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Florinda Bolkan, entre el onirismo y la mímesis

Florinda Bolkan, entre el onirismo y la mímesis

Mi admiración por el Vittorio De Sica de Ladrón de bicicletas (1948), Umberto D (1952) o El general de la Rovere (1959) es absoluta. En cuanto a sus comedias napolitanas, siempre recordaré a Sophia Loren en su creación de Zoe, la maggiorata de La rifa, el fragmento de Boccaccio 70 (1962) dirigido por De Sica: “Escucha, tú, desgraciado”, espeta Zoe en una secuencia a un pretendiente como solo sabía hacerlo Sophia Loren incorporando a napolitanas. “Cuando hables de Nápoles, te descubres y te levantas”. Eso mismo diría yo a tanto miserable que tiene a bien injuriar a mi amado Madrid de un tiempo a esta parte.

Sí señor, admiro tanto al gran De Sica que, en base a esas palabras de Zoe, cambiaría Nápoles por Madrid, añadiría que se lavasen la boca antes de mentar a mi ciudad, y volvería a ver El especulador (1963), que no es una de esas inolvidables comedias napolitanas —está localizada en Roma— pero, de todas las realizaciones del gran De Sica, es la que toca más de cerca a la España de 2024.

"Aquellos, los 70, eran los años en que, según el pensamiento preponderante, no había más polarización del mundo que la existente entre los explotadores y los explotados"

Ahora bien, si es verdad eso de que De Sica, el día que eligió a Florinda Bolkan para protagonizar Amargo despertar (1973), lo hizo en base a que, durante el proceso de selección de actores, percibió algo en el fondo de la mirada de la actriz que delataba que, en un momento de su pasado, Florinda había sufrido los rigores del hambre, se impone decir que, en esa suposición, el maestro no estuvo muy acertado.

Hija de un periodista polémico, renombrado poeta, historiador y político —José Pedro Soares Bulcão—, quien llegó a ser diputado en la asamblea de Creará (Brasil) en un par de ocasiones (1921, 1928), y de una mujer natural de la India, no hay en el pasado de Florinda Bolkan nada que nos lleve a pensar que la más insospechada de las actrices que protagonizaron esa dudosa eclosión del cine romántico —léase “sensiblero”— que originó Love Story (Arthur Hiller, 1970), sufrió los rigores del hambre en ningún momento de su vida anterior. Bien es cierto que para protagonizar Amargo despertar, el título en cuestión, una coproducción italo-española que De Sica estrenó en el 75, con Teresa Gimpera y José María Prada entre otras aportaciones hispanas al reparto, hubiera venido bien que su actriz hubiera pasado hambre.

"Hollywood quiso hacer su propia versión de Ladrón de bicicletas. Ahora bien, sustituyendo a Maggiorani por Cary Grant. Naturalmente, De Sica se negó con mucho acierto"

Aquellos, los 70, eran los años en que, según el pensamiento preponderante, no había más polarización del mundo que la existente entre los explotadores y los explotados. De hecho, Clara Mataro, el personaje que, en efecto, acabó recreando Florinda —su pareja de entonces, la condesa Marina Cicogna, era la productora ejecutiva de la cinta—, era una trabajadora calabresa que vivía hacinada —que se decía entonces— en un miserable cuchitril de Milán junto a sus cuñadas y sobrinos. Pocos cineastas estuvieron tan dotados para retratar a los obreros —y las obreras— como los neorrealistas. Pero cuando recurrían a auténticos trabajadores para recrearlos. Ese fue el caso de Lamberto Maggiorani, el Antonio de Ladrón de bicicletas, que yo vi por primera vez, y levitando, hace cuarenta y tantos años en una proyección en el Club de Amigos de la Unesco.

Como es sabido, Hollywood quiso hacer su propia versión de Ladrón de bicicletas. Ahora bien, sustituyendo a Maggiorani por Cary Grant. Naturalmente, De Sica se negó con mucho acierto. Con tan buen ojo para estas cuestiones, cuesta creer que percibiera en Florinda Bolkan las huellas del hambre. Acaso por la extremada delgadez de la actriz brasileña la imaginó ese raquitismo congénito que les queda a quienes, en efecto, sí que han pasado estas necesidades.

