Rosa Romojaro pertenece, sin atisbo alguno de duda, a la insigne estirpe de los poetas-profesores, según la denominación que Francisco Morales Lomas ha retomado de la Generación del 27 y algunos de sus precedentes y ha prolongado en su reciente Historia de la Literatura Española durante la democracia (1975-2020). Sucede, en el caso paradigmático y extraordinario de Romojaro, que resulta muy difícil —si no imposible— explicar y comprender el alcance y el valor de su obra creativa sin tener en cuenta los intereses y las obsesiones de su obra investigadora. Es claro que ambas, todavía en marcha, pesan y sobresalen, en sus respectivos panoramas, por su extensión y su calidad, siendo dos caras de una misma moneda. De la Rosa Romojaro escritora podrían subrayarse algunos poemarios como Agua de luna (colección «Puerta del Mar», 1986), especie de antología temprana que recogía una selección de lo que había publicado hasta entonces y alguna serie lírica nueva; La ciudad fronteriza (Don Quijote, 1988), que recibió una Ayuda a la Creación Literaria; Poemas sobre escribir un poema y otro poema (Málaga Digital, 1999), que fue editado con motivo de la concesión del Premio Manuel Alcántara; Zona de varada (Algaida, 2001), que obtuvo el Premio Ciudad de Salamanca; Poemas de Teresa Hassler (Fragmentos y ceniza) (Hiperión, 2006), que mereció el Premio Jaén de Poesía; Cuando los pájaros (Hiperión, 2010), que se hizo con el Premio Antonio Machado en Baeza y con el Premio Andalucía de la Crítica; Mirar el mundo (El Toro Celeste, 2014), que ha sido la última antología editada de su poesía; o su aclamada novela Páginas amarillas (Anthropos, 1992).
De la Rosa Romojaro investigadora, en cambio, podrían resaltarse ahora algunos estudios esenciales como Lope de Vega y el mito clásico (Servicio de Publicaciones y Divulgación Científica de la Universidad de Málaga, 1998); Funciones del mito clásico en el Siglo de Oro (Garcilaso, Góngora, Lope de Vega, Quevedo) (Anthropos, 1998); Lo escrito y lo leído. Ensayos sobre literatura y crítica literaria (Anthropos, 2004); Bibliografía de Manuel Altolaguirre (e. d. a., 2007); La poesía de Manuel Altolaguirre (Contexto. Claves de su poética. Recepción) (Visor, 2008); Teoría poética y creatividad (Anthropos, 2010); o Lope de Vega y la teoría de las funciones del mito (Anthropos, 2019); amén de distintas ediciones filológicas de gran rigor sobre autores contemporáneos que ha revalorado, entre ellos los malagueños José Moreno Villa y Manuel Altolaguirre.
Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania), editado magníficamente a finales de 2021 por la prestigiosa editorial sevillana Renacimiento, es su último libro de creación publicado hasta la fecha y ha sido ya estudiado y ponderado, desde su lanzamiento, por críticos como Juan Francisco Ferré, Francisco Morales Lomas, Sebastián Gámez Millán o Fuensanta Martín Quero. El volumen se divide en un proemio y tres bloques que aluden al tiempo y al estado vital y emocional de la protagonista, a saber: «Acaban los 80. Trozos de papel para unir trizas» (pp. 13-43), «En los 90. El descenso de la casa del cielo (la catábasis) al infierno del asfalto y de las vanidades: Notas de huidas» (pp. 45-149), y «Entrados los 2000. De los lugares del desengaño a la vuelta (la anábasis) al origen. Señales del regreso» (pp. 151-255). Se antojan, por ende, la cronología y la psicología del personaje los ejes vertebradores de su renovada estructura orgánica y, si bien el segundo y el tercero son prácticamente simétricos en cuanto a su extensión, el primero viene a ser la mitad de estos, de lo cual podemos deducir que la producción fue aumentando conforme pasaron las décadas y el proyecto iba corporeizándose.
