En 1961, Margaret Atwood (El cuento de la criada) publicó su primera obra, un poemario titulado Double Persephone; ella misma hizo 220 copias y diseñó su propia portada. Federico Moccia (A tres metros sobre el cielo) se decidió por la autopublicación con su primera novela, y el boca oreja le obligó a reeditar, una y otra vez, más ejemplares ante la gran demanda de lectores que querían leer su obra. Virginia Woolf fundó su propia editorial junto a su marido para imprimir sus obras.
Comenzamos esta serie de entrevistas con el barcelonés Fernando Gamboa. Este escritor ha sido submarinista, profesor de español, empresario, jugador de póker o guía de aventura. Ha dedicado buena parte de su vida a viajar por África, Asia y Latinoamérica. En el año 2007 publicó su primera novela, La última cripta, convirtiéndose en uno de los primeros autores españoles en apostar por KDP, publicando en Amazon incluso antes de su llegada a España.
A continuación conversamos con él sobre su experiencia como autor autopublicado.
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—¿Cómo ha cambiado el sector de la autopublicación desde que usted empezó su carrera literaria?
—Mi carrera literaria empezó en 2007, cuando publiqué mi primer libro en una editorial, corría el año IV adA.E. (antes de Amazon España), por decirlo de otro modo. Por aquel entonces la autopublicación consistía en gente que imprimía sus propios libros como buenamente podía y los vendía en el metro o en una mesa de camping en la plaza del pueblo. Los norteamericanos llamaban a aquello vanity publishing (“publicaciones de vanidad” en cristiano), tachándolos como autores que no habían pasado el sacrosanto filtro de las editoriales y, aun así, su ego les empujaba a compartir su obra a como diera lugar, aunque ello les costara dinero. Aquella era una denominación injusta y despectiva, porque estoy seguro de que entre todos aquellos autores habría genios sin descubrir y obras maestras que nunca leyeron más de un puñado de amigos y familiares. Parece mentira, pero así estaban las cosas solo diez años atrás. Y entonces llegó Amazon KDP y lo cambió todo. Gracias a su novedoso método de autopublicación, cualquiera podía publicar su obra en formato digital o impreso y, sin coste alguno, llegar a millones de potenciales lectores en todo el orbe. De la noche a la mañana cambió el paradigma, y aquellos autores huérfanos de editorial y respeto plantaron su mesa de camping en la librería más grande del planeta, y otros como yo, que trabajábamos con editoriales y habíamos sufrido los vicios y abusos de algunas de ellas, nos lanzamos a la exploración de aquel nuevo mundo digital con nuestros manuscritos bajo el brazo ante la mirada muchas veces desdeñosa de los que preferían aferrarse a lo malo conocido, por muy perjudicial que les pudiera resultar. Los que veníamos de editoriales tradicionales sabíamos que dando aquel paso estábamos quemando las naves, que salirse voluntariamente del circuito editorial para publicar por cuenta propia, era como dejar el Barça para fichar por el equipo del barrio. Ya no habría vuelta atrás. Pero lo hicimos, y no puedo hablar por los demás, pero no hay día en que yo no me alegre de haber tomado esa decisión. Hoy en día, miles de escritores autopublicados hemos podido profesionalizarnos gracias a KDP, vendiendo millones de libros en prácticamente todo el mundo y en casi cualquier idioma, sin depender de editoriales ni de nadie, solo de nosotros mismos y los lectores. Diez años después de llegar KDP a España, puedo afirmar sin temor a equivocarme que cualquier autor tendrá más oportunidades de triunfar autopublicándose que firmando un contrato con una editorial, algo que cada vez más (y con las obvias salvedades) empieza a quedar relegado a autores más interesados en ver su libro en los escaparates que en ganarse la vida con su trabajo. Lo cual nos lleva, irónicamente, a que la etiqueta de vanity publishing que antes mencionaba debería atribuirse hoy no a los autores autopublicados, sino a los que se inclinan por la edición tradicional, para los que el supuesto prestigio de publicar bajo un sello editorial es más importante que ganarse la vida escribiendo.
—¿Se ha sentido infravalorado o marginado por autopublicarse?
—Oh, sí. Desde luego, pero nunca por aquellos que realmente me importan, que son los lectores. Sé perfectamente lo que opinan de los autopublicados muchos editores y críticos literarios, y que desde que me convertí en escritor independiente es improbable que mis libros aparezcan en los medios de comunicación ni en los rankings de los más vendidos de España (curiosamente sí que aparezco en medios de otros países, como La Stampa de Italia, la semana pasada sin ir más lejos, pero eso ya es harina de otro costal). Pero insisto: a estas alturas de la película, no es algo que me importe demasiado. La única opinión que me interesa es la de los lectores, y si a ellos les gustan mis novelas y sigo vendiendo más de 100.000 libros al año ¿qué me importa a mí lo que piensen algunos?
—¿Es necesario tener una comunidad de seguidores para poder triunfar con libros autopublicados? ¿Cómo se consigue tener una?