"Su actividad actoral fue merecedora de tres David de Donatello, las máximas distinciones de la pantalla italiana, entre otros muchos reconocimientos"

Florinda respondió al maestro que en su solar natal (Ceará, 1943), todos vienen al mundo con la misma dureza que ella mostraba en su fisonomía. Ahí está Amargo despertar y que cada uno saque sus propias conclusiones. Yo, que recuerdo a Florinda Bolkan en la cartelera madrileña en cintas como El último valle (James Clavell, 1971), Un hombre a respetar (Michele Lupo, 1972) o El Trepa (Michel Deville, 1973), prefiero evocarla entre el onirismo y la mímesis, allí donde se la sitúa en Desnudas sin exigencias del guión (TB editores, 2012). Es una pena que, actualmente, su presencia sea más frecuente en las guías de mirones que en los diccionarios de actores —y actrices—. Después de todo, su actividad actoral fue merecedora de tres David de Donatello, las máximas distinciones de la pantalla italiana, entre otros muchos reconocimientos.

Recién llegada a Río de Janeiro, se dice que la joven Florinda Bolkan durante algún tiempo se empleó como mecanógrafa mientras estudiaba idiomas. De lo que no hay duda es de que fue la imagen de Varig, las líneas aéreas de su país. “Brasil soy yo”, rezaba el cartel que la descubrió al mundo entero. Me atreveré a decir que fue una de las primeras brasileñas de su tiempo con proyección internacional merced a ese póster. Aquellos también eran los días del auge de la bossa nova, la Garota de Ipanema, la hermosísima canción de Antônio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes que integra la banda sonora del siglo XX se escuchaba en todas partes a todas horas. De modo que también me atreveré a sostener que no debieron de faltar los que imaginaron a la garota de caminar excelso en Florinda. En cualquier caso, nuestra actriz debutó en la pantalla inglesa en una cinta canónica del Swinging London, Candy (Christian Marquand, 1968).

"Anónimo veneciano se lloró mucho y muy bien mientras Hollywood preparaba Tal como éramos, a todas luces la mejor del paquete romántico de aquellos años"

Aunque aún bastante reducida, la entonces incipiente actriz ya había empezado a poner en marcha su filmografía cuando conoció en un avión a Marina Cicogna. La condesa, prima de Luchino Visconti y pareja de Florinda durante 20 años, presentó a su novia al cineasta, y este otro antiguo maestro del neorrealismo italiano confió a la joven actriz el personaje de Olga, la prostituta de La caída de los dioses (1969). Tras Visconti llegó Elio Petri, para quien protagonizó la sátira política Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970).

Sin embargo, no cabe duda de el papel que la catapultó a su efímero estrellato fue la Valeria de Anónimo veneciano (Enrico Maria Salerno, 1970). Respuesta italiana al sentimentalismo barato de Love Story, en sus secuencias el llanto fácil estaba garantizado por el destino de Enrico (Tony Musante), un instrumentista de La Fenice víctima de una enfermedad terminal que quiere ver a su ex, Valeria (Florinda Bolkan), antes de suicidarse. Y todo ello con Venecia ya hundiéndose. Anónimo veneciano se lloró mucho y muy bien mientras Hollywood preparaba Tal como éramos (Sidney Pollack, 1973), a todas luces la mejor del paquete romántico de aquellos años.

"En algunas de estas producciones, además de sus encantos más íntimos, Florinda Bolkan dejaba entrever su sexualidad, que ni ocultó ni exhibió. De ahí su heterodoxia, la mímesis de sí misma que pudo haber sido"

Pero Florinda Bolkan no era ninguna plañidera ni parecía estar dispuesta a proporcionar a las espectadoras que lo fueran argumentos para sus llantos. De modo que empezó a prodigarse en un género bien distinto, el giallo. A esas cintas de entonces se deben sus entradas en los diccionarios de mirones. Una lagartija con piel de mujer (Lucio Fulci, 1971) fue la primera de estas propuestas, la mímesis acaso. Después llegaron Angustia de silencio (1972), también de Fulci. Más próxima al horror y al thriller tradicionales, cumple asimismo dar noticia de Huellas de pisadas en la Luna (Luigi Bazzoni y Mario Fanelli, 1975), el onirismo. En algunas de estas producciones, además de sus encantos más íntimos, Florinda Bolkan dejaba entrever su sexualidad, que ni ocultó ni exhibió. De ahí su heterodoxia, la mímesis de sí misma que pudo haber sido.

Aunque trabajó principalmente en Italia, el cine inglés nunca la olvidó. De hecho, otro de los grandes del cine del Swinging London, Richard Lester, le confió a la María Montez de El cobarde heroico (1976). Aquel fue el último de los grandes personajes por los que, en la cartelera madrileña, aplaudimos a esta brasileña que pasaba por ser italiana y fue una de las mejores intérpretes del cine europeo de los años 70. Sus apariciones se fueron distanciando en los años 80, más aún en los 90. Con el tercer milenio regresó a Brasil. Ahora regenta un restaurante en su país junto a la princesa Chigi, que es un homenaje a Italia y al tiempo que Florinda paso en ella.

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