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Francisco Bescós: «Quería escribir la novela más adictiva posible»

Francisco Bescós: «Quería escribir la novela más adictiva posible»

Hablar de La Ronda (Roja &Negra) de Francisco Bescós (Oviedo, 1979) obliga a ponerse en modo artificiero, atarse los machos y proceder con cautela para no cortar el cable equivocado —¿rojo o verde?—, porque de ser así se produciría una gran (spoiler) explosión. Mientras tanto, se pueden dar algunas pistas: antes de emprender la lectura conviene equiparse con un plano o callejero de Madrid para no extraviarse en el vertiginoso trayecto hasta descubrir qué es realmente la Ronda, un viaje que se hace ameno y distraido. Bescós ha montado un ingenioso artefacto que te pega a la página y al final estalla cual mascletà en vísperas de San José.

Madrid se despliega como un enorme tablero de juego por el que deambula la pareja protagonista. Dulce O’Rourke, inspectora pija que trabaja en la comisaría de Vallecas, as del volante, adicta a los manuales de autoayuda y algo tímida en el terreno emocional. Él es Juan Luis Seito, guapo de cara triste, cuarentón divorciado que tiene un hijo con parálisis cerebral. Cada uno por su lado investigan una serie de asesinatos ocurridos en las inmediaciones de la M-30, hasta que descubren un patrón común, un patrón que logra descifrar Laura Rodrigo, friki informática obsesa de la vida saludable. Carreras clandestinas de coches, grafiteros, tiktokers, un miembro de las maras salvadoreñas, una sicaria clavadita a la cantante Patti Smith… La historia avanza a un ritmo trepidante en la mejor tradición de la novela negra americana pero por territorios familiares, con un final que abre la posibilidad de una Ronda II. ¿Habrá secuela? No se lo preguntaremos al autor, mejor mantener el misterio.

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—¿Francisco o Paco?

—Paco era mi padre. En Asturias yo era Fran. Luego salí de Asturias y en la Meseta me empezaron a llamar Paco. Para mi familia sigo siendo Fran, pero tuve un sobrino Francisco y él también es Fran. Para mi mujer soy Paco, porque su padre se llamaba, ¡oh, casualidad!, Francisco, y le parece como raro llamarme como su padre. Las fichas técnicas de publicidad las firmo como Paco. Pero para marcar distancias con la publicidad, los libros los firmo como Francisco. Ahora cuando voy a Asturias mi madre me llama Paco y me suena fatal. Igual de fatal que si mi mujer me llamara Fran o Francisco. Llamadme como queráis.

—Debes de ser el único escritor español que tiene más premios que libros publicados. ¿Fruto de tu costumbre de sobornar a los jurados con jamón de Jabugo?

—Lo primero no es cierto. Carlos Augusto Casas ganó cinco premios de novela negra con su primera obra, la fantástica Ya no quedan junglas adonde regresar. Él me enseñó qué marcas de puros y whisky le gusta a cada miembro del jurado de los distintos certámenes que se celebran por España.

—Uno de estos premios, el Villanoir, ensalza tu contribución a la novela negra rural, un ambiente que has traicionado para irte de cabeza a la capital de España con La Ronda. ¿Eso te hace sentir culpable?

"La Grande volverá. Cuando tenga tiempo para regresar al campo a documentarme, porque le he dejado demasiados hilos sueltos"

—Seré sincero: sí. Mientras me lo estaban dando, en ese entrañable encuentro Villanúa, que adoro, yo ya tenía La Ronda casi terminada, y no paraba de pensarlo. Sólo se oían buenas palabras para mis novelas ambientadas en Calahorra, protagonizadas por mi teniente de la Guardia Civil, Lucía Utrera, La Grande. Y yo me decía: «Joder, me vais a matar». Una de las primeras personas a las que he enviado un ejemplar de La Ronda ha sido a Ricardo Bosque, organizador de Villanúa. Un poco a modo de disculpa, como dispuesto a recibir un capón de su parte. Sin embargo, ha escrito una excepcional reseña en su revista, Calibre 38; dice que es mi mejor novela. Así que supongo que no le ha importando mucho la flagrante traición, que no puedo negar. Además, La Grande volverá. Cuando tenga tiempo para regresar al campo a documentarme, porque le he dejado demasiados hilos sueltos.

—Es evidente que para escribir esta novela has necesitado GPS y te has pateado la ciudad de cabo a rabo.

—Necesité GPS, y más aún cuando el primer borrador se redactó en pleno confinamiento estricto. La novela precisó de una labor casi de agrimensura, y para eso las herramientas de Google fueron fundamentales. Me pateé las calles en modo virtual, con Street View. Lo malo es que no me permitía cruzar pasarelas o introducirme en recintos cerrados, como la estación de Madrid-Abroñigal. Así que cuando levantaron las restricciones me puse a visitar los escenarios por ver si había mucho que cambiar. En algunos casos no fue necesario más que poner un adjetivo aquí, o mencionar un sonido o un olor allá. En otros hubo que reescribir el capítulo casi entero, como es el caso del Mirador de Entrevías: yo había puesto que la protagonista salta la barandilla de madera y desciende por un talud, y lo que me encontré en mi visita, tras la barandilla de madera, fue un muro. 

