En 2017 el catedrático de Historia de la Filosofía de la Universidad Complutense, José Luis Villacañas (Úbeda, 1955), coincidiendo con el V Centenario de las tesis de Wittenberg —cuando Lutero hizo públicas sus 95 tesis— publicó el primer volumen de la trilogía Imperio, Reforma y Modernidad, Vol. I: La revolución intelectual de Lutero. El profesor Villacañas, con este primer libro, inicia la tarea de analizar las causas que obligaron a un cambio de gran calado en el pensamiento, forma de vida y estructuras políticas y religiosas de Europa; cambio como hacía más de mil años que no se había producido.
Estos humanistas llegan a denunciar multitud de prácticas abusivas y otras de mercadeo con objeto de salvar las almas de los pecadores y/o justificar las decisiones de gobierno. “Fue una batalla por una legitimidad nueva bajo la forma vieja del imperio, y fue la primera vez que esta batalla tuvo efectos revolucionarios en muchos ámbitos de la vida”. Este primer volumen finaliza con una afirmación rotunda: “El proceso lleva a que estos humanistas terminasen siendo auténticos reformadores”. Este proceso teológico se inicia con Lutero, que se transforma de simple fraile, católico y teólogo, a ser un profundo reformador a través de una revolución intelectual.
En el segundo volumen de Imperio, Reforma y Modernidad: El fracaso de Carlos V y la escisión del mundo católico, el catedrático Villacañas acomete un análisis global de todos los puntos y actores participantes en el teatro de la geopolítica europea, incluido el omnímodo poder de la Iglesia de Roma.
Todos los intervinientes forzaron un fracaso estrepitoso de la política e intenciones de Carlos V como emperador del S.I.R.G. La óptica central del Káiser, desde donde miraba y gobernaba el mundo, se asentaba en su pensamiento imbuido del espíritu medieval de los Augsburgo, en donde el emperador ejercía como defensor supremo de la Iglesia de Cristo. Este axioma fundamental e invariable en los planteamientos del emperador Carlos es el que le lleva a multitud de fracasos en su política europea. Pretende que se cumpla su íntimo deseo de convertir la elección del emperador del S.I.R.G. en hereditaria para que su hijo Felipe no tuviese que pasar por un proceso electoral, deseo que no se cumple, ya que se encuentra con la oposición de su hermano Fernando, Rey de los Romanos, y también con la negativa de los príncipes electores del S.I.R.G. El emperador debe seguir siendo un cargo electo.
De nuevo el fracaso le acompaña, al no ser capaz de ver la realidad de la situación, ni el acierto en las medidas de gobierno de su Imperio, que toma su hermano Fernando como archiduque, permitiendo de manera consciente que el gobierno de los territorios de Europa Central se asiente sobre las dos formas de religión.
Carlos V considera un acto de rebeldía que no se le reconociese la capacidad de conducir y liderar a la cristiandad. Tenía claro que a él, como emperador, le correspondía desplazar al Papa del Ius Reformandi, ya que su deseo era realizar y llevar adelante “su propio sentido de reforma”.
Carlos V, como emperador, no se decide a convocar un concilio de la Iglesia que emprendiese un movimiento reformador y que pusiese fin al cisma entre católicos y protestantes, cuando aún las diferencias eran dogmáticas y no heréticas. Si el emperador hubiese sido capaz de convocar este concilio —contando con el apoyo de los amigos humanistas de Erasmo— habría podido conseguir su objetivo. Sin embargo se empecinó en su papel, heredado de su dinastía, que se arrogaba el derecho a ser, como Emperador, el supremo defensor de la Iglesia de Cristo y que el Papa estuviese a sus órdenes.
El Káiser no vio que con sus planteamientos la jerarquía eclesiástica, con el Papa al frente, estaba en contra de sus postulados. Todas las autoridades de la Iglesia ven peligrar su estatus y sus prebendas; para evitar que esto ocurriera deciden que la única estrategia posible es dilatar y entretener al emperador con una tela de araña que tejen a su alrededor, y durante más de veinte años Carlos V se enreda en ella y termina agotado por esta estrategia de la Iglesia de Roma. Cuando el emperador convenció al Papa para que convocase el Concilio, se encontró con que los diversos papas que participaron en él continuaron con la táctica inicial de retrasar lo más posible el final para no cerrar los acuerdos. Cuando el Papa inicia el Concilio de Trento (1545-1563), este se ve afectado por multitud de incidentes, sin poder avanzar nada, suspendiéndose y volviéndose a reanudar. Carlos V, años más tarde, se da cuenta de que después de veinte años de intentar solucionar el problema continúa en el mismo sitio, incluso con una situación mucho peor.
