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Fernando Navarro: «No sé si la música salva la vida, pero no te enseña a cambiar pañales»

Fernando Navarro: «No sé si la música salva la vida, pero no te enseña a cambiar pañales»

Cantaba Tom Petty en «Flirting With Time» que no hay diferencia entre un acierto o un error. El periodista Fernando Navarro (Madrid, 1981) cree que, a veces, la vida (con la música) es una cuestión de suerte: «Puedes tener las mejores intenciones del mundo para querer acertar y cometer un error estrepitoso», cuenta en el Café Comercial de Madrid. «Con buenas intenciones no se va al acierto. Las buenas intenciones son como pájaros volando pero no te llevan seguramente a aterrizar bien». En efecto, no hay diferencia entre un acierto o un error.

Navarro publica en estos días la novela Todo lo que importa sucede en las canciones (Pepitas de Calabaza, 2022), que aunque pueda parecer una biografía, en realidad está compuesta de un 70% ficción y de un 30% de cerveza; el autor está en las emociones de las que intenta hablar en el libro, tanto del enamoramiento como del desenamoramiento, del duelo o de la paternidad. Como él, el protagonista de su título es un periodista musical, porque puestos a hablar de un perdedor que «ha olvidado lo que es el verbo ganar», qué mejor que un periodista musical: «A los críticos musicales nos ven siempre como a los músicos frustrados». Fernando sopesó poner como personaje principal a un músico, pero pensó que todavía era más perdedor describir a alguien que hablaba de todo el mundo. «Quería hacer un libro que hablara sobre cómo recibimos la música los que estamos todo el día escuchando a los demás. Me gustaba la idea de un periodista musical que, a lo mejor, quería ser Bruce Springsteen o Bob Dylan, pero se le desmorona todo y no tiene nada a lo que agarrarse en ese momento». Suena la música, calla el silencio.

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—¿Escuchabas «Workingman’s Blues #2» porque estabas deprimido o estabas deprimido porque escuchabas «Workingman’s Blues #2»?

"¿Qué fue primero la música o la tristeza? Seguramente, en este caso, fue la música la que me hizo ver la tristeza, estoy convencido"

—La verdad es que, parafraseando un poco todo lo de Alta fidelidad, que sepas que iba a empezar el libro con esa cita. Dentro de la cita estaban Bob Dylan y Bruce Springsteen y la terminé quitando porque me parecían muchas, pero está ese guiño a Alta fidelidad. Yo creo que escuchaba «Workingman’s Blues #2» porque primero fue la música, por responder a la pregunta. ¿Qué fue primero, la música o la tristeza? Seguramente, en este caso, fue la música la que me hizo ver la tristeza, estoy convencido. Empecé a escuchar «Workingman’s Blues #2» porque estaba triste.

—Dices que las canciones siempre tienen un motivo para atraparte y son ellas las que te eligen.

—El protagonista del libro no soy yo. Es irrelevante pensar que soy yo, porque el libro no está escrito para los chismosos. Tampoco soy una persona importante, pero si fuera yo, el libro no está escrito para saber si el autor del libro está separado, tiene un hijo, no tiene padre, tiene una madre muerta, si ha conocido a otra mujer en mitad de la separación… Los chismosos son esa gente que va al Retiro y termina al lado del estanque, metiéndose con los peinados y las ropas de las personas que pasan por ahí. Yo no quiero hacer el libro para ésos; el libro está hecho para la gente que va al Retiro y se esconde en las partes menos concurridas a leer y a dejarse llevar por la lectura.

—Esto en concreto llevó entonces al protagonista a un piso vacío, hecho que le hizo apostar su colección de discos.

"Ahí es donde está el libro: empezar a ver todos los fallos que hay en la vida de un tío que la caga constantemente"

—El protagonista del libro acaba en un piso vacío porque ve que su matrimonio se desmorona y empieza el libro, precisamente escuchando «Workingman’s Blues #2», porque es la canción que le hizo ver dónde estaba su tristeza y preguntarse cuál es el fondo de esa tristeza. Si algo nos muestra la vida —y con el libro intentaba que se hablara un poco de eso— es que, a veces, cuando crees que has tocado fondo, aún puedes tocar algo más de fondo, que el vacío es un poco más profundo de lo que a veces nos imaginamos y, en este caso, hay un vacío de amor, de desmoronamiento de la pareja, que está sumado a muchas más cosas: a un duelo por la madre fallecida, a la culpabilidad por la paternidad, a otro desamor que está sucediendo con otra persona y, también, a la propia identidad de uno, porque yo creo que cuando se derrumba el amor es cuando nos damos cuenta y nos vemos en un espejo y vemos qué tipo de persona somos en ese momento; te planteas cuáles son tus fallos, y ahí es donde está el libro: empezar a ver todos los fallos que hay en la vida de un tío que la caga constantemente.