—No sé exactamente qué es una comunidad de seguidores. Al leerlo me he imaginado lectores fundado una comuna, con una foto mía con gesto beatífico presidiendo el salón de cada casa y rezando por mi inspiración y buena salud cada mañana. Estaría chulo, la verdad. Si alguien sabe cómo montar una comunidad de esas, que me avise. Por otro lado, dice un tal Stephen King que en cuanto uno llega a los 1.000 lectores incondicionales, uno ya puede vivir de lo que escribe. No sé si eso será así, no he hecho las cuentas. Pero lo que sí sé es que los lectores se fidelizan cuando uno se esfuerza en darles lo mejor de uno mismo y los trata con el respeto que merecen. Eso exige que cada libro sea mejor que el anterior (o al menos intentarlo) y publicar con cierta regularidad, y con ello los lectores irán creciendo poco a poco. Escribir y publicar buenos libros es lo mejor que podemos hacer para hacerlos felices y que ellos nos hagan felices a nosotros.
—De 0 a 10, ¿cómo de necesarias son las redes sociales para un autor que se autopublica? ¿Y cómo lo son para un escritor con editorial?
—Cero, así de claro. No es necesario. Es beneficioso, sin duda. Igual que sería beneficioso salir en los medios de comunicación o tener una serie en Netflix, pero no es necesario. Yo soy la prueba de ello. Si dependiera de las redes sociales para vender libros, estaría jodido. Lógicamente, a casi nadie le interesa ver mis fotos de perritos, cosechando cebollas o pilotando un ultraligero. La creatividad la guardo para mis libros, no para mis redes sociales. Si mañana cerrara mis cuentas nadie se daría cuenta. Me pasaría como a esos ancianos olvidados que mueren solos en su casa y los descubren los vecinos al cabo de una semana por el olor. Hasta mi perro tiene más seguidores que yo en Instagram (es muy mono, el jodío). Así que no, en mi opinión no hacen falta, y generalmente es una distracción que nos quita tiempo de lo verdaderamente importante para un escritor: escribir (y vivir).
—¿Es diferente escribir para vender ebooks en Internet que novelas de papel en librerías?
—No, qué va. Es exactamente lo mismo. Son los mismos libros y los mismos lectores. Las únicas diferencias son que ganarás más dinero y no tendrás que darle explicaciones a tu editor, ni depender del equipo de marketing, los distribuidores o los libreros. Solo estas tú y el lector, sin intermediarios. Escribe buenos libros que gusten a los lectores y lo demás vendrá por sí solo.
—Corrección de estilo, ortotipográfica, diseño… ¿Qué servicios y herramientas son imprescindibles para una correcta autoedición? ¿Ha conseguido la autopublicación estar al nivel de la edición tradicional en esos aspectos?
—Desde luego que sí. Los autores que nos autopublicamos de forma profesional contamos con los mejores editores, correctores, traductores y diseñadores. De hecho, en muchos casos el trabajo de edición de los libros autopublicados es mucho más cuidadoso que en los libros publicados por editoriales, que al publicar decenas o cientos de libros al año no le dedican la atención y mimo que le pone un autor a su propia obra.
—¿Cuál fue su mayor error al autopublicarse? ¿Y su gran acierto?
—Mi mayor error fue dejarme seducir años atrás por los cantos de sirena de las editoriales cuando, tras pasar mucho tiempo instalado en el Nº1 de Amazon con varios de mis libros, me ofrecieron el oro y el moro para que firmara con ellos, augurándome oropeles y ultramares. Piqué cual merluzo y, por supuesto, después de haberla metido ni hablar de lo prometido, pero fue una valiosa lección que les agradezco y un error que no volveré a repetir. Mi gran acierto, por otro lado, fue lanzarme a la piscina de la autopublicación en cuanto vi la oportunidad, desoyendo los consejos y malos auspicios del 99,99% de aquellos que opinaban sobre mi decisión.
—Para finalizar, un consejo “imprescindible” para todos los que en este momento están pensando en autopublicar su obra.
—Fácil. Escribe el mejor libro que seas capaz de escribir, mételo en un cajón unas semanas y luego reléelo como si lo hubiera escrito alguien a quien detestas. Borra y reescribe todo lo que sea necesario, olvidándote de que el libro es tuyo: el ego es malo de cojones para un escritor. Luego pásaselo a amigos y familiares y pídeles que te critiquen, nada de palmaditas en la espalda. Después pásaselo a un corrector o correctora profesional (es una inversión, no un gasto), a un editor con experiencia y por último busca a un buen diseñador que te haga la mejor portada de la historia de las portadas. Cuando tengas eso, será el momento de subir el libro a KDP y, acto seguido, comenzar a escribir tu siguiente obra. Como leí una vez, no recuerdo dónde ni cuándo, “dedicarse a escribir es como tener deberes el resto de tu vida”. Asúmelo. Y disfruta del viaje.
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