—¿Tus mayores amores y odios de Madrid?

—A mí Madrid me encanta. Ahora, como padre, me está enseñando su peor cara, la de la frustración. Porque ofrece demasiadas cosas a las que uno tiene que renunciar. Porque es cara y no le puedes dar a tus hijos cosas que valen la pena. Porque te hace perder el tiempo constantemente. Pero aún no he renunciado a la idea de que es la ciudad ideal. Si quieres que concrete en un par de cosas, son muy obvias, aquí van. Amores: la tajada de bacalao de Casa Revuelta, el Moloko, la Gran Vía al amanecer, el skate park de Legazpi. Odios: el tráfico de la plaza de Cristo Rey, el precio de las castañas asadas, y alguna otra cosa que ahora no recuerdo. 

—¿Crear a los protagonistas fue un parto fácil o con cesárea? ¿Juan Luis Seito tiene mucho de ti, aparte de un hijo con parálisis cerebral?

"Venía de Las manos cerradas, un ensayo autobiográfico sobre la parálisis cerebral de mi hija, que me resultó muy duro. Y quería pasármelo bien escribiendo"

—Al escribir esta novela todo fue, no diré fácil, pero sí grato. Venía de Las manos cerradas, un ensayo autobiográfico sobre la parálisis cerebral de mi hija, que me resultó muy duro. Y quería pasármelo bien escribiendo. A Juan Luis Seito lo creé desde la premisa de convertirlo en el personaje que en el que yo no querría convertirme. Alguien que no encuentra la forma de jugar una buena mano con las cartas que le han tocado en la vida. Y lo hago desde una comprensión íntima, porque el riesgo de volverme un poco Seito siempre va a amenazarme. Por eso quizá necesitaba escribirlo. De la misma forma en que García Márquez les hacía padecer golondrinos a sus personajes, porque, dicen, él los sufría y quería exorcizarlos. 

—Él y Dulce O’Rourke curran mucho pero quien realmente resuelve el caso es Laura Rodrigo, una friki de los patrones y obsesa de lo saludable. ¿Cómo surgió ese personaje?

—Un poco de potra. Mis personajes principales suelo trabajarlos con premeditación. Pero los secundarios no. En mi escaleta sólo tenía marcado un momento en el que debía aparecer un personaje analítico que les ayudase a detectar patrones a estos dos policías de calle, que son los protagonistas. En ese párrafo me surgió un nombre, una descripción y una línea de diálogo. Evidentemente, me vi obligado a darle más páginas, porque intuí que tenía mucho potencial. Y creció muchísimo. Es algo que suele pasarme con los secundarios, que a menudo me quedan mejor que los protagonistas. Será que tengo que pensar menos y escribir más.

—No podemos explicar lo que es La Ronda sin destripar el argumento, pero sí nos puedes confesar cuántos porros te habías fumado el día que se te ocurrió la idea nuclear del libro.

—Es obligatorio contar otra vez lo de mi querida Vespa (un minuto de silencio por ella, por favor). Se me gripó cuando circulaba por la M-30 a 80 kilómetros por hora y casi me mato. Enseguida apareció un encargado de mantenimiento que cortó toda la autovía por mí, y me puso a salvo. Pasé meses preguntándome cómo me había visto, cómo había acudido tan rápido, cómo funcionaban, en definitiva, esos sistemas orgánicos que mantienen en marcha una ciudad como Madrid. Luego, otro día, llevando a mis hijos del punto A al punto B, que es la actividad que define mi rutina desde los últimos ocho años, imaginé a este pobre hombre que me había ayudado como víctima de un crimen perfecto. No había fumado nada, pero cuando tu vida pasa por un período de escasez de estímulos (vamos a dejarlo en esto) tu mente tiende a divagar como si se hubiera caído en una marmita de THC.

—¿Qué le dirías a un imaginario lector pedante que interpretara tu relato como «una metáfora del efecto letal de las metrópolis que asesinan lentamente a sus habitantes»?

"Voy a confesar que solo quería escribir la novela más adictiva posible, pasármelo bien escribiendo y que se lo pasasen bien conmigo leyendo"

—Nunca le llevaría la contraria a un lector hiperanalítico, que dan muy buena prensa. Es más, si eso me lo dijera nuestro añorado Sánchez Dragó en Negro sobre blanco añadiría que La Ronda es una alegoría de la vulnerabilidad del individuo en una inhumana sociedad de castas, como la nuestra. Pero como aquí estamos entre amigos, voy a confesar que solo quería escribir la novela más adictiva posible, pasármelo bien escribiendo y que se lo pasasen bien conmigo leyendo.

