Francisco Narla es un veterano de las letras. En los últimos días de la primavera presenta su último título de ficción. En la mochila porta una trayectoria que se ha desarrollado entre vikingos, templarios y samuráis. Suyas son las novelas Laín el bastardo, Ronin, Assur y Fierro. Narla no deja atrás la senda que define su carrera, la Historia.
Gracias a la lectura de esta novela Narla traslada al lector al siglo XVI, un momento histórico épico y ciertamente singular para España. El gran imperio no lo era solamente en el terreno político, sino que en ámbitos tan insospechados como la moda desplegaba un éxito que se repetiría en la contemporaneidad. En aquel momento “vestir a la española” tenía un significado asociado al poder. Detrás de las grandes casas de artesanos textiles se escondían tramas dignas de las novelas de piratería. La épica del Imperio español —nos revelará el autor en esta conversación— no termina en la política.
En Balvanera se dan cita personajes de diverso pelaje: una puta beata, un fraile descreído, un indio cojo y un hideputa honrado; y, sobre la base de un momento histórico que nos han subrayado las lecciones de Historia, desarrolla una aventura colosal que dejará impronta en nuestra memoria.
Francisco Narla, apasionado de la literatura y de la aviación, firmó su novela en la última edición de la Feria del Libro de Madrid. En aquel paraje, de libros y de sueños, nos encontramos con él para hablar de su último título y de construcción literaria, para descubrir cómo llegó a la literatura, qué se esconde tras el sello que inscribe en toda su obra
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—¿Qué es Balvanera?
—Muchas cosas, pero sobre todo la culminación de muchas horas de trabajo.
—¿Qué van a encontrar los lectores que se adentren en esta obra?
—Los escritores somos egocéntricos con papel disponible, lo que hacemos es ornar tinta en un papel. Si he hecho bien mi trabajo encontrarán emociones, se reirán, espero que les salte alguna lágrima, vivirán.
—¿Cree que este título tiene el sello Narla?
—Eso es lo que hemos pretendido: una palabra única, sonora…Yo diría que, hasta eufónica, suena bien. El problema es que el nombre del protagonista no se adecuaba. Laín, Assur… ¡funcionaban bien! Pero en este caso, Camacho —y en Zenda todos los lectores lo sabrán— es un robo descarado a mi admiradísimo Cervantes: Camacho es el hijo de la Camacha, la Camacha cervantina, sin duda alguna. No era un título tan sonoro, tan potente y original para los buscadores, para este mundo de internet y el ciberespacio… Al final lo que sugirió mi agente es, ¿por qué no buscas un nombre bueno para el barco y usamos el nombre del barco? Después de darle muchas vueltas encontré varios, no uno. De hecho, hubo un mercante en el siglo XVIII, llamado Balvanera, que naufragó. Encontré varias naos de la flota de indias, galeones, galeón de lo que hoy es México, con el nombre de Santa María de Balvanera y me gustó, me resultó muy eufónica. Entiendo que sí, que respeta esos títulos cortos, sonoros, que son marca de la casa.
—Esta novela surgió gracias al modisto Lorenzo Caprile. Cuéntenoslo.
—Fui modelo, me ha gustado siempre la moda, me gusta el arte en general. Creo que el diseño de moda a veces ha sido un poco descartado por la intelectualidad. Y no. Creo que Balenciaga era un genio, me gusta la moda, me siento orgulloso de la moda española. Estoy pendiente de las noticias. El caso es que oí a Lorenzo Caprile hablar de “vestir a la española” (más allá de ese elemento común de cultura de que la España de los Austrias vestía de negro por cuestión de rigor, de luto o por religión), explicando que España cambió la faz de la moda de toda Europa porque, habiéndose hecho dominadora del palo de tinte (tan importante como para que Brasil se llame Brasil gracias a otro palo de tinte), hablar de que si el retrato de Quevedo lo vemos de negro con la cruz de Santiago, si vemos a Felipe II vestido de negro, lo que estaban haciendo era promocionar algo que hacía poderosa y rica a España.
