Fernando Vicente es lector, pintor e ilustrador. Más de 30 años de trayectoria avalan su buen trazo, su excelente mirada a la anatomía, su visión luminosa y vibrante de los grandes personajes de la literatura.
En los últimos 20 años (y tras trabajar en el sector publicitario), Fernando Vicente ilumina el mundo literario. Y digo «ilumina» porque sus ilustraciones dan luz a textos clásicos y contemporáneos. De estos tantos felices alumbramientos han dado cuenta numerosos recopilatorios sobre su obra, como el que ahora nos convoca.
Tiene algo de reverencial entrar por primera vez en el estudio de Fernando Vicente. Acudo, a petición de Zenda Libros, a entrevistar al gran ilustrador literario de nuestro tiempo. ¿La excusa? Norma Editorial acaba de homenajearle con una gran selección de su trabajo. Casi 40 años de trayectoria compilados en un libro de gran formato, un coffee table book, titulado El arte de Fernando Vicente.
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—No es la primera publicación sobre su obra. ¿Qué piensa cuando llega de una editorial una idea así?
—Fue hace algo más de un año que se pusieron en contacto conmigo. Conozco a la editorial desde hace mucho tiempo, pero es una editorial de cómic y yo no hago cómic. Cuando se pusieron en contacto conmigo venía el director, Rafa Martínez, a Madrid y quedamos a tomar un café. Entonces me dijo: “Te quiero hacer un libro. Sigo tu trabajo desde hace 40 años, tengo un montón de cosas tuyas guardadas”. Nunca pensé, cuando me lo dijeron en ese momento, que me iban a hacer este libro (lo señala). El libro es una maravilla. Es cierto que soy — y me da un poco de vergüenza decirlo— de los ilustradores que más recopilatorios tiene de su trabajo. Tengo una exposición que me hicieron en Sevilla, de todas las cosas de Babelia y demás. Se llamaba Literatura ilustrada, y es un catálogo muy majo. En Mallorca, años después, me hicieron una exposición bastante grande en Casal Solleric, que es un sitio precioso, un edificio renacentista. ¡Me hicieron un catálogo! Lo que pasa es que ya tiene diez años. Comparten muchas páginas. Éste, que tiene diez años más, contiene los años en que he tenido mucho trabajo relacionado con los libros ilustrados. No fue hasta hace diez o quince años que se empezaron a hacer libros ilustrados para adultos.
—Su padre fue delineante. ¿Cree que pesó la profesión paterna a la hora de encontrar su vocación?
—Creo que no. En casa siempre ha habido un ambiente muy «artístico», entre comillas. Tengo tres hermanas y las tres dibujan. Mi madre —lo habrás leído en la entrevista— nos sentaba a dibujar en el salón para entretener a cuatro críos. Mi padre tenía láminas que yo copiaba. Íbamos todos juntos al Museo del Prado. Iba con ellos a ver exposiciones, creo que más que mis hermanas. Me entró ahí una afición y, además, creo que por parte de madre hay algo genético. Esto a la hora de dibujar es como la familia que tiene oído, en la que todos cantan o tocan algún instrumento. Mis hermanas dibujan y mi madre se ha puesto a pintar con 70 años. Pinta de maravilla. Cuando nos sentaba a dibujar algo nos iba aconsejando.
—Si Fernando Vicente no hubiera sido pintor e ilustrador, ¿a qué se habría dedicado?
—Entré a trabajar, empecé haciendo cómic en los años 80 en el tebeo Madriz, en La Luna de Madrid publiqué algún cómic, así como en El Víbora. De repente hubo una crisis en el sector, y de ser un boom en los 80 pegó un gran bajón. Entré a trabajar en publicidad, sector en el que podría haber continuado. Es un trabajo bonito. Era director de arte, luego pasé a ser director creativo. Pero siempre tuve la espina de no poder centrarme en mi trabajo personal. Finalmente di el paso y me alegro mucho de haberlo hecho.
—¿Sigue obsesionado con dibujar como Miguel Ángel?
—No (risas). Sí que es cierto que cuando era crío era una de las metas que me puse en la vida, y por eso me ha interesado siempre mucho la figura humana y la anatomía. Él también la practicaba bastante.
—¿Cuál sería su Capilla Sixtina?
—Uff. El libro. Es un gran recopilatorio de todo mi trabajo. Tengo especial cariño a algún libro, como Drácula, pero todos son trabajos que me tomo igual de serio.
—¿Qué artistas le han marcado en su trayectoria?
—Más pintores. Creo que sigo a más pintores en redes sociales que ilustradores, a pesar de que me dedico a la ilustración. Pero para mí son dos caminos que se entrecruzan mucho, lo quiero ver así. He mantenido la carrera de pintor, sin llegar a vivir de ella, pero exponiendo regularmente durante todos estos años, aunque de lo que vivo es de la ilustración, y es por lo que me conoce más la gente.