En el prólogo, «Confidencias con el lector» (pp. 9-12), Romojaro rememora aquellos años tan complicados en los que sus circunstancias biográficas fueron tan desbordantes que necesitó escapar, de algún modo, de la presión del entorno: «¿Sienten el agobio? Yo lo viví. Y de alguna manera había que escapar, aunque yo no era del todo consciente de cómo lo estaba consiguiendo» (p. 11). Esa manera de escapar fue, precisamente, «salir» —de su casa, de sus convicciones y de sí misma—: «Nuevamente salir para salir de mí» (p. 199); esto es, deambular con papelitos en los bolsillos en los que apuntaba cuanto su mirada poética lograba atrapar y transformar:
Lo que ofrezco ahora no se encuentra en estos diarios, es más, fue mi fuga paralela de ellos, mi débil escape, mi huida de todo: aquello que escribía en los papeles —«los papelitos»— que guardaba en el bolso, al salir de la casa, o en un bolsillo del abrigo o la chaqueta —a veces un conjunto de papeles doblados—, y que a la vuelta iba depositando en una amplia caja de cigarros de piel y madera (p. 11).
Se desvela, así, con esta cita en particular el porqué del primer elemento paratextual del título, Puntos de fuga —término, por lo demás, de raigambre arquitectónica y pictórica, no literaria—, tras lo cual cabría inquirirse por el segundo elemento paratextual que aparece entre paréntesis, Cuaderno de Alemania, cuyo origen se oculta, asimismo, en el prefacio y es una referencia topográfica insospechada:
Luego, cuando mi amigo J. L., al regresar de un viaje a Alemania, me trajo como regalo un grueso cuaderno de pastas duras y floreadas, fui transcribiendo allí con letra menuda el contenido de estos papeles, unos con fechas concretas, otros con aproximación laxa de fechas: el Cuaderno de Alemania, número 31 en el conjunto de mis cuadernos dedicados a la literatura placentera (p. 11).
En este cuaderno tan especial de su biblioteca privada podemos hallar, a mi juicio, el lado más íntimo de su autora, puesto que podemos conocer las huellas que en su interior dejaban los estímulos exteriores desde su labor docente hasta su vida personal: «Conversando con los alumnos sobre el futuro año 2000. Yo hablaba en segunda persona del plural “estaréis”: un sobrecogimiento» (p. 56); «Una salida por Málaga cuando me separé, sintiéndome una turista, apreciando la libertad cuando L. recogía a las niñas y yo tenía todo el día para mí sola» (p. 139); podemos acompañarla por su catálogo de lecturas de la época, que van desde la mera anotación a las impresiones sobre lo leído: «Jan Neruda (1834-1891). Checo. Cuánto me gustaron los Cuentos de la Malá Strana» (p. 160); «Los subrayados absurdos de O. en el libro de Sören Kierkegaard. (Qué clase de mente tenía.) Se lo dejé a un amigo y mostró su extrañamiento» (p. 161); podemos compartir con ella las citas de sus autores de cabecera, por ejemplo, Raymond Chandler: «Pero la única salvación para un escritor es escribir. Si tiene algo bueno dentro, saldrá a la superficie (R. Chandler)» (p. 76); podemos degustar algunas escenas en desarrollo o algunas reflexiones teóricas y metaliterarias de los relatos que andaba escribiendo en esa etapa: «También en mi novela hay catábasis. Es una bajada a los infiernos» (p. 87); podemos averiguar sus sueños, sus sensaciones y sus aspiraciones entre una y otra mudanza, entre uno y otro hastío, entre una y otra desolación: «El sueño con la casa de Monte Miramar, y el descubrimiento en el sueño de dos nuevas habitaciones. Una paloma grande de papel me atacaba» (p. 71); «Soñar que se anda, que se pasea, y levantarse uno cansado, y no salir en todo el día siguiente» (p. 88); «Todo el día callejeando como un mendigo: me encanta la sensación» (p. 144); podemos ver fotogramas, analogías o diálogos de películas: «El humo de las castañas, los coches, la llovizna, etc., un poco Blade Runner» (p. 187);
La anécdota de aquella película de homosexuales, Ábrete de orejas (Prick Up Your Ears, 1987), de Stephen Frears.
—Creo que estoy poniendo un poco más de Joe que de Kenneth. (En la urna de las cenizas.) [Julie Walters-Elsie].
