cien años, entiendo que un médico no podía ser divorciado, polígamo o gay; ahora, la mayoría de las personas racionales admite esto con normalidad.
—¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se drogó y qué sensaciones tuvo?
—La droga con la que más problemas he tenido, la que me ha supuesto un riesgo vital importantísimo, es el tabaco. Es la droga más peligrosa que hay en nuestro contexto. La mayoría de la gente que consume tabaco es adicta. El alcohol también da problemas, pero la mayoría de consumidores no es adicta; los que consumen tabaco, sí. Ninguna otra droga te da un 15% de cáncer de pulmón y un 50% de bronquitis crónica. Entonces, yo he estado luchando contra la droga durante treinta años y ahora he conseguido un cigarrillo electrónico, que es mi única salvación. Si quieres hablamos de otras drogas…
—Me refería a drogas no tan convencionales…
—El cánnabis creo que lo probaría con quince o dieciséis años, pero no me interesó nada. Las drogas naturales no me sientan bien. El éxtasis fue muy tardío, con veintiséis o veintisiete. Siempre me ha gustado saberme la teoría antes de pasar a la práctica. No le veo ni pies ni cabeza a que un desconocido te ofrezca una droga y la pruebes. Cuando probé la MDMA, ya me había hecho una revisión, había leído muchas cosas… Y no me arrepiento de haberlas probado. En general, con las drogas, cuanto más tarde empiece uno, más formada está la personalidad y menos riesgo hay de problemas, aunque siempre lo hay.
—¿Cómo ingresa en Energy Control?
—Fue en el 2000, por carambolas de la vida. Estaba haciendo un trabajo de la MDMA, entré en contacto con gente de Energy y empecé en el foro dando información y consejos online.
—Después, descubre Silk Road…
—En 2013. Cuando entré, dije: “¡Hostias, esto es la caña!”. Estaba, por un lado, el mercado; por otro, el foro. Me registré en el foro y ahí empezó la historia.
—Ross Ulbricht, el creador de la web, le pone un sueldo simbólico por asesorar a los usuarios en cuestión de drogas.
—Más o menos fue así. Yo tenía una dirección para donativos. Vi que había cogido una frase mía para firmar y pensé: “Este tío me ha fichado”. El mercado y el foro eran distintos. En el mercado aparecía un nick directo a mi hilo del foro. Cuando le escribí y le dije: “Oye, le estoy dedicando a esto dos horas al día, no puedo más”, fue cuando me ofreció 500 dólares en bitcoins. Recordemos que, en aquel momento, eran gallifantes.
—Detienen a Ulbricht, la justicia estadounidense no tiene piedad con él… y su nombre aparece citado como cómplice doloso.
—Tenían difícil condenarle, darle el escarmiento. En realidad, su delito había sido programar una web. Es cuando intentan hacer la conspiración esta de los asesinatos por sueldo: en el último momento, se sacan de la manga el testimonio de los padres cuyos hijos habían fallecido por comprar drogas en Silk Road. La defensa me pide que testifique y, claro, testifiqué. Mandé un testimonio, desde aquí, contándolo todo. Esto tuvo cierta repercusión en la prensa internacional; incluso buena repercusión, diría. Pero sale la sentencia…
—Y le cascan dos cadenas perpetuas.
—Dos cadenas perpetuas, sin derecho a recurrir nunca más, por estar sentado delante de un ordenador. Tres o cuatro meses después, pude leer la sentencia.
—Sentencia que comentas en el apéndice.
—Es mi principal motivación para haberme metido en el libro: yo quería escribir este apéndice. Lo que pasó es esto. No sé qué opinará el lector, pero creo que se demuestra de forma objetiva qué es lo que pasó. La idea es: “Esto dijo la juez, esto dije yo”. ¡Me acusaron de vender fentanilo en la red profunda! Nadie sabía lo que era el fentanilo entonces. No me acuerdo del porqué, coincidió con algo del rey Juan Carlos, si lo del elefante o lo de la abdicación, pero aquí no se enteró nadie (risas). En este caso, con suerte. No hubiera pasado nada, pero imagínate Ana Rosa (risas).
—¿Y cómo es que acaba en el edificio de Naciones Unidas de Viena con una máscara de perro de neopreno?
—En Energy Control había un servicio de análisis de drogas. Cuando pillan al Pirata Roberts, estábamos discutiendo la posibilidad de llevar ese servicio ahí. Energy Control dijo que ni de coña, que no se iban a implicar tanto, e hicieron muy bien, visto lo que pasó. En 2015, retomamos la idea y montamos un servicio de análisis internacional centrado en la red profunda y en los mercados de la red profunda. Eso daría para otro libro, adquirió mucha notoriedad. En 2019, encontramos que en Europa se estaban vendiendo en los mercados muestras de heroína contaminadas con fentanilo. Lo localizamos y conseguimos pararlo bastante hablando con los administradores y con los vendedores. Surgió la posibilidad de presentar esta experiencia en Naciones Unidas. Fui con Núria Calzada, la coordinadora, tenía la máscara y me hice una foto tonta. El discurso lo hice sin la máscara de perro (risas). Fue un poco como una revancha: “En Naciones Unidas tenéis que oír esto”.