—¿Y a otro puñetero que opinara «que la trama roza lo inverosímil y que mejor te dediques a la fantástica»?

—A este le diría que leyera la cita de Elvira Navarro que precede a la novela: «Exagero porque vivo en Madrid, y en las calles solo se adivinan toneladas de cemento». Esa cualidad fantasiosa de mi novela es parte del juego: una exageración, porque Madrid invita a ello, como bien supo plasmar Goya. El reto que asumí fue partir de un high concept (como dicen los guionistas de Hollywood) que diera pie a un enorme espectáculo pirotécnico y conseguir que el lector se lo zampase a dos carrillos. Al escribirlo me encantaba la idea de transitar desde un noir casi hiperrealista a una novela de lo más pirada, una especie de El caso Bourne. De todas formas, puedo aceptar que La Ronda sea un flipe, pero no creo que sea inverosímil. La inverosimilitud en escritura es algo más técnico: es faltar al pacto de lectura con el lector. Inverosímil era Perdidos, aquella serie que hizo de la huida hacia delante un estilo narrativo (otra ficción que parte de un gran high concept, por cierto). En La Ronda, por el contrario, una única respuesta resuelve de un plumazo todas las incógnitas del planteamiento. Una respuesta exagerada, alegórica, fantasiosa, vale. Pero coherente y elegante: nunca traiciona el pacto de lectura. O eso creo, pero ¿qué voy a decir yo, que soy el autor?

—¿Tienes mucho trato con las terribles maras salvadoreñas que aparecen en tu relato?

—No. Y espero no tenerlo. No suelen ser simpáticas con quienes escriben sobre ellas. Asesinaron a Christian Poveda, autor del documental La vida loca. Y amenazan a diario a periodistas como Roberto Valencia, de El Faro. Gracias al trabajo de personas valientes como estas yo he sido capaz de transmitir parte del horror que se ha vivido en las calles de San Salvador.

—¿Cómo consigues ese ritmo trepidante, a base de escuchar música cañera mientras escribes?

"Al principio no pensaba que La Ronda pudiera tener un ritmo de hard boiled. Creía que era tan compleja que tenía que sobreexplicar muchas cosas y llevar una cadencia más contemplativa"

—Recortando sin piedad. Al principio no pensaba que La Ronda pudiera tener un ritmo de hard boiled. Creía que era tan compleja que tenía que sobreexplicar muchas cosas y llevar una cadencia más contemplativa. Como no podía distanciarme del texto, no me atrevía a quitar páginas. Pero una vez tuve listo el primer manuscrito, hice un trato con el editor: Yo voy a recortar cuanto pueda, y tú me dices cuándo empezamos a perder la comprensión de la historia. De esta manera fuimos capaces de quitar un tercio del texto. Y yo feliz.

—¿Nunca te has planteado escribir un guión? ¿Cuáles son tus series favoritas?

—Tengo muchos proyectos frescos, ideados junto a un amigo guionista con quien me reúno un jueves de cada mes. Como cachorrillos adorables en un centro de acogida, esperan a que una productora los adopte y les dé cariño. Si usted, que me lee, es esa productora, puede localizarnos fácilmente en redes sociales… Y, de regreso de la pausa comercial, diré que mi serie favorita es The Wire, muy por delante de cualquier otra. 

—¿Te agobia la cultura woke y el feminismo radical a la hora de escribir?

"El que quiera saber lo que pienso, que lea Las manos cerradas. El que quiera divertirse conmigo, que lea La Ronda"

—No, como escritor, no. Me gusta que en mis libros estén presentes sus ideas (Dina, la grafitera, es un ejemplo), lo cual no quiere decir que esté ni de acuerdo ni en desacuerdo con ellas. Pero es que son importantes a la hora de reflejar en la ficción el espíritu de nuestros tiempos. Eso sí, nunca las introduzco de forma ventajista ni proselitista ni reaccionaria. Otra cosa es Las manos cerradas; ese es un libro de no ficción que parte de mi propia experiencia y de mis convicciones personales más profundas, y allí no hago amigos. El que quiera saber lo que pienso, que lea Las manos cerradas. El que quiera divertirse conmigo, que lea La Ronda.

—¿Publicista y novelista al cincuenta por cien? ¿Son dos facetas  herméticas o vasos comunicantes?

—Cada vez soy menos publicista y más redactor de cualquier cosa. Pero sí, la mayor parte de mis ingresos se siguen debiendo al marketing. Y sí, son vasos comunicantes. Como creativo publicitario de ese tipo de publicidad que ya no existe, aprendí mucha disciplina. Aprendí a sentarme en una silla y pensar. Y luego volver a pensar. Y luego escribir y escribir y escribir. Hallar los problemas y proponer soluciones. Descartar lo ya elaborado, por mucho trabajo que haya supuesto, si no está a la altura. Superar la frustración. Y aceptar la crítica. La creatividad publicitaria me ha hecho mucho mejor escritor.

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