No imaginaba que fuera tanto hasta que empecé a indagar, empecé a leer y, ¡realmente los valores son increíbles! Llegó a ser más caro que el oro y la plata. Sabes que en algún momento la plata alcanzó mayores valores que el oro (por aquella decisión china de los cambios fiscales). Pues el palo de tinte llegó a ser más caro. Me pareció apasionante. Y coincidió, como cuento al final de la novela, en el cuaderno de notas, que por esa época venía de la Feria del Libro de Guadalajara, en México, y conocí al nieto de León Portilla y leí Visión de los vencidos. Todo aquello se empezó a mezclar con la lectura de Cienfuegos, de cuando fui adolescente. Todo aquello me transportó a la Conquista y, de repente, releí la Crónica de Bernal Díaz del Castillo, y muchas veces esas ideas, la mayoría de las ideas que se te ocurren, acaban en la papelera. Por ejemplo, ahora acabo de desechar una idea de una novela de misterios y asesinatos en la Controversia de Valladolid. En este caso cada vez me gustaba más. Esa idea del palo de tinte cada vez era más poderosa, poco conocida y muy atractiva, y ya, cuando al final encontré a los personajes (nacimiento, origen, fuente y desembocadura de los conflictos de la novela), cuando encontré sus conflictos internos, supe que tenía la historia.
—Esta es una novela muy de trama y muy de personajes. Hay un narrador testigo que acompaña la aventura, y los personajes están muy bien dibujados.
—Muchas gracias.
—¿Así fue su planteamiento inicial? ¿Quería que fuera una novela de personajes? ¿Cómo son estos personajes?
—En mi caso mis novelas siempre responden al planteamiento inicial. Creo que lo decía el señor Janés (antes de que fuera Plaza & Janés), decía que hay escritores de brújula y de mapa. Soy un escritor de mapa, muy detallado, de mapa milimétrico. No mecanografío una sola palabra hasta que no he jugado una partida completa de ajedrez con la novela. He visto jugar al ajedrez e imagino que cada acción, igual que el movimiento de una pieza en el tablero, tiene una serie de posibles consecuencias. Si estamos aquí, haciendo una entrevista, a lo mejor te caigo bien y en la próxima Feria del Libro de Madrid tomamos una cerveza; o a lo mejor te vas hablando con Victoria y piensas: “¡Qué gilipollas el gallego este!”. Cada acción tiene su reacción.
Yo juego esa partida de ajedrez con la novela, decido todas las acciones. Luego viene una etapa muy cinéfila, decido la fotografía. La fotografía del escritor es única y exclusivamente lenguaje. No es lo mismo decir «embarazada» que «preñada». Hay formas a la hora de expresarse: las frases cortas, el staccato de Hemingway te transmite una cosa, la repetición te transmite otra, ya me entiendes. Decido dónde quiero la cámara. Esta conversación no es la misma si la narras tú, si la narro yo, si la narra ella, un paseante… Decido el orden de las escenas. Y cuando tengo todo decidido es cuando mecanografío. La novela respondió al planteamiento inicial en todo. Los personajes —como adelantaba la anterior pregunta— creo que la clave es su conflicto. El otro día veía un documental del guionista de Ghost. Me parece un buen guion, es un gran éxito. De hecho, ha acabado siendo un musical. No muchas películas consiguen eso. Este hombre decía: «En las primeras versiones del borrador sabía que tenía algo bueno. Pero me di cuenta de que no era un guion redondo. ¿Y sabéis cuándo se convirtió en un guion redondo? Cuando comprendí que el parapsicólogo, la médium…tenía que ser un fraude. Cuando convertí el personaje de Whoopi Goldberg en un fraude, un personaje que no quería ayudar a Patrick Swayze, no se creía lo que le estaba pasando…el guion se convirtió en un guion cerrado y bueno». Y creo que debe ser así, lo sabemos. Christopher Voegler lo explica en El viaje del escritor (el héroe nunca acepta su misión a la primera). En resumen, sabemos que el conflicto debe existir para generar trama y cuando encontré, para mí, de nuevo la inspiración es cervantina al 100%, el apellido espantaba el hambre. Así empieza la novela. “Mi madre era puta, mi padre inglés”. No tienes nada, no puedes conseguir nada, y sin embargo te empeñas toda la vida en ser honrado. Y la sociedad en la que vives, tan cerrada como lo era en el siglo XVI, te tumba y solo te queda una opción: aceptar que no tienes apellidos y robar. Ese fue el primero, y la inspiración es completamente cervantina. Luego ya viene la puta beata, el fraile descreído y el indio cojo. Cuando encontré esos conflictos de los personajes es cuando supe que tenía la historia.