—Encuentro similitudes con Tony Soprano, principalmente cuando va a terapia. Soprano le dice a Jennifer Melfi, su psicóloga, en un capítulo: «Aun así tengo que ser el triste payaso de mis amigos y de mi familia». En tu libro, ¿dentro del perdedor está la figura del payaso triste?

—Claro. En el capítulo de Roy Orbison utiliza la canción «In Dreams» porque hay un verso que dice: «El payaso de color caramelo se ha colado por mi ventana», que viene a recordarte lo payaso que puedes ser en la vida. Somos personas que estamos intentando siempre cubrir moldes de perfección en todo lo que vivimos: ser un gran trabajador, un gran marido, una gran pareja, un gran padre… y, cuando estas no se cumplen, hay que empezar a adaptarse. Creo que llegamos a tocar la perfección pocos minutos en nuestras vidas, y todo lo demás es adaptarse. En este caso quería hacer el libro de una persona que trata todo el rato de adaptarse a una situación que le ha tocado vivir, que es separarse. Volviendo a encontrarse en su soledad, con todos los fantasmas de su pasado, empieza a hacerse las grandes preguntas básicas (qué, cómo, dónde, cuándo…), eso que decía Federico Luppi en Lugares comunes: «Hay que intentar responder al dolor de la lucidez». En este caso yo creo que es igual; cuando estás con una tristeza tremenda, tienes que empezar a responder a tus preguntas básicas: quién eres, qué quieres hacer con tu vida, cómo lo quieres hacer… Ir a esas preguntas a veces duele porque te encuentras con contradicciones de ti mismo.

—Cuando falleció Tom Petty, escribiste en El País un obituario titulado «Mi patria es la música» en el que dices que «los músicos, como las personas, se mueren». ¿Eso es el tránsito hacia el fogonazo que mencionas en Todo lo que importa sucede en las canciones?

"Pasear por Madrid no era lo mismo hasta que yo escuché a Tom Petty en mis cascos"

—Totalmente. Al final es el fogonazo de encontrar el número clave de la ecuación matemática de por qué algo tan abstracto y tan misterioso como la música nos causa tantas cosas buenas y nos eleva a un estado tan mágico y tan único. Cuando tú tienes que hablar de la muerte de un artista que crees que nunca se va a derrumbar, como Lou Reed, David Bowie o Leonard Cohen, que crees que son imbatibles, que son eternos, encontrar las palabras exactas para expresar lo que supone su pérdida es como definir el origen de ciertas galaxias y planetas. Pero una cosa es destacarla para la historia de la música popular americana y otra es destacarla para ti. ¿Por qué Tom Petty es importante para el protagonista? Como lo puede ser para ti, para mí o para todos los que sabemos que Tom Petty nos ha acompañado con su música y nos ha trasportado a territorios nuevos. Yo lo recuerdo siendo adolescente, haciéndome vivir los paseos por Madrid de una manera novedosa, más pasional. Pasear por Madrid no era lo mismo hasta que yo escuché a Tom Petty en mis cascos. Después de escribir el obituario me fui paseando a casa para reencontrarme con la ciudad y verla con otros ojos.

—El protagonista de tu libro hace el camino más largo hasta casa desde Embajadores para escuchar «Are you alright?», de Lucinda Williams: «Eres el único que pierde la cabeza por la música, los otros no lo van a entender». ¿Cómo lo explicarías tú?