—Es un gesto, querida, no una receta [Vanessa Redgrave-Peggy]. (pp. 64-65);
e, incluso, podemos deleitarnos con gérmenes de futuros poemas que estaban en ebullición: «Es ácida la luz / como una fruta joven, / como un limón cortado, / como una fruta joven mordida con pasión, / como una fruta joven que no haya madurado. / Es ácida la luz, como limón / cortado que cortase / siluetas bajo el sol» (p. 154). A la vista de estos significativos pasajes, no queda otra que admitir que, tal y como había anunciado y prometido Renacimiento, es este «un libro único y singular, hecho de retazos, de añicos, de fragmentos». En él Rosa Romojaro se convierte en «personaje de papel» y se entrega al juego de su ficción realista y de su realidad ficcionalizada, interconectándose e intercambiándose sendos canales sin que nos percatemos siquiera de ello. El lector habrá de aceptar, desde el principio, el pacto que se le propone, con la premisa de caminar atento y despacio para sumarse a los múltiples puntos de fuga que se exploran en la obra, entre los cuales será conducido únicamente por retazos, enigmas y señales.
Dos cosas convendría saber, por consiguiente, antes de adentrarse de lleno en la lectura de Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania). La primera es que nos encontramos ante un libro de carácter medularmente fragmentario. No obstante, no se identifica, en absoluto, con una novela fragmentaria, como pudieran serlo el Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo o la reciente Circular 22 (2022) de Vicente Luis Mora, dado que, por lo general, sus fragmentos son mucho más breves, como un destello, y su cohesión la hilvana un motivo distinto al de contar una sola narración o unas cuantas narraciones diseminadas. En consecuencia, el texto ofrece, conscientemente, varias posibilidades de lectura y de recepción y tan válido será el aparente itinerario cronológico establecido por Romojaro en su dispositio como el hipotético itinerario instintivo y sentimental que, acaso, pueda bosquejar el lector disperso al sumergirse en sus páginas y picotear un poco de acá y otro poco de allá.
La segunda clave interpretativa que hay que considerar es que Rosa Romojaro, creadora e investigadora, desafía, de forma intencionada, los límites de la escritura y se adentra en la escritura de los límites —analizada, entre otros, por Philippe Sollers o por Miguel Peyró— desde ambas vertientes complementarias, tal y como ella misma confesaba al inicio de su trabajo postrero sobre la poesía de Ballesteros, «La poética de Rafael Ballesteros: una escritura de los límites», publicado dentro de «En sí perdura»: Tradición y modernidad en la obra de Rafael Ballesteros:
A veces existen constantes en nuestras elecciones de investigación, en las elecciones de nuestros objetos de estudio y de escritura, que nos llegan a ser tan naturales, que están tan arraigadas en nosotros, que no somos totalmente conscientes de que van determinando gran parte de nuestros escritos. Una de estas elecciones, en mi caso, tiene que ver con la idea del límite, de los límites, y, en muchas ocasiones, unida al concepto de crisis (p. 79).
Además, resulta harto sugestivo recordar que Romojaro entiende profundamente que toda crisis —como la que sufría ella durante la génesis de Puntos de fuga— tiene la oportunidad de ser un impulso irrefrenable para la creatividad y un motivo para llevar esa creatividad incontenible hasta límites inesperados, por lo cual afirmaba con contundencia:
Creatividad, pues, unida al concepto de crisis, o crisis como productora de creatividad. Y crisis también como un llegar al límite (como un tocar el fondo, según se dice). Y, por otra parte, la idea de límite desde sus acepciones, fundamentalmente, denotativas, y, al igual, figuradas (p. 80).
Y es que un punto de fuga es, al fin y al cabo, un punto impropio que se sitúa en cualquier horizonte del infinito, existiendo tantos puntos de fuga como direcciones existen en el espacio. Por eso todos los papelitos aquí compilados y organizados, todos los fragmentos de la destrucción aquí reunidos y reconstruidos después de rescatarlos de la ruina, todos los límites aquí cuestionados y trasvasados por encima de los géneros y de las convenciones literarias, todos son puntos de fuga más allá de la cotidianeidad y de la pesadumbre. Auguro que cada lector sabrá localizar el suyo propio.
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Autor: Rosa Romojaro. Título: Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania). Editorial: Renacimiento. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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