—Llegó la pandemia, y los aplausos a las ocho, y la meta, que “es muy puta”, le atrapó “como una telaraña”, y decidió arrojar su bata por la ventana.
—De lo que pasó al principio de la pandemia, fíjate, no creo que tenga la culpa nadie. Ni de lo que pasó en las residencias. Cuando estas en una situación de la cual no hay antecedentes, no se puede culpar a nadie de nada. Lo que pasa es que aquello se enquistó, se cronificó. Claro, lo dejé todo: dejé el despacho, dejé Energy Control… no se podía hacer otra cosa que trabajar en primera línea. Y, bueno, pues lo de que si éramos héroes, que si los aplausos: igual que las limpiadoras, los militares o los conductores de autobús. Se pasó de eso a que los médicos no querían ver pacientes. En mi opinión, había una relación sadomasoquista en atención primaria, sobre todo. Sadomasoquista porque para que uno te mee en la boca, al otro le tiene que gustar. A mis compañeros les gustaba bastante el masoquismo. Yo no estaba tan loco: me fui, pero a los cuatro meses saltó la huelga. Es la primera vez en la historia, creo, que ha habido una huelga de médicos en España consolidada y que parece que ha conseguido algunas cosas, aunque parece que se vuelve a las andadas.
—¿Por qué retomó el ejercicio de la medicina?
—Porque las cosas están un poquito mejor, porque me gusta en el fondo y porque el resto de mis actividades tampoco me da para vivir. Sigo dando charlas, tengo pacientes privados, actividades de docencia o de investigación, pero hay temporadas en las que todo va muy bien, y otras en las que no va tan bien.
— Antonio Escohotado fue su paciente.
—Le conocía desde hace años. Antes de conocerle personalmente, el personaje público no me caía muy bien. Me parecía engreído, machista, repelente, resabiado… Alaska me dijo: “Te seducirá”. Y, efectivamente. Su hijo Jorge estaba todo el día: “Vente a ver a mi padre, vente a ver a mi padre…”. Claro, me sedujo a la primera. Nos saltamos todas las barreras médico-paciente. Las consultas eran marcianas, como era él. Iba, pasaba la tarde ahí, merendábamos, discutíamos, hablábamos, le tomaba la tensión cuando se dejaba, y sí, tengo la suerte de que conocí a un ídolo que no me decepcionó. Se convirtió en un amigo. Cuando murió, me dio mucha pena.
—Mañas y Ledesma escriben: “Le duele ver cómo los descerebrados se han apropiado de la imagen de Antonio y exhiben sus palabras fuera de contexto, abanderando algo que Escohotado nunca fue”. Cuénteme más.
—Estamos en un mundo en el que las cosas sólo son blancas o negras. Entonces, o eres rojo o eres facha, feminista o machista, a favor del colectivo u homófobo. Para mí, la realidad está llena de matices. Antonio, de repente, era el que estaba a favor de las drogas, con lo cual se entiende que tiene que ser rojo, o moderno, pese a que las defendía de una posición liberal radical que tampoco me termina de convencer al 100%. Pero cuando Antonio, a raíz de la cosa esta de Cataluña y de la violencia policial y tal, dice: “Violencia policial era lo que sufríamos Carmena y yo cuando corríamos delante de los grises”, se les cae el ídolo y ya es un facha. Creo que se está perdiendo la capacidad de ver que todo es poliédrico, que hay muchos puntos de vista, que se puede discutir y se pueden cuestionar las cosas sin tener que romper con el otro.
—Vamos acabando, señor Caudevilla. ¿Es esto una novela?
—Y yo qué sé (risas). Sí por la estructura. Estoy cómodo con el resultado. Al principio, tenía muchas reticencias porque me parecía que estaba hablando con periodistas y tenía que medir lo que decía. Luego me di cuenta de que no iba a salir nada sin mi consentimiento. Por otro lado, sabía que no podía ser la biografía de un santo. Sí, es una novela. Me aburre un poco porque me la sé toda.
—¿Alguna vez dudó, pensó en no seguir adelante con este libro?
—No. Me costó decidirme, pero Mañas me sedujo en seguida. Sí que ha habido varias versiones, correcciones… Sí les dije, desde el principio, que no quería una historia de un médico que bajaba al infierno de las drogas y luego resucita. Me preocupaba esto del sexo y las drogas, pero he procurado, en lo posible, coartar lo mínimo la libertad de los autores. He quedado muy satisfecho. Me han preguntado: “¿Qué expectativas tienes?”. Ninguna. Esto es un regalo, una maravilla. No veo tan claro lo de la película: el libro lo apruebo al 100%. Pero cuando pasas a lo audiovisual, tienes que tomarte licencias. Mira El señor de los anillos. No sé lo que pasará: si sale, bien; si no, no pasa nada. Con el libro estoy más que satisfecho.
¿Me lo parece a mí, o últimamente aparecen por aquí personajes cada vez más estrambóticos? Ojalá hubiera más entrevistas como la de hace unos días a Fernando Savater.