—Pienso en su primer encargo profesional: unas postales para la tienda Madrid Cómic, de las que dice que son los primeros dibujos que tienen una intención de estilo. ¿Cómo definiría su estilo?
—En aquella época yo tenía 16 o 17 años, y tratábamos de ser modernos. Precisamente hay un cambio estilístico en mi trabajo, porque está cortado para empezar con esos años de publicidad, en los que dejo de ilustrar para trabajar en otra cosa. Y aunque lo mantengo, hago pocos trabajos. Al principio, cuando estás empezando, como hacíamos todos, tratas de ser moderno. Además es que vivíamos esa modernidad porque estábamos inmersos en la Movida Madrileña, aunque entonces no pensáramos que fuera un movimiento. Yo vestía como dibujaba, llevaba hombreras… En fin, ese tipo de cosas de los años 80. Yo, que trato de hacer un trabajo un poco estilizado, el dibujo le iba muy bien a mi trabajo. Ahora es una cosa en la que no pienso. Ahora dibujo, sencillamente, sin pensar, sin tratar de ser moderno, porque ya no tengo 18 años.
—¿Cuánto queda en el Fernando Vicente de hoy de aquel chico de las hombreras que comenzaba a despuntar?
—Un poco la ilusión por el trabajo. Llego aquí al estudio, es un sitio al que vengo a divertirme y todos los trabajos —generalmente y gracias a Dios porque no me falta trabajo y puedo elegir—, todo lo que hago lo hago con ilusión. Es esa ilusión casi juvenil la que hace que venga a trabajar todos los días. Cuando estaba en publicidad recuerdo que ya me costaba ir a la oficina, y eso es una cosa que empieza a ser grave. Cuando te cuesta ir a trabajar es que las cosas no van bien.
—Empezó (en las ilustraciones de su primera época) con una voluntad de ser moderno. ¿Qué voluntad le mueve ahora?
—Son pequeñas voluntades. Por ejemplo, cuando me encargan una caricatura de un escritor (¡Ya tengo muchísimas!) me gusta, me motiva que sea uno que no tengo, uno que puedo incluir en la colección. Soy coleccionista de muchas cosas, y también colecciono mis propios dibujos. Ahora estoy haciendo, para una revista de aquí del Ayuntamiento, museos. Ya he hecho el Prado, el Thyssen, el Sorolla, el Reina Sofía… Me acaban de encargar el Museo de Ciencias Naturales. Ese tipo de cosas me ilusionan. O los libros ilustrados que voy haciendo. Hay muchas obras clásicas que me encantaría ilustrar, y si de repente caen me motiva muchísimo.
—¿Qué clásico le gustaría ilustrar?
—Mi próximo encargo es Las amistades peligrosas. Me apetece mucho porque no he dibujado nada de esa época, del XVIII. Me encantaría ilustrar el Quijote, me parece un trabajazo. Tengo además una pequeña colección de Quijotes ilustrados. Creo que eso es buena señal, porque cuando me encargaron Peter Pan, hace más de quince años, que fue mi primer libro ilustrado, tenía una colección de Peter Panes ilustrados que había ido comprando para mí. Me gusta muchísimo.
—Como reto, ¿ha pensado en trabajar en el audiovisual?
—Cuando trabajé en publicidad toqué ese ámbito, porque hacíamos rodajes de anuncios. Creo que mi trabajo es complicado: tiene mucho sombreado, texturas…una serie de cosas que no lo permiten. Por ejemplo, no dibujo con el ordenador, ni con un programa de iPad o similares, como hace mucha gente joven, porque no lo he mamado desde el principio y me cuesta mucho.
—Tiene un gabinete de curiosidades, una peculiar colección de animales, restos, etc. ¿De dónde viene esa querencia por la fauna, por la anatomía? ¿Cree que influye en su obra?
—Completamente. Es una cosa que me ha costado años introducir en mi trabajo. Veía que eran aficiones sólo mías. Desde hace años he comprado en el Rastro y en anticuarios atlas anatómicos antiguos, que me parece que son de una belleza extraordinaria, así como mapas, atlas de mapas, que he ido introduciendo un poco sin querer en mi trabajo, ya que estaban por aquí, por el estudio. En una ocasión compré una serie de láminas de mecánica de taller (a mí los coches no me interesan nada) y estaba por aquí rondando. Un día encolé una de las láminas en un lienzo y me puse a pintar sobre ello. Son aficiones y cosas que, sin querer, poco a poco, van introduciéndose en mi trabajo. Y la anatomía es una de ellas, la más importante, creo.
—¿A usted también le atravesó la flecha de la literatura?