El conflicto del personaje fue en este caso —más que en ninguna otra de mis novelas— lo que me ayudó a entender cómo escribir la historia. Por ejemplo, en Assur el conflicto es fácil: vienen los vikingos y arrancan al niño de su tierra, y él quiere regresar. Pero en este caso los conflictos son más internos, hacen a los personajes más profundos, más largos. Y, como dice mi queridísimo Eduardo Mendoza, trucos de costurera. Te habrás dado cuenta, pero Catalina y Camacho intentan besarse veintisiete veces durante la novela y sólo se consiguen besar al final, cuando él no la quiere contestar. Son esos trucos que conocemos los escritores, a los lectores les gusta cerrar las pequeñas historias. ¿Qué es contar una historia? Contestar a una gran pregunta. ¿Cómo se contesta a una gran pregunta? Haciendo pequeñas preguntas que vas contestando a su vez. Ahí volvemos a tener un conflicto: la historia del pasado de los dos niños es una novela de caballerías. Ella lo considera a él su caballero. Claro, son pobres de solemnidad, hijos de putas viviendo en un lupanar, y sueñan. Todo ese conflicto interior y exterior de los personajes es lo que me ayudó a situarlos y a darle importancia al argumento y a la trama.
—Narra una historia que es, para muchos, desconocida: el mercado del palo de tinte en el siglo XVI. ¿Escribe para aprender?
—No. Si quieres usar esa frase: “Escribo para descubrir, para que el lector descubra”. Creo, y estamos muy cervantinos hoy, como decía don Miguel, si puedes entretener y enseñar, genial. Pero mi objetivo fundamental a la hora de escribir es entretener. Si quisiera enseñar escribiría ensayo histórico. Yo he escrito un libro sobre aerodinámica aplicada. Hace poco otro de homenaje a la selección española de pesca con mosca, porque nadie les hacía caso y tienen más títulos que en el fútbol o el baloncesto, y son amigos míos. Creo que sé distinguir cuándo tengo que hacer una cosa u otra. Cuando quería enseñar aerodinámica y quería hablar de ecuaciones sobre la viscosidad del aire escribí un ensayo. Pero con una novela quiero entretener. Si además te descubro algo que te puede llamar la atención, que te sirve de gancho, bien. Si además aprendes, fantástico. Pero mi intención es siempre hacer una novela entretenida y buena. Y si me tengo que tomar alguna licencia histórica, me la tomo. Siempre me excuso en el cuadernillo de notas del final porque creo que a los lectores les gusta, y es verdad que los catedráticos de Historia no me tienen en mala estima. Donde aúllan las colinas es tema de tesis en un par de facultades. Estoy contento. Pero mi objetivo principal es siempre escribir una buena historia y entretener.
—La novela pone sobre la mesa una trama muy actual, la de los comisionistas. ¿Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos?
—¡Qué bueno! ¡Qué buena pregunta! Es gratificante que te hayas dado cuenta del paralelismo con la corrupción, las marcas de las pipas de vino. No lo sé, Raquel. Pero es una pregunta tan interesante que merece la pena el hecho de hacérsela y reflexionar sobre ella. La respuesta correcta es que en parte sí y en parte no. Hay una parte que nos define por nuestro pasado y hay una parte que es intrínseca e inevitable, que no sé cómo se explica. Mi hija mayor vive en el mundo “unicornio rosa”, y mi hija pequeña se sube a la moto. Si hay un tractor quiere montarse, cuando ve una cosechadora su ilusión es ir a la cosechadora… Se han criado igual, pero son totalmente diferentes. Entonces no sé darte una respuesta. ¡Ojalá te la pudiera dar! Me parece que el libro hace algo bueno, y es que te obliga a reflexionar sobre esa misma pregunta que has hecho, que demuestra que eres una buena lectora y una buena periodista.