"El mundo no está preparado para la gente que tiene esa pasión por el rock and roll"

—Mucho tiempo me he preocupado por intentar querer explicarlo, pero ahora, a mis 40 años, me he dado cuenta de que ya no me preocupa cómo la gente pueda entender o no que coja el camino largo. Es un territorio que he construido a base de canciones, mi identidad, mi carácter. Sé que le debo mucho a ese territorio porque me ha conectado mucho con mi individualismo, con esa parte de mí que no sabía que existía hasta que aparecieron ese tipo de canciones. El libro tiene una reflexión en la que me puedo sentir identificado (y creo que tú también): claro que somos unos chiflados. Y creo que estamos mucho más chiflados de lo que parece. El mundo no está preparado para la gente que tiene esa pasión por el rock and roll, en este caso, o por cualquier otra disciplina artística. El mundo no quiere que seas especialmente libre, que tengas tus propias normas, que tengas tu propio código, tu propia capacidad de superación por lo que te propone el rock and roll, que no se ajusta al molde de la sociedad actual… ni tampoco antes. Eso me fascina y quiero serle leal, lo tengo claro. Quería que el protagonista, desde una perspectiva un poco de caricatura, fuera realmente un tío que estaba dispuesto a serle leal a ese sentimiento, a esa libertad que supone el rock and roll a costa de su salud mental y no hacer caso a la psicóloga.

—La cual le dice que ha conocido muchos casos como el suyo, de gente que huye a su infancia. ¿»Good Vibrations» (The Beach Boys) es la magdalena de Proust del protagonista?

—Exacto. Es una canción que me parecía maravillosa, más allá de que en ese 70% que puedo ser yo, la canción de «Good Vibrations» y a los Beach Boys los relaciono en mi infancia como hago con otros artistas. En este caso me interesaba mucho la historia de esa canción y de Brian Wilson y la idea de que había intentado captar tanto en «Good Vibrations» como en Pet Sounds esa época incandescente que es la infancia y la adolescencia, una época de descubrimiento vital.

—El vinilo que tenía la madre del protagonista era Street Legal (Bob Dylan). ¿Otra magdalena de Proust?

"No sé si la música salva la vida, pero está claro que no te enseña a cambiar pañales, no te enseña a cocinar, a hacer las camas..."

—En el caso de la madre del protagonista, no consumía ese tipo de música. Aparece este disco entre los de Julio Iglesias, Los Brincos… y él mismo se pregunta qué haría ese disco en la vida de la madre. Igual que nunca sabes qué canción te va a elegir. La vida está llena de momentos fortuitos y de casualidades. No sé si la música salva la vida, pero está claro que no te enseña a cambiar pañales, no te enseña a cocinar, a hacer las camas… Eso tienes que aprenderlo, pero la música está ahí para explicarte cosas de la vida, dándote otro tipo de pistas, y sí que salva la vida cuando no te duermes en el coche. Es un guiño por jugar con una paradoja de lo que es la idea de salvar la vida o no, algo fortuito que aparece.

—Decía Bob Dylan que no importaba tanto de dónde venían las canciones sino adónde te llevan.

—Exacto. Es la clave del rock and roll y de la gran cultura, entendido como eso que decía Emilio Lledó: «La cultura tiene que ser educación y libertad». Que te eduque siempre desde el punto de vista de la libertad, no del dogmatismo. Y es eso: adónde te llevan.

—¿Adónde te han llevado a ti las canciones?

—A mí me han llevado a que yo mismo me haga nuevas preguntas sobre la vida. Esas grandes preguntas me hacen reflexionar y dudar sobre mi propia existencia y cómo la estoy llevando. Las canciones me han llevado a otros mundos posibles, me han llevado a conocer que puede existir el consumo de drogas responsable, a que puede existir gente como Lou Reed o como Bowie, ensanchando la vida con sus modelos camaleónicos estéticos con su bisexualidad, al soul en la música negra, a vivir en la identidad de las minorías… Las canciones te llevan a conocer realidades que, de otra forma, no conocerías. Recuerdo coger Transformer de Lou Reed con 13 ó 14 años y flipar. Y no dejaba de sentirme fascinado por ese mundo, porque es real. En mi casa de chaval español madrileño de clase media no hubiera conocido ese mundo de no ser por las canciones de Lou Reed, que me aventuró a querer conocerlo en la vida real.

—¿Adónde se han ido los patos?

"La metáfora del pato es que, al final, tu vida cotidiana la tienes que arreglar tú para ti mismo y debes saber cuidar a los patos, pero tenemos tantas distracciones, obligaciones..."