—Pues sí. Ahí he tenido mucha suerte. Siempre me ha gustado leer y al haber trabajado 30 o 35 años con El País, y muchos años con su suplemento cultural, Babelia, las editoriales han visto mi trabajo y han ido encargándome portadas de libros. En estos últimos quince años se empiezan a publicar libros ilustrados para adultos porque pensaban que, con el libro electrónico, iba a morir el libro, que se iban a dejar de editar libros en papel. Las editoriales quieren que el libro tenga algo más, que se considere un objeto, algo bonito para regalar. Empezamos a ilustrar libros. Todo ese camino viene por ese trabajo con Babelia, del que tengo ya más de 90 portadas. Es un trabajo, el mundo del libro, que rodea mi vida y mi estudio.
—¿Conserva algún recuerdo o alguna imagen de sus lecturas de cuando era niño?
—Sí. Por ejemplo de La isla del tesoro, de clásicos que luego he leído a mis hijos porque hemos tenido afición en casa. Yo les empecé a leer (como todos los padres leen a los críos) un cuento cuando se iban a acostar. Ahora ya tienen 20 y 22 años, pero hasta que han tenido 18 años les he leído mientras ellos cenaban. Y esos libros que leí de pequeño —Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, La isla del tesoro— se los he leído a ellos y he terminado ilustrándolos. Ha sido como cerrar un círculo.
—Cuéntenos el proceso que sigue con alguna de sus obras. ¿De dónde surge la idea? ¿Cómo van esos primeros bocetos?¿Cuándo considera que una obra está terminada?
—Con los libros lo primero que hago, lógicamente, es leerlos varias veces. Voy marcando qué imágenes quiero pintar y, aunque hay libros, como Drácula, que me gustaría ilustrar prácticamente cada página (es muy poderoso visualmente). Trato de que las ilustraciones tengan un ritmo dentro del propio libro, que estén cada ciertas páginas y que cuenten la historia del libro a la vez que el texto. Cuando pinto una colección de cuadros, tengo una idea que voy macerando durante mucho tiempo. Tardo mucho en sentarme a hacer bocetos. Casi todas las ideas que voy teniendo (por ejemplo, una serie de geishas a partir de haber visto unas láminas antiguas), las voy haciendo.
—Es muy famoso, en su obra, el conjunto de retratos, caricaturas, de escritores. ¿Algún escritor le ha hecho algún comentario sobre su dibujo?
—No. No tengo muchos comentarios. Sí tengo muchos escritores, que están comenzando, que quieren verse reflejados en esas caricaturas que han visto durante años en Babelia. Hace poco, por ejemplo, le regalé la ilustración que sale junto a los artículos de Almudena Grandes a su viudo (en el dominical de El País los articulistas van ilustrados con miniaturas muy pequeñas, casi son como sellos). Estoy detrás de regalarle a Rosa Montero también la suya. Comentarios en principio no he recibido nunca, pero críticas tampoco, así que entiendo que les gusta.
—Una de sus obras que ha marcado un punto y aparte es el cartel de la Feria del Libro de Madrid, ¿cómo fue ese encargo?
—Me lo encargó Teo, el director en aquella época. Fue un encargo muy bonito porque a mi las ferias del libro y, sobre todo, pintar carteles me gusta mucho. Había ya hecho algún cartel para la Feria del Libro antiguo. Tuve una idea feliz que gustó mucho, por eso aparece en la portada del libro. Creo que recoge ese sentimiento de amor por los libros, no solamente el de la chica que está pintada, sino también el mío. Elegí una mujer porque en el mundo del libro la mujer es fundamental, tanto como escritora como lectora. Tuvo mucha gracia porque durante la Feria (además pasé una feria muy bonita, ya que todo el mundo me hablaba del cartel) hubo un hashtag en internet con el cartel y muchas escritoras y lectoras se hicieron una foto con un libro sobre el pecho, incluso alguna con flecha y todo.
—Ha hecho figurines para modistos, colaborado con publicaciones de moda… Por su trabajo conoce de proporciones, colores, texturas. ¿Qué es ser elegante según Fernando Vicente?
—Uff. Ya ves como visto. De hecho, si llego a saber que venía Victoria me hubiera puesto un jersey, en vez del forro polar. No cuido mucho mi vestimenta, pero sí me interesa mucho el mundo de la moda. Soy un gran coleccionista de revistas de moda. Tengo todo el Vogue italiano de los 80 y los 90, con las top de los 80 y con estilistas y una serie de fotógrafos, como Peter Lindberg o Steven Meisel, que eran auténticas maravillas. No sólo es moda o elegancia, sino la cantidad de ideas de las que me nutro para mi trabajo. Por ejemplo, me gustan mucho y aparecen en mi trabajo las colecciones del Vogue que tengo de los 50 y los 60, que tienen además una fotografía estupenda.
—¿Qué proyecto tiene ahora mismo entre manos?
—Como te decía antes, el próximo libro que tengo que hacer es Las amistades peligrosas, que me apetece muchísimo. También tengo que hacer un Sherlock Holmes (he hecho ya como cuatro o cinco) y estos son relatos sueltos de Conan Doyle.
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