—¿Cómo construyó la novela? Cuéntenos el proceso de documentación.
—Penoso y largo, como todos. Es que la documentación es muy desagradecida, enseguida (sobre todo cuando eres un escritor novel, y yo ahora cuando leo mis primeras novelas lo veo) caemos en el salgarismo. Y no debe ser así. El escritor debe contar única y exclusivamente lo necesario para que la trama se desarrolle. Y por supuesto, la vieja máxima de Hollywood de mostrar y no contar es fundamental. No debo decir que Victoria es testaruda, debo decir que tú dices “pago yo” y ella contesta “¡no!, pago yo”. Eso refleja a Victoria más testaruda, aunque el lector no lo racionalice, pero dentro de la lectura ya tiene una impresión del personaje. Mostrar y no contar es importantísimo. Hay ciertas cosas a la hora de contar historias que uno debe tener muy en cuenta para que esa documentación no te atrape en un embudo y llenes páginas con salgarismos de decenas de páginas hablando de si el obispo tenía un orzuelo o si a Doña Urraca le picaba el pie. No. Usa sólo lo que necesites para la historia. La documentación tiene que ser tan profunda que entiendas bien el momento para que las acciones de los personajes representen bien el lugar, representen la historia, pero no tengas que explicarlas. Imagínate que yo quiero describir el mundo actual. Podría hacer un ensayo de 300 páginas. Sin embargo, y que me perdonen si alguien se siente ofendido, la media y la campana de Gauss demuestran que es así: si yo digo que alguien se levanta y lo primero que hace es mirar el móvil, leer los titulares… que en los titulares hay una errata ortográfica, que pone «rectificó» en lugar de «ratificó», y que pide por Amazon cualquier chorrada insustancial que no le hace falta en el teléfono… en dos párrafos he descrito a buena parte de la población del mundo actual en Occidente. Y no te he contado nada. No te he dicho que la tecnología ha cambiado el mundo. No te he dicho que la lectura rápida está haciendo que la gente se vuelva imbécil. Pero si el titular tiene un error, si usa el teléfono nada más despertar, te estoy mostrando cosas. No dejo que la documentación me apabulle, no me pongo a hablar de la invención de Internet, no me pongo a explicar cómo nació Internet de un proyecto militar. Explico que ahora usas un teléfono y lees la prensa y compras algo. Para eso es para lo que se tiene que usar la documentación, para eso exclusivamente. Esto es una novela, no un ensayo histórico. El trabajo es largo, penoso y tienes que aprender a sonreír a las secretarias de los catedráticos, a regalar algún jamón, invitar a alguna cena, buscarte amistades que sepan y controlen mucho y ser muy humilde. No puedes dar nada por sentado. Hace poco leía, respecto a las crónicas de Bailén, cómo cambió todo cuando en 1932 o 1933 se descubrió un diario de un alférez que dio una perspectiva del fusilamiento de las tropas que no se tenía hasta entonces.
La Historia a veces no son matemáticas, tiene saltos, tiene requiebros, se cae y se vuelve a levantar. Hay que tener mucho cuidado con esas cosas, porque tienes que acercarte de manera muy humilde. En lo posible, no puedes viajar al Yucatán del XVI, pero vete dos o tres veces al Yucatán del siglo XXI, conoce los cenotes, báñate en sus playas, vive la peste de los mosquitos, come su comida, respira, imprégnate de sus olores, vive eso, písalo, navega en un barco antiguo si puedes… Me pasé media mañana en la réplica de la Nao Victoria en el Guadalquivir, en Sevilla, alucinando de cómo tal cantidad de tíos podían haber estado allí metidos durante dos años dando la vuelta al mundo. Vive todas esas cosas. He asistido a dos autopsias, he aprendido esgrima medieval, he aprendido a montar a caballo…todo para escribir novelas. Tengo una implicación plena en ese aspecto, y creo que debe ser así. Es la única manera de reflejarlo, porque los lectores son los jefes. Yo pago las facturas porque ellos compran novelas; y puedo tener un jefe que sepa mucho de medicina, otro que sepa de tiro con arco… y cuando haces eso demuestras el respeto a tus jefes, los lectores. Así que la documentación es larga, penosa, ardua, poco gratificante… pero absolutamente necesaria.