—No lo sé. Vivimos con una sensación de condena, pensando que los patos no están ahí, pero están mucho más cerca de lo que parece. La metáfora del pato es que, al final, tu vida cotidiana la tienes que arreglar tú para ti mismo y debes saber cuidar a los patos, pero tenemos tantas distracciones, obligaciones… Yo creo que los patos depende de cada uno verlos. La sociedad, la vida, te está empujando todo el rato a lo contrario, pero tú tienes la posibilidad de luchar en primera línea de batalla con tus botas, como dice Bob Dylan en «Workingman’s Blues #2». Creo que todavía tenemos la opción de calzarnos las botas e ir a primera línea de batalla, hasta que el cuerpo aguante, para encontrar a los patos, para mirarlos, porque los tienes más cerca de lo que parece. En el libro hay guiños evidentes a los patos y a Tony Soprano, pero también a Nueva York y a El guardián entre el centeno, a ese momento en el que Holden Caulfield se pregunta adónde van los patos cuando el lago se hiela. Pues tío, los patos permanecen en el lago.

—¿No es asombroso?

—Yo lo vi con mis propios ojos, y lo uso en la novela. Rompen el hielo y están ahí, todos juntos, conviviendo en agua fría, friísima, en mitad de un lago congelado, rodeados de una ciudad ruidosa y salvaje como Nueva York. Se hacen fuertes y se unen para sobrevivir; la unión hace la fuerza. Es así. Los patos permanecen unidos para superar el puto frío y el lago congelado y no huir ni perecer. Es una lección de vida. Los patos están ahí, pero para saberlo, verles sobrevivir, hay que acercarse al lago congelado y saber que siguen allí.

—¿Y quién se quiere acercar a un lago congelado?

—Hay que acercarse al lago congelado, pasar frío, como los patos. Mucho frío. Y verlo con tus propios ojos. Los patos no se van, nos vamos nosotros.

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Lady Writer
Lady Writer
2 años hace

Yo he tenido la oportunidad de leer parte de este libro (todavía no lo he acabado, y ya empiezo a dudar que vaya a hacerlo). Pero la realidad es que, aunque me suelen gustar muchísimo las piezas de Fernando en El País y sus colaboraciones en programas como «Sofa Sonoro» de la SER, la novela me ha parecido flojísima. Una decepción personal bastante grande con un balance de -20€ en mi cuenta corrente.

A pesar de que Fernando y yo compartimos una gran parte del cancionero de la vida, la historia de esta novela es redundante y puede acabar sacando de quizio al lector. Me explico:

El que la lea se encontrará con una historia repleta de una pedante pose de «tipo desastre» en una crisis existencial de los 40. Esta pose está expresada desde el cliché más evidente y con una historia bastante simple y manida.
Esa repetición de «cuantísima música escucho y qué cultura musical tan amplia tengo» (cosa que no dudo ni por un instante) acaba haciendo que la novela no tenga el alma y es emotividad de la que ella mismo presume y que tanto se esfuerza en expresar. Se diluye en beneficio del discurso presuntuoso del autor.

Una lástima.

Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Siempre encuentro la misma contradicción en los opinadores: la contraposición entre dogma y libertad. Llamo dogmas a las verdades indiscutibles. No sólo hay dogmas de fe. Todos tenemos dogmas, otra cosa es que lo sepamos. Por ejemplo, un árbol es un árbol. Es una verdad indiscutible: dogma. Hay gente que se cree antidogmática, y con eso está expresando un nuevo dogma, es decir, sienta como dogma que no existen los dogmas y que un árbol puede ser un niño, o un niño puede ser un árbol. Para haber libertad tiene que haber verdad, porque si no, creemos elegir tener un niño cuando en realidad estamos plantando un árbol. Por eso, la frase de «la Verdad os hará libres» es un completo y certero sistema filosófico que, por otra parte, es una verdad evidente o de Perogrullo, que sin embargo hace estallar la cabeza al hombre moderno, tan acostumbrado a llamar ‘pensamiento’ a sus incoherencias y ocurrencias. No hay libertad sin dogmas, más aún, el descubrimiento de las verdades indiscutibles hace al hombre libre. Nadie ha dicho que el camino no esté lleno de errores y rectificaciones. Una vez hemos asentado que un árbol es un árbol y no un niño, sigamos adelante, no volvamos al principio.