El Emperador llegó a pensar que la única solución era que desapareciesen los actores que frenaban su estrategia y que su hijo Felipe solucionase el problema, lo que era casi imposible, ya que Carlos comete otro error al dividir sus territorios entre su hermano Fernando y su hijo Felipe. A Felipe le da los territorios patrimoniales, compuestos por Borgoña (Países Bajos), los territorios Italianos y el Imperio español, y a su hermano Fernando le encarga que se presente a la elección como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, resultando finalmente elegido por los príncipes electores. Sin los estados alemanes y centroeuropeos, Felipe perdía eficacia frente a la defensa de las tesis de defensor supremo de la Iglesia de Cristo, heredada de su dinastía: ese papel le correspondía ahora a su tío el Emperador Fernando.
El emperador Carlos, al final de su vida, cuando después de la victoria en la batalla de Mühlberg frente a los estados alemanes rebeldes, se cree en el cénit de su gloria personal, y teniendo en su mano la solución al problema, no es capaz de hallarla. En el fracaso, Carlos V se encuentra solo frente a todos. Él ve un mundo que ya no existe y nadie le hace caso.
El Concilio finaliza a los cinco años de fallecer Carlos V. En ese momento se constata que solo sirvió para romper en dos el mundo cristiano. Al Papa y a la Curia no les importa fracturar la Iglesia con tal de no perder sus privilegios. El Obispo de Roma y la jerarquía cardenalicia salen del concilio de Trento más reforzados de lo que entraron. Este nuevo fracaso es de tal magnitud que sume a su heredero, Felipe II, en un problema irresoluble, arruinando económicamente a España, ya que los gastos bélicos no solo son inasumibles sino que también son rechazados por los castellanos, lo que termina llevando al reino de España a la bancarrota con Felipe y a desarrollarse en Europa unas guerras de religión que tuvieron un coste de vidas y de recursos enormes.
Carlos, en reiteradas ocasiones, instruye según su concepto como Habsburgo a su hijo Felipe en cómo debe ser su política de defensa de la religión católica, instrucciones que Felipe, al hacerlas suyas, permite que encorseten su política religiosa, diplomática e internacional, llevándole a un callejón sin salida motivado por la política continuista y asumiendo con la herencia todos los fracasos de su padre.
El Emperador no vio que un camino nuevo se estaba abriendo en los territorios del S.I.R.G.. Por esa vía, la comunidad política de los territorios del centro de Europa estaba levantando un estado sobre dos comunidades religiosas, sin que ello, en principio, implicara una guerra. El fracaso de Carlos V supuso el éxito de su hermano Fernando, que supo ver, con sus consejeros en la corte imperial, la necesidad de una reforma de la Iglesia bajo la protección imperial, y no bajo su imposición.
Carlos fracasó y fue derrotado, aunque su fracaso y derrota pasaron desapercibidas a sus súbditos, ya que se enmascaron con sus victorias militares en campo abierto. Carlos V tampoco entendió que el Papa no se pusiese detrás de él en su misión de protección y defensa de la unidad de la Iglesia, y jamás comprendió que el Obispo de Roma se opusiese a ello. La derrota de Carlos V fue la derrota de una forma de hacer política, de entender el poder, de conducir los asuntos con mando supremo y de la personalidad aristocrática que se había configurado dinásticamente. El sentido de Carlos V de la guerra era caballeresco, y solo contaba con el juicio de Dios. Con él desaparece un tiempo y una forma de vida y gobierno trasnochada. A partir de él nace la Modernidad.
El libro mantiene un magistral despliegue de erudición teológico-filosófica fundamentado en más de 250 notas bibliográficas con análisis y disquisiciones académicas, como corresponde a la procedencia del autor.
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Autor: José Luis Villacañas. Título: Imperio, Reforma y Modernidad, Vol. II: El fracaso de Carlos V y la escisión del mundo católico. Editorial: Guillermo Escolar Editor. Venta: Todostuslibros y Amazon
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