—¿Cómo cree que van a recibir los lectores esta novela?
—Creo que no soy yo el que deba decirlo. Lo único que puedo asegurar es que, como en cada uno de mis anteriores trabajos, he dado un paso adelante. He intentado que Balvanera sea mi mejor novela. Como dice Ventura Pons, cuando me preguntan cuál es mi mejor novela: “La siguiente”. Cada vez intento hacerlo mejor. ¿Cómo creo que los lectores encontrarán mi novela? Tienen que decirlo ellos, no creo que deba ser yo. Solo puedo asegurarles que me he dejado alma, corazón y vida para que la novela sea mejor que cualquiera de mis anteriores novelas.
—¿Qué proyectos literarios está pensando para el futuro?
—Siete y ocho. Tengo que decidirme. Acabo de abandonar esa novela negra que te comentaba sobre la Controversia de Valladolid, porque es un tema que me interesa a mí y a cuatro más. Hay que adaptarse al mundo en el que vivimos, y yo quiero vender novelas. Hay gente que escribe para sentar cátedra o para pasar a la Historia. Yo quiero que la gente lo pase bien leyendo mis historias. Las buenas historias son las que se recuerdan. Quiero que dentro de veinte años esté en la Feria del Libro de Madrid y venga un abuelo y le diga a su nieto: “Yo leí Assur cuando tenía tu edad, llévate Assur”. Eso es lo que quiero: que mis historias se recuerden porque toquen el corazón de la gente. Cuando te das cuenta de que algo —como la Controversia de Valladolid— es apasionante: un imperio paró sus conquistas para discutir si lo que estaba haciendo era bueno o malo, si moralmente era reprensible el hecho de conquistar América… pero ¿a toda esta gente que hay aquí le interesa? Probablemente no. Hay que desecharla. Estoy pensando en una gesta, una saga en tiempos celtas, estoy pensando en retomar algo de los vikingos con la etapa de Estambul… Tengo varias ideas bullendo y no te puedo decir por cuál me inclinaré.
—¿Por qué escribe Francisco Narla?
—Porque me moriría si no lo hiciese. Simple y llano. Fui un niño que tuvo a sus mejores amigos en los libros. Mi padre se mató bebiendo. Por supuesto, un niño en Uganda lo ha pasado peor que yo, pero no tuve una infancia fácil: destacaba intelectualmente, lo que hoy llaman bullying lo llamábamos entonces pedradas en la cabeza. Muchas tardes he llegado a casa con la mochila rota… Esas cosas que pasaban y que siguen pasando… Mi refugio eran los libros. Antoine de Saint-Exupéry me enseñó que llevar un cuaderno de tapas de hule y soñar con cruzar el cielo, volar sobre el desierto de noche, te podía hacer libre. Quise convertirme en aviador y escritor. Y como le preguntó un periodista catalán cuando vino a visitar España durante la Guerra Civil: “¿Por qué aviador y escritor? No tiene nada que ver”. Le dijo Saint-Exupéry: “Son lo mismo: los dos nos dedicamos a soñar”. Es verdad que cuando sacas un vuelo a las cinco de la mañana no te parece que estés soñando, pero volar tiene una parte vocacional y romántica ineludible. Así que escribo porque es lo único que me mantiene cuerdo.
Yo he leído Ronin, no sé a que edad. Llévate Ronin.
Estupenda y original novela. Leeré también las otras.
En Buenos Aires existe el barrio Balvanera, muy cerca de Plaza Once, a pocas cuadras del Congreso nacional. Lugar de encuentro de guapos de Borges. Digresión. En ese barrio nací en 1951
Qué tío más pedante por Dios