Fernando Lillo Redonet llegó a mi vida en 1994, en el tercer destino que ocupé, cabe las marismas onubenses del Odiel. Leí su relato para escolares Un salmantino en Mérida. Me cautivaron las andanzas de un joven, que desde Emerita Augusta enviaba cartas a un amigo de Salmantica, contándole sus vivencias en la metrópoli fundada por Augusto para los veteranos (emeriti) de las guerras cántabras. Durante los seis años que presté servicio en el IES Pablo Neruda de Huelva, organicé viajes de estudio por la Ruta de la Plata, en los que Mérida era parada obligada. Todos mis alumnos habían leído Un salmantino… y hecho parte de las actividades que allí se consignaban: el aprovechamiento de los monumentos emeritenses era mucho mayor tras haber leído el opúsculo de Lillo.
Hace varios cursos que en mis lecciones uso su Taller de gladiadores de Lillus Maximus para trabajar con mis discípulos el fascinante mundo de los que dejaban su sangre en la arena de los anfiteatros, a fin de saciar las más bajas pasiones en el enfervorecido auditorio romano.
Hace un tiempo reseñé en esta misma sección Un día en Pompeya, en la que llevaba al lector a la Pompeya previa a su asolamiento por el Vesubio y podía vivir en carne propia una jornada aparentemente normal a través de varios personajes, muy bien elegidos, gracias a la riqueza y sencillez de su prosa.
El autor tuvo la gentileza de enviarme a mi actual centro de trabajo un ejemplar de su penúltima criatura, Hotel Roma. Turismo en el imperio romano. Agobiado por el trasiego al que me obliga mi faenar en las aulas de secundaria, no he tenido la paz suficiente para poder disfrutarlo como se merece hasta este verano, tórrido en lo climatológico, putrefacto en lo político y social.
Hotel Roma es un oasis en este desierto en el que nos fuerzan a transitar. El lector, sediento de sosiego y buscando cobijo ante la horridez que nos devasta, beberá de sus páginas el agua cristalina, reconfortante, lenitiva de pesares y capaz de hacernos viajar sin movernos del sillón.
Lillo nos regala una obra fresca. Como buen amanuense de la educación pública, forjado durante décadas en las aulas de secundaria, su estilo es sencillo, directo, nada farragoso. Cumple a la perfección el precepto horaciano del docere delectando: bien que deleita a quienes se adentran en su libro, a la vez que les instruye. Es una lectura recomendable tanto para los no iniciados en el mundo de la antigüedad romana como para los expertos: todos encontrarán enseñanzas y momentos de disfrute en ella.
El autor se ha documentado de manera profusa para hacernos vivir cómo los romanos concebían los viajes, bien sea por placer, bien por salud, como da cuenta la profusa bibliografía que nos ofrece al final. En sus capítulos podemos escuchar a Homero, Heródoto, Séneca, Cicerón, Polibio, Tácito, Virgilio, Pausanias, Marcial, San Agustín o Estrabón: lo más selecto de la literatura grecolatina. Ahí es nada.
Quien se sumerja en el vivificante verbo de Lillo podrá admirar con él las villas de recreo a las que se retiraban los potentados, emperadores incluidos, para huir de las inclemencias de una Roma atestada e insalubre, buscando el solaz en entornos paradisíacos en el interior o al borde de lagos o mar: la Bahía de Nápoles, sus islas y Bayas se convirtieron en polos de atracción por los muchos placeres que ofrecían a la élite romana. Le será dado recorrer Grecia, Sicilia y algunos lugares del Asia Menor rastreando las huellas que en ellos dejaron personajes mitológicos o históricos. Le son presentadas las Siete Maravillas de la Antigüedad y otras que la naturaleza ofrecía. Le será posible acompañar a los primeros cristianos en sus viajes a Tierra Santa o a la misma Roma en pos de las reliquias de los mártires. Recorrerá Egipto admirándose de las mismas cosas que aún admiran al viajero actual. Descubrirá que también los antiguos romanos viajaban por salud o para seguir las competiciones deportivas más emocionantes.
Una lectura, en fin, para gozar. Para sentirse un viator sin necesidad de calzarse las incómodas caligae y hollar con ellas los cantos rodados y zahorra que pavimentaban las calzadas.
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Autor: Fernando Lillo Redonet. Título: Hotel Roma. Editorial: Confluencias. Venta: Todostuslibros
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